“Yo soy
el buen pastor; conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí; del mismo
modo, el Padre me conoce y yo conozco a mi Padre, y doy mi vida por las ovejas”
(Juan 10: 14-15)
Lecturas:
1.
Hechos 4: 8-12
2.
Salmo 117
3.
1 Juan 3: 1-2
4.
Juan 10: 11-18
El texto del evangelio de este domingo tiene su
contexto en la polémica sostenida entre Jesús y los fariseos, luego de la
curación del ciego de nacimiento, contenida en el capítulo 9 de Juan, cuando esos
hombres religiosos se escandalizaron, como solían hacerlo, cuando les llevaron
al hombre con su vista recuperada: “Algunos fariseos comentaban: Este hombre
no viene de Dios, porque no guarda el sábado. Otros decían: pero cómo puede un
pecador realizar semejantes signos? Y había disensión entre ellos” (Juan
9: 16-17), luego cuando se dirigen a los padres del invidente para comprobar si
lo era de nacimiento, estos se
atemorizan y no dan el testimonio pedido porque: “Sus padres decían esto por miedo
a los judíos, pues estos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno lo
reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga” (Juan 9: 22).
Los maestros de la ley y los fariseos, bien conocidos porque
continuamente nos referimos a su postura religiosa de rigorismo legalista y de
soberbia por sentirse los perfectos observantes de la ley judía, siempre están
a la caza de pecadores, muy lejanos de la misericordia y de la compasión, sin
comprometerse en una sincera conversión del corazón a Dios y al prójimo, y con
el deseo de perseguir y excluír a quien no procede como ellos. Ese mismo modelo
se repite en los fundamentalistas religiosos de nuestro tiempo.
Por eso, en el
ambiente de sospecha de ellos hacia
Jesús, este hace su reflexión – puesta en boca suya por el evangelista Juan y
por la comunidad en la que se origina este evangelio – para salir al paso de su
escándalo; con máxima severidad les
responde al final del capítulo: “Para un juicio he venido a este mundo: para
que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos. Algunos fariseos
que estaban con él oyeron esto y le dijeron: Es que también nosotros somos
ciegos? Jesús les respondió: Si fueran ciegos, no tendrían pecado; pero como
dicen que ven, su pecado sigue en ustedes” (Juan 9: 39-41). Les
recomendamos leer completo el capítulo 9 de Juan para enterarse bien del
contexto y poder así apropiar mejor la reflexión que tradicionalmente llamamos
del buen pastor.
Jesús alude fuertemente a los fariseos: “Yo
soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el
asalariado, que no es pastor, que no es propietario de las ovejas, las abandona
y huye, cuando ve venir al lobo; y el lobo hace presa en ellas y las dispersa.
Como es asalariado no le importan nada las ovejas” (Juan 10: 11-13), confrontación extremadamente rigurosa!
Lo que dice Jesús a estos fariseos es una denuncia en
toda regla, más allá de la anécdota puntual , es una nueva manifestación de su
parte para poner en tela de juicio la lógica religiosa del judaísmo, que se
pretende superior por su fijación obsesiva en el aspecto de los ritos y de las
minuciosas observancias jurídicas, en las que se cifra el mérito del ser humano
ante Dios, sin mirar en lo más mínimo la dimensión de su espiritualidad y sus
implicaciones en la conducta cotidiana, especialmente en lo referente al
prójimo y, más exactamente, al prójimo humillado y escarnecido por la
injusticia de sus semejantes. No traen la buena noticia de Dios, son
mercenarios que imponen cargas desbordantes de injusticia!
Queda claro también que todo poder – en este caso el
religioso – que no se pone al servicio del pueblo , es contrario a Dios. Es el
asunto clave que plantea la reflexión del buen pastor, que piadosamente en los
medios católicos se asigna solamente a los obispos y a los sacerdotes. No es
estrictamente así, lo que está proponiendo Jesús es una manera de ser y de
vivir que se extiende, sin excepción, a todo el que aspire a seguir su camino,
para marcar un contraste con aquellos que sólo se interesan por sí mismos, por
sus tinglados legales, por sus ambiciones de poder y de dinero, por sus egos y sus privilegios, por sus deseos
desordenados de dominar y oprimir a quienes no tienen sus posibilidades. A
estos es a quienes Jesús llama con fuerza profética “asalariados y
mercenarios”, palabras fortísimas que contienen un juicio a tales maneras de ser y de proceder.
