“Porque
es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas
intenciones…..”
(Marcos 7: 21)
Lecturas:
1.
Deuteronomio 4: 1-8
2.
Salmo 14
3.
Santiago 1: 17-27
4.
Marcos 7: 1-23
Es inveterada la tradición de considerar que lo
esencial de una religión está en el cumplimiento de formalidades rituales, más
que en la asunción de un estilo de vida ético y profundamente humanista. Esto
lo hemos reflexionado bastante en COMUNITAS MATUTINA, es uno de nuestros
núcleos temáticos. Los fundamentalistas religiosos dan toda la prioridad al
cumplimiento exterior, al ordenamiento jurídico que está en la base de tal o
cual entidad creyente, a sus rituales, a sus mandatos y prohibiciones, creando
así un modelo atenazado por lo institucional, con grave detrimento del espíritu
, de la vida libre, del desarrollo sereno de los creyentes, de la capacidad de
decidir responsablemente los caminos de la vida, con una imagen de Dios
amenazante, con un espectro de culpabilidad y condenación siempre presente. El
Dios que se vislumbra en esta perspectiva no seduce ni libera, la mediación
religiosa que lo representa mucho menos. A esto apuntan las lecturas de este
domingo.
El pueblo bíblico también se dejó acompañar por esta
tendencia, y sucumbió frecuentemente a ella. Por eso el salmo 14 (15) destaca
las cualidades de quien está llamado a ser huésped del Señor en su templo, no
se mencionan ritos externos, todas las condiciones se refieren al ámbito ético-moral,
el culto auténtico no puede disociarse del amor al prójimo y de la práctica de
la justicia: “Señor, quien se hospedará en tu carpa? Quién habitará en tu santa
montaña? El que procede rectamente y practica la justicia; el que dice la
verdad de corazón y no calumnia con su lengua. El que no hace mal a su prójimo
ni agravia a su vecino…..” (Salmo 14: 1-3).
Anunciar la justicia y hacer de ella sustancia del
proyecto de vida es una exigencia fundamental de lo que se contiene en las
escrituras bíblicas, también en las de otras tradiciones religiosas, la famosa
regla de oro inspirada en la reciprocidad ética: haz el bien y no mires a
quien; no hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti; bendito quien ama a
su hermano más que a sí mismo; no soy un extraño para nadie y nadie es extraño
para mí, de hecho, soy amigo de todos; lo que para ti es odioso, no lo hagas a
tu prójimo; el deber supremo es no hacer a otros lo que te causa dolor cuando
te lo hacen a ti; son distintas maneras de afirmar la misma eticidad fundante
que es común denominador a los seres humanos de buena voluntad. Esto trasciende
las fronteras de las religiones y de las convicciones humanistas, pero al mismo
tiempo establece una convergencia esencial que, sin sacrificar las respectivas
identidades, propicia un acuerdo sobre lo básico ético para vivir con dignidad,
y es superior, muy superior, a las prescripciones de las leyes y de los
rituales.
La primera lectura – Deuteronomio – transita por esta
ruta. Recordamos que en su etimología Deuteronomio significa segunda ley, una tendencia profética y renovadora en
tiempos en los que los israelitas, guiados por sus jefes y legisladores, se
habían olvidado de la alianza original con Yavé y se habían dedicado a esa
contradictoria condición de cumplimiento legal-observancia ritual y a la
injusticia y a la corrupción. Así entendemos mejor las palabras que siguen: “Y
ahora, Israel, escucha los preceptos y las leyes que yo les enseño para que las
pongan en práctica. Así ustedes vivirán y entrarán a tomar posesión de la
tierra que les da el Señor, el Dios de sus padres……Obsérvenlos y pónganlos en
práctica, porque así serán sabios y prudentes a los ojos de los pueblos, que al
oír estas leyes dirán: Realmente es un pueblo sabio y prudente esta gran
nación” (Deuteronomio 4: 1 y 6).
En la meditación de su propia historia, Israel debe
encontrar los motivos razonables para mantener la fidelidad a la alianza con
Yavé. Israel es el pueblo de Dios pero no puede envanecerse por su condición
privilegiada, porque la elección de la que ha sido objeto es un don gratuito de
Dios, y ese amor demanda una mayor responsabilidad a partir de la vivencia
libre de los compromisos adquiridos, no como carga onerosa sino como camino de
plenitud en la justicia debida al prójimo. El rechazo frontal a la idolatría,
propio de los profetas del Antiguo Testamento, es una consecuencia primera de
esta fidelidad, porque remite al creyente al único Dios que no esclaviza ni
humilla y le disipa el oscurecimiento de su dignidad.
La exhortación que Moisés dirige a su pueblo en este
texto se centra en la necesidad que tienen ellos de hacer una clara opción por
el Dios de la justicia y de la libertad que los ha sacado de la dominación
egipcia. De no ser así, la utopía de la tierra prometida se puede convertir en
una pesadilla.
Tenemos nosotros en Colombia una constitución y unas
leyes bastante elaboradas y fundamentadas sobre las mejores tradiciones del
humanismo jurídico, y – no hace falta decirlo – muy influídos por el
cristianismo católico. En abierta discrepancia con esto predominan la
corrupción y la violencia, los desfalcos y prevaricatos están a la orden del
día, los altos indíces de criminalidad, el asesinato de los líderes sociales,
las corruptelas de gobernantes, legisladores y empresarios, las ofertas
criminales para los jóvenes de poblaciones vulnerables, la interminable cultura
del dinero fácil, el irrespeto permanente a la dignidad humana, la
extraordinaria facilidad con la que los jueces exoneran de culpas y liberan por
“vencimiento de términos”, los delincuentes que no aceptan cargos aunque los
delitos de los que se les acusa son totalmente evidentes, el consumismo
desaforado, el individualismo religioso, la penosa sub cultura del “usted no
sabe quién soy yo?” Es claro que no hay una interioridad dispuesta a la
libertad de quien vive éticamente , es claro que mucho de ese ordenamiento se
ha quedado en formalidades externas, es claro que no hay corazones dispuestos
para el bien común.
