sábado, 11 de abril de 2020

COMUNITAS MATUTINA 11 Y 12 DE ABRIL VIGILIA PASCUAL Y DOMINGO DE PASCUA 2020

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vió lo que había pasado, y creyó”
(Juan 20: 8)
Lecturas Vigilia Pascual:
  1. Génesis 1: 1 a 2: 2 (creación del mundo)
  2. Génesis 22: 1-18 (vocación de Abrahán)
  3. Exodo 14: 15 a 15: 1 (Israel sale de Egipto, atraviesa el desierto)
  4. Isaías 54: 5-14 (Isaías hace memoria de la historia de Israel)
  5. Isaías 55: 1-11 (El camino de la salvación)
  6. Baruc 3: 9-32 a 4:4 (Que Israel no se deje dominar por pueblos extranjeros)
  7. Ezequiel 36: 16-28 (La restauración de Israel)
  8. Romanos 6: 3-11 (Morir con Cristo para vivir con Cristo)
  9. Mateo 28: 1-10
El misal oficial de la Iglesia Católica propone esta secuencia extensa de lecturas bíblicas para la solemne Vigilia Pascual porque en ellas se resume la historia de salvación que Dios ofrece a la humanidad, tiene total sentido esta proclamación así prolongada. Sin embargo, estos textos sólo se leen completos en la Vigilia presidida por el Santo Padre, en las catedrales con la presidencia de sus respectivos obispos y en otros espacios litúrgicos de particular relevancia. En las comunidades más reducidas se anuncian algunas más especiales: creación, paso por el desierto, una de los profetas, Romanos y Evangelio, naturalmente.

Lecturas Domingo de Pascua:
  1. Hechos 10: 34-43
  2. Salmo 117:1-2;16-17 y 22-23
  3. Colosenses 3: 1-4
  4. Juan 20:1-9

