“Verdaderamente
comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que le es grata cualquier
persona que le ama y practica la justicia, sea de la nación que sea”
(Hechos 10: 34)
Lecturas:
1.
Hechos 10: 25-48 (se recomienda leer todo el capítulo
desde el comienzo para captar la historia del centurión Cornelio)
2.
Salmo 97
3.
1 Juan 4: 7-10
4.
Juan 15: 9-17
En la primera lectura de este domingo – Hechos de los
Apóstoles – se relata un episodio famoso del cristianismo primitivo, la visita de Pedro al centurión Cornelio, el
hecho refleja simbólicamente un momento de alta significación en el naciente
movimiento de Jesús, es su transformación en una comunidad abierta, universal,
totalmente incluyente, saliendo del exclusivismo judío, de su condición de
religión propia de una etnia para hacerse comunidad que acoge a todos los seres
humanos, “sean de la nación que sean”, de los que es símbolo este pagano
llamado Cornelio.
Recordamos que el judaísmo de aquellos tiempos se
sentía casado de modo indisoluble con la raza y con la cultura del mundo
israelita, se tenían por los únicos elegidos de Dios, y miraban por encima del
hombro a quienes, según ellos, no eran acreedores al beneficio de esa elección,
para ellos eran los gentiles, los paganos, que no tenían derecho al favor de
Dios. Eso constituye el fuerte elitismo judío, étnico-religioso, postura en la
que eran verdaderamente intransigentes y cerrados. Para comprender mejor todo
el contexto les recomendamos leer el capítulo 10 desde el comienzo.
El asunto del amor de Dios, mensaje central del
evangelio de Juan que proclamamos este domingo, no se anda con rodeos, la
acogida es para todos sin excepción,
Dios en la propuesta de Jesús no establece límites, rompe proféticamente con
ese mundo cerrado, receloso , lleno de prejuicios, y hace evidente que tal
novedad debe estar dispuesta a incluír a
todo ser humano, haciendo explícita la intención salvífica universal de Dios. A
esto vamos con el relato en el que Pedro visita a Cornelio en su propia casa.
Pedro, un judío conmovido por Jesús, y Cornelio, un
“gentil”, hombre de estupenda voluntad, generoso y acogedor. Son dos universos,
culturalmente distintos, pero humanamente iguales en su dignidad y en su valor
espiritual.
Ni Pedro ni sus compañeros se llamaban todavía
cristianos, eran judíos profundamente conmovidos por la experiencia de Jesús.
Seguían cumpliendo con toda la preceptiva jurídica y ritual de su religión de
origen, una de estas era la de no mezclarse con los extraños, con los paganos.
Eran leyes para
ellos sagradas, normalmente observadas por todos, cuyo incumplimiento implicaba
la declaración de impureza, como sanción, con la consiguiente exigencia de
someterse a todas las prácticas de purificación para salir del estado anormal
causado por el contacto con el extranjero: ”Cuando
Pedro entraba, salió Cornelio a su encuentro y cayó postrado a sus pies.
Pedro lo levantó y le dijo: : levántate, que también yo soy un hombre. Mientras
conversaba con él, entró y encontró a muchos reunidos. Pedro les dijo: ya saben
ustedes que un judío tiene prohibido juntarse con un extranjero o entrar en su
casa, pero Dios me ha hecho ver que no hay que llamar profano o impuro a ningún
hombre” (Hechos 10: 25-28).
Pedro da varios saltos adelante, en coherencia con lo
que ha visto en Jesús. Deja de considerar impuro o profano a ningún ser humano,
contraviniendo su propia ley religiosa; cae en la cuenta de que de Dios no
proviene ningún mandato para clasificar si son judíos o gentiles, aceptando a
unos y rechazando a otros, en Pedro se está dando de modo patente el aspecto
revolucionario del amor, del que Jesús es el máximo testigo, determinando un
elemento esencial del nuevo proyecto de vida que surge como consecuencia de la
experiencia pascual.
Todos los seres
humanos tenemos igual valor ante Dios, no hay categorías ni determinaciones
jerárquicas, ni superioridades ni inferioridades, este es el ideal que plantea
la Buena Noticia de Jesús! Esta conciencia es la que mueve a Pedro a decir: “Verdaderamente
comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que le es grata cualquier persona que le ama y practica
la justicia, sea de la nación que sea” (Hechos 10: 34-35).
La nueva conciencia de Pedro a partir de su
experiencia de Dios y de su encuentro con un hombre justo como Cornelio – hecho
ecuménico, dialogante - nos mueve a
pensar en lo contrario, en tantas
exclusiones e injusticias que hemos cometido asignando a Dios la
“responsabilidad” de ese exclusivismo, cuando es una deplorable decisión del
pecado nuestro. Los seres humanos, con lamentables etiquetas religiosas, nos
hemos inventado mundos de santos salvados y de pecadores condenados, hemos
diseñado imaginarios violentos y con claro carácter de segregación, un proceder
como este ha permeado ámbitos sociales y religiosos, hemos excluído de la mesa
de la vida a muchas personas, con pretendidos argumentos morales, teológicos,
jurídicos, étnicos, religiosos. Grave pecaminosidad que ha causado infinitas amarguras y
frustraciones, grandes sufrimientos, y también escándalos inocultables.
