domingo, 8 de julio de 2018

COMUNITAS MATUTINA 8 DE JULIO DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO


“Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo sanar a unos pocos enfermos a quienes impuso las manos”
(Marcos 6: 5)
Lecturas:
1.   Ezequiel 2: 2-5
2.   Salmo 122
3.   2 Corintios 12: 7-10
4.   Marcos 6: 1-6
Desde que se firmaron los acuerdos de paz con las FARC – octubre de 2016 – hasta hoy – julio de 2018 – han sido asesinados en Colombia más de 200 líderes sociales, hombres y mujeres surgidos de comunidades vulnerables y dedicados generosamente a su servicio, promoviendo paz, reconciliación, reconocimiento de las víctimas del conflicto armado, recuperación de las tierras arrebatadas por los violentos, generación de organizaciones comunitarias, realizando un liderazgo representativo para que su gente tenga voz ante los organismos de decisión, denunciando también a los responsables de delitos contra la vida y los bienes de sus representados.
Son ellos la gente buena y esforzada que no persigue intereses mezquinos, lo suyo es el servicio y la solidaridad. Naturalmente , su trabajo cuestiona a los violentos de siempre, a los que carecen de sentido humanitario y sólo van en busca del poder y del enriquecimiento, sin ponderar con criterios éticos los medios de los que se valen para lograr sus fines. Se sienten tocados en su comodidad, no soportan la conciencia limpia de estos servidores de la comunidad, por eso se empeñan en destruírlos, en asesinarlos, dando así el siniestro mensaje de quiénes son los que mandan en tal o cual región del país.
Digamos que estos líderes sociales tienen un talento profético porque con su trabajo están anunciando una manera nueva de vida en paz, en justicia, en comunidades reconciliadas y denunciando todo lo que contraría este proyecto. Son profetas que no son acogidos en su tierra. Sin embargo, a pesar del rechazo , exponen su seguridad y dan todo lo mejor de sí mismos para mantener vigente su empeño solidario. Esta es una historia de siempre en la humanidad, de todos los rincones del mundo nos llegan noticias de persecución, de asesinato, de violencia hacia  quienes sólo tienen en la mira una mejor vida para sus comunidades.
Así le sucedió a Jesús, es imposible no cotejar lo que acontece a estos líderes con lo acontecido a él. Surgido de la vida simple, austera, de su hogar humilde con José y María, hombre del común, sabedor de pobrezas e injusticias en su pueblo, en él va aconteciendo la novedad de un Dios que no se resigna al desorden establecido, lo prepara en los años ocultos de Nazareth, discreta y silenciosamente, su biografía no tiene nada de extraordinario, en esa pequeñez se va fraguando la profecía decisiva para anunciar a la humanidad que Dios no es el origen del conformismo ni de los males que hacen sufrir a tantos seres humanos, ni es señor de la muerte y del sin sentido.
La profecía bíblica genuina es anunciadora de la novedad salvadora de Dios, plena garantía para asegurar el sentido definitivo de la existencia humana, dando esperanza para ese futuro hacia el que nos dirigimos al pasar el límite de la muerte, pero también anticipándose en signos efectivos de justicia y de dignidad mientras transitamos por la historia.
 El profeta experimenta el llamado y, desde un comienzo, sabe que su misión le acarreará incomprensiones y conflictos: “Penetró en mí el espíritu mientras me estaba hablando y me levantó poniéndome de pie, y oí al que me hablaba. Me decía: hijo de hombre, yo te envío a Israel, pueblo rebelde: se rebelaron contra mí ellos y sus padres, se sublevaron contra mí hasta el día de hoy” (Ezequiel 2: 2-3). La gente llamada “normal” generalmente rechaza a todo lo que se sale del molde, así sucedió con los profetas bíblicos, así con Jesús, así con nuestros líderes sociales; cuando se proponen novedades de fondo los que están cómodos con el poder se ponen nerviosos y emprenden su cruzada para silenciar la palabra de la vida.
El verdadero profeta sabe que su ministerio es provocador de amor y esperanza para los que tienen hambre y sed de justicia, de odio para los que no soportan el carácter insobornable de la verdad. Jesús, lo afirmamos hasta la saciedad, no es un funcionario del sistema religioso oficial del judaísmo de su tiempo, es el profeta por excelencia, movido por el espíritu de Dios. El evangelio de Marcos – del que se toma el texto de este domingo – es enfático en señalar el aspecto doloroso y conflictivo del ministerio de Jesús, no hay en el relato nada que llame a triunfalismo o espectacularidad, el evangelista se esfuerza en señalar el “secreto mesiánico”.
