domingo, 15 de julio de 2018

COMUNITAS MATUTINA 15 DE JULIO DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO


“Expulsaban a muchos demonios y curaban a muchos enfermos ungiéndolos con aceite”
(Marcos 6: 13)

Lecturas:
1.   Amós 7: 10-15
2.   Salmo 84
3.   Efesios 1: 3-10
4.   Marcos 6: 7-13
La razón de ser de la Iglesia universal, y de cada comunidad cristiana en particular, es la misión de comunicar la Buena Noticia de Jesús, la evangelización,  entendiendo que   no es adoctrinamiento ni  proselitismo, sino  tarea integral que abarca todas las dimensiones del ser humano para ser transformadas por la comunicación del mensaje ,  como tampoco se trata de una faena desaforada de “marketing” religioso para ganar adeptos, demostrando resultados,  según lo que se dice en el mundo de los negocios.
Las palabras del Papa Francisco[1] nos ayudan a comprender mejor qué es misión evangelizadora: “La propuesta es vivir en un nivel superior pero no con menor intensidad: “La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la tarea de comunicar vida a los demás”[2].Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora , no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: “Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión. Por consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, “la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Y ojalá el mundo actual – que busca a veces con angustia, a veces con esperanza – pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo”[3].
El evangelio de este domingo - tomado de Marcos - remite a un envío misionero, con unas recomendaciones que hace Jesús a sus discípulos, indicándoles condiciones y disposiciones para hacer más significativa la tarea apostólica. El llama y envía, ambos aspectos van siempre unidos, todo el que es llamado es para ser enviado, requerimiento indispensable en la vocación cristiana, ser cristiano no es estar “carnetizado” en una EPS de servicios religiosos, ni asentir formalmente a unas doctrinas, ni “marcar tarjeta” yendo a misa el domingo, porque  el asunto es muy serio, se trata de dejar que Dios Padre – mediante la acción salvadora-liberadora de Jesús – nos configure en su nueva humanidad, gracias al dinamismo transformador del Espíritu Santo[4]. Quien tiene esta dotación teologal necesariamente es enviado a comunicar el Evangelio.
El envío es eclesial-comunitario, no son acciones individuales,  Jesús confiere la capacidad de erradicar el mal (tipificado en la posesión diabólica) en todas sus manifestaciones, promover la conversión, paso hacia la nueva manera de vida en El. Se complementa con unos  rasgos distintivos como  la austeridad, el talante de pobreza evangélica, señales  del espíritu que anima tal servicio: “Llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, a excepción de un bastón; ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; y que fueran calzados con sandalias y no vistieran dos túnicas” (Marcos 6: 7-9).
Naturalmente muchos van a decir que la Iglesia no es pobre, que muchas veces ha tenido claras alianzas con el poder, que ha perdido independencia profética, que algunas de sus conductas distan mucho del espíritu original de Jesús y del de aquellos discípulos que iban impulsados por el Resucitado sin valerse de garantías materiales. Eso tiene mucho de cierto, claro, no podemos menospreciar constataciones de ese tipo, pero proponemos que, en lugar de destilar acidez y amargura, nos incluyamos todos en esa confrontación y trabajemos con denuedo para purificar  el cuerpo eclesial de incoherencias hasta lograr en la mayor medida posible que ella refleje a Jesús, que sea consecuente, que su misión evangelizadora esté respaldada por el testimonio evangélico de quienes  hacemos parte de ella. Esto es definitivo para la misión.
La conversión de la que nos habla el evangelio no debe entenderse desde un simple perfeccionismo moral. Se trata de un cambio de mentalidad en la perspectiva de Jesús,  que  se designa con una bella palabra griega , “metanoia”,  rescatada en los tiempos del Concilio Vaticano II, por los papas Juan XXIII y Pablo VI, cuyo significado es  nueva manera de ser , nueva manera de vivir. Si no nos disponemos a una conversión con esos alcances  de nada servirán los arrepentimientos, los propósitos, las prácticas piadosas, la religiosidad. Bien sabemos que hay personas  profundamente religiosas sin estar  convertidas a Dios y al prójimo, casos de estos abundan, su perfil no  es apto  para evangelizar, pésimo servicio prestan al reino de Dios y su justicia.
Los signos de la misión son elocuentes por su eficacia: “Ellos, yéndose de allí, iban predicando a la gente la conversión. Expulsaban a muchos demonios y curaban a muchos enfermos ungiéndolos con aceite” (Marcos 6: 12-13). El anuncio del Evangelio está llamado a tener incidencia transformadora en cada persona en particular, pero también en la sociedad, en la construcción del bien común, en el respeto y promoción de la dignidad humana, en la generación de convicciones éticas arraigadas en los corazones con sus correspondientes impactos en la conducta individual y colectiva, en el aportar a la generación del sentido de la vida, en la alegría de vivir,  en una espiritualidad sincera, en una manera de proceder que le gane la partida al consumismo, a la violencia, al egoísmo, a la pérdida de la sensibilidad. Estos y muchos más son los demonios que es imperativo expulsar.
Qué relación tiene la primera lectura – del profeta Amós – con esto? El santuario de Betel estaba comprometido con el poder político en el reino del Norte (Israel), su sacerdote Amasías defiende los intereses del rey y por eso se dedica a fustigar a Amós, una evidencia más de lo que hemos dicho a acerca de las contradicciones y dificultades que viven quienes se entregan al reino de Dios y a su justicia: “El sacerdote de Betel, Amasías, mandó a decir a Jeroboán, rey de Israel: Amós conspira contra ti en medio de la casa de Israel; el país no puede soportar todas sus palabras. Porque Amós anda diciendo: A espada morirá Jeroboán e Israel será deportado de su tierra. Amasías dijo a Amós:  Vete, vidente; huye al país de Judá; come allí tu pan, profetiza allí” (Amós 7: 10-12).
Qué   pasó a Monseñor Romero en El Salvador con sus hermanos obispos, con el gobierno, con los poderosos del país, con los católicos “buenos” y tradicionales? Lo acusaron de instigador de la violencia, de obispo comunista, de traidor a la Iglesia y, finalmente, fue asesinado. Como Amasías, que no soportaba la independencia de Amós, así también los detractores de este pastor centroamericano. Cuentan testigos fidedignos que en la noche del crimen – 24 de marzo de 1980 – en los barrios ricos de San Salvador había júbilo y fiesta por la muerte violenta del profeta. Ese mismo que será canonizado por el papa Francisco el 14 de octubre de este año. Un evangelizador de tiempo completo San  Romero de América, cuyo profetismo incomodó intereses y conciencias oscuras.
La confianza de toda misión evangélica debe centrarse en el mensaje, no en los medios desplegados para conseguir la adhesión. Para ello se impone dejar de lado lo superfluo, no negociar la conciencia ni venderse al mejor postor. Cuando Jesús envía a los Doce está diciendo que lleven el Reino a todos los seres humanos, no sólo a los oficialmente buenos y religiosos. El Reino que se anuncia así está más allá de la religión, sí la incluye pero la purifica de todo vestigio alienante, gran problema de las iglesias ha sido absolutizarse a sí mismas, haciéndose una religión más, con todo su conjunto de ritos y creencias , sin impacto transformador en las personas y en las sociedades,   religiosidad que no se deja evangelizar.
El relato de Marcos deja claro que sólo Jesús es la fuente, el inspirador y modelo de la acción evangelizadora de sus seguidores. No harán nada en nombre propio, son enviados de El. No se predicarán a sí mismos, sólo anunciarán su Evangelio, dedicarán su misión a abrir caminos al reino de Dios. En consecuencia, hay que pasar de tener ideología religiosa a tener experiencia de Jesús, del Dios Padre que El nos revela, del prójimo que se nos abre como el otro para hacer comunidad y para proponerle la Buena Noticia. Hay que ganar en espíritu itinerante, apostólico, en dejar de ser una iglesia autorreferencial, según la conocida expresión del papa Francisco.
Al pasar los años, habiendo vivido los discípulos la experiencia pascual, su mensaje se fue enriqueciendo con lo que Jesús hizo y dijo, y también con una elaboración teológica de lo que El vivió y comunicó. Esta tarea se realizó en las comunidades del cristianismo primitivo y es la que  origina los diversos escritos del Nuevo Testamento,  netamente misioneros.
La introducción de la carta a los Efesios – segunda lectura de hoy – es   excelente ejemplo de esto último, algo complicada en su redacción y teología pero  si hacemos el ejercicio de adentrarnos en su contenido , de orarla, vamos a tener una estupenda experiencia cristocéntrica. Allí se condensa toda la estrategia de Dios para nuestra esperanza y salvación.
Ante la persona y la obra de Jesús, la reacción debe ser bendecir a Dios por todos los beneficios que nos ha ofrecido en Cristo: elegidos, destinados a ser hijos suyos, nos perdonó todo el mal hecho, nos dio a conocer su proyecto de recapitular en El  todas las cosas, nos constituyó en herederos: “…nos ha colmado de toda clase de bendiciones espirituales…Dios nos ha elegido en El antes de la fundación del mundo, para que vivamos ante El santamente y sin defecto alguno, en el amor… Nos ha elegido para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo….En efecto, nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad, conforme al benévolo proyecto que se había propuesto de antemano, con el fin de realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por cabeza” (Efesios 1: 3-5 y 9-10).
Para Pablo es claro que todos – judíos y paganos – están en Cristo y son acreedores a la bendición de Dios, superando el exclusivismo religioso del judaísmo y la prevención que tenían con los grupos étnicos y creyentes distintos de ellos. En los comienzos de la Iglesia permanecieron vestigios de estos prejuicios, la misión paulina fue la de pasar fronteras llevando la Palabra a los diversos contextos del mundo que se conocía entonces, predicando que la elección de Dios en Jesucristo es universal e incluyente, la verdadera “oikoumene”, el mundo de todos y para todos bajo la paternidad del Padre: “En El también ustedes, tras haber oído la Palabra de la verdad, la buena nueva de la salvación, y haber creído también en El, fueron sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1: 13).
Pablo siente que esta realidad terrena tiene que evolucionar, que el plan de Dios es recapitular todas las cosas en Cristo, y que los cristianos no podemos estar al margen de las transformaciones de la sociedad. Hemos sido marcados con el Espíritu Santo para ser sensibles a la acción transformadora de Dios, que desborda los límites de la Iglesia. Nuestro compromiso es hacer que el mundo desintegrado por el pecado y por la injusticia se convierta en una sociedad solidaria, en la que ser hermano tenga contenido efectivo y afectivo, partiendo de la comprensión que tengamos de la voluntad de Dios y de su plan sobre la humanidad y sobre el cosmos.
 Tal es el contenido esencial de la misión de la Iglesia: “…hacer que todo tenga a Cristo por cabeza” (Efesios 3: 10).


[1] Francisco, Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio (Evangelii Gaudium), número 10.
[2] V Conferencia General del Episcopado de América Latina y del Caribe. Aparecida (Brasil), número 360.
[3] Pablo VI, Exhortación Apostólica sobre La Evangelización en el Mundo Moderno Evangelii Nuntiandi (8 de diciembre 1975), número 80.
[4] En la formulación teológica a esto se llama “inhabitación trinitaria”.

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