Debemos afirmar
con humildad que hemos ido en contravía del Padre Dios y de la originalidad de
Jesús. Conductas como estas no son ni humanas ni cristianas. La grata actitud
de Pedro y de Cornelio nos habla de otro paradigma, el de la mesa compartida,
el de la dignidad fundamental de todos los humanos, el de la inclusión y la
fraternidad , como elementos esenciales de la comunidad de los que siguen a
Jesús.
Así, el evangelio y la segunda lectura nos hablan de
la iniciativa amorosa de Dios y de la invitación que El nos hace: “Como
el Padre me amó, yo también los he amado; permanezcan en mi amor. Si guardan
mis mandamientos, permanecerán en mi amor; como yo he guardado los mandamientos
de mi Padre y permanezco en su amor” (Juan 15: 9-10).
Vale la pena que, al orar y discernir a partir de
estos textos, no caigamos en los lugares comunes referentes al amor de Dios y
en las consideraciones piadosas e individualistas que se asignan al mismo. Como
Pedro, tenemos que dejarnos conmover de raíz y dejar que Jesús revolucione
nuestras categorías elitistas y excluyentes, que indudablemente las tenemos
aunque presumamos de igualitarios y fraternales!
En todas partes se habla del amor, en la literatura,
en el cine, en los estereotipos sociales, en los medios de comunicación, en la
cantidad de consumos culturales que saturan todos los espacios de la sociedad,
pero no se asume con claridad revolucionaria lo que esto demanda para el ser
humano. Con tanta retórica, demasiado dulzarrona por cierto, no miramos a la
legión de seres humanos caídos y condenados por causa de nuestros mapas
mentales excluyentes, aunque vayamos muy piadosos a recibir la comunión y a
decir que todos somos hermanos.
El amor en sentido cristiano no es sinónimo de amor
“rosado”, sensual, de gratificaciones individuales, de caricias afectivas para
calmar la conciencia, de sensiblerías baratas e incapaces de transformar la
humanidad. Este mismo texto evangélico lo dice de modo contundente: “Nadie
tiene mayor amor que el que da la vida por las personas que ama” (Juan
15: 13), y “Este es mi mandamiento, que se amen los unos a los otros como yo los
he amado” (Juan 15: 12).
Jesús, con la donación plenamente amorosa de todo su
ser, no está buscando “ganar puntos”, ni
ser aplaudido, ni volverse famoso, ni experimentar lo que llamamos buena
conciencia.
Lo suyo nace de
Dios mismo, la iniciativa teologal es dar todo para que la humanidad sea
bienaventurada, para que salga de las ignominias de la exclusión y del
desconocimiento de su dignidad, por eso Jesús es el relato máximo de Dios, en
el que renuncia a todo bienestar, a todo privilegio, incluso el de la
conservación de su propia vida, para que el ser humano se vea asumido por la
incondicionalidad de este amor, y gane en esperanza y en sentido definitivo de
la existencia. Es iniciativa gratuita del Padre, El es el que nos toma la delantera, no hay mérito
alguno de nuestra parte!
Por eso el cristianismo no puede ser una religión de
medianías, de caridades ocasionales, de prácticas cultuales y piadosas, de
beaterías egoístas, de rezos desconectados de la historia y de los dramas de la
humanidad. Estamos llamados a “permanecer” en un amor fundante y fundamental: “Queridos,
amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido
de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó
entre nosotros el amor de Dios; en que Dios envió al mundo a su hijo único,
para que vivamos por medio de él” (1 Juan 4: 7-9).
Cada vez que conocemos la historia de alguien que se
despoja de sí mismo, de sus comodidades e intereses, para darse todo a su
prójimo, para proteger su dignidad y denunciar lo que la desconoce, que no
contempla límites para la entrega, que hace de su vida un relato de este amor
radical y transformador, estamos asistiendo a una actualización de la iniciativa gratuita que Dios nos explicita en
el relato de Jesús.
El amor no es
dar limosnas de cuando en cuando para tranquilizar la conciencia
momentáneamente, este es pedido divino para que estemos siempre construyendo humanidad,
reconociendo el valor de todo ser humano, como hizo el judío Pedro con el
pagano Cornelio, significando que el camino genuino de liberación y de
salvación tiene su esencia en un mundo en el que las dinámicas revolucionarias
de la solidaridad, de la efectiva fraternidad, le estén ganando la partida a
los egoísmos estructurales de la economía perversa que excluye y roba el pan a
millones de seres humanos.
El asunto clave de esta apuesta nace de “permanecer en Dios”, según la reiterada
expresión del evangelio de Juan.
La conciencia de ser asumidos por un amor
desbordante y gratuito, ha de acompañar todos los pasos de nuestra vida, para
que nunca nos sintamos superiores a nadie, para que sepamos reconocer en cada
persona un lenguaje de ese misterio de dignidad y de llamada a la plenitud,
para que no permitamos que nuestra libertad sea secuestrada por ideologías
clasistas y por religiosidades excluyentes.
“Lo que les mando es que se amen los unos a los otros”
(Juan 15: 17), es lo que esclareció la mente y el corazón de Pedro para
reconocer en Cornelio un prójimo universal, marcando la pauta cristiana de que
todo ser humano, por el simple hecho de serlo, es poseedor de un valor
esencial, inherente. Aquí reside la clave del proyecto de Jesús, esta es la voluntad
original de Dios!
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