domingo, 6 de mayo de 2018

COMUNITAS MATUTINA 6 DE MAYO DOMINGO VI DE PASCUA


“Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que le es grata cualquier persona que le ama y practica la justicia, sea de la nación que sea”
(Hechos 10: 34)

Lecturas:
1.   Hechos 10: 25-48 (se recomienda leer todo el capítulo desde el comienzo para captar la historia del centurión Cornelio)
2.   Salmo 97
3.   1 Juan 4: 7-10
4.   Juan 15: 9-17
En la primera lectura de este domingo – Hechos de los Apóstoles – se relata un episodio famoso del cristianismo primitivo,  la visita de Pedro al centurión Cornelio, el hecho refleja simbólicamente un momento de alta significación en el naciente movimiento de Jesús, es su transformación en una comunidad abierta, universal, totalmente incluyente, saliendo del exclusivismo judío, de su condición de religión propia de una etnia para hacerse comunidad que acoge a todos los seres humanos, “sean de la nación que sean”, de los que es símbolo este pagano llamado Cornelio.
Recordamos que el judaísmo de aquellos tiempos se sentía casado de modo indisoluble con la raza y con la cultura del mundo israelita, se tenían por los únicos elegidos de Dios, y miraban por encima del hombro a quienes, según ellos, no eran acreedores al beneficio de esa elección, para ellos eran los gentiles, los paganos, que no tenían derecho al favor de Dios. Eso constituye el fuerte elitismo judío, étnico-religioso, postura en la que eran verdaderamente intransigentes y cerrados. Para comprender mejor todo el contexto les recomendamos leer el capítulo 10 desde el comienzo.
El asunto del amor de Dios, mensaje central del evangelio de Juan que proclamamos este domingo, no se anda con rodeos, la acogida es  para todos sin excepción, Dios en la propuesta de Jesús no establece límites, rompe proféticamente con ese mundo cerrado, receloso , lleno de prejuicios, y hace evidente que tal novedad  debe estar dispuesta a incluír a todo ser humano, haciendo explícita la intención salvífica universal de Dios. A esto vamos con el relato en el que Pedro visita a Cornelio en su propia casa.
Pedro, un judío conmovido por Jesús, y Cornelio, un “gentil”, hombre de estupenda voluntad, generoso y acogedor. Son dos universos, culturalmente distintos, pero humanamente iguales en su dignidad y en su valor espiritual.
Ni Pedro ni sus compañeros se llamaban todavía cristianos, eran judíos profundamente conmovidos por la experiencia de Jesús. Seguían cumpliendo con toda la preceptiva jurídica y ritual de su religión de origen, una de estas era la de no mezclarse con los extraños, con los paganos.
 Eran leyes para ellos sagradas, normalmente observadas por todos, cuyo incumplimiento implicaba la declaración de impureza, como sanción, con la consiguiente exigencia de someterse a todas las prácticas de purificación para salir del estado anormal causado por el contacto con el extranjero: ”Cuando  Pedro entraba, salió Cornelio a su encuentro y cayó postrado a sus pies. Pedro lo levantó y le dijo: : levántate, que también yo soy un hombre. Mientras conversaba con él, entró y encontró a muchos reunidos. Pedro les dijo: ya saben ustedes que un judío tiene prohibido juntarse con un extranjero o entrar en su casa, pero Dios me ha hecho ver que no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre” (Hechos 10: 25-28).
Pedro da varios saltos adelante, en coherencia con lo que ha visto en Jesús. Deja de considerar impuro o profano a ningún ser humano, contraviniendo su propia ley religiosa; cae en la cuenta de que de Dios no proviene ningún mandato para clasificar si son judíos o gentiles, aceptando a unos y rechazando a otros, en Pedro se está dando de modo patente el aspecto revolucionario del amor, del que Jesús es el máximo testigo, determinando un elemento esencial del nuevo proyecto de vida que surge como consecuencia de la experiencia pascual.
 Todos los seres humanos tenemos igual valor ante Dios, no hay categorías ni determinaciones jerárquicas, ni superioridades ni inferioridades, este es el ideal que plantea la Buena Noticia de Jesús! Esta conciencia es la que mueve a Pedro a decir: “Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que le es  grata cualquier persona que le ama y practica la justicia, sea de la nación que sea” (Hechos 10: 34-35).
La nueva conciencia de Pedro a partir de su experiencia de Dios y de su encuentro con un hombre justo como Cornelio – hecho ecuménico, dialogante -  nos mueve a pensar en lo contrario, en  tantas exclusiones e injusticias que hemos cometido asignando a Dios la “responsabilidad” de ese exclusivismo, cuando es una deplorable decisión del pecado nuestro. Los seres humanos, con lamentables etiquetas religiosas, nos hemos inventado mundos de santos salvados y de pecadores condenados, hemos diseñado imaginarios violentos y con claro carácter de segregación, un proceder como este ha permeado ámbitos sociales y religiosos, hemos excluído de la mesa de la vida a muchas personas, con pretendidos argumentos morales, teológicos, jurídicos, étnicos, religiosos. Grave pecaminosidad que  ha causado infinitas amarguras y frustraciones, grandes sufrimientos, y también escándalos inocultables.
