“Hay una
cosa que todavía no has hecho – le dijo -. Anda, y vende todas tus posesiones y
entrega el dinero a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme”
(Marcos 10: 21)
Lecturas:
1.
Sabiduría 7: 7-11
2.
Salmo 89
3.
Hebreos 4: 12-13
4.
Marcos 10: 17-30
En la tradición bíblica la sabiduría ocupa un lugar
esencial, se la entiende y vive como el gran don de Dios que permite vivir en
libertad, en pleno sentido de la vida y en captación de lo esencial , con la
disposición para relativizar todo lo demás, el más sano ejercicio de los
espíritus libres: “Supliqué y me fue dada la prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu
de sabiduría. La preferí a cetros y tronos y a su lado tuve en nada la riqueza.
No la equiparé a la piedra más preciosa, porque todo el oro es ante ella un
poco de arena y junto a ella la plata es como el barro. La quise más que a la
salud y la belleza y la preferí a la misma luz, porque su resplandor no tiene
ocaso. Con ella me vinieron todos los bienes juntos, tiene en sus manos
riquezas incontables” [1]
El elocuente texto atestigua un acto de soberanía, la
más profunda que puede darse en la vida de un ser humano, es al mismo tiempo un
lenguaje de felicidad, el de quien ha encontrado la esencia y se dispone a
darle prioridad absoluta en su existencia.
Es de siempre en la historia dar importancia a lo
poderoso, a lo brillante, a lo rico y famoso. Abundamos en la humanidad en
relatos de este tipo: el “hall” de la fama, como el célebre de Hollywood, las
élites, los centros del prestigio social
y económico, los ámbitos del poder político y de la riqueza material. Pasan en
rápido repaso Alejandro Magno, Aníbal el de las guerras púnicas, los papas del
Renacimiento, el cardenal Richelieu, Luis XIV, Napoleón Bonaparte, Hitler,
Mussolini, la dinastía Rockefeller, Trump,
Gadafi, Calígula, Nerón, los tristemente célebres dictadores
latinoamericanos – Trujillo, Duvalier, los Somoza, Pinochet, Videla, Banzer, Stroessner,
ahora Maduro y sus funambulescos personajes de la fallida revolución
bolivariana - , es el vano honor del mundo, que brilla, triunfa, es exaltado,
adulado, sonríe ante los halagos del poder, y luego pasa, inevitablemente cae,
demuestra lo deleznable de sus fundamentos: “sic transit gloria mundi”, así
pasa la gloria del mundo!! También la corte de aduladores se decepciona y pasa
al culto del siguiente ídolo sin tener la malicia suficiente para entender que
unos y otros son fetiches con pies de barro, “tienen ojos y no ven, tienen
oídos y no oyen”, como dice el salmo….
El sabio bíblico
no se inscribe ni en la lógica del poder ni en la de la riqueza. Su rica
experiencia de Dios y de lo humano lo lleva a estar siempre “más allá”, no es
un erudito del conocimiento , lo suyo es la densidad de la vida, la sobriedad
total, el dominio del ser sobre el tener, la fuerza liberadora de una felicidad
que se asienta sobre la renuncia a toda vanidad, a todo indicador de prestigio,
sin más certeza que la del Dios que lo hace profundamente humano para servir al
prójimo y para construír un mundo de hombres y mujeres libres.
De esta raza son Pablo VI, Papa Giovanni Battista
Montini[2],
y Oscar Arnulfo Romero, San Romero de América[3],
dos hombres a quienes la Iglesia a través de Francisco, Obispo de Roma, Pastor
de la Iglesia Universal, ha reconocido hoy su sabiduría evangélica y su
santidad de vida, proponiéndolos a todos como santos, destacados en vivir según
el espíritu de las bienaventuranzas, libres de las galas mundanas, profetas del
reino de Dios y su justicia, testigos de los cielos nuevos y la nueva tierra,
entregados por entero al servicio de sus hermanos, haciendo énfasis con su
palabra y con su vida de la prioridad de lo esencial: más y más humanidad, más
y más dignidad, más y más trascendencia y espiritualidad.
Vivieron ellos acogiendo la fuerza transformadora de
la Palabra de Dios. En el santuario de su intimidad orante y discerniente
descubrieron los caminos de liberación que se originan en el Padre-Madre Dios y
en la revelación que de sí mismo hizo con carácter definitivo en la persona de
Jesús, haciendo vida lo que la segunda lectura de este domingo afirma con
vigor: “Pues la palabra de Dios es viva y poderosa. Es más cortante que
cualquier espada de dos filos; penetra entre el alma y el espíritu, entre la
articulación y la médula del hueso. Deja al descubierto nuestros pensamientos y
deseos más íntimos”[4]
Montini y Romero son dos testigos cualificados de la
fe en el siglo XX. El primero, en su servicio a la iglesia universal, hombre
profundamente espiritual y cultivado en el humanismo del siglo XX, consciente
de la necesidad de una honda renovación eclesial, protagonizada por él mismo en
la conducción del Concilio Vaticano II, en ejercicio de su ministerio de Obispo
de Roma y pastor universal, iniciada por
el también santo Juan XXIII[5],
pastor de colosales dimensiones evangélicas.