De la tumba vacía surge la luz, el fuego de la nueva humanidad que Dios realiza en Jesús el Resucitado para legitimar su historia, sus opciones, el sentido de su pasión y muerte, su proyecto del Reino de justicia para todos los seres humanos. No ha sido una vida inútil, la que sus enemigos pretendieron sofocar con el juicio, la condena y el cumplimiento de la sentencia en la cruz. Esto es lo que celebramos en la solemne Vigilia Pascual, la más importante de las celebraciones en el mundo cristiano.
La narrativa aquí contenida es fundante para el ser humano, siempre en búsqueda de sentido para su existencia, a partir de los interrogantes e inquietudes profundos que le suscitan el misterio del mal, el sufrimiento, la enfermedad, la injusticia, la violencia, el vacío existencial, la inevitable “hermana muerte”. 12 La experiencia de Pascua transformó a unos hombres y mujeres asustados, derrotados, hizo de ell@s una nueva humanidad configurada con el Resucitado, los entusiasmó hasta el extremo , para dedicarse sin reservas al anuncio de esa Buena Noticia.3
La liturgia pascual es rica en simbolismos: el fuego nuevo que se explicita en el cirio pascual, la abundante y densa Palabra bíblica, historia de salvación y de libertad hasta su culminación en Jesús, el canto del pregón pascual que anuncia el gozo que Dios nos causa con su constante intervención liberadora en la historia de Israel y de la humanidad, el agua bautismal y la renovación de las promesas correspondientes, y la eucaristía en la que se canta de nuevo el gloria – silenciado durante el tiempo de cuaresma - .
Con el fuego nuevo significamos al Señor Resucitado, permanecerá todo el año encendido, en cada celebración eucarística y litúrgica. El binomio oscuridad-luz nos remite pedagógicamente a muerte-vida, pecado-santidad, injusticia-justicia, odio-amor, soledad-comunión, vacío-plenitud. La segunda parte de estos binomios se realiza en el Señor Jesucristo, ahora emergiendo de las tinieblas de la muerte, para vida de todos.4
Cuáles son nuestras muertes y pascuas? Cuáles nuestras oscuridades y luces? Cuáles nuestras realidades requeridas de resignificación pascual? Cuáles las del mundo entero, las de la Iglesia, las de este tiempo de corona-virus? : “Dónde está, oh muerte, tu victoria? Dónde está, oh muerte, tu aguijón?5
La Palabra que se anuncia en la noche de Pascua recorre los grandes hitos de la intervención de Dios en la historia de Israel, según lo testimonian los diversos textos que se proponen. Dios especialista en vida, creador y dador de la misma, siempre comprometido a mantener sus creaturas en ese dinamismo de vitalidad; Dios liberador, que no soporta la esclavitud y el sometimiento de ningún ser humano, auspiciando el camino hacia las tierras prometidas de la libertad; Dios que anuncia en sus profetas el nuevo orden de vida que se origina en El, pero que también denuncia lo que es ajeno a esa voluntad.
Dios que promete y garantiza la permanencia en la vida, entendiendo por esta todo lo que nos saca del egoísmo, del desorden que introducimos con el pecado; Dios misericordioso, constante restaurador de nuestra condición precaria; Dios artífice de la nueva creación; Dios que se dice definitivamente en Jesús, el Cristo, el Resucitado. 6
Entre este rico conjunto de textos destaquemos el que refiere la tortuosa travesía de Israel por el desierto rumbo a la tierra de la promesa, es parte de la biografía de este pueblo que vive allí una experiencia donde se juntan los vacíos y los sufrimientos, las carencias y las ansiedades, pero también las libertades y las conquistas, en las que sienten la presencia de un Dios que añade a sus rasgos el de ser liberador: “En ese día el Señor salvó a Israel del poder de Egipto7. Esa historia es paradigma de la nuestra, vamos siempre viviendo la ambigüedad muerte-vida, vacío-plenitud, sufrimiento-felicidad, odio-amor, esclavitud-liberación. Es el eterno devenir humano ahora sorprendido por un Dios que no nos quiere dejar en la precariedad. 8 Corona virus, pandemia, curación, vacuna curativa, hombres y mujeres sirviendo a sus prójimos en hospitales, clínicas y sanatorios, Pascua 2.020!!
El relato del evangelio correspondiente al domingo es bastante escueto, sus protagonistas no son ni el Padre Dios, ni Jesús, tampoco habla explícitamente del hecho pascual. Sus actores son tres, al evangelista le interesa poner de relieve las reacciones de cada uno de estos personajes:
  • María Magdalena se alarma al ver que no hay cadáver en el sepulcro, sale corriendo a avisar de la desaparición.
  • Pedro parece un inspector, entra también al sepulcro, advierte que las vendas están en el suelo y el sudario, enrollado, en lugar aparte. Pero no pasa por su mente sacar alguna conclusión “pascual”.
  • El discípulo, a quien el evangelista llama el amado por Jesús, corre más que Simón Pedro, llega primero que él, ve lo mismo que Pedro, “y vió lo que había pasado, y creyó” . 9
De un modo tan simple, el relato de Juan nos pone a pensar en actitudes muy humanas, aunque de signo contrario, se puede pensar que es un fraude (María), o quedar perplejo (Pedro), o arriesgarse a dar el salto misterioso y apasionante de la fe (el discípulo amado). Las comunidades primitivas tienen el atrevimiento de vivir en la tercera postura.
Cómo vivimos nosotros hoy nuestra fe? Es asunto de inercia sociocultural? Creemos que somos cristianos por un simple hecho sociológico, sin implicar la Pascua de Jesús en nuestro ser y quehacer? Crédulos tal vez ante las improvisaciones y superficialidades de tantos predicadores sin fundamento? Nos dejamos dominar por el utilitarismo de la vida diaria, solo damos crédito a lo que es verificable mediante indicadores y medidas? Con cuàl de los tres personajes nos identificamos?
Esos primeros discípulos de Jesús, los que luego viven la experiencia transformadora de la Pascua, eran humanos, demasiado humanos, en diversos momentos de las narraciones evangélicas se constatan sus fragilidades, sus dificultades para captar la originalidad del Maestro, condicionados como estaban por el establecimiento religioso judío que imaginaba un Mesias poderoso, triunfante, espectacular. 10 Como nosotros, que vivimos seducidos por triunfos, escalafones y jerarquías.
Somos así? Cuál es nuestra postura ante el trágico drama de Jesús? Tenemos mentalidad para dimensionar los alcances de su condena a muerte y de su extrema humillación y, conectando con esto, establecemos el vínculo entre el Crucificado y el Resucitado? No olvidemos que la experiencia pascual es , ante todo, un asunto de fe, la clave del cristianismo, con capacidad para transformar la vida de quienes se dejan tomar por su significado, como sucedió en el caso de Pedro y de sus testarudos compañeros.
Pues ustedes murieron, y Dios les tiene reservado el vivir con Cristo. Cristo mismo es la vida de ustedes. Cuando él aparezca, ustedes también aparecerán con él llenos de gloria” 11, la convicción que afirma la segunda lectura surge de una vivencia profundamente real, transformadora, y al mismo tiempo capaz de re-significar por completo, y felizmente, esa realidad.
Vienen a cuento la inmensa legión de nuestras limitaciones y precariedades, nuestros dolores y penurias, nuestras muertes lentas, todo lo que nos desilusiona y hace sufrir. Aquí es donde acontece el impacto pascual, como se deduce de las vigorosas palabras de Pedro, antes tan contradictorio y en un momento dado modelo de cobarde: “Esto pudo hacerlo porque Dios estaba con él, y nosotros somos testigos de todo lo que hizo Jesús en la región de Judea y en Jerusalén. Después lo mataron, colgándolo en una cruz. Pero Dios lo resucitó al tercer día, e hizo que se nos apareciera a nosotros. No se apareció a todo el pueblo, sino a nosotros, a quienes Dios había escogido de antemano como testigos” . 12
Jesús había alcanzado la VIDA antes de morir, era el agua viva, como consta en el hermoso diálogo con la mujer samaritana, proclamado hace varios domingos. Jesús nació del Espíritu, vive por el Padre, todo su ser está dotado de vitalidad teologal, de la que es el portador primero, esa es la verdadera vida que siempre celebramos los cristianos, no la simple reanimación de un cadáver, por eso èl no está preocupado de lo que pueda suceder con su vida biológica. Lo que a él verdaderamente le interesa es la VIDA que alcanzó durante su vida.
Jesús se crucifica y con él todos los dramas humanos, los sinsentidos, las tragedias, las interminables limitaciones, las muertes de siempre, adquiriendo en èl una nueva dimensión, la de Dios, la de esa vitalidad que es la permanencia en el amor, èl se convierte asì en el gran legitimador de todos los trabajos humanos de autenticidad, de felicidad, de significación amorosa de la existencia, de solidaridad, y de justicia.
Jesùs está vivo, pero de otra manera, su presencia resucitada no es la de un cuerpo muerto y revivido que sorprende a todos, su vitalidad trasciende las contingencias de la historia y del ser humano, nos asume en ese orden definitivo, como el que manifestó a la samaritana y a Nicodemo: “El que beba del agua que yo le darè nunca volverá a tener sed, porque el agua que yo le darè se convertirá en èl en manantial que brotarà dándole vida eterna” 13 y: “Te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios” . 14
La esperanza de que nuestro ser e identidad personal no se aniquilará con la muerte se llama salvación-liberaciòn. Todo ser humano que decide ser radicalmente prójimo de sus prójimos, todo el que apuesta por el amor servicial y por la fraternidad, todo el que se desgasta para dar sentido a la vida de los demás, confirma esa expectativa y la hace real.
Marìa Magdalena, Pedro, el otro discípulo, son como nosotros, o – mejor - somos nosotros, con nuestras vacilaciones, también con nuestra pasión por vivir la aventura en la que todo lo nuestro se llenará de significado pascual.
El sepulcro vacío es un fuerte simbolismo, propio de Juan, para afirmar que Jesùs no està sometido a las limitaciones del ser humano, que la suya es una vida existente en Dios, y que es su deseo que todos nosotros tengamos abierta esa posibilidad, certeza que hace decir al poeta, sacerdote y mìstico Ernesto Cardenal: 15
Un despertar.
Como cuando uno sueña que se està cayendo en un hoyo y se despierta
Al momento de caer.
Condenados a volver a la pre-vida?
(Chardin pregunta) O a la sub-vida?
No, Mejìa, no, Gutièrrez.
Lo que hubo con el cuerpo de Jesùs.
Ese evento en la historia:
Un sepulcro vacío.
El Hades ha sido vencido.
La muerte ya no tiene sentido.
La vida tiene sentido.
El hierro de tu sangre volverá al corazón de la tierra.
Pero detrás de eso espera la sorpresa.
No un mundo como el del sueño, sino tan real
Que realidad anterior y sueño parecerán igual. 16

