domingo, 26 de noviembre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 26 DE NOVIEMBRE SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

“Pero lo cierto es que Cristo ha resucitado. El es el primer fruto de la cosecha: ha sido el primero en resucitar” (1 Corintios 15: 20) Lecturas: 1. Ezequiel 34: 11-12 y 15-17 2. Salmo 22 3. 1 Corintios 15: 20-28 4. Mateo 25: 31-46 Vale la pena proponer el contexto histórico y social en el que fue establecida esta fiesta de Cristo Rey, en 1925 por el Papa Pío XI, nos ayuda a profundizar en el sentido evangélico de la realeza del Señor Jesucristo y a superar posibles malentendidos de corte más mundano y triunfalista. En lo que se llama el régimen de cristiandad se aspiraba, por parte de las autoridades de la Iglesia, a que el cristianismo fuera religión oficial en aquellos estados donde la mayoría de su población profesaba esta fe, bien fuera católica u ortodoxa o protestante. La pretensión era con miras al reconocimiento oficial y social del cristianismo, a facilitar su acción evangelizadora, a dar garantías formales para su interacción con el estado y con las otras instituciones de la sociedad, y a reconocerle un privilegio por encima de otras tradiciones religiosas. Durante mucho tiempo el título de Cristo Rey y la referencia al reinado social del Corazón de Jesús, incluyeron esos aspectos en los que especialmente la Iglesia Católica se autoencumbró, olvidando que la práctica de Jesús fue radicalmente distinta, incluso contraria a esta mentalidad. En el caso colombiano, el respaldo católico al partido conservador, el establecimiento del concordato en 1886 entre la Santa Sede y el estado de Colombia, fue la concreción de este ideal de cristiandad, propio de una sociedad y cultura excesivamente homogéneas, y ajenas a la libertad religiosa y al ecumenismo, invocando también para la Iglesia poder y supremacía . Esto de reyes y monarquías es bastante extraño ahora, en nuestros tiempos vivimos sociedades más plurales y democráticas, con gran aprecio de la autonomía, también del diálogo, de la inclusión, del pluralismo civilizado y del libre ejercicio de la fe religiosa sin recurso al respaldo a formalidades institucionales. También el estilo monárquico y principesco es totalmente extraño al proyecto de Jesús, él es rey de otra manera. Cuando en el lenguaje evangélico se habla del “Reino de Dios y su justicia”, categoría que se aplica al mensaje y a la práctica de Jesús, se alude a un orden de vida comunitario, fraternal, igualitario, servicial, austero, solidario, significando que ante Dios – tal como se manifiesta en Jesús – todos los seres humanos somos iguales y poseemos una común dignidad. Jesús lo concreta en las Bienaventuranzas, contenido que expresa los valores prioritarios de su misión, de la comunicación que El hace del Padre Dios, de la acogida equitativa a todas las personas, principalmente a los más pobres y abandonados por la sociedad. El nunca se proclamó rey, lo que hizo fue ponerse al servicio total del Reino, la causa por la que dio su vida. Todo esto es lo que las primeras comunidades cristianas consignaron en los cuatro relatos evangélicos y en todos los escritos del Nuevo Testamento. Jesús se hace presente en la historia de la humanidad para anunciar una Buena Noticia de vida y de salvación, noticia que procede de Dios mismo, por eso Jesús choca con la injusticia sociopolítica y religiosa de su tiempo, y reivindica proféticamente la dignidad del ser humano, preferentemente de los humillados y ofendidos – como reiteradamente lo afirmamos aquí -, viendo en esa humanidad recuperada el genuino reflejo de la gloria de Dios, el mismo creador interviene ahora como salvador, redentor y liberador. Esta salvación apunta a la consumación y plenitud del ser humano cuando pase la frontera de la muerte, pero tiene su significación anticipada en la historia cuando nos esforzamos por ser fieles a Jesús haciendo del talante del reino el modo habitual de nuestros proyectos de vida. Las grandes señales del ministerio de Jesús: curación de los enfermos, perdón de los pecados, ejercicio de la misericordia y de la compasión, confrontación severísima del formalismo religioso de los judíos, indican que con El se instaura una nueva lógica en la relación de Dios con la humanidad, que no es la del sometimiento servil ni la del cumplimiento obsesivo de normas y rituales: “Jesús no llega para imponer su dominio religioso. De hecho, Jesús no pide a los campesinos que cumplan mejor su obligación de pagar los diezmos y primicias, no se dirige a los sacerdotes para que observen con más pureza los sacrificios de expiación en el templo, no anima a los escribas a que hagan cumplir la ley del sábado y demás prescripciones con más fidelidad. El reino de Dios es otra cosa. Lo que le preocupa a Dios es liberar a las gentes de cuanto las deshumaniza y las hace sufrir” (PAGOLA,José Antonio. Jesús: aproximación histórica. Madrid, 2007, página 96). En este contexto entendemos bien el evangelio que se proclama este domingo, que hace parte del capítulo 25 de Mateo, orientado a revisar las grandes intencionalidades de Dios, también las grandes intencionalidades de los humanos, para verificar si estas últimas se inscriben en esa lógica de su reino y de su justicia. El criterio que propone Mateo para evaluar si la vida de alguien se realizó a cabalidad, si se salvó, es el de la solidaridad con los últimos del mundo, y lo hace con una imagen fuerte y contundente: “Señor, cuándo te vimos con hambre o con sed, o como forastero, o falto de ropa, o enfermo o en la cárcel, y no te ayudamos? El Rey les contestará: les aseguro que todo lo que no hicieron por una de estas personas más humildes, tampoco por mí lo hicieron. Esos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mateo 25: 44-46). Esta dramática constatación nos remite a un elemento central en la misión de los profetas del Antiguo Testamento, su confrontación radical de la religión de Israel por la incoherencia entre la solemnidad del culto, la multitud de sacrificios rituales, y la escandalosa injusticia que se cometía con pobres, huérfanos, viudas, extranjeros. El anuncio del reino por parte de Jesús se inserta en esa misma tradición, dejando claro que la verdadera religión tiene su punto central de definición en una vida que es agradable a Dios y, por lo mismo, justa con el prójimo, promotora de su dignidad. Del espíritu del Reino debemos destacar la preocupación de Jesús por la gente, el exquisito cuidado que les prodigaba, la delicadeza en el trato, la escucha paciente de sus cuitas y necesidades, su compromiso con todos. No en vano el evangelio de Juan ha acudido a la figura del Buen Pastor para caracterizar esta manera de proceder del Señor: “Yo soy el buen pastor. Así como mi padre me conoce a mí y yo conozco a mi Padre, así también yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Yo doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil, y también a ellas debo traerlas” (Juan 10: 14-16). Reconocemos en este texto el origen de la expresión de Francisco, el Papa, “pastores con olor a oveja”? La primera lectura de este domingo – del profeta Ezequiel – es un bello antecedente de este contenido: “Yo, el Señor, digo: voy a encargarme del cuidado de mi rebaño. Como el pastor que se preocupa por sus ovejas cuando están dispersas, así me preocuparé yo de mis ovejas; las rescataré de los lugares por donde se dispersaron en un día oscuro y de tormenta….Las llevaré a comer los mejores pastos , en los pastizales de las altas montañas de Israel” (Ezequiel 34: 11-12 y 14). En el oriente antiguo, la imagen habitual para hablar del rey era la del pastor. Simbolizaba la preocupación y el sacrificio por su pueblo, como lo menciona la lectura anterior. En la práctica no siempre fue así, el capítulo 34 de Ezequiel, tomado en su totalidad, habla de los reyes judíos como malos pastores que han abusado de su pueblo, abandonándolo cuando se produjo la caída de Jerusalén y la deportación a Babilonia. El evangelio de Mateo no está centrado en el triunfo de Jesucristo , que lo supone y asume, sino en la conducta que debemos tener para participar en su Reino, el compromiso con los más débiles, participar de la misma misión restauradora de Jesús, afirmar el valor indiscutible del ser humano en perspectiva teologal. Jesucristo, como lo afirmamos en nuestra fe, es la nueva humanidad y es la plenitud de la historia, en El se realiza el modo de ser humano sustancialmente filial , con respecto al Padre, y sustancialmente fraternal, con respecto al prójimo. El ha vencido el poder del pecado, de la injusticia, de la muerte y se constituye en el primogénito de la nueva creación, ese dinamismo de salvación ya se ha empezado a construír en la historia y apunta al mundo definitivo, garantía de nuestra esperanza: “Y cuando todo haya quedado sometido a Cristo, entonces Cristo mismo, que es el Hijo, se someterá a Dios, que es quien sometió a él todas las cosas. Así, Dios será todo en todo” (1 Corintios 15: 28). Cuando las regímenes totalitarios, la economía de mercado, el descuido de la casa común, la manipulación del ser humano por sus semejantes, la injusticia y la exclusión, predominan y siembran desencanto y muerte en el mundo, la afirmación cristiana de la plenitud de Jesucristo, Señor de la Historia, debe verterse en un trabajo apasionado por el ser humano, por la dignidad de la vida, por la justicia, por las mejores y más decisivas razones para vivir en la esperanza: “Después ví un cielo nuevo, y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, y también el mar. Ví la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de la presencia de Dios. Estaba arreglada como una novia vestida para su prometido” (Apocalipsis 21: 1-2).

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