domingo, 22 de octubre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 22 DE OCTUBRE DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO

Entonces les replicó: páguenle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”
(Mateo 22: 21)

Lecturas:
  1. Isaías 45: 1-6
  2. Salmo 95: 1-10
  3. 1 Tesalonicenses 1: 1-5
  4. Mateo 22: 15-21
Dios y la relación que la humanidad tiene con El no pueden utilizarse para justificar tal o cual determinación política, tal o cual ordenamiento jurídico de la sociedad, pero el Evangelio sí tiene implicaciones en este sentido, en la perspectiva de la dignidad humana, de los derechos de todos los miembros de una comunidad y de la configuración del bien común ordenado a la justicia, a la igualdad, al reconocimiento de lo que a todos corresponde en ejercicio de esa condición.
Desde la óptica del reino de Dios y su justicia se pueden valorar los diversos sistemas sociopolíticos, se confronta igualmente el ejercicio del poder, se hace un análisis crítico sobre sus ejecutorias y se insta a quienes lo detentan para que todo su quehacer esté orientado a la construcción de comunidades incluyentes, solidarias, promotoras de la equidad, garantizando que los beneficios sociales cubran a todos en igualdad de condiciones. Por estas razones, el evangelio no se matricula en ninguna ideología o colectividad partidista, lo suyo es la constante afirmación de la dignidad del ser humano en nombre de la paternidad-maternidad de Dios. A estas consideraciones nos conduce la Palabra de este domingo.
El ser humano, que es imagen de Dios, sólo es para El, no se pueden hipotecar su libertad y sus derechos a ningún sistema, a los poderes de este mundo. Si estos últimos están dotados de sabiduría y de juicio recto obrarán como servicio al ser humano, promoviendo su autonomía, creando las condiciones de posibilidad para el desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres. Lo contrario son las tiranías y las dictaduras, los totalitarismos, la política determinada por intereses mezquinos, de grupos sin sensibilidad social. En este contexto entendemos y asumimos la frase contundente de Jesús en el evangelio de hoy: “Páguenle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22: 21).
Miremos cómo nos orienta la primera lectura en esta misma línea. Es del llamado “Segundo Isaías”, conocido como el profeta de la consolación. Elemento constante de su ministerio son sus palabras que fuertes, que confrontan con mucha severidad a los israelitas, pero al final son portadoras de ánimo, esperanza, deseo de vivir, certeza de la intervención salvadora y liberadora de Dios en su historia, denuncia de la injusticia de las naciones y promesa de recompensas para los más débiles del mundo.
Yahvé habla a Ciro, rey de Persia, que no conoce a Dios, para confiarle la misión de liberar a su pueblo de la opresión y de la injusticia. El no conocer a Dios no es impedimento para participar de su acción liberadora. Un no judío sirve de mediación adecuada para la actuación de Dios, afirmación totalmente novedosa e inusitada en el contexto del Antiguo Testamento, como vislumbrando la universalidad de la voluntad salvadora de Yahvé, el ir más allá de las fronteras en búsqueda de todos los seres humanos: “El Señor consagró a Ciro como rey, lo tomó de la mano para que dominara las naciones y desarmara los reyes” (Isaías 45: 1),… “Yo soy el Señor, no hay otro; fuera de mí no hay Dios. Yo te he preparado para la lucha sin que tú me conocieras, para que sepan todos de oriente a occidente, que fuera de mi no hay ningún otro. Yo soy el Señor, no hay otro” (Isaías 45: 5-6).
Tal afirmación monoteísta no es la expresión de un Dios mezquino, celoso, egoísta, que no admite divinidades rivales. El Dios único es para que el ser humano sea único, libre de idolatrías y de esclavitudes, sólido en la conciencia y vivencia de su dignidad. La libertad que procede de Dios es la alternativa que emancipa a la humanidad de sometimientos y servidumbres.
La lucha feroz de los profetas bíblicos en contra de las tentaciones idolátricas de Israel nace justamente de su pasión por la dignidad del ser humano, para que esta no sea prostituída por los poderes del mundo.
En Pablo – 1 Carta a los Tesalonicenses, segunda lectura de hoy – la realidad que Isaías presenta como alianza es elección en comunidad: “Pablo, Silvano y Timoteo, saludan a la comunidad de los creyentes de la ciudad de Tesalónica, que están unidos a Dios el Padre y al Señor Jesucristo. Que Dios derrame su gracia y su paz sobre ustedes” (1 Tesalonicenses 1:1).
