“Si uno
quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”
(Marcos 9: 35)
Lecturas:
1.
Sabiduría 2: 12-20
2.
Salmo 53
3.
Santiago 3: 16 a 4:3
4.
Marcos 9: 30-37
Armand Jean du Plessis de Richelieu (1585-1642), fue
un miembro de la aristocracia francesa en el siglo XVII, obispo y cardenal de
la Iglesia, que llegó a ser primer ministro de Francia, del rey Luis XIII, en
1624. Toda su vida estuvo bajo el signo del poder y de las estrategias
políticas habilidosas para lograr los objetivos de la monarquía de esa nación.
Se identifica a Richelieu con la manipulación, con las componendas, con los
manejos movidos por el espíritu maquiavélico, el fin justifica los medios. Este
hombre era un pastor de la Iglesia: fue la suya una vida configurada con la de
Jesús? Tuvo conciencia del mesianismo crucificado del Señor? Su historia es la
de un servidor de la comunidad, hombre justo, dedicado por entero al servicio
de la comunidad? Fue perseguido por causa del reino de Dios y su justicia?
Por otra parte, Jan Chryzostom Korec (1924-2015
Checoslovaquia), fue un religioso jesuita que vivió desde su juventud la
cruenta persecución del régimen comunista a la Iglesia Católica, ordenado
sacerdote a los 26 años de edad, en un campo de concentración, fue ordenado
obispo un año después, en la clandestinidad, por decisión de su compañero Pavel
Hnilica, también jesuita y obispo. En las dramáticas condiciones de la prisión
estos hombres, junto con otros, ejercían el ministerio en total silencio, y
recibieron el ministerio de obispos para garantizar la sucesión apostólica y la
permanencia del servicio ordenado en medio de tan difíciles circunstancias.
El joven obispo Korec fue sucesivamente barrendero,
operario de fábrica, liberado y hecho preso varias veces, ocultando su
condición por temor a la represalia de las autoridades, su existencia siempre
fiel y generosa, dedicado enteramente a servir , sin ningún tipo de
ostentación, manteniendo su fidelidad a Jesús, a la comunidad, hasta que –
concluido el régimen del comunismo – fue rehabilitado públicamente y pudo
ejercer su entrega pastoral. Juan Pablo II le nombró en 1990 obispo de Nitra
(Eslovaquia) y cardenal en 1991. Todo esto lo relata en su autobiografía “La
noche de los bárbaros”[1].
Jamás buscó privilegios ni tuvo deseos de exaltación, todo su relato vital fue
el de un cristiano identificado con la cruz, siempre en la perspectiva de la
dedicación al servicio pastoral, discreto, silencioso, sereno en medio de las
contradicciones vividas.
Qué tienen estas dos biografías? Ambos hombres de
Iglesia, el uno discurrió sin rodeos por los caminos del poder, el otro por los
del ministerio en su sentido evangélico más completo y leal. Richelieu pasa a
la historia como un estratega siniestro, Korec como un cristiano crucificado
por amor a su Señor y a la humanidad. Las lecturas de este domingo nos llevan
por este último sendero, como en el anterior: “Salieron de allí y fueron
caminando por Galilea. El no quería que se supiera, porque iba enseñando a sus
discípulos. Les decía: el Hijo del hombre será entregado en manos de los
hombres; lo matarán, mas a los tres días de haber muerto, resucitará. Pero
ellos, que no entendían sus palabras, tenían miedo de preguntarle” [2]
En coherencia con ese asunto del mesianismo
crucificado, tema transversal del evangelio de Marcos, Jesús sigue dejando en
claro cuál es su camino, a pesar del escándalo que causa en sus discípulos y
también en nosotros, en nuestro mundo, en muchos ambientes de Iglesia que
olvidan el servicio radical y se dedican al carrerismo eclesiástico, como
señala expresamente Francisco. Richelieu es la carrera de ascenso, Korec el
hombre de la vida oculta y entregada sin reservas.
El evangelio dice expresamente que Jesús quería pasar
desapercibido, con la intención de formar a sus discípulos con la enseñanza de
la cruz, trata de convencerles de que no ha venido a desplegar un mesianismo de
poder sino de servicio a los demás, pero no lo consigue. Las mentes de aquellos
están enredadas en las ambiciones del triunfo, en la mentalidad del prestigio,
se imaginan que cuando la revolución de su maestro tenga éxito ellos ocuparán
los lugares de honor. Todos siguen pensando en su propia gloria.
Si les daba miedo preguntar es porque intuían que algo
de él no les gustaba. Esta indicación nos muestra que, más que no comprender,
es que no querían entender, porque la muerte ignominiosa de Jesús significaba
el fin de sus pretensiones de mesianismo triunfante, glorioso, espectacular.