Este evangelio fue escrito setenta años después de la
muerte de Jesús y nos cuenta lo que ese grupo de primeros cristianos pensaban
de él. Ellos se sentían dirigidos por él, a su proyecto ofrecían sus vidas, y
por eso estaban comprometidos en seguir sus directrices. En el Antiguo
Testamento el título de pastor se asignaba a Dios o a los dirigentes; en el
tiempo de Jesús, el pastor era el dueño de un pequeño rebaño, a las que cuidaba
como si fueran miembros de su familia, cobijándolas bajo el mismo techo, dando
a cada una un nombre propio. De ellas dependía el sustento familiar. El
lenguaje alegórico es de una sabiduría extraordinaria, el maestro les habla en
el lenguaje de su cotidianidad y lo lleva a los asuntos cruciales del reino de
Dios y su justicia.
El pastor modelo está en contraposición con el
mercenario. Estos últimos abundan en todos los tiempos de la historia, los poderosos
que se dedican a gobernar con injusticia, a perseguir y a violentar, a imponer
cargas superiores a las posibilidades de la gente, a absolutizarse y sentirse
indispensables para tal país o entidad o grupo humano (“cizaña” les llamó el
pasado viernes santo el Arzobispo de Bogotá, Cardenal Rubén Salazar), hay
tantos Hitler y Stalin, tantos Trump y Bush, tantos Pinochet y Somozas, Maduros
y pretendidos mesías, desafortunadamente seguidos por masas alucinadas y
alienadas. También caben aquí los
líderes religiosos que, fanatizados por su absolutismo y deseo de manipular
conciencias, inculcan convicciones que son incompatibles con la Buena Noticia
de Jesús.
El ser humano nuevo, pascual, resucitado, que surge
del proyecto de Jesús, es diametralmente opuesto a esto: “Yo soy el buen pastor, conozco
a mis ovejas y las mías me conocen a mí; del mismo modo, el Padre me conoce y
yo conozco a mi Padre, y doy mi vida por las ovejas” (Juan 10: 14-15),
es una afirmación evangélica esencial que nos invita a romper con las
ambiciones desmedidas de poder y de bienestar material, a deshacernos del ego
ensimismado, a renunciar a todo afán de oprimir y explotar para acceder al
nuevo modo de ser, porque toda la vida,
todo cuidado, toda responsabilidad, debe
ser orientado a las ovejas que se nos
confían. Así es la pastoralidad que
surge del evangelio, implicándonos a todos los que nos dejamos seducir por
la oferta de Jesús.
En este orden de cosas, es bueno referirnos al
excesivo culto a la personalidad de obispos y sacerdotes que, en muchos medios
católicos se tiene por estas figuras. Tienen demasiado poder, se sienten el
centro de la Iglesia, subestiman a los laicos, las decisiones se concentran
sólo en ellos, es un modelo clerical y centralista que no se compadece ni con
el evangelio ni con los lineamientos de renovación determinados por el Concilio
Vaticano II y por la legítima sensibilidad de autonomía y de madurez que nos
ofrece la cultura contemporánea, con el respaldo de muchos desarrollos de las
ciencias humanas y sociales.
La Iglesia
es comunidad, una en la fe en el mismo
Dios, centrada en la persona del Señor Jesucristo, asumidos por un solo
bautismo, diversa en carismas y ministerios, y referida toda a la comunión y a
la participación del cuerpo eclesial, en el proyecto original evangélico no
caben clases superiores e inferiores, el modelo clerical no tiene su origen en
las intenciones de Jesús sino en las deformaciones surgidas del poder. Todo
cristiano está llamado a ser un buen pastor para la humanidad entera!
Cuando el papa Francisco dice que la Iglesia debe
dejar de ser autorreferencial, que los pastores deben tener olor a oveja,
cuando alude críticamente a posturas de
condenación y excomunión, cuando con dolor habla de seres humanos descartados
por un sistema económico – el capitalismo neoliberal – claramente perverso y
excluyente, cuando propone aperturas pastorales con los divorciados vueltos a
casar, cuando nos alerta por posturas homofóbicas, está tomando en serio el
pastoreo de Jesús y recupera esa originalidad evangélica: “También tengo otras ovejas , que
no son de este redil; también a esas debo conducir: escucharán mi voz y habrá
un solo rebaño, bajo un solo pastor” (Juan 10: 16).
