“Entonces
les replicó: páguenle al César lo que es del César, y a Dios lo
que es de Dios”
(Mateo
22: 21)
Lecturas:
- Isaías 45: 1-6
- Salmo 95: 1-10
- 1 Tesalonicenses 1: 1-5
- Mateo 22: 15-21
Dios
y la relación que la humanidad tiene con El no pueden utilizarse
para justificar tal o cual determinación política, tal o cual
ordenamiento jurídico de la sociedad, pero el Evangelio sí tiene
implicaciones en este sentido, en la perspectiva de la dignidad
humana, de los derechos de todos los miembros de una comunidad y de
la configuración del bien común ordenado a la justicia, a la
igualdad, al reconocimiento de lo que a todos corresponde en
ejercicio de esa condición.
Desde
la óptica del reino de Dios y su justicia se pueden valorar los
diversos sistemas sociopolíticos, se confronta igualmente el
ejercicio del poder, se hace un análisis crítico sobre sus
ejecutorias y se insta a quienes lo detentan para que todo su
quehacer esté orientado a la construcción de comunidades
incluyentes, solidarias, promotoras de la equidad, garantizando que
los beneficios sociales cubran a todos en igualdad de condiciones.
Por estas razones, el evangelio no se matricula en ninguna ideología
o colectividad partidista, lo suyo es la constante afirmación de la
dignidad del ser humano en nombre de la paternidad-maternidad de
Dios. A estas consideraciones nos conduce la Palabra de este domingo.
El
ser humano, que es imagen de Dios, sólo es para El, no se pueden
hipotecar su libertad y sus derechos a ningún sistema, a los poderes
de este mundo. Si estos últimos están dotados de sabiduría y de
juicio recto obrarán como servicio al ser humano, promoviendo su
autonomía, creando las condiciones de posibilidad para el desarrollo
integral de todo el hombre y de todos los hombres. Lo contrario son
las tiranías y las dictaduras, los totalitarismos, la política
determinada por intereses mezquinos, de grupos sin sensibilidad
social. En este contexto entendemos y asumimos la frase contundente
de Jesús en el evangelio de hoy:
“Páguenle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de
Dios” (Mateo
22: 21).
Miremos
cómo nos orienta la primera lectura en esta misma línea. Es del
llamado “Segundo Isaías”, conocido como el profeta de la
consolación. Elemento constante de su ministerio son sus palabras
que fuertes, que confrontan con mucha severidad a los israelitas,
pero al final son portadoras de ánimo, esperanza, deseo de vivir,
certeza de la intervención salvadora y liberadora de Dios en su
historia, denuncia de la injusticia de las naciones y promesa de
recompensas para los más débiles del mundo.
Yahvé
habla a Ciro, rey de Persia, que no conoce a Dios, para confiarle la
misión de liberar a su pueblo de la opresión y de la injusticia.
El no conocer a Dios no es impedimento para participar de su acción
liberadora. Un no judío sirve de mediación adecuada para la
actuación de Dios, afirmación totalmente novedosa e inusitada en
el contexto del Antiguo Testamento, como vislumbrando la
universalidad de la voluntad salvadora de Yahvé, el ir más allá de
las fronteras en búsqueda de todos los seres humanos: “El
Señor consagró a Ciro como rey, lo tomó de la mano para que
dominara las naciones y desarmara los reyes”
(Isaías 45: 1),… “Yo
soy el Señor, no hay otro; fuera de mí no hay Dios. Yo te he
preparado para la lucha sin que tú me conocieras, para que sepan
todos de oriente a occidente, que fuera de mi no hay ningún otro. Yo
soy el Señor, no hay otro”
(Isaías 45: 5-6).
Tal
afirmación monoteísta no es la expresión de un Dios mezquino,
celoso, egoísta, que no admite divinidades rivales. El Dios único
es para que el ser humano sea único, libre de idolatrías y de
esclavitudes, sólido en la conciencia y vivencia de su dignidad. La
libertad que procede de Dios es la alternativa que emancipa a la
humanidad de sometimientos y servidumbres.
La
lucha feroz de los profetas bíblicos en contra de las tentaciones
idolátricas de Israel nace justamente de su pasión por la dignidad
del ser humano, para que esta no sea prostituída por los poderes del
mundo.
En
Pablo – 1 Carta a los Tesalonicenses, segunda lectura de hoy – la
realidad que Isaías presenta como alianza es elección en comunidad:
“Pablo,
Silvano y Timoteo, saludan a la comunidad de los creyentes de la
ciudad de Tesalónica, que están unidos a Dios el Padre y al Señor
Jesucristo. Que Dios derrame su gracia y su paz sobre ustedes” (1
Tesalonicenses 1:1).