“Llegaron a Cafarnaúm y , una vez en casa, les
preguntó: De qué discutían por el camino? Ellos callaron, pues por el camino
habían discutido entre sí quien era el mayor. Entonces se sentó , llamó a los
Doce y les dijo: si uno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el
servidor de todos”[3],
exactamente el mensaje del domingo anterior. Jesús no demanda que nos
minimicemos en el sentido de perder la dignidad, de asumir un voluntarismo de
autonegación violenta, lo que pide es que entendamos de una vez por todas que
el ser humano es más en la medida en que sirva más, en que dé más y más lo
mejor de sí mismo para que haya una mejor humanidad, sin medir las posibles
consecuencias de incomprensión, conflicto, persecución, cruz.
La plena realización de la vida no está en dominar a
los demás, en utilizarlos como trampolín – tipo Richelieu – para lograr
objetivos de poder, ella se logra en la ofrenda radical de sí mismo, aún en la
contradicción, como en el caso de Jan Chryzostom Korec.
Y luego viene el ejemplo de la acogida a los niños, lo
que quiere decir Jesús con este gesto no es algo romántico, vamos a verlo: “Y
tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo estrechó entre sus brazos y les
dijo: El que acoja un niño como este en mi nombre, a mí me acoge; y el que me
acoja a mí, no me acoge a mí, sino a Aquel que me ha enviado”[4]. En ese
contexto de Jesús el niño no contaba, se le veía como un pequeño esclavo, el
último de los últimos, en la escala más baja de los que se dedican al servicio,
Jesús se está identificando con ellos, no es una simple ternura, claramente
está manifestando su preferencia por los mínimos y está señalando una pauta
determinante para quienes quieran vivir en seguimiento suyo, provoca
naturalmente rechazo porque lo que se propone como alternativa existencial es
estar siempre en plan de ascenso y de aplauso social. Acoger a Jesús, es acoger
al Padre, acoger a los últimos del mundo. Esto es esencial en el evangelio.
Después de más de dos mil años seguimos sin
enterarnos. Y , además, como los discípulos, preferimos que no nos aclaren las
cosas, porque sospechamos que no responden a nuestras ambiciones. Seguimos en
la lucha del poder, la Buena Noticia lo denuncia, Francisco lo denuncia, muchas
buenas gentes lo denuncian.
No es servidumbre humillante sino servicio
humanizante, dar la vida hasta consumirse por amor. Esto es perseguido e
incomprendido, como lo leeemos en la primera lectura: “Pongamos trampas al justo, que
nos fastidia y se opone a nuestras acciones; nos echa en cara nuestros delitos
y reprende nuestros pecados de juventud….es un reproche contra nuestras
convicciones y su sola aparición nos resulta insoportable, pues lleva una vida
distinta a los demás y va por caminos diferentes…..lo someteremos a
humillaciones y torturas para conocer su temple y comprobar su entereza. Lo condenaremos
a una muerte humillante, pues, según dice, Dios lo protegerá”[5].
El texto recoge la experiencia de los profetas de Israel y presenta a la
persona justa como modelo de sabiduría, el ser humano piadoso no es el que hace
sacrificios notorios o practica externamente los rituales, la justicia es
sabiduría de Dios, honestidad insobornable, firmeza a prueba de fuego.
Esta justicia somete a juicio al corrupto, al
violento, al manipulador, al criminal. La limpieza del justo resulta
intolerable para quienes viven empecinados en el mal, por eso resulta esta
lógica siniestra de humillar a los decentes, a los rectos de mente y corazón.
La historia abunda en testimonios de esta naturaleza. En la historia cristiana
los que toman en serio el proyecto de Jesús corren su misma suerte, los
mártires del cristianismo primitivo, los condenados por reyes y poderosos, los
creyentes silenciosos que, amando sin descanso, comprendieron el escándalo de
Jesús y lo hicieron elemento decisorio en sus opciones, las víctimas de los
totalitarismos del siglo XX, los profetas de la dignidad humana, nuestro San
Romero de América, que será canonizado el próximo 14 de octubre.
La carta de Santiago, potente texto que nos acompaña
como segunda lectura desde hace varios domingos, confronta a sus destinatarios
por sus conductas de envidias, de rencillas y afectos desordenados por el
poder, los incita a la sabiduría, les sugiere los caminos de la paz, de la
justicia, de la misericordia: “Pues donde hay envidia y ambición brota el
desconcierto y toda clase de maldad. En cambio, la sabiduría que viene de lo
alto es, sobre todo, pura; pero también pacífica, indulgente, dócil, llena de
misericordia y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía…”[6]
Esta carta nos invita a poner todo el mundo de intereses
egoístas a contraluz y a pasarlos por el tamiz crítico del Evangelio. El relato
vital del obispo y cardenal Korec, muy desconocido por estos lados
latinoamericanos, es un hermoso relato de despojo de ambiciones, de cruces
vividas amorosamente, de fidelidades inquebrantables, de plenitud humana en el
servicio desinteresado. Ese es el propósito de Jesús.
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