domingo, 7 de octubre de 2018

COMUNITAS MATUTINA 7 DE OCTUBRE DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO


“Pero desde el principio de la creación Dios los hizo varón y mujer. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne”
(Marcos 10: 2-16)

Lecturas:
1.   Génesis 2: 18-24
2.   Salmo 127
3.   Hebreos 2: 9-11
4.   Marcos 10: 12-16

Todo en la revelación de Dios a la humanidad, todo en la misión de Jesús, está orientado a reivindicar al ser humano, a levantarlo, a configurarlo en una creciente y constante dignidad. De Dios no procede nada aplastante ni humillante. Esta revelación no es el surgimiento de una divinidad lejana de la realidad, enaltecida en una corte imperial, que reclama sumisiones degradantes. Es claro y contundente el hecho de un Dios que se implica histórica, existencial, encarnatoriamente, en la humanidad y en su historia, para integrarlas en su plan de plenitud.
Las lecturas de este domingo – en coherencia con esta afirmación inicial – toman esta bandera para afirmar tal dignidad en la perspectiva del amor y de la complementariedad del varón y de la mujer: “Después dijo el Señor Dios: no conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada. Y el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales del campo y a todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les pondría. Porque cada ser viviente debía tener el nombre que le pusiera el hombre” [1]. Con el ejercicio de “nombrar” a las creaturas vivientes Dios asocia al ser humano a la tarea de la creación, de dar un sentido a la vida que se origina en El, de constituírlo señor de la realidad creada. Es un acto de la más profunda dignidad.
Y consuma ese acto de creación y nombramiento creando a la mujer: “El Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y cuando este se durmió, tomó una de sus costillas y cerró con carne el lugar vacío. Luego, con la costilla que había sacado del hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Se llamará Mujer porque ha sido sacada del hombre[2] La importancia de este detalle consiste en establecer que la mujer ha sido hecha de la misma carne que el varón, de la misma dignidad.
La palabra hebrea para designar Mujer es la forma femenina de varón (varona), hecho que confirma la identidad y el valor humanos de ambos. Desafortunadamente, en la antigüedad y en muchos tiempos de la historia, la inferioridad femenina era aceptada. El relato bíblico, en cambio, muestra que tal hecho no corresponde a la intención original del Creador, sino que es una imperfección introducida por el pecado y por el egoísmo. El varón y la mujer participan de un mismo destino, de un mismo valor, de una misma condición y explican la íntima relación que los une, fundada en el amor, en la complementariedad, en el atractivo mutuos.
Adán acoge con un clamor eufórico a la compañera que corona el resto de creaturas a las que ha pasado revista y dado nombre: “Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!”[3]. Ese grito es la expresión saludable de la tendencia a unirse en una sola carne los seres que son semejantes, hechos para amarse, para crecer, para ser felices, para emprender juntos el maravilloso proyecto del amor en pareja. Tiene la connotación de salir del hogar de origen para formar uno nuevo, un novedoso escenario de felicidad y de ayuda recíproca: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne” [4]. Se impone la libre renuncia a amores laterales para vivir plenamente el don de ser el uno para el otro y de significar con esa entrega la plenitud relacional del varón y de la mujer.
En esa diversidad de lo femenino y de lo masculino se manifiesta la riqueza de la condición humana, siempre llamada al vínculo, a la comunión, al encuentro del amor, tarea que se conquista desde el ejercicio de una libertad responsable y comprometida con la felicidad de quienes optan por ese camino de realización. El matrimonio es el ámbito propio de este vínculo, aunque ahora, desde la sensibilidad propia de esa libertad, no se habla de una sola forma de relación varón-mujer, los avances de las ciencias sociales y humanas, las búsquedas de sentido también permiten abrirse a otras posibilidades. Esto es materia de grandes debates, de movimientos libertarios y de reivindicaciones.
En esta relación matrimonial se despliegan los dinamismos más potentes de los seres humanos, que son-somos sexuados por nuestra misma naturaleza. Bien entendido que la sexualidad es mucho más que unos atributos biológicos externos, es una condición de identidad, una manera de ser, una sensibilidad femenina o masculina, una visión de la vida y de la comunión humana.
Así las cosas, la capacidad de varón y de mujer reside en la posibilidad de darse al otro y de ayudarle a ser él-ella , sintiendo que en ese darse se realiza la plenitud de ambos. Este es un camino de humanización ilimitado. El ejercicio de la sexualidad persigue el bien del otro, no es una relación de usar al otro para satisfacer el gusto y el interés personales, hacerlo así degrada la dignidad femenino-masculina y convierte a la pareja en un desencuentro utilitario. Si una relación de pareja no está fundamentada en el genuino amor no tiene nada de humana. Por eso se imponen una exquisita humanidad, una exquisita espiritualidad, que desarme las tendencias destructivas del ego absolutizado, hedonista, cosificante, para dar el paso al ejercicio de la alteridad enamorada, el misterio apasionante de la comunión amorosa y plena de dignidad en el uno y en el otro.
Sabemos bien acerca de los múltiples factores de crisis en las relaciones conyugales: la mentalidad sociocultural que no favorece la permanencia feliz en los compromisos de totalidad, el machismo que promueve varones “triunfadores” coleccionando mujeres para exhibirlas como trofeos de su virilidad, la inmadurez emocional y la baja en calorías espirituales, el prescindir del sentido de la trascendencia, la hipererotización de la sexualidad dejando al descubierto una vulgar instintividad desbordante de egoísmo,  la mujer que se cree el cuento de que su belleza es un icono de atractivo físico y se convierte en muñeca de exposición, los elementos de carencia de oportunidades de crecimiento en lo económico, en lo laboral. Nada de esto puede eludirse a la hora de estudiar la relación varón-mujer para explorar seriamente alternativas de felicidad y sentido en la perspectiva de la felicidad conyugal.
