“Mi amigo
tenía una viña en un fértil otero. La cavó y despedregó, y la plantó de cepa
exquisita. Edificó en medio una torre, y excavó en ella un lagar. Y esperó que
diese uvas, pero sólo dio agraces”
(Isaías 5: 1-2)
Lecturas:
1.
Isaías 5: 1-5
2.
Salmo 79: 9-20
3.
Filipenses 4: 6-9
4.
Mateo 21: 33-43
La imagen de la viña es hondamente familiar para la
mayoría de los pueblos del Cercano Oriente, para ellos es la parcela de tierra
cultivada con especial esmero, de allí se deriva el sustento básico de la
familia.
Ese patrimonio era la forma de sentirse vinculado a su
grupo social y fundamentaba su derecho de ciudadanía, su arraigo en un
territorio, determinante de su sentido de identidad: “Voy a cantar en nombre de mi
amigo un canto de amor a su viña: mi amigo tenía una viña en fértil terreno.
Removió la tierra, la limpió de piedras y plantó buenas cepas; construyó en
medio una torre y cavó un lagar” (Isaías 5: 1-2).
Un vínculo así es similar al que tienen nuestros
campesinos con sus terrenos cultivables, a los que dedican lo mejor de sus
esfuerzos, son su espacio de realización, también el lugar de crecimiento y
vida de su familia. Poseer la tierra da significado a todo su proyecto
existencial, ámbito de su humanidad. Desde ahí se comprende la ilusión con la
que el viñador, el agricultor, se entrega a la faena de disponer el terreno, de
sembrar la semilla, de cultivar, de recoger la cosecha, de la que se esperan
siempre los mejores resultados.
Qué nos quiere decir Isaías en esta primera lectura de
hoy? Cuáles son nuestras viñas? Cuáles los esfuerzos en torno a ellas? Cuáles
las expectativas que abrigamos con ellas? Se trata de los lugares de sentido en
los que se desarrolla nuestra vida: familia, estudios, trabajo, comunidad,
amistades, gran sociedad, iglesia, donde
acontecen nuestras capacidades de creación y de expresión, de trascendencia en
los demás, de construcción del bien común, de generación de vínculos de
pertenencia a un territorio espiritual, emocional, afectivo.
En esos ámbitos estamos trabajando para maneras de
vida significativas, en las que nos jugamos lo más definitivo de nuestra
condición humana. A propósito de esto, recordamos la bella novela “Los
Campesinos” del polaco Wladyslaw Reymont (1867-1925), reconocido con el Premio
Nobel de Literatura en 1924. En ella el autor, siguiendo el itinerario de las
cuatro estaciones del año, describe con lujo de detalles y con gran sensibilidad
psicológica la vida de los habitantes
del campo en su patria, todas las implicaciones de la vida campesina, la faena
agrícola, el compromiso con la tierra, su espiritualidad, la fiesta de la
cosecha, la recolección de los frutos esperados.
Pero sucede que esta expectativa de fecundidad, de
buenos frutos, se ve truncada por la presencia del mal, del egoísmo, del
desorden de una libertad que se realiza sin referencia trascendente: “Y
esperó que diera uvas pero dio frutos agrios” (Isaías 5: 2). Qué
sentimos cuando nuestras viñas no dan los resultados anhelados, cuando los
suyos son frutos agrios, contradicciones, deslealtades, arrogancias,
injusticias, desamores?
El profeta Isaías acude a este lenguaje para señalar
el desencanto de Dios por las muchas abominaciones que se cometían en el reino
de Judá: “La viña del Señor Todopoderoso es la casa de Israel, son los hombres
de Judá su plantación preferida. El esperó de ellos derecho, y ahí tienen:
asesinatos; esperó justicia y ahí tienen :
lamentos” (Isaías 5: 7).
Cuando miramos la realidad contemporánea qué nos dicen
estas imágenes de la viña decepcionante? Qué decir de la corrupción de
magistrados de nuestra corte suprema de justicia? Qué esperar de las reiteradas
conductas perversas de políticos que saquean sin compasión el tesoro público?
Qué pensar de los excesos de la sociedad de bienestar, enloquecida con el
consumo, ostentando una capacidad adquisitiva que a menudo es obtenida a costa
de los más pobres? Qué nos dicen los permanentes clamores de millones de seres
humanos sumidos en el abandono y en la miseria?
El cuestionamiento severo que hacen los profetas
bíblicos parte de las realidades sociales que se vivían en ese tiempo,
totalmente incompatibles con la voluntad de Dios, con los compromisos
adquiridos en la alianza con Yavé, con la profesión de religiosidad del pueblo
hebreo. Les resultaba indignante el olvido de la fundamentación ética de la
vida, la indolencia de los llamados creyentes, la insensibilidad ante el drama
de huérfanos y viudas.
El discurso
profético era de total pertinencia para su contexto, la mayoría de las veces de
gran severidad. Siempre tuvieron una postura crítica ante las instancias de
poder – responsables de los “frutos agrios” - , en el texto de hoy Isaías se
vale de una vieja canción de amor para acerar su palabra y hacer caer en cuenta
al pueblo de Israel de su inconsistencia y de su rechazo al querer de Dios.
