“Jesús hizo muchas
otras señales milagrosas delante de sus discípulos, las cuales no están
escritas en este libro. Pero estas se han escrito para que ustedes crean que
Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio
de él”
(Juan
20: 30-32)
Lecturas:
1.
Hechos 2: 42-47
2.
Salmo 117: 2-4;13-15 y 22-24
3.
1 Pedro 1: 3-9
4.
Juan 20: 19-31
En esta temporada de
corona virus asistimos a testimonios de vida y muerte, los primeros nos hablan
de gente que se entrega sin medida a servir al prójimo, a través de sus
trabajos habituales o dando lo mejor de sí mismos en servicios de emergencia,
sin contemplar el beneficio personal, a sabiendas de que esto de la solidaridad
y del servicio es la apuesta mayor de la vida. Por esos caminos transita todo
el personal sanitario, los que garantizan que nuestras condiciones de
alimentación, bienestar, energía eléctrica, agua, provisiones básicas,
comunicaciones, seguridad, vigilancia, estudios, teletrabajo, cuidadores,
acompañantes, educadores, servicios espirituales y religiosos, estén a la orden
del día. Bellas narrativas que acreditan con altura la humanidad: esto es
Pascua![1]
Un bello modo de este
espíritu pascual lo presenta hoy Hechos de los Apóstoles: “Todos los que creían estaban
muy unidos y compartían sus bienes entre sí; vendían sus propiedades y todo lo
que tenían, y repartían el dinero según las necesidades de cada uno. Todos los días se reunían en el templo
, y en las casas partían el pan y comían juntos con alegría y sencillez de
corazón”. [2]
Pero también – los
segundos – hay relatos de mezquindad y de egoísmo sin límites. Los violentos que no cesan en su cruzada criminal,
los que estigmatizan a médicos, enfermeras, profesionales de la salud, con esa
conducta maligna que lo ignora todo sobre la trascendencia del ser humano,
grupos que sólo creen en su bienestar; los que desacatan las determinaciones
preventivas, quienes no comunican que estuvieron de viaje cuando la pandemia
había iniciado su carrera mortal, o algunos – bien católicos por cierto – que
se burlaron de la primera joven que en Colombia estuvo infectada por el corona
virus, por pertenecer a una iglesia evangélica, insinuando que su contagio era
castigo de Dios por no ser católica.
También algunos gobiernos que determinan cosas que atentan directamente contra
la vida y la dignidad de sus gobernados .Grave, muy grave: muerte y ruptura de la armonía original del
ser humano, [3]
el mal siempre reviste nuevas formas de presencia. Esto es muerte!
Que sean estas
referencias – propuestas en tiempo pascual – un estímulo para meditar con
hondura sobre nuestra condición humana, misterio contradictorio y apasionante,
bien y mal coexistentes, grandes humanistas y humanismos, actitudes de total
generosidad, y malignidades sobreabundantes. Asumiendo y replanteando está Dios para significar con eficacia el
mundo nuevo que resucita con Jesús.[4]
La consideración que
proponemos para este domingo es la de hacer un esfuerzo imaginativo para
ponernos en el contexto de los primeros discípulos de Jesùs, los que en su vida
histórica le siguen y empiezan a ser formados por èl, con los tropiezos y
contradicciones bien conocidos según refieren los relatos evangélicos, cuando imaginaban que lo que estaba por venir era una triunfante
revolución social y político- religiosa con las evidencias temporales de
liderazgo y poderío, a lo que aspiraban, como dice Jesús a
propósito de la petición que le hiciera la madre de los hijos de Zebedeo: “Como
ustedes saben, entre los paganos los jefes gobiernan con tiranía a sus
súbditos, y los grandes hacen sentir su autoridad sobre ellos. Pero entre
ustedes no debe ser así. Al contrario, el que entre ustedes quiera ser grande,
deberá servir a los demás; y el que entre ustedes quiera ser el primero, deberá
ser su esclavo. Porque, del mismo modo, el Hijo del hombre no vino para que le
sirvan sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud”. [5]
He aquí que lo que resulta es una implacable
persecución a Jesùs por parte de los dirigentes religiosos, la acusación de
blasfemo y hereje, el juicio y la condena a muerte, la victoria de las fuerzas
del mal y, finalmente, lo que desde la perspectiva
humana es un fracaso rotundo: muerto en cruz.
Cómo reaccionan sus seguidores?:”Entonces
todos los discípulos lo abandonaron y huyeron”,[6] crisis y desencanto total, sentimiento de
derrota que expresan los dos caminantes
de Emaùs a su misterioso acompañante: “El les dijo: què ha ocurrido? Ellos le
contestaron: lo de Jesùs el Nazareno, un profeta poderoso en obras y palabras a
los ojos de Dios y de todo el pueblo: còmo nuestros sumos sacerdotes y
magistrados lo condenaron a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que
iba a ser èl quien liberarìa a Israel; pero, con todas esas cosas, llevamos ya
tres días desde que eso pasò”.[7]
Còmo se da en estos abatidos discípulos la
evolución hacia la experiencia pascual? Còmo resultan transformados por el
Resucitado? Còmo viven ellos la conciencia de que El està vivo y les anima para
siempre? A responder este interrogante concurren las lecturas de este y de los
siguientes domingos del tiempo pascual. Por eso conviene que veamos nuestras vivencias de fracaso y recuperación, la forma como salimos de situaciones de
abatimiento , cuando después de abandonos y frustraciones volvemos a vivir con
sentido y felicidad. O cuando somos testigos de las inmensas bondades de los
seres humanos.[8]
La resurrección de
Jesùs no es un simple acontecer individual en el que el Padre favorece al Hijo
sacándolo de la oscuridad de la muerte. Lo que aquí sucede es la re-creaciòn
del ser humano y, la llegada de lo que en el Nuevo Testamento se llama nueva
creación y/o nueva humanidad: “El es el principio, el Primogènito de entre
los muertos, para que sea El el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer
residir en èl toda la plenitud y reconciliar por El y para El todas las cosas”.