El
evangelio de Mateo propuesto para este domingo es un texto sobre el
que se han hecho múltiples interpretaciones sesgadas y
distorsionadas. Su verdadero contexto es un ambiente social en el que
se divinizaba y absolutizaba al emperador de Roma. El fragmento que
se proclama hoy forma parte de una serie de controversias entre Jesús
, los fariseos y otros grupos judíos, sobre asuntos como los
impuestos debidos al César, la resurrección de los muertos, el
mandamiento principal de la ley.
El
telón de fondo es la profunda y consistente libertad de Jesús ante
la ley romana y ante la institución religiosa del judaísmo:
“Después
de esto, los fariseos fueron y se pusieron de acuerdo para hacerle
decir a Jesús algo que les diera motivo para acusarlo. Así que
mandaron a algunos de sus partidarios, junto con otros del partido de
Herodes, a decirle: Maestro, sabemos que tú dices la verdad, y que
enseñas de veras el camino de Dios, sin dejarte llevar por lo que
diga la gente, porque no hablas para darles gusto. Danos, pues, tu
opinión: está bien que paguemos impuestos al emperador romano , o
no?” (Mateo
22: 15-17).
Bajo
el tema del tributo, una realidad que sufrían también las primeras
comunidades cristianas y también las judías, bajo el régimen del
imperio romano, el pueblo vive ahora las consecuencias de una
monarquía que exprime a los pobres para sostener su estructura. Los
más pobres son los que padecen con mayor rigor esta política
fiscal, porque la tasa impositiva recaía sobre los que trabajaban la
tierra: el eterno drama de la injusticia de unos poderosos en contra
de los débiles.
El
emperador de Roma cargaba sobre sí el influjo del mundo religioso de
Egipto y de Grecia. La relación de los romanos con estos dioses era
parte de su cotidianidad, el emperador era para ellos un dios, Roma
era una teocracia.
Para
las comunidades cristianas que entendían y vivían a Dios como
Padre-Abba, misericordioso y compasivo, solidario con la humanidad,
incondicional en sus manifestaciones de amor, era inaceptable esa
identificación del emperador con una divinidad y la consideraban
definitivamente alienante. Por esto se enfrentan a la religión
oficial y se afianzan en su vida comunitaria centrada en la persona
de Jesús, y referida al Padre y a todos los hermanos.
Cuando
Jesús dice taxativamente: “Pues
den al emperador lo que es del emperador, y a Dios lo que es de Dios”
(Mateo 22: 21), estas comunidades dejan ver que no les convence en lo
más mínimo la pretendida divinidad del emperador, porque para ellos
el verdadero Dios se manifiesta en el amor, en la justicia, en la
igualdad, en el servicio fraterno, en la práctica de la solidaridad.
En
la actualidad no hay emperadores que se presenten como Dios, pero sí
hay estructuras sociales, políticas, económicas, incluso
religiosas, que están muy lejos de reflejar la comunión entre los
hermanos y todas las implicaciones que se derivan de allí, sigue el
afán de unos por dominar a otros, sigue el predominio de intereses
egoístas, siguen ejercicios del poder que no se interesan por el
bien común, siguen violencias y manipulaciones del hombre por el
hombre.
Por
eso, la frase de Jesús sigue teniendo vigencia y actualidad: el ser
humano creador por Dios se debe a El mismo, fuente de la dignidad y
de la autonomía, y no a estas entidades que no tienen su fundamento
en la trascendencia de Dios y en la consecuente trascendencia de
hombres y mujeres.
En
el campo eclesial estamos llamados a trabajar todos por una iglesia
más cercana a la propuesta de Jesús, más centrada en las personas,
en las relaciones entre hermanos, en una evangélica comunión y
participación, y menos pendiente de la estructura vertical, una
iglesia en salida, como nos lo recuerda con tanta insistencia el Papa
Francisco.
“Dar
a Dios lo que es de Dios” es que se escuche a Jesús, que se acoja
su buena noticia, que se acepte el mensaje del reino, que se lleve
una vida según las bienaventuranzas, que se adopte una actitud de
conversión, que se ponga término al raquitismo espiritual y
religioso, que no se sacrifique la dignidad del ser humano en aras de
poderes opresores, que se reivindique a los humillados y ofendidos.
Como
sabemos, a los herodianos y a los fariseos lo anterior los traía sin
cuidado. De ahí la severidad de Jesús en sus expresiones hacia
ellos, que bien podría haberles hecho preguntas como estas: Es
lícito poner el sábado por encima del hombre? Es lícito llamar la
atención de la gente para que les hagan reverencias? Es lícito
pagar los diezmos y olvidar la justicia y la sinceridad?
La
comunidad cristiana que dio origen a este evangelio sacó de aquí
consecuencias muy prácticas, defiende la primacía de la humanidad
sobre poderes y legislaciones, y a estos los confrontan para que se
dediquen con responsabilidad y empeño a la construcción del bien
común, sin pretensiones de absolutizarse. Esto está en la raíz del
humanismo cristiano y del pensamiento social que este implica.
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