domingo, 9 de septiembre de 2018

COMUNITAS MATUTINA 9 DE SEPTIEMBRE DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO


“La gente quedó maravillada sobremanera , y comentaban: Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos”
(Marcos 7: 37)

Lecturas:
1.   Isaías 35: 4-7
2.   Salmo 145
3.   Santiago 2: 1-5
4.   Marcos 7: 31-37
La lógica del reino de Dios y su justicia ha de ser efectiva y afectiva, demanda a todo el ser humano, empezando por la orientación decidida de su voluntad para significar con hechos de solidaridad, de compasión, de misericordia, de fraternidad,  el acontecer de esa realidad que es Buena Noticia de vida, de dignidad, de libertad, para todos los humanos, toma la totalidad de las personas que se dediquen a esta causa: “Tomad, Señor, y recibid, toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer, vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno, todo es vuestro. Disponed a toda vuestra voluntad, dadme vuestro amor y gracia que esta me basta[1], es la bella y densa oración de San Ignacio de Loyola, en la que se sintetiza su experiencia espiritual de ofrenda de sí mismo al Señor y al prójimo.
Todo el proceso de los ejercicios ignacianos se enfoca a que quien los vive haga conciencia de Dios como principio y fundamento de su vida, a que detecte todo lo que lo aparta de El: los afectos desordenados, las motivaciones y mecanismos que lo llevan al egoísmo y al desamor, para luego elegir el camino en el que su humanidad será definitivamente teologal : seguir a Jesús, configurarse con El, tener conocimiento interno de su ser y de su quehacer, hacerse como El, hasta que todo lo suyo – como reza la bella plegaria – esté saturado de un amor eficaz y comprometido, que se traduce en las señales de Dios en la historia, con las que transforma al ser humano y lo hace libre de las cadenas del pecado, de la injusticia, de la pérdida de sentido, de la exclusión, del sentimiento trágico de la vida.
La Palabra de este domingo nos guía por la ruta de esa eficacia amorosa: Isaías, Santiago, Marcos, nos toman de la mano para implicarnos en esta alternativa de vida, desbordante  con la abundancia desmedida  del amor que sólo puede provenir de Dios , trascendiendo los límites de ritos ceremoniales y de cumplimientos fríos de leyes y reglamentos: “Le presentaron un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le rogaron que impusiera la mano sobre él. Jesús, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Después levantó los ojos al cielo, dió un gemido y le dijo: Effatá, que quiere decir: Abrete! Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente” [2]
El amor genuino se legitima por sus resultados: hace nuevo a quien lo vive, llena su existencia de ilusión, lo constituye en un ser emancipado, feliz, comunitario, para quien el prójimo es una referencia fundante y decisoria. Jesús es la eficacia salvadora de Dios, los milagros que realiza son las señales que identifican su ministerio como eficacia teologal, humanizante, liberadora. A esto se nos llama, tal es la perspectiva del proyecto de vida al que El nos invita.
Vamos a las dos lecturas previas al evangelio. Isaías es el profeta de la consolación, es el segundo Isaías, el profeta que alienta a Israel, que en ese momento está sumido en el destierro y en la cautividad de Babilonia.
 Les comunica que Dios está con ellos afirmando aquello proverbial de que “la esperanza es lo último que se pierde”: “Digan a los que están desalentados: Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios! Llega la represalia de Dios: El mismo viene a salvarlos. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y se destaparán los oídos de los sordos; entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo. Porque brotarán aguas en el desierto y torrentes en la estepa, el páramo se convertirá en un estanque y la tierra sedienta en manantiales….”[3]
Evoca el recuerdo de Palestina, sus riquezas naturales, la abundancia del agua, la fertilidad y el espacio generoso, todas las bondades que les aguardan cuando se liberen de la ignominia del exilio. En esta tierra se volverán a establecer, y reconstruirán los grandes símbolos de su cultura: el templo, Jerusalén, su historia. Es claramente una alusión mesiánica, pero también es la indicación de una posibilidad real, eficaz, recuperar el arraigo que les sustrajo el poder pecaminoso de Babilonia.
Cómo anunciar una nueva manera de vivir a millones de seres humanos que viven sometidos a las determinaciones de los poderes del mundo, el político y el económico? Cómo no ser predicadores de ilusiones falsas que proponen oasis y pretendidas liberaciones sin comprometerse luego con la eficacia del amor que libera? Las palabras de Isaías someten a juicio las falsificaciones de Dios, los profetas del engaño que se valen de los dramas de la humanidad , de las urgentes necesidades de dignidad, para diseñar paraísos artificiales, nuevas esclavitudes como las que pululan hoy en el gran supermercado de la religión.
El segundo Isaías está firmemente anclado en las realidades de su pueblo y a ellas se refiere con el vigor del Dios que lo implicó en la tarea de ser garante de la nueva humanidad, la que viene como promesa y realización. Es la que se impone en este mundo del espectro neoliberal, también de las torpezas políticas y sociales de Venezuela y de Nicaragua, de Siria y del Africa subsahariana, de las favelas y de las comunas de las grandes barriadas de América Latina. Una teología y una pastoral que no estén transidas por esta pasión no merecen reconocimiento ni aceptación.
La carta de Santiago – nuestra segunda lectura – es un reclamo fuerte a la fraternidad: “Supongamos que entra en la asamblea de ustedes un hombre con un anillo de oro y un vestido espléndido, y que entra también un pobre con un vestido andrajoso; y supongamos que al ver al que lleva el vestido espléndido, le dicen: siéntate aquí en un buen sitio, mientras que al pobre le dicen: quédate ahí de pie, o siéntate a mis pies. No sería esto hacer distinciones entre ustedes y ser jueces con mal criterio?[4]. El que hace distinción y acepción de personas por su aspecto o por su condición social definitivamente no es un cristiano serio. Santiago en su carta nos habla de desigualdades en el interior de la misma comunidad, donde se espera que haya un modo distinto de relación. La reunión litúrgica – la eucaristía – tiene que significar sacramentalmente esa nueva posibilidad de ser todos iguales en torno al Dios Padre-Madre que nos constituye en la misma dignidad ,  explicitándolo en el proceder integrador de Jesús.
La eucaristía – celebración que identifica el ser de la Iglesia -  tiene en sí misma el imperativo de la fraternidad, de la comunión y de la participación de todos, de la solidaridad como esencia ética de la conducta cristiana. Es una señal eficaz del reino de Dios y su justicia. No puede ser un ritual sin consecuencias sociales, si se celebra en contra de la dimensión comunitaria  equivale a  prostituírlo y manipularlo indignamente.
El evangelio de hoy nos habla de varias señales que identifican la eficacia del ministerio de Jesús. Los no judíos, los llamados paganos y gentiles, también fueron destinatarios de la Buena Noticia: “Se marchó de la región de Tiro, y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis”[5], eran los territorios de los excluídos de la comunión religiosa del judaísmo, Jesús está allí en medio de gentes de “otra religión”, no va a ellos para adoctrinarlos, respeta su mundo, su cultura, su identidad creyente, simplemente comunica su Buena Noticia y cura, sin mirar si creen o no: “Le presentaron un sordo que, además, hablaba con dificultad , y le rogaron que impusiera la mano sobre él”[6], es un ser humano, con la dignidad que le es inherente, Jesús no pregunta si es judío o no, se le dedica, lo hace beneficiario de las señales de la vida, el ministerio cristiano es de total inclusión, no pregunta por resultados doctrinales, se entrega a la persona necesitada de un nuevo sentido para su existencia.
Jesús hace presente la vitalidad de Dios para todos los humanos. Esto interroga ese tradicional celo apostólico inspirado por una compasión que siente como carencia el que muchos en el mundo no sean cristianos, católicos, pobrecitos : hay que evangelizarlos!, desconociendo las riquezas de su humanismo, de su religiosidad, de su espiritualidad. La misión universal es entrar en diálogo con las culturas, con las creencias, con las concreciones de los diversos modos de caminar hacia Dios, es el ecumenismo, el diálogo interreligioso, medio privilegiado para realizar las señales del amor comprometido y eficaz.
No despreciamos el aspecto doctrinal pero sí lo situamos referido al contexto integral de la evangelización, el reino de Dios es una propuesta para todos los seres humanos, es el establecimiento de una lógica de paternidad-maternidad-fraternidad-filiación, en el que todos los que la viven signifiquen con esas relaciones que la voluntad de Dios es hacer posible que el ser humano sea definitivamente humano, genuino camino de divinización, aquí el signo de la fraternidad, de la comunión, de la igualdad, es el más elocuente en términos de eficacia salvadora.
Jesús no tuvo como propósito  convertir a nadie a una nueva religión – decir esto suena muy fuerte pero es la realidad -  sino proponer a todos convertirse al Reino. El predicó a los llamados gentiles, los incluyó amorosa y respetuosamente en su enseñanza: “La gente quedó maravillada sobremanera, y comentaban: Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos” [7], los hizo – y los sigue haciendo – partícipes de la gran Utopía en las que las señales que la anuncian son la reivindicación de las víctimas, la inclusión de los excluídos, la dignificación de los condenados de la tierra, el cuidado de la casa común, la justicia, el reconocimiento de la rica pluralidad religiosa y cultural de la humanidad, el servicio que se inserta en los proyectos de vida como determinante de decisiones y conductas. Esto es devolver la vista, esto es restablecer el habla, esto es hacer posible la audición. Hacer del ser humano un señor, un padre, una madre, un hijo, un hermano, un prójimo!
El mensaje de Jesús tiene que operar en nosotros los mismos efectos que tuvieron su saliva y su dedo en el sordomudo. Escuchar es la clave para descubrir cuál debe ser nuestra trayectoria de sentido. La postura de no escuchar la Palabra es muy frecuente, somos religiosos pero no acogemos el mensaje, es una gran contradicción. Escuchar en sentido bíblico, dejarnos sanar de la sordera, es acoger la Buena Noticia, tener conocimiento interno de ella, dejarnos modelar por lo misma, aventurarnos  con Jesús a entrar en el mundo de Dios y del hermano, significar el reino realizando el milagro de la dignidad, de la justicia, de la mesa compartida, de la buena vida que desarma sorderas y mudeces.


[1] Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, 234.
[2] Marcos 7: 32-34
[3] Isaías 35: 4-7
[4] Santiago 2: 2-4
[5] Marcos 7: 31
[6] Marcos 7: 32
[7] Marcos 7: 37

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