domingo, 8 de abril de 2018

COMUNITAS MATUTINA 8 DE ABRIL DOMINGO II DE PASCUA


“Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con gran poder. Y gozaban todos de gran simpatía”
(Hechos 4: 33)

Lecturas:
1.   Hechos 4: 32-35
2.   Salmo 117
3.   1 Juan 5: 1-6
4.   Juan 20: 19-31
Tras la muerte de Jesús los discípulos experimentan un gran sentimiento de fracaso, el miedo se apodera de ellos, especialmente porque imaginan que, debido a su estrecho vínculo con El, las autoridades judías puedan tomar represalias, hacerlos correr la misma suerte de su maestro: “Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, los discípulos tenían cerradas las puertas del lugar donde se encontraban, pues tenían miedo a los judíos” (Juan 20: 19).
 Un temor así es normal, como el que podemos sentir cuando nos vemos en riesgo, o cuando prevemos consecuencias problemáticas derivadas de actuaciones o palabras nuestras. Junto a esto, no podemos olvidar que este primer grupo de seguidores de Jesús estaba integrado por personas especialmente frágiles, a pesar de su rudeza, de ellos nos hablan su cortedad para captar el proyecto de Jesús en todo su alcance y la cobardía evidenciada en las negaciones de Pedro y en el sueño  irresponsable de algunos cuando El se encontraba en el momento más dramático de su pasión.
Qué sucedió, entonces, con estas personas ahora transformadas por la experiencia de la fe pascual? Cómo calificar esta vivencia y cómo apropiarla para nosotros, los creyentes de todos los tiempos de la historia? Cómo pasar de la derrota a la firme convicción de su presencia vital en medio de cada comunidad de discípulos? Cómo dar cuenta de la Pascua? Porque todo cambia desde el momento en que Jesús se hace presente en medio de ellos, El como punto de convergencia de la comunidad, como referente de Dios, fuente de vida y factor decisivo de unidad y de misión.
Su saludo les recupera la paz perdida: “Entonces se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: la paz con ustedes. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: la paz con ustedes” (Juan 20: 19-21). Sus manos y su costado, pruebas de su pasión y muerte, son ahora las señales de su amor y de su victoria: el Viviente que está en medio de ellos es el mismo Crucificado.
Llamamos la atención sobre esto, la fe en el Resucitado no parte de la visión objetiva de un cadáver reanimado, es una experiencia densa, real con otro nivel de realidad, su consecuencia es la transformación radical de aquellos asustados testigos, en ellos empieza a acontecer la nueva humanidad de Jesús, tienen la certeza de que Dios ha legitimado la misión histórica de su Señor dándole el crédito de la vida definitiva, su proyecto del Reino es plenamente válido para transformar la humanidad, su escala de valores ahora entra en vigencia, ellos son los garantes de que esa intención adquiera eficaz continuidad en la historia.
Entra en juego otro elemento esencial: la comunidad, sólo en ella – comunidad de seguidores de Jesús, Iglesia – se descubre la presencia del Jesús vivo. La comunidad garantiza la fidelidad a El y al Espíritu, ella misma recibe el mandato misional: “Como el Padre me envió, también yo los envío. Dicho esto sopló y les dijo: Reciban el Espíritu Santo, a quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos” (Juan 20: 21-23).
El lenguaje más tradicional sobre estas realidades originales y originantes de nuestra fe no ayuda mucho para captar la radical novedad de vida sucedida  para bien de toda la humanidad.  Nos quedamos hablando de algo pasado, perdido en la noche de los tiempos, nuestro estilo de vida dista de ser resucitado, seguimos inmersos en las rutinas empobrecedoras, en los miedos no confrontados, en las desconfianzas que por su reiteración se tornan sistemáticas, en los inmediatismos producto de tantos afanes por hacer desaforadamente sin el salto cualitativo del ser,  en el ritualismo religioso no respaldado por una espiritualidad liberadora, en el no interrumpir con firmeza la loca carrera de la productividad. Si las cosas son así, estamos muy lejos  de dejarnos saturar por el sentido definitivo de la existencia que se comunica en la Pascua.
Con la referencia “al atardecer de aquel día, el primero de la semana” (Juan 20: 19), el evangelista alude al relato de la creación en Génesis y lo matiza afirmando que en Jesús se da comienzo a la nueva creación, a la nueva humanidad, a la nueva historia, percepción que se da desde la fe. Nunca perdamos de vista que el hecho pascual es, en esencia, una realidad que se comprende en el más radical acto creyente.
Jesús aparece en el centro como vínculo de unidad, la filiación divina y la projimidad están integradas y se implican mutuamente. Una comunidad eclesial no es una entidad de servicios religiosos o de administración eclesiástica, tampoco es depósito de dogmas y de normas disciplinares, ella es una asamblea de discípulos inspirados por el mismo Resucitado, dispuestos a seguir su mismo proyecto de vida, que tiene su raíz en Dios mismo, El es el centro vinculante de esa comunidad que, además, es enviada en misión a comunicar esta Buena Noticia, que Dios está totalmente de parte de la humanidad, que su interés determinante es la plenitud de todos los humanos, histórica y trascendente y que El – Jesús el Cristo – es el referente mediador para lograrla.