El evangelio de Mateo propuesto para este domingo es un texto sobre el que se han hecho múltiples interpretaciones sesgadas y distorsionadas. Su verdadero contexto es un ambiente social en el que se divinizaba y absolutizaba al emperador de Roma. El fragmento que se proclama hoy forma parte de una serie de controversias entre Jesús , los fariseos y otros grupos judíos, sobre asuntos como los impuestos debidos al César, la resurrección de los muertos, el mandamiento principal de la ley.
El telón de fondo es la profunda y consistente libertad de Jesús ante la ley romana y ante la institución religiosa del judaísmo: “Después de esto, los fariseos fueron y se pusieron de acuerdo para hacerle decir a Jesús algo que les diera motivo para acusarlo. Así que mandaron a algunos de sus partidarios, junto con otros del partido de Herodes, a decirle: Maestro, sabemos que tú dices la verdad, y que enseñas de veras el camino de Dios, sin dejarte llevar por lo que diga la gente, porque no hablas para darles gusto. Danos, pues, tu opinión: está bien que paguemos impuestos al emperador romano , o no?” (Mateo 22: 15-17).
Bajo el tema del tributo, una realidad que sufrían también las primeras comunidades cristianas y también las judías, bajo el régimen del imperio romano, el pueblo vive ahora las consecuencias de una monarquía que exprime a los pobres para sostener su estructura. Los más pobres son los que padecen con mayor rigor esta política fiscal, porque la tasa impositiva recaía sobre los que trabajaban la tierra: el eterno drama de la injusticia de unos poderosos en contra de los débiles.
El emperador de Roma cargaba sobre sí el influjo del mundo religioso de Egipto y de Grecia. La relación de los romanos con estos dioses era parte de su cotidianidad, el emperador era para ellos un dios, Roma era una teocracia.
Para las comunidades cristianas que entendían y vivían a Dios como Padre-Abba, misericordioso y compasivo, solidario con la humanidad, incondicional en sus manifestaciones de amor, era inaceptable esa identificación del emperador con una divinidad y la consideraban definitivamente alienante. Por esto se enfrentan a la religión oficial y se afianzan en su vida comunitaria centrada en la persona de Jesús, y referida al Padre y a todos los hermanos.
Cuando Jesús dice taxativamente: “Pues den al emperador lo que es del emperador, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22: 21), estas comunidades dejan ver que no les convence en lo más mínimo la pretendida divinidad del emperador, porque para ellos el verdadero Dios se manifiesta en el amor, en la justicia, en la igualdad, en el servicio fraterno, en la práctica de la solidaridad.
En la actualidad no hay emperadores que se presenten como Dios, pero sí hay estructuras sociales, políticas, económicas, incluso religiosas, que están muy lejos de reflejar la comunión entre los hermanos y todas las implicaciones que se derivan de allí, sigue el afán de unos por dominar a otros, sigue el predominio de intereses egoístas, siguen ejercicios del poder que no se interesan por el bien común, siguen violencias y manipulaciones del hombre por el hombre.
Por eso, la frase de Jesús sigue teniendo vigencia y actualidad: el ser humano creador por Dios se debe a El mismo, fuente de la dignidad y de la autonomía, y no a estas entidades que no tienen su fundamento en la trascendencia de Dios y en la consecuente trascendencia de hombres y mujeres.
En el campo eclesial estamos llamados a trabajar todos por una iglesia más cercana a la propuesta de Jesús, más centrada en las personas, en las relaciones entre hermanos, en una evangélica comunión y participación, y menos pendiente de la estructura vertical, una iglesia en salida, como nos lo recuerda con tanta insistencia el Papa Francisco.
Dar a Dios lo que es de Dios” es que se escuche a Jesús, que se acoja su buena noticia, que se acepte el mensaje del reino, que se lleve una vida según las bienaventuranzas, que se adopte una actitud de conversión, que se ponga término al raquitismo espiritual y religioso, que no se sacrifique la dignidad del ser humano en aras de poderes opresores, que se reivindique a los humillados y ofendidos.
Como sabemos, a los herodianos y a los fariseos lo anterior los traía sin cuidado. De ahí la severidad de Jesús en sus expresiones hacia ellos, que bien podría haberles hecho preguntas como estas: Es lícito poner el sábado por encima del hombre? Es lícito llamar la atención de la gente para que les hagan reverencias? Es lícito pagar los diezmos y olvidar la justicia y la sinceridad?
La comunidad cristiana que dio origen a este evangelio sacó de aquí consecuencias muy prácticas, defiende la primacía de la humanidad sobre poderes y legislaciones, y a estos los confrontan para que se dediquen con responsabilidad y empeño a la construcción del bien común, sin pretensiones de absolutizarse. Esto está en la raíz del humanismo cristiano y del pensamiento social que este implica.

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