domingo, 8 de octubre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 8 DE OCTUBRE DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO

“Mi amigo tenía una viña en un fértil otero. La cavó y despedregó, y la plantó de cepa exquisita. Edificó en medio una torre, y excavó en ella un lagar. Y esperó que diese uvas, pero sólo dio agraces”
(Isaías 5: 1-2)
Lecturas:
1.   Isaías 5: 1-5
2.   Salmo 79: 9-20
3.   Filipenses 4: 6-9
4.   Mateo 21: 33-43

La imagen de la viña es hondamente familiar para la mayoría de los pueblos del Cercano Oriente, para ellos es la parcela de tierra cultivada con especial esmero, de allí se deriva el sustento básico de la familia.
Ese patrimonio era la forma de sentirse vinculado a su grupo social y fundamentaba su derecho de ciudadanía, su arraigo en un territorio, determinante de su sentido de identidad: “Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña: mi amigo tenía una viña en fértil terreno. Removió la tierra, la limpió de piedras y plantó buenas cepas; construyó en medio una torre y cavó un lagar” (Isaías 5: 1-2).
Un vínculo así es similar al que tienen nuestros campesinos con sus terrenos cultivables, a los que dedican lo mejor de sus esfuerzos, son su espacio de realización, también el lugar de crecimiento y vida de su familia. Poseer la tierra da significado a todo su proyecto existencial, ámbito de su humanidad. Desde ahí se comprende la ilusión con la que el viñador, el agricultor, se entrega a la faena de disponer el terreno, de sembrar la semilla, de cultivar, de recoger la cosecha, de la que se esperan siempre los mejores resultados.
Qué nos quiere decir Isaías en esta primera lectura de hoy? Cuáles son nuestras viñas? Cuáles los esfuerzos en torno a ellas? Cuáles las expectativas que abrigamos con ellas? Se trata de los lugares de sentido en los que se desarrolla nuestra vida: familia, estudios, trabajo, comunidad, amistades, gran sociedad, iglesia,  donde acontecen nuestras capacidades de creación y de expresión, de trascendencia en los demás, de construcción del bien común, de generación de vínculos de pertenencia a un territorio espiritual, emocional, afectivo.
En esos ámbitos estamos trabajando para maneras de vida significativas, en las que nos jugamos lo más definitivo de nuestra condición humana. A propósito de esto, recordamos la bella novela “Los Campesinos” del polaco Wladyslaw Reymont (1867-1925), reconocido con el Premio Nobel de Literatura en 1924. En ella el autor, siguiendo el itinerario de las cuatro estaciones del año, describe con lujo de detalles y con gran sensibilidad psicológica  la vida de los habitantes del campo en su patria, todas las implicaciones de la vida campesina, la faena agrícola, el compromiso con la tierra, su espiritualidad, la fiesta de la cosecha, la recolección de los frutos esperados.
Pero sucede que esta expectativa de fecundidad, de buenos frutos, se ve truncada por la presencia del mal, del egoísmo, del desorden de una libertad que se realiza sin referencia trascendente: “Y esperó que diera uvas pero dio frutos agrios” (Isaías 5: 2). Qué sentimos cuando nuestras viñas no dan los resultados anhelados, cuando los suyos son frutos agrios, contradicciones, deslealtades, arrogancias, injusticias, desamores?
El profeta Isaías acude a este lenguaje para señalar el desencanto de Dios por las muchas abominaciones que se cometían en el reino de Judá: “La viña del Señor Todopoderoso es la casa de Israel, son los hombres de Judá su plantación preferida. El esperó de ellos derecho, y ahí tienen: asesinatos; esperó justicia y ahí tienen :  lamentos” (Isaías 5: 7).
Cuando miramos la realidad contemporánea qué nos dicen estas imágenes de la viña decepcionante? Qué decir de la corrupción de magistrados de nuestra corte suprema de justicia? Qué esperar de las reiteradas conductas perversas de políticos que saquean sin compasión el tesoro público? Qué pensar de los excesos de la sociedad de bienestar, enloquecida con el consumo, ostentando una capacidad adquisitiva que a menudo es obtenida a costa de los más pobres? Qué nos dicen los permanentes clamores de millones de seres humanos sumidos en el abandono y en la miseria?
El cuestionamiento severo que hacen los profetas bíblicos parte de las realidades sociales que se vivían en ese tiempo, totalmente incompatibles con la voluntad de Dios, con los compromisos adquiridos en la alianza con Yavé, con la profesión de religiosidad del pueblo hebreo. Les resultaba indignante el olvido de la fundamentación ética de la vida, la indolencia de los llamados creyentes, la insensibilidad ante el drama de huérfanos y viudas.
 El discurso profético era de total pertinencia para su contexto, la mayoría de las veces de gran severidad. Siempre tuvieron una postura crítica ante las instancias de poder – responsables de los “frutos agrios” - , en el texto de hoy Isaías se vale de una vieja canción de amor para acerar su palabra y hacer caer en cuenta al pueblo de Israel de su inconsistencia y de su rechazo al querer de Dios.
