domingo, 30 de julio de 2017

COMUNITAS MATUTINA 30 DE JULIO DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo. Cuando un hombre lo encuentra, vuelve a esconderlo y, de tanta alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel”
(Mateo 13: 44)
Lecturas:
  1. 1 Reyes 3: 5-12
  2. Salmo 118
  3. Romanos 8: 28-30
  4. Mateo 13: 44-46
Cuál es aquella realidad que determina y estructura todo nuestro proyecto de vida? Qué es aquello que nos mueve en grado máximo y hace que todo lo que somos y hacemos se oriente a ese ideal? Cuál es la realidad que estructura todo lo nuestro en términos de pasión y felicidad?
A responder estos interrogantes se orientan las sencillísimas parábolas del tesoro y de la perla, que nos propone el evangelio de este domingo. Recordemos nuevamente el contexto que vivía la comunidad de Mateo, todos convertidos del judaísmo a la nueva fe en Jesús, viviendo entre contradicciones e incomprensiones se preguntaban si valía la pena seguir este camino, si el asunto de Jesús tenía la suficiente fuerza para totalizar sus vidas y para llenarlas de sentido.
El esfuerzo de este relato evangélico es demostrar que sí se dan las mejores y más contundentes razones para la esperanza apostándolo todo por este seguimiento y por la configuración radical de la existencia en la clave del Evangelio, a sabiendas de que no se trata de un camino de éxitos en el sentido en el que el mundo entiende esto, ni tampoco de ascensos en la escala del poder ni de adquisición de dinero y comodidades.
Con Jesús, el Padre Dios nos ofrece ese proyecto llamado Reino, el nuevo orden de cosas en el que la felicidad no está dada por las posesiones materiales ni por la carrera del poder sino por una bienaventuranza que parte de dejarse encontrar por Dios – gratuitamente, bien lo sabemos – y que asume ver la vida desde una óptica de solidaridad, de servicio, de fraternidad, de lucha por la justicia, de mesa compartida, como lo hemos afirmado a menudo en estas reflexiones dominicales.
Ese es el tesoro, esa es la perla , que sugiere este relato evangélico.
Dice el teólogo español José Antonio Pagola a propósito de esto: “ El reino de Dios es la clave para captar el sentido que Jesús da a su vida y para entender el proyecto que quiere ver realizado en Galilea, en el pueblo de Israel y, en definitiva, en todos los pueblos. Jesús no enseña en Galilea una doctrina religiosa para que sus oyentes la aprendan bien. Anuncia un acontecimiento para que aquellas gentes lo acojan con gozo y con fe. Nadie ve en él a un maestro dedicado a explicar las tradiciones religiosas de Israel. Se encuentran con un profeta apasionado por una vida más digna para todos, que busca con todas sus fuerzas que Dios sea acogido y que su reinado de justicia y misericordia se vaya extendiendo con alegría. Su objetivo no es perfeccionar la religión judía sino contribuír a que se implante cuanto antes el tan añorado reino de Dios y, con él, la vida, la justicia, y la paz” (PAGOLA, José Antonio. Jesús: aproximación histórica. Editorial PPC. Madrid, 2007; página 88)
Estas palabras son alusión directa y muy explícita a esa realidad que Jesús nos presenta como el valor último y decisivo para llenar de sentido cualquier vida humana que desee optar por esta alternativa, asumiendo que hay que hacer rupturas con aquellas cosas que nos impiden vivir con libertad tal propuesta: afectos desordenados, ambiciones egoístas, deseo de brillar socialmente, búsqueda de privilegios, cambiando todo esto por una vida en la que el genuino culto a Dios se da en la construcción de la projimidad y en la realización efectiva de la dignidad y de la justicia para todos.
Hoy la situación es bien diferente de la que vivía aquella perpleja comunidad de Mateo que se planteaba la pregunta radical de sentido en la persona de Jesús.
Vivimos un mundo complejo, en el que coexisten los grandes avances de ciencia y tecnología, el prodigio de la cultura digital y de las comunicaciones, los logros de las ciencias humanas y sociales afirmando todo lo que tiene que ver con la libertad, con grandes injusticias, violencias y escandalosos desconocimientos de la dignidad de las personas.
Junto a ellos viene el resurgimiento de tendencias fundamentalistas, religiosas y políticas, que afirman con soberbia sus verdades desconociendo las búsquedas legítimas de los demás, que desconocen con agresividad a quienes invocan la compasión, la misericordia, la superación del fanatismo religioso y la promoción de un mundo pluralista y respetuoso de la diferencia.