Cuál es nuestra tierra prometida? La paz, afectiva y
efectiva, la lucha anticorrupción, la reivindicación de las víctimas, la
prescindencia total de los políticos de baja calidad moral, el respeto a los
derechos de todos, la juridicidad interiorizada, la potencia profética de la
Iglesia, la ciudadanía empeñada en el bien común, la renuncia a los
fundamentalismos políticos y religiosos!
La confrontación e invitación que dirige Moisés a su
pueblo es también para nosotros. Estamos enrutando nuestra vida por los
senderos de la conversión a la nueva humanidad que nos comunica Jesús? Hacemos
la apropiación afectiva, espiritual, ontológica, profunda, de la novedad moral
que nos hace hombres y mujeres nuevos en los caminos del Señor?
También los primeros cristianos experimentaron en
carne propia la amenaza del formalismo y del ritualismo. Después del entusiasmo
apostólico inicial los ánimos comenzaron a ceder – siempre pasa! – y la
comunidad se vió atraída por las relaciones puramente funcionales y formales,
así se perdía la fraternidad que les daba identidad y coherencia. Tal es el
contexto de la carta de Santiago, segunda lectura de este domingo.
El texto pone en guardia contra una religión que no
encarna los valores del Evangelio: “La religiosidad pura y sin mancha, delante
de Dios nuestro Padre, consiste en ocuparse los huérfanos y de las viudas
cuando están necesitados , y en no contaminarse con el mundo” (Santiago
1: 27). El cristianismo no se puede quedar en una formalidad sociocultural,
como es la desafortunada práctica y
efecto de la inercia de una religión instituída sin constante recurso al
carisma y a la profecía.
El cristianismo
se manifiesta como una opción vital que exige el compromiso íntegro de la
persona y de las comunidades: “Pongan en práctica la Palabra y no se
contenten solo con oírla, de manera que se engañen a ustedes mismos. El que oye
la Palabra y no la practica, se parece a un hombre que se mira en el espejo,
pero enseguida se va y se olvida de cómo es. En cambio, el que considera
atentamente la Ley perfecta, que nos hace libres , y se aficiona a ella, no
como un oyente distraído, sino como un verdadero cumplidor de la Ley, será
feliz al practicarla” (Santiago 1: 22-25).
Aunque el libro del Deuteronomio – que Jesús sigue muy
de cerca – propone como religión una serie de principios éticos orientados la
solidaridad, la equidad, la justicia, la projimidad, el judaísmo de su tiempo
estaba más inclinado a valorar las formalidades: “Entonces los fariseos y los
escribas preguntaron a Jesús: por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con
la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras? El
les respondió: hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la
Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está
lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino
preceptos humanos” (Marcos 7: 5-7).
La constante tentación de canonizar los objetos, las
ceremonias, los templos, el tiempo, las legislaciones, hacen olvidar a muchos
creyentes que la esencia de la relación con Dios, y la libertad que viene de
ella, no está en los protocolos culturales, sino en el respeto, la compasión y
la misericordia. Este punto es uno de los que alienta a los opositores del Papa
Francisco , acusándolo de traicionar a la Iglesia, de empañar el oficio papal,
simplemente porque es fiel al espíritu original del Señor Jesús.
Jesús nos invita a redescubrir la esencia cristiana en
la opción por construír la utopía de Dios en la historia y en una vida según el
Evangelio, según las bienaventuranzas. Conectado con todo este tema está aquel
de “la letra y el espíritu”, la letra es el detalle minucioso de lo mandado, es
la verdad superficial que no lleva a la novedad de vida, mientras que el
espíritu es la inspiración, el que da sentido al tinglado de prácticas y de
normativas. La letra sola mata, el espíritu da la vida: “El les dijo: ni siquiera ustedes
son capaces de comprender? No saben que nada de lo que entra de fuera en el
hombre puede mancharlo, porque eso no va al corazón sino al vientre, y después
se elimina en lugares retirados? Así Jesús declaraba que eran puros todos los
alimentos. Luego agregó: lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro” (Marcos
7: 18-20).
Lo que con tanta severidad critica Jesús no es la ley
como tal, sino la interpretación que se hace de ella. En nombre de esa ley
oprimían a la gente y la llenaban de frustración y desencanto ante su propia
religión, les imponían cargas absurdas prometiéndoles que, si las cumplían,
Dios estaría de su parte. Daban a la ley valor absoluto, olvidando su
relatividad y su carácter de mediación pedagógica. Esto Jesús no lo puede
aceptar porque toda norma, en su
formulación y en su intención, debe tener como fin primero el bien del ser
humano, ni siquiera se puede poner a Dios como garante de eso, porque el único
bien de El es el de la humanidad.
Jesús nos lleva a verificar la rectitud de nuestras
intenciones: “Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al
ser humano” (Marcos 7: 23), lo que sale de dentro es lo que determina
la calidad de una persona, esto es enfático en su enseñanza. La trampa está en
confiar más en la práctica externa que en la actitud interna. Si no estamos
atentos , las prácticas religiosas pueden ser una coartada para dispensarnos de
la autenticidad. Todo culto que no proceda del corazón y no lleve a descubrir
la cercanía de Dios y del prójimo, es inútil: “Así anulan la palabra de Dios
por la tradición que ustedes mismos se han transmitido. Y como estas, hacen
muchas otras cosas” (Marcos 7: 13).
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