Jesús – en el texto del evangelio de hoy – se vale del mismo tema de la viña para llamar la atención sobre las problemáticas similares a las que se vivían en tiempo de Isaías. Los grupos religiosos integristas – saduceos, fariseos, maestros de la ley – pensaban que la salvación exclusiva de Israel era la única meta de la historia, lo restante, el sentido de vida de quienes no eran judíos, la justicia debida a los pobres, la misericordia y la compasión, los tenían sin cuidado, esto no hacía parte de sus desafíos vitales.
La parábola de los viñadores homicidas integra  un bloque compacto del evangelio de Mateo – los capítulos 21 a 25 – en el que el autor quiere destacar la tensión creciente entre Jesús y las autoridades judías, preparando el desenlace de su pasión y de su muerte. El desnuda la intransigencia y cerrazón de los dirigentes del judaísmo. En esta secuencia se encuentran la expulsión de los vendedores del templo, la controversia sobre la autoridad de Jesús, el conocido capítulo 23 con su fuerte diatriba en contra de los fariseos, entre otros elementos centrales, en los que los responsables de la religión judía van acumulando argumentos para condenarle.
Para Jesús, el reino de Dios está abierto a todos sin excepción, principalmente a les gentes de buena voluntad, a todos los dedicados al amor y a la justicia. Para él no pesan las diferencias raciales ni socioeconómicas ni religiosas, lo que define su interés es el de aquellos que se disponen a vivir en solidaridad y en fraternidad.
Naturalmente, esto le trajo la malquerencia de los jefes religiosos y de los observantes. También con sus discípulos tuvo diferencias de fondo cuando se daba cuenta que su enseñanza sobre el reino no calaba hondo en ellos, viendo que seguían con sus aspiraciones de poder y con sus grandes temores ante el sacrificio y la posibilidad de entregar la vida sin esperar recompensa.
Esos grupos se consideraban los concesionarios exclusivos de Dios, ellos son los viñadores homicidas: “Finalmente, les envió a su hijo pensando: a mi hijo lo respetarán. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: este es el heredero, vamos matémosle y quedémonos con su herencia. Y agarrándolo lo echaron fuera de la viña y lo mataron” (Mateo 21: 37-39).
Jesús los desafía abiertamente y, mediante la comparación con la viña, les muestra que su ortodoxia recalcitrante no conduce a la salvación. El reino de Dios no es propiedad de ningún grupo en particular, nadie lo tiene asegurado bajo el título de raza o de pertenencia a una religión en particular.
El ministerio de Jesús es compromiso con la vida de todos en igualdad de condiciones: acoger a los excluídos, anuncio de la gran utopía de Dios que abre horizontes de esperanza a los últimos del mundo. Son estas las grandes evidencias de la voluntad del Padre que envía a Jesús para que todos tengan vida en abundancia, los frutos maduros que se esperan de la viña: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10: 10).
Las denuncias de Jesús nos indican que el mensajero del Dios de la vida no puede permitir que el ser humano esté siempre agobiado por experiencias de muerte: prohibiciones, prácticas religiosas alienantes, moralismos neuróticos, pobreza, vulneración de sus derechos, decisiones injustas de gobiernos y sistemas económicos. Jesús quiere que la vida de los seres humanos sea un testimonio permanente del Dios enamorado de la humanidad, a la que comunica su inagotable vitalidad: “Pero tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor amigo de la vida” (Sabiduría 11: 26).
El poema de la viña referido por Isaías tiene  lugar en el año 735 a.c., en la dura confrontación del profeta con sus contemporáneos, cuando se esperaba que Israel – la viña – diera frutos de justicia y sólo respondió con delitos y abominaciones. Siglos más tarde – hacia el año 29 d.c. – Jesús confronta con la misma intensidad a los sacerdotes y miembros del sanedrín, y les dice la elocuente parábola de los viñadores homicidas. Ellos responden a Jesús diciendo que ya conocen el poema, siempre presumiendo de su saber religioso, y Jesús les responde afirmando que hay una diferencia sustancial: esta viña sí da frutos, el problema reside en que los viñadores los roban.

Qué mensaje nos queda? El amor de Dios se retribuye con el amor al prójimo, no con el culto externo. El mal estaba en esas autoridades religiosas que se resistían a la novedad que Jesús les proponía, sintiendo que su observancia de los ritos y las leyes los justificaba sin necesidad de convertirse al prójimo sufriente. Ante eso Jesús es fuerte en su expresión final: “Por eso les digo que se les quitará el reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos” (Mateo 21: 43). Estos hombres confundieron los derechos de Dios con sus intereses mezquinos, Jesús puso en evidencia esta incoherencia del templo y de la ley y por eso se hizo acreedor a la condena y a la muerte en cruz. Es la “suerte” que corren los profetas que no venden su conciencia……

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