 Debemos afirmar con humildad que hemos ido en contravía del Padre Dios y de la originalidad de Jesús. Conductas como estas no son ni humanas ni cristianas. La grata actitud de Pedro y de Cornelio nos habla de otro paradigma, el de la mesa compartida, el de la dignidad fundamental de todos los humanos, el de la inclusión y la fraternidad , como elementos esenciales de la comunidad de los que siguen a Jesús.
Así, el evangelio y la segunda lectura nos hablan de la iniciativa amorosa de Dios y de la invitación que El nos hace: “Como el Padre me amó, yo también los he amado; permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor; como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Juan 15: 9-10).
Vale la pena que, al orar y discernir a partir de estos textos, no caigamos en los lugares comunes referentes al amor de Dios y en las consideraciones piadosas e individualistas que se asignan al mismo. Como Pedro, tenemos que dejarnos conmover de raíz y dejar que Jesús revolucione nuestras categorías elitistas y excluyentes, que indudablemente las tenemos aunque presumamos de igualitarios y fraternales!
En todas partes se habla del amor, en la literatura, en el cine, en los estereotipos sociales, en los medios de comunicación, en la cantidad de consumos culturales que saturan todos los espacios de la sociedad, pero no se asume con claridad revolucionaria lo que esto demanda para el ser humano. Con tanta retórica, demasiado dulzarrona por cierto, no miramos a la legión de seres humanos caídos y condenados por causa de nuestros mapas mentales excluyentes, aunque vayamos muy piadosos a recibir la comunión y a decir que todos somos hermanos.
El amor en sentido cristiano no es sinónimo de amor “rosado”, sensual, de gratificaciones individuales, de caricias afectivas para calmar la conciencia, de sensiblerías baratas e incapaces de transformar la humanidad. Este mismo texto evangélico lo dice de modo contundente: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por las personas que ama” (Juan 15: 13), y “Este es mi mandamiento, que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (Juan 15: 12).
Jesús, con la donación plenamente amorosa de todo su ser, no está buscando “ganar puntos”, ni  ser aplaudido, ni volverse famoso, ni experimentar lo que llamamos buena conciencia.
 Lo suyo nace de Dios mismo, la iniciativa teologal es dar todo para que la humanidad sea bienaventurada, para que salga de las ignominias de la exclusión y del desconocimiento de su dignidad, por eso Jesús es el relato máximo de Dios, en el que renuncia a todo bienestar, a todo privilegio, incluso el de la conservación de su propia vida, para que el ser humano se vea asumido por la incondicionalidad de este amor, y gane en esperanza y en sentido definitivo de la existencia. Es iniciativa gratuita del Padre, El es el  que nos toma la delantera, no hay mérito alguno de nuestra parte!
Por eso el cristianismo no puede ser una religión de medianías, de caridades ocasionales, de prácticas cultuales y piadosas, de beaterías egoístas, de rezos desconectados de la historia y de los dramas de la humanidad. Estamos llamados a “permanecer” en un amor fundante y fundamental: “Queridos, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios,  porque Dios es amor. En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios; en que Dios envió al mundo a su hijo único, para que vivamos por medio de él” (1 Juan 4: 7-9).
Cada vez que conocemos la historia de alguien que se despoja de sí mismo, de sus comodidades e intereses, para darse todo a su prójimo, para proteger su dignidad y denunciar lo que la desconoce, que no contempla límites para la entrega, que hace de su vida un relato de este amor radical y transformador, estamos asistiendo a una actualización de la  iniciativa gratuita que Dios nos explicita en el relato de Jesús.
 El amor no es dar limosnas de cuando en cuando para tranquilizar la conciencia momentáneamente, este es pedido divino para que estemos siempre construyendo humanidad, reconociendo el valor de todo ser humano, como hizo el judío Pedro con el pagano Cornelio, significando que el camino genuino de liberación y de salvación tiene su esencia en un mundo en el que las dinámicas revolucionarias de la solidaridad, de la efectiva fraternidad, le estén ganando la partida a los egoísmos estructurales de la economía perversa que excluye y roba el pan a millones de seres humanos.
El asunto clave de esta apuesta nace  de “permanecer en Dios”, según la reiterada expresión del evangelio de Juan.
 La  conciencia de ser asumidos por un amor desbordante y gratuito, ha de acompañar todos los pasos de nuestra vida, para que nunca nos sintamos superiores a nadie, para que sepamos reconocer en cada persona un lenguaje de ese misterio de dignidad y de llamada a la plenitud, para que no permitamos que nuestra libertad sea secuestrada por ideologías clasistas y por religiosidades excluyentes.
“Lo que les mando es que se amen los unos a los otros” (Juan 15: 17), es lo que esclareció la mente y el corazón de Pedro para reconocer en Cornelio un prójimo universal, marcando la pauta cristiana de que todo ser humano, por el simple hecho de serlo, es poseedor de un valor esencial, inherente. Aquí reside la clave del proyecto de Jesús, esta es la voluntad original de Dios!

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