“Les propuso esta otra
parábola: el reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena
semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró cizaña
entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció
entonces también la cizaña”
(Mateo
13: 24-26)
Lecturas:
1.
Sabiduría 12: 13-19
2.
Salmo 85: 5-16
3.
Romanos 8: 26-27
4.
Mateo 13: 24-30 y 36-43
En una cierta
mentalidad muy frecuente en ambientes de
personas religiosas y observantes de la moral existe la tentación de hacer una
interpretación maniquea-dualista de esta parábola que propone hoy el evangelio
de Mateo 13: 24-43, la cizaña que fue sembrada junto con el trigo. Una primera
postura que se manifiesta es la de sentir que nosotros – los “buenos” – somos
trigo y que no tenemos nada que ver con la cizaña, porque esta reside siempre
en los otros, en los “malos”, en los que no son cumplidores como nosotros, los
de “buena conciencia”. La segunda postura consiste en ser implacables con la
cizaña, acabar con ella cuanto antes, condenarla sin contemplaciones, sin
captar que en el centro de eso estamos nosotros, totalmente involucrados.
Esta parábola tiene una
sutileza pedagógica notable: el punto de inflexión en la lógica del relato lo
encontramos en las palabras del dueño del campo: “dejen que ambos crezcan
juntos hasta la siega”. [1] Lo
obvio sería que se dejara arrancar la cizaña
apenas se descubriera en el sembrado, para que no disminuyera la cosecha ni se
perdiera el trigo. Por eso , la orden del amo,
en principio, resulta
incomprensible para el sentido común. Este giro de la narración es el que debe
hacernos pensar; no es que el dueño del campo haya perdido la sensatez, es que
quien relata la parábola quiere hacernos ver la realidad de otra manera.
Una primera conclusión
es que en el orden real de la vida espiritual no sólo no se debe arrancar la
cizaña sino que no es posible separarla del trigo. He aquí la jugada maestra de
esta enseñanza de Jesús. Con esto, queda desvirtuada la tentación maniquea de
apartar malos y buenos, pues resulta que lo bueno y lo malo están en nosotros
mismos, la frontera divisoria pasa por nuestro corazón. En el ser humano, en su
uso de la libertad, reside esa capacidad que da cuenta de nuestros fallos. Esta
es la mejor comprensión del pecado original y originante.[2]
Cómo hacernos
conscientes de la presencia del mal en nosotros?[3]
Cómo asumir que Dios es quien puede liberarnos de las tendencias desordenadas
del egoísmo, la injusticia, el afán de lucro material, el deseo de dominar a
los demás, la arrogancia, el apetito de poder?
Cómo ser realistas , advirtiendo críticamente que en nosotros coexisten
la cizaña y la buena hierba? Y cómo
desarrollar, a partir de esta constatación, una visión siempre optimista de la
condición humana, en la clave de un Dios que al mismo tiempo ejerce su
misericordia con ilimitada generosidad pero que también confronta con severidad
y nos propone altas exigencias desde la clave de las bienaventuranzas? : “Tu
poder es el principio de la justicia y tu señorío sobre todos te hace ser
compasivo con todos”. [4]
Confiemos en que la
Palabra que se nos propone este domingo nos ayude a hacer claridad sobre estos
interrogantes, cuyas respuestas atinadas contribuirán a cualificar nuestra
humanidad, con sus correspondientes evidencias de una manera de vivir inspirada
por el mejor humanismo trascendente, espiritual, ético, solidario.[5]
La primera lectura
alude a la historia de pecado de los israelitas, a la idolatría y
absolutizaciones en las que incurrieron, dando la espalda a Dios a sí mismos, a
sus prójimos, desconociendo lo pactado con Yavé. Es, por supuesto, retrato de
lo que acontece en muchos ámbitos del mundo contemporáneo. Qué hace Dios ante
la realidad del pecado? Hacer la vista
gorda? Entrar en una ira desaforada y vengarse de este pueblo desleal? O –
mejor – dar todo de sí mismo en el ejercicio de la misericordia, propiciando una conciencia crítica de la
deshumanización que trae consigo el pecado, y creando las condiciones más
saludables para una vida libre en el amor y la justicia?
Propio de la fe
cristiana es la esperanza que tiene su
aval en el mismo Dios que tiende permanentemente hacia nosotros su mano plena
de vitalidad y de constantes señales para que replanteemos nuestros proyectos
de vida, cuando estos dejan de lado el amor. Aquella marca original de valor y
de optimismo, testimoniada en el Génesis, es esencial en las convicciones de
nuestra fe: “Y dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza… Y creó
Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y mujer los creó”
,[6]
desde ella estamos animados por una visión saludable del ser
humano y de su historia, conciencia que no impide la autocrítica juiciosa
cuando verificamos los efectos de una libertad que no se ajusta a la abundancia
de esa gratuidad amorosa del Padre.