Jesús – en el texto del evangelio de hoy – se vale del
mismo tema de la viña para llamar la atención sobre las problemáticas similares
a las que se vivían en tiempo de Isaías. Los grupos religiosos integristas –
saduceos, fariseos, maestros de la ley – pensaban que la salvación exclusiva de
Israel era la única meta de la historia, lo restante, el sentido de vida de
quienes no eran judíos, la justicia debida a los pobres, la misericordia y la
compasión, los tenían sin cuidado, esto no hacía parte de sus desafíos vitales.
La parábola de los viñadores homicidas integra un bloque compacto del evangelio de Mateo –
los capítulos 21 a 25 – en el que el autor quiere destacar la tensión creciente
entre Jesús y las autoridades judías, preparando el desenlace de su pasión y de
su muerte. El desnuda la intransigencia y cerrazón de los dirigentes del
judaísmo. En esta secuencia se encuentran la expulsión de los vendedores del
templo, la controversia sobre la autoridad de Jesús, el conocido capítulo 23
con su fuerte diatriba en contra de los fariseos, entre otros elementos
centrales, en los que los responsables de la religión judía van acumulando
argumentos para condenarle.
Para Jesús, el reino de Dios está abierto a todos sin
excepción, principalmente a les gentes de buena voluntad, a todos los dedicados
al amor y a la justicia. Para él no pesan las diferencias raciales ni
socioeconómicas ni religiosas, lo que define su interés es el de aquellos que
se disponen a vivir en solidaridad y en fraternidad.
Naturalmente, esto le trajo la malquerencia de los
jefes religiosos y de los observantes. También con sus discípulos tuvo
diferencias de fondo cuando se daba cuenta que su enseñanza sobre el reino no
calaba hondo en ellos, viendo que seguían con sus aspiraciones de poder y con
sus grandes temores ante el sacrificio y la posibilidad de entregar la vida sin
esperar recompensa.
Esos grupos se consideraban los concesionarios
exclusivos de Dios, ellos son los viñadores homicidas: “Finalmente, les envió a su hijo
pensando: a mi hijo lo respetarán. Pero los labradores, al ver al hijo, se
dijeron entre sí: este es el heredero, vamos matémosle y quedémonos con su
herencia. Y agarrándolo lo echaron fuera de la viña y lo mataron”
(Mateo 21: 37-39).
Jesús los desafía abiertamente y, mediante la
comparación con la viña, les muestra que su ortodoxia recalcitrante no conduce
a la salvación. El reino de Dios no es propiedad de ningún grupo en particular,
nadie lo tiene asegurado bajo el título de raza o de pertenencia a una religión
en particular.
El ministerio de Jesús es compromiso con la vida de
todos en igualdad de condiciones: acoger a los excluídos, anuncio de la gran
utopía de Dios que abre horizontes de esperanza a los últimos del mundo. Son
estas las grandes evidencias de la voluntad del Padre que envía a Jesús para
que todos tengan vida en abundancia, los frutos maduros que se esperan de la
viña: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”
(Juan 10: 10).
Las denuncias de Jesús nos indican que el mensajero
del Dios de la vida no puede permitir que el ser humano esté siempre agobiado
por experiencias de muerte: prohibiciones, prácticas religiosas alienantes,
moralismos neuróticos, pobreza, vulneración de sus derechos, decisiones
injustas de gobiernos y sistemas económicos. Jesús quiere que la vida de los
seres humanos sea un testimonio permanente del Dios enamorado de la humanidad,
a la que comunica su inagotable vitalidad: “Pero tú eres indulgente con todas las
cosas, porque son tuyas, Señor amigo de la vida” (Sabiduría 11: 26).
El poema de la viña referido por Isaías tiene lugar en el año 735 a.c., en la dura
confrontación del profeta con sus contemporáneos, cuando se esperaba que Israel
– la viña – diera frutos de justicia y sólo respondió con delitos y
abominaciones. Siglos más tarde – hacia el año 29 d.c. – Jesús confronta con la
misma intensidad a los sacerdotes y miembros del sanedrín, y les dice la
elocuente parábola de los viñadores homicidas. Ellos responden a Jesús diciendo
que ya conocen el poema, siempre presumiendo de su saber religioso, y Jesús les
responde afirmando que hay una diferencia sustancial: esta viña sí da frutos,
el problema reside en que los viñadores los roban.
Qué mensaje nos queda? El amor de Dios se retribuye
con el amor al prójimo, no con el culto externo. El mal estaba en esas
autoridades religiosas que se resistían a la novedad que Jesús les proponía,
sintiendo que su observancia de los ritos y las leyes los justificaba sin
necesidad de convertirse al prójimo sufriente. Ante eso Jesús es fuerte en su
expresión final: “Por eso les digo que se les quitará el reino de Dios para dárselo a un
pueblo que rinda sus frutos” (Mateo 21: 43). Estos hombres confundieron
los derechos de Dios con sus intereses mezquinos, Jesús puso en evidencia esta
incoherencia del templo y de la ley y por eso se hizo acreedor a la condena y a
la muerte en cruz. Es la “suerte” que corren los profetas que no venden su
conciencia……
No hay comentarios:
Publicar un comentario