1 Expresión atribuída a San Francisco de Asís, que designaba con esa palabra hermano-a a las realidades humanas, como expresión de su exquisita espiritualidad de comunión con todas las creaturas; nacido en 1181, fallecido en 1.226.
2 Ramón Lucas Lucas. Horizonte vertical: sentido y significado de la persona humana. BAC. Madrid, 2010; Juan de Sahagún Lucas. Dios horizonte del hombre. BAC. Madrid, 1994; Juan Alfaro. De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios. Sígueme. Salamanca, 1997
3 Louis Evely. La cosa empezó en Galilea. Sígueme. Salamanca, 1980.
4 Jürgen Moltmann. El Dios crucificado. Sígueme. Salamanca, 1987. José Ignacio González Faus. Otro mundo es posible…..desde Jesús. Sal Terrae. Santander (España) 2014.
5 1 Corintios 15: 55
6 Paul de Surgy. Las grandes etapas del misterio de salvación. Nova Terra. Barcelona, 1975.
7 Exodo 14: 30
8 Juan Martín Velasco. La experiencia cristiana de Dios. Trotta. Madrid, 1995; Pablo R. Andiñach. El libro del Exodo. Sígueme. Salamanca, 2006.
9 Juan 20: 8
10 José Luis Sicre, biblista español, jesuita (n. 1940), profesor en la facultad de teología de Granada y en el Pontificio Instituto Biblico de Roma ha escrito una densa y bella trilogía sobre los relatos evangélicos y sobre la formación del cristianismo primitivo, se títula El Cuadrante, en tres volúmenes I La búsqueda introducción a los evangelios, II La apuesta el mundo de Jesús, III El encuentro, el cuarto evangelio; publicados por la editorial Verbo Divino en 1997. Se complementan con Memorias de Andrónico (parte novelada de El Cuadrante), del mismo autor y en la misma editorial, año 2000. Altamente recomendable para conocer la experiencia pascual, la elaboración de los cuatro relatos evangélicos, la vivencia de las primeras comunidades cristianas.
11 Colosenses 3: 3-4
12 Hechos 10: 39-41
13 Juan 5: 14
14 Juan 3: 3
15 Poeta nicaragüense (1925-2020)
16 Ernesto Cardenal. La tumba vacía en Cántico cósmico (1989), publicado en Ernesto Cardenal poesía reunida, selección, prólogo y referencias de Jaime Quezada. Editorial Andrés Bello. Santiago de Chile, 2002, página 469.

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