[9]
El que haya
imperfecciones en la evolución hacia esta novedosa cualidad pascual no quiere
decir que sea imposible de lograr, la
conciencia de esos discípulos transformados reconoce que Jesùs lo apostò todo a
ese proyecto y el Padre lo legitimò con la resurrección. Vivir pascualmente es
estar 100% en y para el proyecto de
Jesùs, para una humanidad plena. Ellos lo lograron, muchos lo han logrado,
nosotros andamos en eso, es nuestro proyecto clave de la vida.
Dice el texto de Juan
que “los
discípulos tenían cerradas las puertas del lugar donde se encontraban, pues
tenían miedo a los judíos” ,[10] y
presenta el caso de Tomás el incrédulo: “Si no veo en sus manos la señal de los
clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y mi mano en su costado,
no creeré” , [11]
evidencias de inseguridades y temores de que les pudiese suceder lo mismo que a
Jesús. O también del que apasionadamente quiere creer, pero necesita ser
llenado por la presencia de su Señor, como en estas experiencias-límite,
pandemia del corona virus y similares, en las que clamamos a Dios para que abandone su silencio.[12]
Tomás, a quien
tradicionalmente se ha estigmatizado por incrédulo, viene a ser ahora un
símbolo de la humanidad perpleja, esa misma que somos nosotros, siempre llenos
de búsquedas y preguntas, movidos por la más radical y adolorida honestidad. “Nos
hiciste, Señor, para tí, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en
ti”,[13]
tradicional frase de San Agustín, que hoy se nos antoja continuidad del sincero
deseo de Tomás. Paradójico, pero es así: “Si no veo en sus manos las heridas de los
clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo podré
creer”. [14]
Es preciso que en esta Pascua nos pronunciemos
como el incrédulo Tomás,[15]
porque tenemos pasión de Dios, de sentido, requerimos razones para la
esperanza, ellas se sacian cuando vislumbramos su presencia en nuestra
historia, cuando su silencio cesa,[16]
cuando se relata en las historias de hombres y mujeres pascuales, como aquellos
que – primero desencantados porque al final descubrieron que no se trataba de
un mesianismo triunfal – tienen esa experiencia definitiva que los transforma
para siempre, les comunica la certeza del Viviente: “Mete aquí tu dedo, y mira mis
manos; y trae tu mano y métela en mi costado. No seas incrédulo: cree!”[17]
Las apariciones están
totalmente asociadas a la fe. Jesús sólo se manifiesta a los que tenían
vínculos con él, a los que se habían interesado en su proyecto de vida. En cada
comunidad cristiana particular todo tiene sentido cuando ellas “se
dejan vivir por Jesús” :“Ustedes aman a Jesucristo, aun sin haberle
visto; creen en él, aunque de momento no le vean. Y lo hacen rebosantes de
alegría indescriptible y gloriosa, alcanzando así la meta de la fe, que es la
salvación” .[18]
[1]
Autores varios. Palabras para tejernos,
resistir y transformar en la época que estamos viviendo. Textos rebeldes.
Cochabamba, 2011; Fernando Ayuso (Editor). Tejer
esperanza en tiempos de pandemia. Publicaciones Claretianas. Madrid, 2020.
[2]
Hechos 2: 44-46
[3]
Hannah Arendt. Eichmann en Jerusalén: un
estudio sobre la banalidad del mal. Penguin Random House. Madrid, 2013;
Enrique Romerales. El problema del mal.
Ediciones Universidad Autónoma de México UAM. México D.F. 1995; Herbert Haag. El problema del mal. Herder. Barcelona,
1981; Félix Ovejero. Idiotas o
ciudadanos? . Montesinos. Barcelona, 2014. Nietzsche Friedrich. Genealogía de la moral. Alianza
editorial. Madrid, 1976.
[4]
Andrés Torres Queiruga. Repensar la
resurrección. Trotta. Madrid, 2003.
[5]
Mateo 20: 24-28
[6]
Mateo 26: 56
[7]
Lucas 24: 19-21
[8]
Cáritas América Latina y el Caribe.
Cartas a Dios desde América Latina. PPC. Madrid, 2015; Papa Francisco. Un plan para resucitar. Publicado en
revista Vida Nueva España del 17 de abril 2020.
[9]
Colosenses 1: 18-20
[10]
Juan 20: 19
[11]
Juan 20: 25
[12]
Fedor Dostoiewsky. Los hermanos Karamazov.
Alianza editorial. Madrid, 1978.
[13]
San Agustín. Confesiones I 1,1.
Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2018.
[14]
Juan 20: 25
[15]
Ricardo Palma. La sandalia de Santo Tomás
en Tradiciones Peruanas . Porrúa.
México DF, 2000.
[16]
Juan Luis Ruiz de la Peña. Crisis y
apología de la fe. Sal Terrae. Santander (España), 1995.
[17]
Juan 20: 27
[18]
1 Pedro 1: 8-9
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