domingo, 29 de octubre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 29 DE OCTUBRE DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO

Maestro, cuál es el mandamiento mayor de la ley? El le dijo: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a este: amarás tu prójimo como a ti mismo”
(Mateo 22: 37-40)

Lecturas:
  1. Exodo 22: 20-26
  2. Salmo 17
  3. 1 Tesalonicenses 1: 5-10
  4. Mateo 22: 34-40
En los domingos anteriores, en los textos del evangelio que se han proclamado, hemos visto cómo diversos grupos religiosos del judaísmo se han enfrentado a Jesús, planteándole preguntas y cuestiones capciosas con el fin de buscar argumentos para acusarlo ante las autoridades, y en ningún caso sus insidias han resultado exitosas. Ahora lo intentan de nuevo: “Mas los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo. Entonces uno de ellos le preguntó, con el ánimo de ponerlo a prueba: Maestro, cuál es el mandamiento mayor de la ley?” (Mateo 22: 34-36).
Para comprender la malicia de la pregunta es preciso recordar que la ley judía vigente en aquellos tiempos constaba de 613 mandamientos (248 mandatos y 365 prohibiciones), que tenían diversos grados de dificultad, por las implicaciones que conllevaban. Era una legislación minuciosa que demandaba de los fieles la más rigurosa observancia, cuyo seguimiento se traducía en los dos grandes merecimientos de quienes se sentían verdaderos creyentes de la fe de Israel: la pureza ritual y la pureza legal, asuntos que traían obsesionados a los sacerdotes del templo, a los saduceos, a los fariseos, también a los esenios.
El gran indicador de la calidad religiosa de un judío era su estricto cumplimiento de todo lo prescrito en estos códigos, sin permitirse la más mínima laxitud.
El ánimo de estos hombres se exalta con la libertad que manifiesta Jesús ante las instituciones de esta religión, libertad que no es anarquía sino referencia fundante y definitiva a una realidad que es superior a esa ley. El lo deja muy claro con su respuesta al fariseo: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a este: amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22: 37-40).
Con sagacidad, Jesús responde correctamente a sabiendas de la trampa contenida en la pregunta, haciéndolo con una novedad que lo diferencia cualitativamente del judaísmo tradicional: pone el amor al prójimo en el mismo plano del amor a Dios. Su respuesta conecta con la más genuina tradición de los profetas bíblicos, estos denunciaron – lo sabemos bien – con mucha fuerza el deseo de llegar a Dios de modo intimista e individualista, desentendiéndose del prójimo.
Durante siglos la religión de Israel se manifestó en cultos de gran solemnidad, en sacrificios costosos, en ricas ofrendas, todo ello sin justicia y sin responsabilidad con la dignidad del prójimo pobre. Por eso, encontramos con reiteración la insistencia por la reivindicación de viudas y huérfanos, de oprimidos de toda clase.
Dios y el prójimo no son magnitudes separables, la autenticidad del culto no descansa en la pompa litúrgica sino en la justicia: “Las manos de ustedes están llenas de sangre: lávense, purifíquense, aparten sus fechorías de mi vista, desistan de hacer el mal y aprendan a hacer el bien; busquen lo que es justo, reconozcan los derechos del oprimido, hagan justicia al huérfano, aboguen por la viuda” (Isaías 1:15-17).
Tampoco se puede decir que el amor a Dios es más importante que el amor al prójimo. Ambos preceptos, en la mentalidad de los profetas y en la de Jesús, están en el mismo nivel, se implican mutuamente. No es posible adorar a Dios si no se reconoce al prójimo en su dignidad: “De estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas” (Mateo 22: 40).
La primera lectura – del libro del Exodo – es muy significativa en este sentido. Hace parte del llamado código de la alianza cuyas prescripciones no se quedaban en normativas de tipo litúrgico, sino que ponía su énfasis en la protección de los humillados y ofendidos, forasteros desplazados por la guerra, jornaleros del campo, víctimas de las injusticias.
Esa legislación recuerda los beneficios del éxodo – la gran experiencia de libertad de los israelitas – y el cambio de condiciones para las tribus hebreas que pasaron de la servidumbre a ser un pueblo libre, gracias a la intervención de Yahvé mediada en el liderazgo de Moisés. En nombre de eso, no es posible olvidarse de quienes carecen de reconocimiento y de todo lo necesario para vivir con dignidad: “No maltratarás al forastero , ni lo oprimirás, pues forasteros fueron ustedes en el país de Egipto. No vejarás a viuda alguna ni huérfano. Si los vejas y claman a mí, yo escucharé su clamor, se encenderá mi ira…” (Exodo 22: 20-22).
