“Hija, tu
fe te ha salvado, vete en paz y queda curada de tu enfermedad...Muchacha, a ti
te digo, levántate”
(Marcos 5: 34 y
42)
Lecturas:
1.
Sabiduría 1: 13-15 y 2: 23-24
2.
Salmo 29
3.
2 Corintios 8: 7-9 y 13-15
4.
Marcos 5: 21-43
Hoy el evangelio nos refiere dos curaciones: la de la mujer que padecía flujo de sangre
incontenible, la de la chiquilla de doce años, hija de Jairo, el jefe de la
sinagoga. Demos siempre el salto cualitativo de la narración puntual a lo que
ella significa. Jairo, a pesar de ser el jefe de esa institución, segunda en
importancia después del templo judío, descubre que allí no está la salvación,
que esa mediación religiosa no conduce a la vida, está desilusionado de su
propia tradición de fe.
Por eso,
animado por lo que la gente dice de Jesús, acude a él con esperanza: “Mientras
estaba hablando, llegaron unos de la casa del jefe de la sinagoga diciendo: tu
hija ha muerto. A qué molestar ya al maestro? Jesús, que oyó el comentario dijo
al jefe de la sinagoga: No temas, basta con que tengas fe” (Marcos 5:
35-36), busca la vida para su hija, algo le dice que Jesús supera con creces las
posibilidades de la sinagoga, mientras que la gente insiste en que no lo
perturben porque ya no hay nada qué hacer. Jesús ha venido para dar vida en
abundancia, vida de Dios, vida plena, inagotable, eso entusiasma a Jairo, no se
arredra ante el pesimismo y desesperanza que le rodean: “Llegaron a la casa del jefe de
la sinagoga y observaron el alboroto, unos que lloraban y otros que daban
fuertes gritos. Jesús entró y les dijo: por qué lloran? La niña no ha muerto,
está dormida” (Marcos 5: 38-39). Jesús es garantía de sentido para
Jairo y para su pequeña.
Jesús arroja entonces a la gente incrédula – para quien no cree, la
muerte es el final – y entra a donde está la niña, junto con tres de sus
discípulos. Estos mismos son los que le acompañan en la Transfiguración y en la
oración del huerto, y en ambas escenas duermen. Este sueño es un símbolo muy
profundo. En la Transfiguración Jesús habla con Moisés y Elías de su paso de la
muerte a la vida (Marcos 9: 2-8); en el Huerto de los Olivos, Jesús pide al
Padre fuerzas para aceptar el camino que le lleva a la muerte-vida porque esos
discípulos no creen que sea un paso hacia la vida definitiva. Pedro, Santiago y
Juan no aceptan la posibilidad de la muerte para Jesús porque – al igual que
sus correligionarios judíos – no tienen la perspectiva de la novedad de vida en
Dios, esta sí definitiva. Para que aprendan que Jesús es imagen de un Dios
dador de vida, él los lleva consigo: “ Y no permitió que nadie le acompañara, a
no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago” (Marcos 5: 37).
La sinagoga, de la que Jairo es jefe, se asemeja a los
espacios religiosos anquilosados, que no son capaces de sanar los males del
mundo porque están dedicados a mantener sus estructuras frías y lejanas de la
realidad y de los sufrimientos de la gente. La Iglesia toda, y cada comunidad
eclesial en particular, están llamadas a ser espacios de vida, en nombre de
Dios, en nombre de Jesús, por eso debe salir al encuentro de él, con la actitud
de no temer , de tener fe, porque esto es lo que basta, de aquí proviene la
abundancia de la vitalidad de Dios: “Ahora, la abundancia de ustedes, remedia su
necesidad, para que, en otro momento, su abundancia pueda remediar la necesidad
de ustedes, y así reine la igualdad” (2 Corintios 8: 14).
Solemos tener demasiadas seguridades, comodidades,
mapas mentales fijos e inamovibles, nos dan temor el cambio, la innovación, el
carisma, la profecía, el evangelio. Esto nos pasa en el plano individual, en el
eclesial, en el social; no tenemos la osadía de lanzarnos a remediar los males
del mundo porque nos asusta correr riesgos; adherir al mensaje de Jesús es muy
exigente , reclama rupturas, ejercicios de libertad, confianza al máximo y
generosidad igual, pero la mente calculadora nos frena para lanzarnos a la
aventura de la vida teologal, la de inclinarnos ante los sufrimientos, dramas,
tragedias de la humanidad con la intención de ayudar a superar tanta muerte e
injusticia.
Jesús nos invita a confiar en él, a tener la osadía de
dejarnos llevar por la fe, como Jairo, el padre de la niña, a recibir el don de
una vida inagotable y totalmente capaz de dar sentido a nuestras vidas, así
como lo manifiesta Pablo a los cristianos de Corinto: “Sé muy bien que sobresalen en
todo, en fe, en palabra, en conocimiento, en preocupación por los demás y en la
caridad que les hemos comunicado. Pues bien, sobresalgan también en esta
generosa iniciativa. No es una orden; sólo quiero comprobar la generosidad de
su caridad, comparándola con la diligencia demostrada por otros. Ya conocen la
generosidad de Nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre
por ustedes para enriquecerlos con su pobreza” (2 Corintios 8: 7-9).
