“Por
eso, estén vigilantes, porque no saben el día ni la hora”
(Mateo
25: 13)
Lecturas:
- Sabiduría 6: 12-16
- Salmo 62
- 1 Tesalonicenses 4: 13-17
- Mateo 25: 1-13
Estamos
entrando en la recta final del año litúrgico, a lo largo de este
tiempo la Iglesia nos ofrece una continuidad sistemática en los
textos bíblicos que se proponen, especialmente los domingos, día en
que la comunidad cristiana se reúne para celebrar la eucaristía y
acoger la Palabra. El propósito es presentar los diversos momentos
de la vida de Jesús, verificando la coherencia que tienen entre sí,
dando testimonio de los elementos esenciales de la fe cristiana y
ofreciendo a los creyentes un referente sustancial de identidad
teologal y humana para configurar su proyecto de vida.
En
este domingo y en el siguiente se nos plantea el asunto fundamental
de la esperanza, de la vida entendida y vivida en clave de Dios, de
la nueva humanidad que sucede en nosotros gracias a su intervención
decisiva en la persona de Jesús. Se trata de pensar en la finalidad
de la existencia, y también en su final-comienzo, advirtiendo que el
cristianismo original lo asume desde la perspectiva de la esperanza,
no con el sentimiento trágico que ha marcado de modo sombrío ese
final.
A
esto se refiere la parábola de las muchachas necias y prudentes,
unas y otras son paradigmas de cómo se lleva la vida, con
improvisaciones y urgencias desmedidas, sometimientos y esclavitudes,
arrogancias y vanidades , en el caso de las primeras; con sentido de
lo esencial, responsabilidad histórica, apertura a la trascendencia,
projimidad, rectitud existencial, en el caso de las segundas.
Hagamos
el esfuerzo de no incurrir en una interpretación moralista del
mensaje, infundiendo temores y angustias cuando se trata de valorar
la totalidad de la vida, imaginando infiernos y condenaciones , con
todas las angustias que acompañan estos imaginarios. Aquí el final
no se entiende como el agotamiento definitivo de la vida sino como la
realización plena de cada ser humano y de la humanidad entera,
consumación es la bella palabra que se utiliza para designar esta
llegada a la plenitud.
Que
sean las lecturas de estos domingos un acicate para revisar todo
nuestro ser y nuestro quehacer desde esa visión optimista de la
esperanza en un Dios que está empeñado en nuestra felicidad.
Aporte
esencial para este cometido nos proviene de la concepción bíblica
de sabiduría, como lo ofrece la primera lectura, tomada de ese
bello escrito bíblico del mismo nombre: “
La sabiduría resplandece con brillo que no se empaña; los que la
aman, la descubren fácilmente; y los que la buscan, la encuentran;
ella misma se da a conocer a los que la desean. ….Tener la mente
puesta en ella es prudencia consumada”
(Sabiduría 6: 12-13 y 15).
En
la experiencia bíblica el sabio no es el erudito sino el que se ha
dejado tomar por el sentido esencial de la vida que encuentra en Dios
su principio y fundamento, el que tiene la capacidad de ser libre
relativizando realidades como el bienestar material, el dinero, el
poder, el reconocimiento social, los privilegios, y accede a la vida
recta, solidaria, servicial, fraterna, viendo en todo ello la mejor
manera de construír un relato vital cargado de significado teologal,
de trascendencia y de projimidad.
El
tema de esta primera lectura conecta perfectamente con la sensatez de
las cinco muchachas llamadas prudentes por el evangelista, las que
guardaron la provisión suficiente de aceite para aguardar la llegada
del novio:
“En cambio, las previsoras llevaron sus botellas de aceite, además
de sus lámparas. Como el novio tardaba en llegar, les dió sueño a
todas y por fin se durmieron. Cerca de la medianoche se oyó gritar:
Ya viene el novio! Salgan a recibirlo! Todas las muchachas se
levantaron y comenzaron a preparar sus lámparas”
(Mateo 25: 4-7).
Lo
que quiere contrastar Jesús con este ejemplo es el sentido de
previsión, de vida sensata y sabia en oposición a la improvisación,
a la existencia tomada a la ligera, la que no tiene bases sólidas,
espirituales, profundas: “Las
despreocupadas llevaron sus lámparas pero no llevaron aceite para
llenarlas de nuevo”
(Mateo 25: 3). No estamos hablando solamente de los momentos finales
de la vida de un ser humano, cuando las situaciones límite aprietan
y nos ponen en trance definitivo, como una enfermedad grave, una
ruptura emocional, un fracaso rotundo. Se trata de tomar en serio la
totalidad de nuestro relato vital!
La
sabiduría , ya lo dijimos, no es un conjunto de conocimientos
intelectuales, sino una persona a quien se ama, por quien estamos
dispuestos a dar lo mejor de nosotros. En el cristianismo primitivo
esta imagen de la sabiduría se aplicó a Jesús, El es la sabiduría
de Dios, la expresión definitiva en la que el Padre nos comunica su
proyecto de humanidad, de sentido pleno, y nos suministra la gracia
requerida para que, con la respuesta de nuestra libertad, se genere
el proceso de una vida sensata y sabia.
