“Expulsaban
a muchos demonios y curaban a muchos enfermos ungiéndolos con aceite”
(Marcos 6: 13)
Lecturas:
1.
Amós 7: 10-15
2.
Salmo 84
3.
Efesios 1: 3-10
4.
Marcos 6: 7-13
La razón de ser de la Iglesia universal, y de cada
comunidad cristiana en particular, es la misión de comunicar la Buena Noticia
de Jesús, la evangelización, entendiendo
que no es adoctrinamiento ni proselitismo, sino tarea integral que abarca todas las dimensiones
del ser humano para ser transformadas por la comunicación del mensaje , como tampoco se trata de una faena desaforada
de “marketing” religioso para ganar adeptos, demostrando resultados, según lo que se dice en el mundo de los
negocios.
Las palabras del Papa Francisco[1]
nos ayudan a comprender mejor qué es misión evangelizadora: “La propuesta es vivir en un
nivel superior pero no con menor intensidad: “La vida se acrecienta dándola y
se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan
de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la
tarea de comunicar vida a los demás”[2].Cuando la Iglesia
convoca a la tarea evangelizadora , no hace más que indicar a los cristianos el
verdadero dinamismo de la realización personal: “Aquí descubrimos otra ley
profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la
entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión. Por
consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de
funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, “la dulce y confortadora alegría
de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Y ojalá el mundo
actual – que busca a veces con angustia, a veces con esperanza – pueda así
recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados,
impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida
irradia el fervor de quienes han recibido ante todo en sí mismos, la alegría de
Cristo”[3].
El evangelio de este domingo - tomado de Marcos - remite
a un envío misionero, con unas recomendaciones que hace Jesús a sus discípulos,
indicándoles condiciones y disposiciones para hacer más significativa la tarea
apostólica. El llama y envía, ambos aspectos van siempre unidos, todo el que es
llamado es para ser enviado, requerimiento indispensable en la vocación
cristiana, ser cristiano no es estar “carnetizado” en una EPS de servicios
religiosos, ni asentir formalmente a unas doctrinas, ni “marcar tarjeta” yendo
a misa el domingo, porque el asunto es
muy serio, se trata de dejar que Dios Padre – mediante la acción
salvadora-liberadora de Jesús – nos configure en su nueva humanidad, gracias al
dinamismo transformador del Espíritu Santo[4].
Quien tiene esta dotación teologal necesariamente es enviado a comunicar el
Evangelio.
El envío es eclesial-comunitario, no son acciones
individuales, Jesús confiere la
capacidad de erradicar el mal (tipificado en la posesión diabólica) en todas
sus manifestaciones, promover la conversión, paso hacia la nueva manera de vida
en El. Se complementa con unos rasgos
distintivos como la austeridad, el
talante de pobreza evangélica, señales del espíritu que anima tal servicio: “Llamó
a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los
espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, a excepción de
un bastón; ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; y que fueran calzados
con sandalias y no vistieran dos túnicas” (Marcos 6: 7-9).
Naturalmente muchos van a decir que la Iglesia no es
pobre, que muchas veces ha tenido claras alianzas con el poder, que ha perdido
independencia profética, que algunas de sus conductas distan mucho del espíritu
original de Jesús y del de aquellos discípulos que iban impulsados por el
Resucitado sin valerse de garantías materiales. Eso tiene mucho de cierto,
claro, no podemos menospreciar constataciones de ese tipo, pero proponemos que,
en lugar de destilar acidez y amargura, nos incluyamos todos en esa
confrontación y trabajemos con denuedo para purificar el cuerpo eclesial de incoherencias hasta
lograr en la mayor medida posible que ella refleje a Jesús, que sea
consecuente, que su misión evangelizadora esté respaldada por el testimonio
evangélico de quienes hacemos parte de
ella. Esto es definitivo para la misión.
La conversión de la que nos habla el evangelio no debe
entenderse desde un simple perfeccionismo moral. Se trata de un cambio de
mentalidad en la perspectiva de Jesús,
que se designa con una bella
palabra griega , “metanoia”, rescatada en
los tiempos del Concilio Vaticano II, por los papas Juan XXIII y Pablo VI, cuyo
significado es nueva manera de ser ,
nueva manera de vivir. Si no nos disponemos a una conversión con esos alcances de nada servirán los arrepentimientos, los
propósitos, las prácticas piadosas, la religiosidad. Bien sabemos que hay
personas profundamente religiosas sin
estar convertidas a Dios y al prójimo,
casos de estos abundan, su perfil no es
apto para evangelizar, pésimo servicio prestan
al reino de Dios y su justicia.
Los signos de la misión son elocuentes por su
eficacia: “Ellos, yéndose de allí, iban predicando a la gente la conversión.
Expulsaban a muchos demonios y curaban a muchos enfermos ungiéndolos con aceite”
(Marcos 6: 12-13). El anuncio del Evangelio está llamado a tener incidencia
transformadora en cada persona en particular, pero también en la sociedad, en
la construcción del bien común, en el respeto y promoción de la dignidad
humana, en la generación de convicciones éticas arraigadas en los corazones con
sus correspondientes impactos en la conducta individual y colectiva, en el
aportar a la generación del sentido de la vida, en la alegría de vivir, en una espiritualidad sincera, en una manera
de proceder que le gane la partida al consumismo, a la violencia, al egoísmo, a
la pérdida de la sensibilidad. Estos y muchos más son los demonios que es
imperativo expulsar.
Qué relación tiene la primera lectura – del profeta
Amós – con esto? El santuario de Betel estaba comprometido con el poder
político en el reino del Norte (Israel), su sacerdote Amasías defiende los
intereses del rey y por eso se dedica a fustigar a Amós, una evidencia más de
lo que hemos dicho a acerca de las contradicciones y dificultades que viven
quienes se entregan al reino de Dios y a su justicia: “El sacerdote de Betel, Amasías,
mandó a decir a Jeroboán, rey de Israel: Amós conspira contra ti en medio de la
casa de Israel; el país no puede soportar todas sus palabras. Porque Amós anda
diciendo: A espada morirá Jeroboán e Israel será deportado de su tierra.
Amasías dijo a Amós: Vete, vidente; huye
al país de Judá; come allí tu pan, profetiza allí” (Amós 7: 10-12).
Qué pasó a Monseñor Romero en El Salvador con sus
hermanos obispos, con el gobierno, con los poderosos del país, con los
católicos “buenos” y tradicionales? Lo acusaron de instigador de la violencia,
de obispo comunista, de traidor a la Iglesia y, finalmente, fue asesinado. Como
Amasías, que no soportaba la independencia de Amós, así también los detractores
de este pastor centroamericano. Cuentan testigos fidedignos que en la noche del
crimen – 24 de marzo de 1980 – en los barrios ricos de San Salvador había
júbilo y fiesta por la muerte violenta del profeta. Ese mismo que será
canonizado por el papa Francisco el 14 de octubre de este año. Un evangelizador
de tiempo completo San Romero de
América, cuyo profetismo incomodó intereses y conciencias oscuras.
La confianza de toda misión evangélica debe centrarse
en el mensaje, no en los medios desplegados para conseguir la adhesión. Para
ello se impone dejar de lado lo superfluo, no negociar la conciencia ni
venderse al mejor postor. Cuando Jesús envía a los Doce está diciendo que
lleven el Reino a todos los seres humanos, no sólo a los oficialmente buenos y religiosos.
El Reino que se anuncia así está más allá de la religión, sí la incluye pero la
purifica de todo vestigio alienante, gran problema de las iglesias ha sido
absolutizarse a sí mismas, haciéndose una religión más, con todo su conjunto de
ritos y creencias , sin impacto transformador en las personas y en las
sociedades, religiosidad que no se deja evangelizar.
El relato de Marcos deja claro que sólo Jesús es la
fuente, el inspirador y modelo de la acción evangelizadora de sus seguidores.
No harán nada en nombre propio, son enviados de El. No se predicarán a sí
mismos, sólo anunciarán su Evangelio, dedicarán su misión a abrir caminos al
reino de Dios. En consecuencia, hay que pasar de tener ideología religiosa a
tener experiencia de Jesús, del Dios Padre que El nos revela, del prójimo que
se nos abre como el otro para hacer comunidad y para proponerle la Buena
Noticia. Hay que ganar en espíritu itinerante, apostólico, en dejar de ser una
iglesia autorreferencial, según la conocida expresión del papa Francisco.
Al pasar los años, habiendo vivido los discípulos la
experiencia pascual, su mensaje se fue enriqueciendo con lo que Jesús hizo y
dijo, y también con una elaboración teológica de lo que El vivió y comunicó.
Esta tarea se realizó en las comunidades del cristianismo primitivo y es la que
origina los diversos escritos del Nuevo
Testamento, netamente misioneros.
La introducción de la carta a los Efesios – segunda
lectura de hoy – es excelente ejemplo de esto último, algo
complicada en su redacción y teología pero
si hacemos el ejercicio de adentrarnos en su contenido , de orarla,
vamos a tener una estupenda experiencia cristocéntrica. Allí se condensa toda
la estrategia de Dios para nuestra esperanza y salvación.
Ante la persona y la obra de Jesús, la reacción debe
ser bendecir a Dios por todos los beneficios que nos ha ofrecido en Cristo:
elegidos, destinados a ser hijos suyos, nos perdonó todo el mal hecho, nos dio
a conocer su proyecto de recapitular en El todas las cosas, nos constituyó en herederos:
“…nos
ha colmado de toda clase de bendiciones espirituales…Dios nos ha elegido en El
antes de la fundación del mundo, para que vivamos ante El santamente y sin
defecto alguno, en el amor… Nos ha elegido para ser sus hijos adoptivos por
medio de Jesucristo….En efecto, nos ha dado a conocer el misterio de su
voluntad, conforme al benévolo proyecto que se había propuesto de antemano, con
el fin de realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a
Cristo por cabeza” (Efesios 1: 3-5 y 9-10).
Para Pablo es claro que todos – judíos y paganos –
están en Cristo y son acreedores a la bendición de Dios, superando el
exclusivismo religioso del judaísmo y la prevención que tenían con los grupos
étnicos y creyentes distintos de ellos. En los comienzos de la Iglesia
permanecieron vestigios de estos prejuicios, la misión paulina fue la de pasar
fronteras llevando la Palabra a los diversos contextos del mundo que se conocía
entonces, predicando que la elección de Dios en Jesucristo es universal e
incluyente, la verdadera “oikoumene”, el mundo de todos y
para todos bajo la paternidad del Padre: “En El también ustedes, tras haber oído la
Palabra de la verdad, la buena nueva de la salvación, y haber creído también en
El, fueron sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1:
13).
Pablo siente que esta realidad terrena tiene que
evolucionar, que el plan de Dios es recapitular todas las cosas en Cristo, y
que los cristianos no podemos estar al margen de las transformaciones de la
sociedad. Hemos sido marcados con el Espíritu Santo para ser sensibles a la
acción transformadora de Dios, que desborda los límites de la Iglesia. Nuestro
compromiso es hacer que el mundo desintegrado por el pecado y por la injusticia
se convierta en una sociedad solidaria, en la que ser hermano tenga contenido
efectivo y afectivo, partiendo de la comprensión que tengamos de la voluntad de
Dios y de su plan sobre la humanidad y sobre el cosmos.
Tal es el
contenido esencial de la misión de la Iglesia: “…hacer que todo tenga a Cristo
por cabeza” (Efesios 3: 10).
[1] Francisco, Exhortación
Apostólica “La alegría del Evangelio (Evangelii Gaudium), número 10.
[2] V Conferencia General del Episcopado
de América Latina y del Caribe. Aparecida (Brasil), número 360.
[3] Pablo VI, Exhortación
Apostólica sobre La Evangelización en el Mundo Moderno Evangelii Nuntiandi (8
de diciembre 1975), número 80.
[4] En la formulación teológica a
esto se llama “inhabitación trinitaria”.
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