La idea original de este texto evangélico es la de dar
la vida por las ovejas. Es una interpretación de la vida de Jesús como servicio
a toda la humanidad. Así lo comprendieron y vivieron esos primeros discípulos
cristianos. También es conveniente recordar que no se trata de pastores con
dulzura ingenua, sino con el vigor suficiente para dar lo mejor de sí mismos a
favor de las ovejas, hasta la donación cruenta de la vida, si es el caso. Les
sugerimos pensar con seriedad en ese número, grande también en calidad, de los
líderes sociales que, empeñados en llevar adelante este proceso de paz, no
ahorran esfuerzos para trabajar por la reivindicación de las víctimas, por la
restitución de tierras, por la recuperación de los derechos arrebatados por los
violentos, por los políticos, por los terratenientes, estos sí asalariados y
mercenarios. Estos siniestros señores de la muerte los persiguen y los
asesinan, porque no soportan la insobornable limpieza y justicia de sus vidas!
En esta lógica cabemos todos, los esposos, las mujeres
luchadoras que llevan adelante familias y proyectos comunitarios, los ancianos
sabios y experimentados, la juventud con sus ideales a flor de piel, los
maestros y los académicos, los líderes sociales, los obispos y los presbíteros,
el papa, las religiosas, los que se dedican al servicio de los pobres, los que
transmiten la formación en la fe, los artistas, los emprendedores. todos somos
una comunidad pastoral, en la que no hay ni primeros ni últimos, todos en igualdad de condiciones
alineándonos con el proyecto original de Jesús, el paradigma de pastor que va a
la cruz por las ovejas de todos los tiempos de la historia.
Desvivirse significa mostrar incesante y vivo interés,
solicitud y amor por las personas, según lo define el diccionario de la Real
Academia de la Lengua Española. Es exactamente lo que queremos decir de Jesús.
La entrega de la vida física es la manifestación total de su continua entrega
durante su vida. Quien no ama hasta dar la vida no es auténtico pastor. El
máximo don de sí es la comunicación plena de lo que se es. Se trata de que su
vida, plena de Dios, puesta al servicio de todos, prenda y se desarrolle en los
demás. Seguir este dinamismo del buen pastor significa que todos mantengamos
vigente esta originalidad del desvivirse por el prójimo. Este dar la vida
empalma con el espíritu de Pascua porque esta es el don que Jesús hace de la
vida de Dios para todos. El, el modelo de pastor, demuestra que es el verdadero
porque ofrece toda su vida por sus ovejas. Ante su auditorio de líderes judíos,
que lo odian e intentan matarlo, Jesús afirma que es precisamente su prontitud
para desafiar la muerte lo que hace manifestarse en él el amor del Padre.
Jesús afirma su absoluta libertad en su entrega. Nadie
puede quitarle la vida, él la da por propia iniciativa. Indica así que, aunque
las circunstancias históricas sean las que van a llevarlo a la muerte cruenta,
eso puede suceder porque él ha hecho su opción de guiar ese amor hasta las
últimas consecuencias. Un seguidor suyo, excepcional y bien conocido, el Beato
Romero de América, dijo, en esta perspectiva: “Si me matan, resucitaré en el
pueblo salvadoreño”. Jesús es libre para dar la vida por amor a las
ovejas, Romero y los muchos testigos de la fe en la historia cristiana, lo son en igual
medida. Y este testimonio es también invitación para que hagamos exactamente lo
mismo, libertad y amor hasta lo definitivo.
Las palabras testimoniales de Pedro, en la segunda
lectura de hoy, resuenan con especial actualidad, retándonos para que todos nos involucremos en el proyecto de ser
testigos pascuales: “El es la piedra que ustedes, los constructores, han despreciado y que
se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre
dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hechos 4:
11-12).
Ser testigos de estos acontecimientos decisivos es
vivir como el pastor que se desvive por sus ovejas!
No hay comentarios:
Publicar un comentario