Vemos en el devenir de
la humanidad grandes realizaciones, desarrollos de humanismo y espiritualidad,
de vida éticamente valiosa, de creaciones culturales extraordinarias, de
búsqueda apasionante del conocimiento para desvelar los más hondos misterios de
la realidad y de la naturaleza, de aplicaciones que contribuyen a mejorar la
calidad de vida de los humanos y a proteger los recursos naturales, del sentido
de justicia que favorece el reconocimiento de la dignidad humana.[7]
Pero también, cuántos
hechos que van en contravía de esta bondad que Dios imprime en sus creaturas! Guerra, violencia, muerte, destrucción
irresponsable del hábitat, segregación racial, poblaciones enteras forzadas a
migrar de sus tierras de origen, ofensas interminables a la dignidad humana,
discriminaciones de todo tipo, homofobia, intolerancia, economía sin corazón,
ejercicio arbitrario del poder, espacios dramáticos en los que se niega la
creaturalidad y se desbarata el proyecto teologal de armonía y plenitud.[8] En
este intenso tiempo de pandemia covid-19 y de cuarentena hemos visto con
abundancia testimonios de trigo y de cizaña, no es necesario repetirlos aquí,
todos los conocemos.
Cómo procede Dios ante
esto?: El es dador de vida, creador comprometido con su creatura, con su pedagogía de garantizar que
permanezcamos en el dinamismo de lo más sano y constructivo, articulando la
denuncia del desorden contenido en el pecado con el anuncio de la misericordia
que es noticia de esperanza para toda la humanidad que asume con libertad vivir
en esta gratuidad.[9]
La cizaña que se junta
a la buena hierba es la injusticia que el egoísmo exacerbado de algunos seres
humanos siembra para impedir la vida y la dignidad, la economía que no se
inspira en la lógica de la mesa compartida sino en la ambición de posesión y de
dominio esclavizante, la brutalidad de las guerras , la indiferencia ante la
suerte de los que sufren, el consumismo desaforado, la irresponsabilidad ante
las demandas sanitarias de la pandemia, el rechazo a las poblaciones migrantes,
el asesinato de los líderes sociales, el abuso sexual a la población infantil,
el cómodo egoísmo del que todo lo tiene sin preocuparse por las mayorías
sufrientes.
Y la buena hierba? Es
la capacidad restauradora que procede de Dios para reordenar la interioridad
humana y, sobre esta base, reestructurar la historia en clave de projimidad, de
inclusión, de respeto a la diversidad étnica, religiosa, cultural, ideológica,
de acogida de la nueva humanidad que el Padre Dios nos trae con Jesús.“El
reino de Dios es como un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero mientras
la gente dormía, vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo, y se fue.
Cuando el tallo brotó y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña”
,[10] sencilla
imagen en la que Jesús demuestra que en el centro mismo del ser humano coexisten
la gratuidad de los dones de Dios con el uso egoísta que hacemos de la libertad.
El trigo y la cizaña
que crecen juntos nos invitan a un serio realismo teologal, humano, para
advertir la convivencia de esas dos tendencias, y para emprender el camino de
una espiritualidad seria, abierta a Dios, al prójimo, a la historia, en la que
tengamos la osadía de dejarnos llevar por ese amor fundante y liberador que se
nos revela en el Señor Jesús, sabiendo que : “El Espíritu viene también en
ayuda de nuestra flaqueza. Como nosotros no sabemos pedir como conviene, el
Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indescriptibles” .[11]
Tal es la maestría de
esta parábola : de jueces intransigentes de los demás, presumidos de buena
conciencia, nos remite a confrontar nuestro trigo y cizaña, en la clave de la
misericordia liberadora del Dios que se nos manifiesta en Jesús.
[1] Mateo 13: 30
[2]
Piet Schoonenberg SJ. El poder
del pecado. Carlos Lohlé. Buenos Aires, 1978. Marciano Vidal. Cómo
hablar del pecado hoy: hacia una moral crítica del pecado. PPC. Madrid,
1999. María Isabel Gil Espinosa. Conciencia de pecado y de culpa. Tesis
de doctorado en teología. Facultad de Teología, Universidad Javeriana. Bogotá,
2015.
[3]
Carlos Bravo Lazcano, SJ. El
problema del mal. Ediciones Facultad de Teología Universidad Javeriana.
Bogotá, 2006. Enrique Carpintero. El bien y el mal son inmanentes a nuestra
condición humana. En https://www.topia.com.ar/articulos/mal-y-bien-son-inmanentes-nuestra-condicion-humana
Hannah Arendt. La condición humana. Paidós. Buenos Aires, 1993.
[4]
Sabiduría 12: 16
[5]
Ludwig Schmidt. El hombre como
ser trascendente: una perspectiva judeocristiana. Publicado en Revista de
Bioética Latinoamericana, año 2012, volumen X, páginas 53 a 99.
[6] Génesis 1: 26-27
[7]
Matt Ridley. El optimista
racional. Taurus. Madrid, 2010.
[8]
Julia Shaw. Hacer el mal: un
estudio sobre nuestra infinita capacidad para hacer daño. Ediciones Temas
de Hoy. