“Y no
pudo hacer allí ningún milagro, salvo sanar a unos pocos enfermos a quienes
impuso las manos”
(Marcos 6: 5)
Lecturas:
1.
Ezequiel 2: 2-5
2.
Salmo 122
3.
2 Corintios 12: 7-10
4.
Marcos 6: 1-6
Desde que se firmaron los acuerdos de paz con las FARC
– octubre de 2016 – hasta hoy – julio de 2018 – han sido asesinados en Colombia
más de 200 líderes sociales, hombres y mujeres surgidos de comunidades
vulnerables y dedicados generosamente a su servicio, promoviendo paz,
reconciliación, reconocimiento de las víctimas del conflicto armado,
recuperación de las tierras arrebatadas por los violentos, generación de
organizaciones comunitarias, realizando un liderazgo representativo para que su
gente tenga voz ante los organismos de decisión, denunciando también a los
responsables de delitos contra la vida y los bienes de sus representados.
Son ellos la gente buena y esforzada que no persigue
intereses mezquinos, lo suyo es el servicio y la solidaridad. Naturalmente , su
trabajo cuestiona a los violentos de siempre, a los que carecen de sentido
humanitario y sólo van en busca del poder y del enriquecimiento, sin ponderar
con criterios éticos los medios de los que se valen para lograr sus fines. Se
sienten tocados en su comodidad, no soportan la conciencia limpia de estos
servidores de la comunidad, por eso se empeñan en destruírlos, en asesinarlos,
dando así el siniestro mensaje de quiénes son los que mandan en tal o cual región
del país.
Digamos que estos líderes sociales tienen un talento
profético porque con su trabajo están anunciando una manera nueva de vida en
paz, en justicia, en comunidades reconciliadas y denunciando todo lo que
contraría este proyecto. Son profetas que no son acogidos en su tierra. Sin
embargo, a pesar del rechazo , exponen su seguridad y dan todo lo mejor de sí
mismos para mantener vigente su empeño solidario. Esta es una historia de
siempre en la humanidad, de todos los rincones del mundo nos llegan noticias de
persecución, de asesinato, de violencia hacia quienes sólo tienen en la mira una mejor vida
para sus comunidades.
Así le sucedió a Jesús, es imposible no cotejar lo que
acontece a estos líderes con lo acontecido a él. Surgido de la vida simple,
austera, de su hogar humilde con José y María, hombre del común, sabedor de
pobrezas e injusticias en su pueblo, en él va aconteciendo la novedad de un
Dios que no se resigna al desorden establecido, lo prepara en los años ocultos
de Nazareth, discreta y silenciosamente, su biografía no tiene nada de
extraordinario, en esa pequeñez se va fraguando la profecía decisiva para
anunciar a la humanidad que Dios no es el origen del conformismo ni de los
males que hacen sufrir a tantos seres humanos, ni es señor de la muerte y del
sin sentido.
La profecía bíblica genuina es anunciadora de la
novedad salvadora de Dios, plena garantía para asegurar el sentido definitivo
de la existencia humana, dando esperanza para ese futuro hacia el que nos
dirigimos al pasar el límite de la muerte, pero también anticipándose en signos
efectivos de justicia y de dignidad mientras transitamos por la historia.
El profeta
experimenta el llamado y, desde un comienzo, sabe que su misión le acarreará
incomprensiones y conflictos: “Penetró en mí el espíritu mientras me
estaba hablando y me levantó poniéndome de pie, y oí al que me hablaba. Me
decía: hijo de hombre, yo te envío a Israel, pueblo rebelde: se rebelaron
contra mí ellos y sus padres, se sublevaron contra mí hasta el día de hoy” (Ezequiel
2: 2-3). La gente llamada “normal” generalmente rechaza a todo lo que se sale
del molde, así sucedió con los profetas bíblicos, así con Jesús, así con
nuestros líderes sociales; cuando se proponen novedades de fondo los que están
cómodos con el poder se ponen nerviosos y emprenden su cruzada para silenciar
la palabra de la vida.
El verdadero profeta sabe que su ministerio es
provocador de amor y esperanza para los que tienen hambre y sed de justicia, de
odio para los que no soportan el carácter insobornable de la verdad. Jesús, lo
afirmamos hasta la saciedad, no es un funcionario del sistema religioso oficial
del judaísmo de su tiempo, es el profeta por excelencia, movido por el espíritu
de Dios. El evangelio de Marcos – del que se toma el texto de este domingo – es
enfático en señalar el aspecto doloroso y conflictivo del ministerio de Jesús,
no hay en el relato nada que llame a triunfalismo o espectacularidad, el
evangelista se esfuerza en señalar el “secreto mesiánico”.
El texto de Marcos 6: 1-6 se inscribe en esta
mentalidad. Llega Jesús a su propio pueblo, a su comunidad, a predicar: “Un
sábado se puso a enseñar en la sinagoga. Muchos al escucharlo comentaban
asombrados: De dónde saca este todo eso?
Qué clase de sabiduría se le ha dado? Y, qué hay de los grandes milagros
que realiza con sus manos? No es este el carpintero, el hijo de María, el
hermano de Santiago y José, Judas y Simón? No viven aquí, entre nosotros, sus
hermanas? Y esto era para ellos un obstáculo” (Marcos 6: 2-3).
En Nazareth no le creyeron,no lo aceptaron, digamos
que le aplicaron la “duda metódica”. Sus paisanos le conocen desde niño, creen
que saben todo sobre él, sobre su familia, no se dejan sorprender por sus
palabras, por su testimonio, están cerrados al misterio que hay en él, se
resisten a descubrir en él la cercanía salvadora de Dios. Están muy seguros con
su sinagoga, con su culto y con sus tradiciones, si lo aceptan se les complica
la vida y se exponen a ser juzgados como herejes.
A propósito, cómo es nuestra imagen de Jesús? Es un
Dios funcional, legitimador de la conciencia tranquila, confortable, que da
soporte a lo establecido, que justifica las cosas con apariencia de buenas
cuando en realidad son contradicciones para el proyecto del Padre? Porque de la
respuesta a esa pregunta depende nuestra fe, el ejercicio de la vida, las
decisiones, la autenticidad y el riesgo profético, o la religiosidad
conformista y acomodada.
Los líderes sociales a los que nos referimos con
indignación eran y son personas también comunes y corrientes, surgidos de las
mismas condiciones de sus comunidades, nada de especial en ellos, sólo su
pasión por la dignidad de sus paisanos es la marca diferencial. Por eso los
persiguen, los acosan, los matan, porque los violentos van en contra de quienes
surgen del común con
pretensiones inadmisibles de justicia y de humanidad.
Jesús fracasa en Nazareth: “Jesús les decía; a un profeta
solo lo desprecian en su tierra, entre sus parientes y en su casa. Y no pudo
hacer allí ningún milagro, salvo sanar a unos pocos enfermos a quienes impuso
las manos. Y se asombraba de su incredulidad” (Marcos 6: 3-5), el dicho
hace carrera en todos los rincones del mundo: nadie es profeta en su tierra.
Pero él no se desanima, a pesar de la contradicción permanece firme en su
misión: “Después recorría los pueblos vecinos enseñando” (Marcos 6: 6).
Le creemos a
Jesús? Le creemos a nuestros profetas?
Le creemos a nuestros líderes sociales?
Le creemos a la paz, a la justicia, a la
reconciliación? Tomamos en serio a Dios? O son para nosotros, las cosas que
surgen de El, locuras, idealismos imposibles de realización, asuntos propios de
mentes insensatas? Nunca se nos olvide que Jesús provoca rupturas y conflicto
al encontrarse con él, la vida en adelante no podrá ser ni pasiva ni resignada
ni cómoda con la comodidad de los
cementerios.
El evangelio de Marcos, surgido en una comunidad
primitiva perseguida y agobiada, nos presenta reiteradamente el fracaso de
Jesús y el escándalo de su cruz, que desafía a los sabios y a los sensatos. El
Jesús de Marcos habla de mesianismo crucificado, cosa que resulta inaceptable
para sus discípulos, para sus coterráneos, y para los bien conocidos hombres
religiosos de su tiempo. Lo que les habla Jesús no es coherente con lo que
ellos conocen de él, bien expresado con las preguntas que se hacen al oírlo en
la sinagoga, son incapaces de captar el “más allá” de Jesús, no pueden entender
que en ese carpintero, el hijo de María, el hombre del montón, acontece Dios de
modo definitivo para dar vida y esperanza a todos los seres humanos.
El Dios siempre mayor desconcierta, El no va con el
discurso religioso conformista y resignado, siempre rompe esquemas y posturas
fijas. En nombre de este Dios, Jesús escandaliza porque demanda una postura de libertad total.
Probablemente estos vecinos de Jesús, cansados de
malas noticias y de decisiones políticas y religiosas que nos los favorecían, sienten que es imposible que haya una buena
noticia liberadora, se han habituado a la fatalidad del mal en sus vidas, no
tienen cabeza para entender que Dios se aproxima en Jesús con ropaje común,
como uno más: “quien a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a
Dios, sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose
semejante a los hombres” (Filipenses 2: 6-7).
Reconocemos a Dios, a Jesús, en la historia real de la
humanidad? En nuestros campesinos, en nuestros líderes sociales, en lo común de
la cotidianidad, en los clamores de humanidad, de vida digna, de sentido, de
razones para la esperanza? Estamos dispuestos a dejarnos seducir por la
profecía del mundo nuevo de Dios?
El testimonio de Pablo es elocuente para comprender
esta sorpresa de la contradicción de Dios: “Y me contestó: te basta mi gracia, la
fuerza se realiza en la debilidad. Así que muy a gusto me gloriaré de mis
debilidades , para que se aloje en mí el poder de Cristo. Por eso estoy
contento con las debilidades, insolencias, necesidades, persecuciones y
angustias por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2
Corintios 12: 9-10).
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