En octubre de 2014 se reunió en Roma el Sínodo de la Familia, convocado por el Papa Francisco, bajo el lema “Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la familia”. De ese contexto resulta el conocido documento llamado “Amoris Laetitia: sobre el amor en la familia”, publicado el 19 de marzo de 2016, que es ahora la carta de navegación de matrimonio y familia en la Iglesia Católica. La familia es el ámbito original del ser humano, esto es clave en el desarrollo de cada persona, en su referencia  constructiva a la sociedad y, en el caso cristiano, en su responsabilidad eclesial.
El evangelio de hoy – tomado de Marcos – también transita por este mismo camino. Los fariseos, siguiendo su estilo habitual, ponen a prueba a Jesús, malintencionadamente: “Es lícito al hombre divorciarse de su mujer? El les respondió: qué es lo que Moisés les ha ordenado? Ellos dijeron: Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella. Entonces Jesús les respondió: Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido[5]
La respuesta de Jesús es significativa cuando caemos en cuenta de que, tanto en el judaísmo como en el mundo grecorromano, el repudio de la mujer era algo corriente, incluso regulado por la ley. Si Jesús les respondía que no era lícito, lo iban a acusar de estar contra la ley. Por eso les devuelve la pregunta y les dice que la ley de Moisés es provisional, porque ahora se ha inaugurado un nuevo orden de vida en el que la dignidad del ser humano es fundamental, espacio en el que el varón y la mujer hacen parte sustancial de la armonía y el equilibrio de la creación. Todo conduce resueltamente a una afirmación profética de la dignidad de este vínculo, y de los seres humanos que se encuentran y se aman. Jesús protege al ser humano de sus propios caprichos egoístas.
Con su respuesta , Jesús desautoriza a los maestros de la ley, que pensaban que la mujer podía ser rechazada por cualquier pretexto surgido del pecado de los varones, nunca de ella. Junto con eso, relativiza las pretensiones de absolutez de la ley mosaica. Al defender a la mujer, Jesús se pone de parte de los “sin derechos”, tira por tierra la soberbia de los fariseos que despreciaban a la mujer y no veían en ella más que una utilidad doméstica y una realidad de sexo físico para engendrar hijos.
Cuando los discípulos, que tampoco terminaban de captar los alcances de las afirmaciones de Jesús, le preguntaron sobre lo que acababa de pasar, su respuesta es contundente: “El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio[6]. Esto es bien costoso de entender, incluso en la sociedad actual, con mayor razón. Una vez más debemos decir que Jesús, en su enseñanza, está protegiendo la dignidad humana, la del varón y de la mujer, para prevenirlos de no tomar en serio el vínculo conyugal.
Justamente uno de los puntos clave que aborda el Papa Francisco en la exhortación “Amoris Laetitia” es el de las parejas que han fracasado en su relación matrimonial y desean emprender un nuevo vínculo, como expresión de su derecho a la felicidad. Es una realidad social y eclesial que hay que afrontar con criterios muy delicados de misericordia y de comprensión de la fragilidad humana, con apertura clara a esta vocación de plenitud que anida en cada varón y en cada mujer.
Consideremos con atención este texto de la referida exhortación: “Los divorciados en nueva unión, por ejemplo, pueden encontrarse en situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas sin dejar lugar a un adecuado discernimiento personal y pastoral. Existe el caso de una segunda unión consolidada en el tiempo, con nuevos hijos, con probada fidelidad, entrega generosa, compromiso cristiano, conocimiento de la irregularidad de su situación y gran dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas. La Iglesia reconoce situaciones en que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios  - como, por ejemplo, la educación de los hijos – no pueden cumplir la obligación de la separación. También está el caso de los que han hecho grandes esfuerzos para salvar el primer matrimonio y sufrieron un abandono injusto, o el de los que han contraído una segunda unión en vista a la educación de los hijos, y a veces están subjetivamente seguros en conciencia  de que el precedente matrimonio, irreparablemente destruido, no había sido nunca válido. Pero otra cosa es una nueva unión que viene de un reciente divorcio, con todas las consecuencias de sufrimiento y de confusión que afectan a los hijos y a familias enteras, o la situación de alguien que ha fallado reiteradamente a sus compromisos familiares. Debe quedar claro que este no es el ideal que el Evangelio propone para el matrimonio y para la familia. Los Padres sinodales han expresado que el discernimiento de los pastores siempre debe hacerse distinguiendo adecuadamente, con una mirada que discierna bien las situaciones. Sabemos que no existen recetas sencillas[7]
La extensa  cita es una invitación al discernimiento, al ejercicio responsable de la misericordia, de la lucidez evangélica, de adoptar como propios los criterios del Señor Jesús. El camino cristiano es por esencia incluyente, no de permisividad facilista, tampoco de intransigencia legalista. La relación del varón y de la mujer, que se consagra en el matrimonio, es merecedora siempre de la más cualificada atención pastoral. Matrimonios serios y felicidad en saludable binomio siempre.




[1] Génesis 2: 18-9
[2] Génesis 2: 21-23.
[3] Génesis 2: 23
[4] Génesis 2: 24
[5] Marcos 2: 2-9
[6] Marcos 2: 10.12
[7] Exhortación Apostólica Postsinodal Amoris Laetitia Número 298.

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