Pablo los está estimulando a darse , teniendo como
referente a Jesús, ahí – sin más rodeos – está la vida, en el ejercicio de la
solidaridad, en el servicio, en el dejarse tomar por Dios, sin anclarse en
religiosidades vacías de amor. Un verdadero milagro que está en nuestras manos
realizar para devolver la vida a cuantos
carecen de las mínimas condiciones de vida, para hacer de nuevo el prodigio del
maná por el que Dios impedía que unos pocos acumulasen lo que era necesario
para otros: “al que recogía mucho no le sobraba y al que recogía poco no le
faltaba” (Exodo 16: 18).
Un mundo de iguales, un mundo regido por un Dios que,
como dice el libro de la Sabiduría: “porque Dios no hizo la muerte ni se alegra
con la destrucción de los vivientes. El lo creó todo para que subsistiera: las
creaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte ni el
abismo reina sobre la tierra, porque la justicia es inmortal” (Sabiduría
1: 13-15).
En el mismo relato de Marcos, propuesto para este
domingo, se refiere el hecho de la mujer que, agobiada por la pérdida constante
de sangre y cansada de los mil esfuerzos para obtener la salud, incluída la
prohibición que tenía de contactarse con los demás porque su enfermedad la
ponía en estado de impureza legal, se arriesga a buscar a Jesús, rompe todas
las normas y se abre camino persiguiendo su sanación: “Había una mujer que padecía
flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con numerosos
médicos. Había gastado todos sus bienes sin encontrar alivio; al contrario,
había ido a peor. Sabedora de lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás
entre la gente y tocó su manto” (Marcos 5: 25-27).
Jesús es la
realidad definitiva de Dios para bien de la humanidad, para restaurarla en su
dignidad, para configurar su interioridad, para liberarla del desorden del
pecado, de la muerte, de lo que menoscaba su valor, Jesús es todo para el ser
humano necesitado de sentido y de salvación. En esta escena, como en la de los
diversos relatos de milagros, esta posibilidad se hace patente. Jesús recuerda
a la mujer el poder y la confianza que existe dentro de ella: “Al
instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se volvió
entre la gente y preguntó: Quién me ha tocado los vestidos? ……..Entonces , la
mujer, viendo lo que le había sucedido , se acercó atemorizada y temblorosa, se
postró ante él y le contó la verdad. El le dijo: Hija, tu fe te ha salvado.
Vete en paz y queda curada de tu enfermedad” (Marcos 5: 30 y 33-34).
Esa confianza es la que dignifica la persona, de ahora
en adelante no tendrá que depender de nadie, Jesús le descubre su dignidad y la
hace caminar erguida y sana. Las dos mujeres, la madura y la niña, han entrado
en la nueva vida que comunica Jesús; en ambos casos, Jesús enfatiza su fe, la
que permite volver al ser original.
No nos resultan tan extrañas hoy estas historias de
mujeres, de niños pisoteados por intereses mezquinos en situaciones de guerra,
de pobreza, de trata de personas. Grandes interrogantes para los países y sociedades que
se siguen considerando “cristianos”, aunque se olvidan del modo de proceder de
Jesús, cerrando con egoísmo los ojos a realidades que nos pasan cada día,
incesantemente.
Dios, lo reiteramos, es Señor de la vida, de la
dignidad, lo suyo es definitivamente liberador: “Porque Dios creó al hombre para
la inmortalidad y lo hizo a imagen de su mismo ser; pero la muerte entró en el
mundo por envidia del diablo y la experimentan sus secuaces” (Sabiduría
2: 23-24).
El origen de la vida, del ser humano, del mundo
natural, es en sí mismo digno y dignificante, todo lo que resulta del amor
creador de Dios es bueno, no hay una pecaminosidad de raíz que nos haga
manchados, impuros, es el don de la libertad – que hace parte de estas gracias
esenciales – el que nos puede llevar a distorsionar esa situación de dignidad
original, cuando decidimos ir en contra de nuestra realización y romper la
armonía con Dios y con el prójimo. Para trabajar en contra de esta alternativa
de muerte está presente Jesús en la historia, asumiendo ese aspecto contrario
al Padre, con el fin de retornarlo a su dimensión fundante de dignidad.
La sinagoga, el templo de Jerusalén, la incredulidad
de los judíos, de los discípulos, son señales de corazones cerrados a la acción
liberadora de Dios, impedimentos estructurales que frenan la acción de la vida.
Jairo, su pequeña hija, la mujer enferma, son indicativos de la confianza que
rescata las posibilidades de las
personas cuando se dan totalmente al amor de Dios, tal como se revela en la
persona de Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario