“La gente
quedó maravillada sobremanera , y comentaban: Todo lo ha hecho bien, hace oír a
los sordos y hablar a los mudos”
(Marcos 7: 37)
Lecturas:
1.
Isaías 35: 4-7
2.
Salmo 145
3.
Santiago 2: 1-5
4.
Marcos 7: 31-37
La lógica del reino de Dios y su justicia ha de ser
efectiva y afectiva, demanda a todo el ser humano, empezando por la orientación
decidida de su voluntad para significar con hechos de solidaridad, de
compasión, de misericordia, de fraternidad, el acontecer de esa realidad que es Buena
Noticia de vida, de dignidad, de libertad, para todos los humanos, toma la
totalidad de las personas que se dediquen a esta causa: “Tomad, Señor, y recibid, toda
mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y
mi poseer, vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno, todo es vuestro. Disponed
a toda vuestra voluntad, dadme vuestro amor y gracia que esta me basta”[1],
es la bella y densa oración de San Ignacio de Loyola, en la que se sintetiza su
experiencia espiritual de ofrenda de sí mismo al Señor y al prójimo.
Todo el proceso de los ejercicios ignacianos se enfoca
a que quien los vive haga conciencia de Dios como principio y fundamento de su
vida, a que detecte todo lo que lo aparta de El: los afectos desordenados, las
motivaciones y mecanismos que lo llevan al egoísmo y al desamor, para luego
elegir el camino en el que su humanidad será definitivamente teologal : seguir
a Jesús, configurarse con El, tener conocimiento interno de su ser y de su
quehacer, hacerse como El, hasta que todo lo suyo – como reza la bella plegaria
– esté saturado de un amor eficaz y comprometido, que se traduce en las señales
de Dios en la historia, con las que transforma al ser humano y lo hace libre de
las cadenas del pecado, de la injusticia, de la pérdida de sentido, de la
exclusión, del sentimiento trágico de la vida.
La Palabra de este domingo nos guía por la ruta de esa
eficacia amorosa: Isaías, Santiago, Marcos, nos toman de la mano para
implicarnos en esta alternativa de vida, desbordante con la abundancia desmedida del amor que sólo puede provenir de Dios ,
trascendiendo los límites de ritos ceremoniales y de cumplimientos fríos de
leyes y reglamentos: “Le presentaron un sordo que, además,
hablaba con dificultad, y le rogaron que impusiera la mano sobre él. Jesús,
apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su
saliva le tocó la lengua. Después levantó los ojos al cielo, dió un gemido y le
dijo: Effatá, que quiere decir: Abrete! Se abrieron sus oídos y, al instante,
se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente” [2]
El amor genuino se legitima por sus resultados: hace
nuevo a quien lo vive, llena su existencia de ilusión, lo constituye en un ser
emancipado, feliz, comunitario, para quien el prójimo es una referencia
fundante y decisoria. Jesús es la eficacia salvadora de Dios, los milagros que
realiza son las señales que identifican su ministerio como eficacia teologal,
humanizante, liberadora. A esto se nos llama, tal es la perspectiva del
proyecto de vida al que El nos invita.
Vamos a las dos lecturas previas al evangelio. Isaías
es el profeta de la consolación, es el segundo Isaías, el profeta que alienta a
Israel, que en ese momento está sumido en el destierro y en la cautividad de
Babilonia.
Les comunica
que Dios está con ellos afirmando aquello proverbial de que “la esperanza es lo
último que se pierde”: “Digan a los que están desalentados: Sean
fuertes, no teman: ahí está su Dios! Llega la represalia de Dios: El mismo
viene a salvarlos. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y se destaparán
los oídos de los sordos; entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua
de los mudos gritará de júbilo. Porque brotarán aguas en el desierto y
torrentes en la estepa, el páramo se convertirá en un estanque y la tierra
sedienta en manantiales….”[3]
Evoca el recuerdo de Palestina, sus riquezas
naturales, la abundancia del agua, la fertilidad y el espacio generoso, todas
las bondades que les aguardan cuando se liberen de la ignominia del exilio. En
esta tierra se volverán a establecer, y reconstruirán los grandes símbolos de
su cultura: el templo, Jerusalén, su historia. Es claramente una alusión
mesiánica, pero también es la indicación de una posibilidad real, eficaz, recuperar
el arraigo que les sustrajo el poder pecaminoso de Babilonia.
Cómo anunciar una nueva manera de vivir a millones de
seres humanos que viven sometidos a las determinaciones de los poderes del
mundo, el político y el económico? Cómo no ser predicadores de ilusiones falsas
que proponen oasis y pretendidas liberaciones sin comprometerse luego con la
eficacia del amor que libera? Las palabras de Isaías someten a juicio las
falsificaciones de Dios, los profetas del engaño que se valen de los dramas de
la humanidad , de las urgentes necesidades de dignidad, para diseñar paraísos
artificiales, nuevas esclavitudes como las que pululan hoy en el gran
supermercado de la religión.
El segundo Isaías está firmemente anclado en las realidades
de su pueblo y a ellas se refiere con el vigor del Dios que lo implicó en la
tarea de ser garante de la nueva humanidad, la que viene como promesa y
realización. Es la que se impone en este mundo del espectro neoliberal, también
de las torpezas políticas y sociales de Venezuela y de Nicaragua, de Siria y
del Africa subsahariana, de las favelas y de las comunas de las grandes
barriadas de América Latina. Una teología y una pastoral que no estén transidas
por esta pasión no merecen reconocimiento ni aceptación.
La carta de Santiago – nuestra segunda lectura – es un
reclamo fuerte a la fraternidad: “Supongamos que entra en la asamblea de
ustedes un hombre con un anillo de oro y un vestido espléndido, y que entra
también un pobre con un vestido andrajoso; y supongamos que al ver al que lleva
el vestido espléndido, le dicen: siéntate aquí en un buen sitio, mientras que
al pobre le dicen: quédate ahí de pie, o siéntate a mis pies. No sería esto
hacer distinciones entre ustedes y ser jueces con mal criterio?”[4]. El que hace distinción y acepción de
personas por su aspecto o por su condición social definitivamente no es un
cristiano serio. Santiago en su carta nos habla de desigualdades en el interior
de la misma comunidad, donde se espera que haya un modo distinto de relación.
La reunión litúrgica – la eucaristía – tiene que significar sacramentalmente
esa nueva posibilidad de ser todos iguales en torno al Dios Padre-Madre que nos
constituye en la misma dignidad , explicitándolo en el proceder integrador de
Jesús.
La eucaristía – celebración que identifica el ser de
la Iglesia - tiene en sí misma el
imperativo de la fraternidad, de la comunión y de la participación de todos, de
la solidaridad como esencia ética de la conducta cristiana. Es una señal eficaz
del reino de Dios y su justicia. No puede ser un ritual sin consecuencias sociales,
si se celebra en contra de la dimensión comunitaria equivale a prostituírlo y manipularlo indignamente.
El evangelio de hoy nos habla de varias señales que
identifican la eficacia del ministerio de Jesús. Los no judíos, los llamados
paganos y gentiles, también fueron destinatarios de la Buena Noticia: “Se
marchó de la región de Tiro, y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea,
atravesando la Decápolis”[5], eran los
territorios de los excluídos de la comunión religiosa del judaísmo, Jesús está
allí en medio de gentes de “otra religión”, no va a ellos para adoctrinarlos,
respeta su mundo, su cultura, su identidad creyente, simplemente comunica su
Buena Noticia y cura, sin mirar si creen o no: “Le presentaron un sordo que,
además, hablaba con dificultad , y le rogaron que impusiera la mano sobre él”[6], es un ser
humano, con la dignidad que le es inherente, Jesús no pregunta si es judío o
no, se le dedica, lo hace beneficiario de las señales de la vida, el ministerio
cristiano es de total inclusión, no pregunta por resultados doctrinales, se
entrega a la persona necesitada de un nuevo sentido para su existencia.
Jesús hace presente la vitalidad de Dios para todos los
humanos. Esto interroga ese tradicional celo apostólico inspirado por una
compasión que siente como carencia el que muchos en el mundo no sean
cristianos, católicos, pobrecitos : hay que evangelizarlos!, desconociendo las
riquezas de su humanismo, de su religiosidad, de su espiritualidad. La misión
universal es entrar en diálogo con las culturas, con las creencias, con las
concreciones de los diversos modos de caminar hacia Dios, es el ecumenismo, el
diálogo interreligioso, medio privilegiado para realizar las señales del amor
comprometido y eficaz.
No despreciamos el aspecto doctrinal pero sí lo
situamos referido al contexto integral de la evangelización, el reino de Dios
es una propuesta para todos los seres humanos, es el establecimiento de una
lógica de paternidad-maternidad-fraternidad-filiación, en el que todos los que
la viven signifiquen con esas relaciones que la voluntad de Dios es hacer
posible que el ser humano sea definitivamente humano, genuino camino de
divinización, aquí el signo de la fraternidad, de la comunión, de la igualdad,
es el más elocuente en términos de eficacia salvadora.
Jesús no tuvo como propósito convertir a nadie a una nueva religión –
decir esto suena muy fuerte pero es la realidad - sino proponer a todos convertirse al Reino.
El predicó a los llamados gentiles, los incluyó amorosa y respetuosamente en su
enseñanza: “La gente quedó maravillada sobremanera, y comentaban: Todo lo ha hecho
bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos” [7],
los hizo – y los sigue haciendo – partícipes de la gran Utopía en las que las
señales que la anuncian son la reivindicación de las víctimas, la inclusión de
los excluídos, la dignificación de los condenados de la tierra, el cuidado de
la casa común, la justicia, el reconocimiento de la rica pluralidad religiosa y
cultural de la humanidad, el servicio que se inserta en los proyectos de vida
como determinante de decisiones y conductas. Esto es devolver la vista, esto es
restablecer el habla, esto es hacer posible la audición. Hacer del ser humano
un señor, un padre, una madre, un hijo, un hermano, un prójimo!
El mensaje de Jesús tiene que operar en nosotros los
mismos efectos que tuvieron su saliva y su dedo en el sordomudo. Escuchar es la
clave para descubrir cuál debe ser nuestra trayectoria de sentido. La postura
de no escuchar la Palabra es muy frecuente, somos religiosos pero no acogemos
el mensaje, es una gran contradicción. Escuchar en sentido bíblico, dejarnos
sanar de la sordera, es acoger la Buena Noticia, tener conocimiento interno de
ella, dejarnos modelar por lo misma, aventurarnos con Jesús a entrar en el mundo de Dios y del
hermano, significar el reino realizando el milagro de la dignidad, de la
justicia, de la mesa compartida, de la buena vida que desarma sorderas y
mudeces.
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