Romero es el
sacerdote y obispo, primero de talante tradicional, algo timorato e indeciso
que, al experimentar el sufrimiento y la represión que hacían a su pueblo
víctima de las mayores vejaciones por parte del gobierno y de los poderosos de
su pequeño país salvadoreño, se hace un gigante profeta de la dignidad humana y
de la defensa de los pobres, misión que le vale ser asesinado – inmenso mártir
del siglo XX! – en el atardecer del 24 de marzo de 1980.
Sus intereses, sus afectos, sus deseos, su libertad,
fueron alcanzados por la Palabra cuestionante, incisiva, liberadora,
transformante, hasta el punto de tomarlos por completo. Ella se hizo en ellos “intimior intimo meo”, “más íntimo
que yo mismo”, según la clásica expresión de San Agustín.
Marcos aborda hoy el asunto clave del seguimiento de
Jesús, con la respuesta que da Jesús al hombre interesado en captar y vivir la
esencia de la vida: “Cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló
ante él y le preguntó: Maestro bueno, qué haré para heredar la vida eterna?
Jesús le contestó: Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya
sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no
darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre. El
replicó: Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud. Jesús se quedó
mirándolo, lo amó y le dijo: Una cosa te falta, anda, vende lo que tienes,
dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego, ven y sígueme”[6]
Jesús plantea a este creyente las condiciones mínimas
para el seguimiento con un “pero” indicativo y exigente, que le demanda reparar
la justicia en sus actitudes personales e ir a la raíz del mal, al fundamento
de la injusticia que reside en el ansia de acumular riqueza. El hombre se
estremece: “A estas palabras él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy
rico”[7]. El hombre diría para sus
adentros: tan bueno lo que Jesús plantea, pero con esa exageración de dejarlo
todo, imposible! Creer sí, pero sin excesos, como nos sucede a tantos de
nosotros. Es como profesar la fe en Dios pero negándose a cumplir su voluntad.
Entonces Jesús aprovecha la ocasión para poner las
cosas en claro: “Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen
riquezas!”[8].El apego al dinero y al
poder es dificultad mayor para entrar en el reino. La comparación que sigue es
severa; algunos han querido suavizarla, pretendiendo que había en la ciudad
unas puertas mínimas llamadas “agujas”, y que bastaba al camello agacharse para
poder entrar por allí: “Qué difícil es entrar en el reino de Dios!
Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico
entrar en el reino de Dios”[9].
Aquí no hay lugar para ambigüedades, así lo entendieron los discípulos, aunque
quedaron atónitos: “Ellos se espantaron y comentaban: entonces, quien puede salvarse?”[10].
El asunto se les presenta poco menos que imposible, pasar por el ojo de una
aguja significa poner toda su confianza en Dios y no en las riquezas, como
Montini, como Romero.
Es ideal y deber ser de cada seguidor de Jesús, y de
la Iglesia toda, de cada comunidad de creyentes, renunciar a las seguridades
del dinero y del poder. No podemos tapar el sol con las manos, sabemos que en
muchísimos casos esto no ha sido así, la “espada de doble filo” que es la
Palabra confronta siempre, sin bajar la guardia, y nos pregunta constantemente
por nuestra capacidad de tomar en serio este deber ser, radical, de altísima
exigencia. Se trata de significar que la jugada maestra de la vida no tiene su
fundamento en el poder del mundo, sino en este Dios liberador, humanizador,
salvador, redentor. Vivimos oscilando entre las medianías y flojeras, algunas
definitivamente escandalosas, y el desafío teologal para ser libres en este
seguimiento que no admite rebajas.
El magisterio y el ministerio de Pablo VI tuvieron un
fuerte énfasis social, de solidaridad con los pobres del mundo. En su vida
personal y en su misión de pastoreo universal hizo huella con esta profecía.
San Romero de América dio todo de sí mismo, hasta la muerte y muerte en cruz –
mártir, legítimo testigo de la fe – para significar que la radicalidad teologal
de una vida en seguimiento de Jesús es soberanía divina y profundísima
humanidad. A ambos santos nos confiamos para que su intercesión disipe en
nosotros toda ambigüedad en el seguimiento del Camino.
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