Muchos
creen que la vida se arregla a última hora, después de mucho
desorden y superficialidad, llamando al sacerdote o al pastor, para
que administre la unción de los enfermos, dé la bendición, como
algo mágico que resuelve de buenas a primeras los errores de una
existencia desperdiciada. Ese no es el planteamiento de Jesús,
cuando él dice: “Manténganse
ustedes despiertos, porque no saben ni el día ni la hora”
(Mateo 25: 13), está aludiendo a todo nuestro recorrido existencial
, llamado a ser progresivamente consistente, sabio, abierto a Dios y
al prójimo.
Con
esto la parábola adquiere un sentido nuevo. Cómo podemos estar
preparados? En qué consiste la vigilancia? Recordamos, en este
contexto, la bella película canadiense “Jesús de Montreal”
(1989), en la que un grupo de actores de teatro, contratados por un
sacerdote - lleno de problemas personales - para representar la
pasión de Cristo durante una semana santa, empiezan a vivir en su
realidad individual y grupal aquello que inicialmente sólo tenía un
propósito teatral, este se les volvió vida real y les transformó
toda su perspectiva, sus relatos adquirieron la realidad de la
sabiduría esencial.
El
encuentro con Jesús, las bienaventuranzas asumidas como clave del
proyecto existencial, la referencia al Padre Dios y al prójimo, el
desprendimiento de todo lo accidental, el gozo del servicio y de la
solidaridad, el disfrute de la honestidad, el placer de construír
humanidad digna y comunitaria, la pasión por la justicia, la
conciencia insobornable, el no negociar estos valores sustanciales,
son indispensables para modos de vida previsivos y prudentes, tal
como nos lo propone el Señor en esta parábola. Tal es la
vigilancia cristiana.
El
final de cada persona depende del camino que ella escoja, la muerte y
el tránsito a eso que solemos llamar “más allá” es
consecuencia de la vida – prudente o necia – que cada quien haya
llevado.
Estas
reflexiones son también invitación para revisar con sentido crítico
los modelos de humanidad que se plantean desde la cultura “light”,
llenos de felicidades epidérmicas, de desprecio por la abnegación y
la entrega al prójimo, de búsqueda ansiosa de experiencias llamadas
“fuertes” (paraísos artificiales, consumismo, hedonismo a
ultranza), como lo señala muy bien el psiquiatra Enrique Rojas: “Se
puede decir, llegados a este punto de nuestro recorrido, que el
hombre light es sumamente vulnerable. Al principio tiene un cierto
atractivo, es chispeante y divertido, pero después ofrece su
auténtica imagen; es decir, un ser vacío, hedonista, materialista,
sin ideales, evasivo y contradictorio”
(ROJAS,Enrique. El hombre light: una vida sin valores. Editorial
Temas de Hoy, Madrid 1998, página 86).
Será
muy saludable que nos preguntemos qué tipo de aceite alimenta
nuestras lámparas, cómo trabajamos en el día a día para avivar el
fuego de una vitalidad amorosa y servicial, cómo sabemos ejercer la
libertad para desvincularnos de asuntos egoístas, cómo discurrimos
por la vida con sabiduría y humildad apuntando a lo esencial, a lo
que vale la pena de acuerdo con la invitación que Jesús nos hace a
una existencia proactiva, vigilante, esperanzada.
Pablo,
preocupado por las inquietudes que tenían sus cristianos de
Tesalónica en torno a la suerte de los difuntos y la que creían
inminente venida del Señor, los alienta a la esperanza: “Hermanos,
no queremos que se queden sin saber lo que pasa con los muertos, para
que ustedes no se entristezcan como los otros, los que no tienen
esperanza. Así como creemos que Jesús murió y resucitó , así
también creemos que Dios va a resucitar con Jesús a los que
murieron creyendo en él” (1
Tesalonicenses 4: 13-14).
Todos
a lo largo de la vida desarrollamos grandes ilusiones, nos esforzamos
por realizar proyectos que nos den plenitud, nos comprometemos en el
amor de pareja, en los hijos, en la familia, en procurar el bien de
todos, en una existencia cimentada en valores que consideramos
definitivos para el buen vivir, pero también – inevitable
precariedad – vivimos experiencias dolorosas, rupturas,
limitaciones, con la muerte siempre en el horizonte.
Es
esto último un argumento para el desencanto y para arrastrar una
pesadez fatal? De ninguna manera!
La
fe cristiana, arraigada en el misterio pascual de Jesús, sabiduría
del Padre, nos estimula para una constante tarea de resignificación
igualmente pascual, pasando de las muertes cotidianas y de la
inevitable “hermana Muerte” – como la llamaba San Francisco de
Asís – a una novedad creciente en la que Dios mismo se constituye
en el garante de que nuestra vigilancia no terminará en fracaso sino
en vitalidad inagotable.
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