El texto de Marcos 6: 1-6 se inscribe en esta mentalidad. Llega Jesús a su propio pueblo, a su comunidad, a predicar: “Un sábado se puso a enseñar en la sinagoga. Muchos al escucharlo comentaban asombrados: De dónde saca este todo eso?  Qué clase de sabiduría se le ha dado? Y, qué hay de los grandes milagros que realiza con sus manos? No es este el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago y José, Judas y Simón? No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas? Y esto era para ellos un obstáculo” (Marcos 6: 2-3).
En Nazareth no le creyeron,no lo aceptaron, digamos que le aplicaron la “duda metódica”. Sus paisanos le conocen desde niño, creen que saben todo sobre él, sobre su familia, no se dejan sorprender por sus palabras, por su testimonio, están cerrados al misterio que hay en él, se resisten a descubrir en él la cercanía salvadora de Dios. Están muy seguros con su sinagoga, con su culto y con sus tradiciones, si lo aceptan se les complica la vida y se exponen a ser juzgados como herejes.
A propósito, cómo es nuestra imagen de Jesús? Es un Dios funcional, legitimador de la conciencia tranquila, confortable, que da soporte a lo establecido, que justifica las cosas con apariencia de buenas cuando en realidad son contradicciones para el proyecto del Padre? Porque de la respuesta a esa pregunta depende nuestra fe, el ejercicio de la vida, las decisiones, la autenticidad y el riesgo profético, o la religiosidad conformista y acomodada.
Los líderes sociales a los que nos referimos con indignación eran y son personas también comunes y corrientes, surgidos de las mismas condiciones de sus comunidades, nada de especial en ellos, sólo su pasión por la dignidad de sus paisanos es la marca diferencial. Por eso los persiguen, los acosan, los matan, porque los violentos van en contra de quienes surgen del común    con pretensiones inadmisibles de justicia y de humanidad.
Jesús fracasa en Nazareth: “Jesús les decía; a un profeta solo lo desprecian en su tierra, entre sus parientes y en su casa. Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo sanar a unos pocos enfermos a quienes impuso las manos. Y se asombraba de su incredulidad” (Marcos 6: 3-5), el dicho hace carrera en todos los rincones del mundo: nadie es profeta en su tierra. Pero él no se desanima, a pesar de la contradicción permanece firme en su misión: “Después recorría los pueblos vecinos enseñando” (Marcos 6: 6).
Le  creemos a Jesús? Le  creemos a nuestros profetas? Le  creemos a nuestros líderes sociales? Le  creemos a la paz, a la justicia, a la reconciliación? Tomamos en serio a Dios? O son para nosotros, las cosas que surgen de El, locuras, idealismos imposibles de realización, asuntos propios de mentes insensatas? Nunca se nos olvide que Jesús provoca rupturas y conflicto al encontrarse con él, la vida en adelante no podrá ser ni pasiva ni resignada ni cómoda con  la comodidad de los cementerios.
El evangelio de Marcos, surgido en una comunidad primitiva perseguida y agobiada, nos presenta reiteradamente el fracaso de Jesús y el escándalo de su cruz, que desafía a los sabios y a los sensatos. El Jesús de Marcos habla de mesianismo crucificado, cosa que resulta inaceptable para sus discípulos, para sus coterráneos, y para los bien conocidos hombres religiosos de su tiempo. Lo que les habla Jesús no es coherente con lo que ellos conocen de él, bien expresado con las preguntas que se hacen al oírlo en la sinagoga, son incapaces de captar el “más allá” de Jesús, no pueden entender que en ese carpintero, el hijo de María, el hombre del montón, acontece Dios de modo definitivo para dar vida y esperanza a todos los seres humanos.
El Dios siempre mayor desconcierta, El no va con el discurso religioso conformista y resignado, siempre rompe esquemas y posturas fijas. En nombre de este Dios, Jesús escandaliza porque  demanda una postura de libertad total.
Probablemente estos vecinos de Jesús, cansados de malas noticias y de decisiones políticas y religiosas que nos los favorecían,  sienten que es imposible que haya una buena noticia liberadora, se han habituado a la fatalidad del mal en sus vidas, no tienen cabeza para entender que Dios se aproxima en Jesús con ropaje común, como uno más: “quien a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres” (Filipenses 2: 6-7).
Reconocemos a Dios, a Jesús, en la historia real de la humanidad? En nuestros campesinos, en nuestros líderes sociales, en lo común de la cotidianidad, en los clamores de humanidad, de vida digna, de sentido, de razones para la esperanza? Estamos dispuestos a dejarnos seducir por la profecía del mundo nuevo de Dios?
El testimonio de Pablo es elocuente para comprender esta sorpresa de la contradicción de Dios: “Y me contestó: te basta mi gracia, la fuerza se realiza en la debilidad. Así que muy a gusto me gloriaré de mis debilidades , para que se aloje en mí el poder de Cristo. Por eso estoy contento con las debilidades, insolencias, necesidades, persecuciones y angustias por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12: 9-10).

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