Cómo ser aquí seguidores de Jesús? Cómo ser como el hombre de la parábola que se encuentra gozoso con el tesoro y hace todo lo mejor para quedarse con él? Cómo aportar a la humanidad el espíritu original del Evangelio dejando de lado esa religiosidad cositera, neurótica y promotora de miedos y de sentimientos de culpa? Cómo anunciar que Dios está siempre enamorado de la humanidad y que su deseo es la felicidad del ser humano? Cómo rescatar a Jesús para que el ser humano de hoy vuelva por los fueros de su dignidad?
El seguimiento de Jesùs y la consiguiente acogida de su proyecto son la mejor posibilidad de construir una humanidad con sentido trascendente y comprometida con una visión que propicia una manera de vivir que va màs allà de lo establecido convencionalmente, una vida que no se contenta con seguir el proceso social habitual de estudiar, de trabajar, de obtener seguridad económica, de “triunfar”, de ser personas importantes.
El reino de Dios y su justicia desborda esos lìmites y se constituye en un universo desbordado de solidaridad, de compasión, de justicia, de posibilidades para todos en igualdad de condiciones, no se agota en tal o cual modelo político-econòmico, lo suyo propio es una inspiración que reanima teologal y humanamente todas las realizaciones para dotarlas de sentido definitivo.
Este proyecto está estructurado en torno a la referencia radical y simultànea al Padre de Jesùs y al prójimo, una relación de amor total y apasionado, el descubrimiento de que la voluntad de Dios es que el ser humano llegue a la felicidad, que todas sus potencialidades se realicen, que no sea sometido a ninguna esclavitud, que su existencia estè siempre animada por eso que llamamos la Buena Noticia, el Evangelio, que su dignidad sea siempre reconocida y promovida, que se den unas condiciones tales que hagan viable siempre la inclusión y la mesa compartida , que todos asuman que Dios es principio y fundamento de la humanidad y que esta certeza nos lleva a tener la esperanza segura de que nuestra vida no es un absurdo.
Es penoso constatar la instrumentalización de la religión para someter indignamente al ser humano, ver còmo se distorsionan los orígenes de esta fe liberadora y se la transforma en una ideología que persuade de obligaciones, onerosas, de un cùmulo de creencias desconectadas de la vida, de pràcticas alienantes, de condenaciones morales, de presentación de un Dios vengativo y justiciero, sòlo dispuesto al castigo.
El tesoro que Jesùs nos invita a adquirir no tiene nada que ver con esas sombrìas perspectivas. Lo suyo se llama bienaventuranza, proyecto de felicidad, que no minimiza las responsabilidades morales ni exime a nadie de asumirlas y de vivirlas, pero sì se empeña a garantizar que en Dios , el que se nos ha manifestado decisivamente en Jesùs, se da una convergencia con la tarea humana de buscar sentido a la vida.
Digamos que Dios es como estar enamorado, para poner un ejemplo de inmensa felicidad que nos ayuda a comprender ese misterio maravilloso y seductor.
Cuando los humanos nos sentimos asì, nos experimentamos mejores, sanos, libres, surgen en nosotros todas las virtualidades a las que podemos acceder, entendemos y aceptamos a los demás, nos comprometemos juiciosamente en el seguimiento de los màs nobles ideales, el deseo de solidaridad surge espontáneamente, nos tornamos transparentes, la pasión por la justicia se hace esencial en nuestras decisiones y conductas.
El acontecer de Dios en el ser humano se da través de la configuración con Jesùs, la gracia nos lleva a identificarnos con El, a que nuestra humanidad sea asumida y transformada, como dice Pablo: “Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman, de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues Dios predestinò a reproducir la imagen de su Hijo a los que conoció de antemano, para que asì fuera su Hijo el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8: 28-29).
Esta es la nueva humanidad, cimiento de esa feliz realidad que nos lleva al descubrimiento gozoso de la novedad en la que nuestra existencia resuelve sus incertidumbres y es acreditada por Dios como esperanza segura de una historia en la que empezamos a anticipar la plenitud de la eternidad construyendo un mundo en el que no sean el poder y la injusta dominación los estructurantes de las relaciones sociales sino el servicio, el sentido de solidaridad, la restauración de la dignidad que muchos han perdido por causa de la injusticia.
Cuando el Papa Francisco se pronuncia a favor de una economía con rostro humano, cuando rechaza con vigor ese sistema social que crea personas descartadas, que sòlo favorece a ricos y poderosos, està afirmando uno de los pilares del tesoro de Jesùs, patrimonio de todos, iniciando èl mismo esa salida para bajar a la Iglesia de los pedestales, llevándola, con Jesùs y como Jesùs, a salir a las calles de la vida, a encontrarse con todos los seres humanos y a ser noticia de vida, de libertad, de rescate de la felicidad.
Esta es la oferta, vamos a ser capaces de despojarnos de seguridades para obtener tan seductor y apasionante tesoro?

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