También el texto de Exodo alude al grave pecado de la usura: “Si prestas dinero a alguien de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, no le exigirás intereses” (Exodo 22: 24). Jesús y muchos de los buenos creyentes de Israel se sorprenderían con dolor y escándalo de la usura que está en la base de la economía de nuestro tiempo, los intereses con los que los países ricos gravan a los países pobres, la carga impositiva que no se traduce en beneficios sociales de calidad y cubrimiento suficiente, los préstamos que hacen las entidades financieras sometiendo a sus deudores a penalidades que se ejecutan sin clemencia.
Tal es la “sofisticada” usura del capitalismo neoliberal! Y muchos de los que la practican se dicen creyentes en Dios. Dónde quedan la primacía del amor teologal y de su correlativo amor fraternal? Las finanzas internacionales y nacionales son impúdicamente especulativas, dominan la vida y el trabajo de las mayorías.
El Papa Francisco lo ha denunciado con intensidad, cuando habla de un sistema económico que crea seres humanos “descartables” porque no pagan o porque no producen. Explotar al ser humano es faltar con alta gravedad a ese mandamiento primordial y simultáneo, como lo plantea sin rodeos Jesús en el evangelio de hoy.
Jesús cambia de raíz los sombríos mandamientos judíos, sobresaturados de normas y de rituales vacíos de amor y de vitalidad, y los re-significa afirmando que la actitud filial con respecto a Dios y la solidaridad interhumana son los fundamentos de la auténtica religiosidad. El amor es el espíritu que anima la legislación que procede de Dios, el verdadero culto es el que se ejerce en la projimidad.
En la base de muchos ateísmos está el escándalo que damos los creyentes cuando somos al mismo tiempo tan religiosos y estrictos en cumplimientos y tan indiferentes a la suerte de los que sufren pobrezas y constante falta de oportunidades.
El cristianismo que surgió con la contrarreforma en el siglo XVI, como respuesta a las consecuencias del movimiento de Martín Lutero, fue muy jurídico y muy ritual, y la relación con los pobres predominantemente asistencial y paternalista. Fueron los movimientos emancipatorios que empezaron con la Revolución Francesa, el pensamiento de Carlos Marx, las críticas de los maestros de la sospecha (Freud, Marx, Feuerbach, Nietzsche) a la religión , las llamadas de atención al cristianismo para integrar la dimensión teologal con la dimensión de la projimidad y de la solidaridad.
Por eso el espíritu del Concilio Vaticano II, los movimientos teológicos y pastorales surgidos de ahí, de modo particular la teología de la liberación, se fijan en el necesario y complementario vínculo entre el amor prioritario a Dios y el amor prioritario al pobre, como lo refleja claramente Jesús en sus palabras, en sus preferencias, en su estilo decididamente teologal y, por lo mismo, fraternal y solidario. La opción preferencial por los pobres es normativa del seguimiento de Jesús.
Nosotros vivimos hoy en sociedades que tienen más normas que las que había en el pueblo judío, incluso nuestras iglesias tienen extensas legislaciones. Vivimos también en un mundo en el que buena parte de la población mundial vive en pobreza y en miseria con cifras muy preocupantes y pecaminosas. El sistema económico vigente requiere como contraparte para generar riqueza “equilibrarse” creando individuos y sociedades paupérrimas, realidad que Juan Pablo II calificó como “capitalismo salvaje”.
La respuesta de Jesús al docto fariseo tiene hoy toda la actualidad, se trata de provocar una indignación teologal y una indignación ética. Si de veras es nuestra decisión seguir el Evangelio, es imperativo volver por los fueros de estos dos amores simultáneos.
Consideremos finalmente lo que dice el teólogo José María Castillo, en la óptica de las reflexiones que nos ocupan este domingo: “Estando así las cosas, se comprende el sentido exacto y el alcance de que tuvo el entusiasmo popular que se produjo en cuanto Jesús se puso a decirle a aquel pueblo que ya llegaba el reino, pero no como lo anunciaban los dirigentes, no como el yugo de la religión que le iba a oprimir aún más, sino como vida, como libertad, como gozo y alegría, como dignidad para cuantos se veían y eran vistos como indignos, como pecadores despreciables o como endemoniados peligrosos. En definitiva, el reino como plenitud de vida” (Castillo, José María.El reino de Dios: por la vida y la dignidad de los seres humanos. Desclée de Brower, Bilbao,1999;página 76).

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