En los diversos relatos de las apariciones pascuales la misión es algo fundante, que no es otra cosa que asumir sus mismas opciones, llevar un modo de vida como el de El, dedicarse enteramente al servicio del prójimo reivindicando su dignidad, reflejo del amor de Dios, luchar infatigablemente para que esta dignidad sea afirmada sin ambigüedades, garantizar a todos que la existencia no es absurda ni irremediablemente trágica, siguiendo al pie de la letra aquello de Pedro: “Al contrario, den culto al Señor, Cristo, en su interior, siempre dispuestos a dar respuesta a quien les pida razón de su esperanza” (1 Pedro 3: 15).
El verbo soplar, usado por Juan, el “ruah” de la creación, en hebreo, es el mismo que se emplea en Génesis : “Entonces Yahvé Dios modeló al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente” (Génesis 2: 7). Ahora Jesús, con su aliento pascual, les comunica el Espíritu que da Vida. La condición de ser humano material se hace, gracias a esto, ser humano que vive en el Espíritu. Esa vitalidad es la capacidad de amar como amó Jesús, es la que saca de la opresión, de la oscuridad del egoísmo y lo constituye en varón-mujer, dato inequívoco de la nueva creación.
El Espíritu es el criterio para discernir las actitudes que se derivan de esa vida: la comunidad vivida en serio, la radical projimidad de unos y otros, el trabajo denodado por la justicia y la dignidad, la negativa rotunda a los poderes del mundo, el rechazo total de los ídolos que esclavizan, la pasión amorosa por el ser humano, la capacidad de ir a lo esencial de la vida dejando de lado las ataduras que impiden la libertad, la total configuración con Jesús.
Hechos de los Apóstoles – primera lectura – y 1 Juan – segunda – nos dan claras señales de la Pascua: “La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y un solo espíritu. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo lo tenían en común” (Hechos 5: 32), y “Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a aquel que da el ser amará también al que ha nacido de él. En esto podemos conocer que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos” (1 Juan 5: 1-2).
Vamos a dejarnos modelar por el Espíritu para que, al hablar de amor, no estemos haciendo una alusión genérica, retórica y nada comprometedora. Si estamos en el plan de dejarnos “tomar” por Jesús y por su Pascua, estamos asumiendo que optamos por un modo de vida en comunión y participación, por tomar en serio a cada ser humano, principalmente a los desvalidos a causa  del pecado, acompañándolos en su tarea de resurrección.
 El texto de Hechos nos refiere la comunidad de bienes como una consecuencia pascual, y 1 Juan afirma que el amor a Dios inevitablemente lleva a la seriedad del amor al prójimo.
Ser pastores con olor a oveja, como dice Francisco tan reiteradamente, hacer que la Iglesia se despoje de privilegios y poderes, renunciar a pompas y a lejanías rituales, tornarse Iglesia servidora, genuinamente ministerial, encarnarse en las dramáticas realidades de las víctimas, asumir con tenacidad la dimensión profética, no transigir con las injusticias y afrentas al ser humano, estar dispuestos a correr el riesgo de la cruz, tener la capacidad de responder con profundidad a los interrogantes humanos por el sentido de la vida, son efectos del espíritu pascual.
 Estamos matriculados en esta perspectiva, tenemos la osadía de dejarnos llevar por el Espíritu para que todo esto se haga esperanzadora realidad?  El asunto del Resucitado realmente determina nuestros proyectos de vida?
O, más bien, somos como el incrédulo Tomás, el de la segunda parte del evangelio de hoy, cuya fe se quedó anclada en una figura del pasado y no tuvo la luminosidad para descubrir al Señor en la comunidad de hombres y mujeres transformados y entusiasmados, sus propios compañeros de camino? Tomás no estuvo abierto al testimonio de sus hermanos!
 Aquí la incredulidad no es cuestión empírica, se trata de la visión interiorizada que cada uno tiene, la de Tomás demanda una prueba experimental, no dio el salto cualitativo de la Pascua, no creyó a los suyos, no dio crédito a su comunidad. Sin una experiencia personal, vivida en el seno de la Iglesia, es imposible acceder a esa novedad de vida que nos comunica el Señor. Si no vivimos en la Buena Noticia  , aunque Jesús esté vivo, no hemos resucitado.
Muchos creyentes permanecen detenidos en un pasado de poder institucional, fijados en  fórmulas y estilos que fueron significativos en un tiempo pero que ya perdieron fuerza vinculante, son los nostálgicos del “todo tiempo pasado fue mejor”, los grupos integristas temerosos de la confrontación con los retos de la realidad, los de las liturgias solemnes sin prójimo y sin comunidad, aquellos en quienes lo jurídico sofoca el carisma, esto es lastre de la Iglesia, es cerrazón al Señor Resucitado.
También son incredulidades todo lo que sea primacía de intereses egoístas en contra de los comunitarios, seudofelicidad individualista, consumismo, seducción por el vano honor del mundo,  soberbia religioso-moral, incapacidad para sintonizar con la realidad histórica, vidas sin compromiso.
Pero, a pesar de todo eso, Jesús está siempre ahí ofreciéndonos su alternativa, proponiéndonos vivir en clave de Pascua, invitándonos a la libertad, dotándonos de su novedad resucitada, lanzándonos a construír una historia de solidaridad, de referencia total al Padre Dios y al prójimo hermano, crucificando mezquindades y resucitando a su reino y a su justicia.

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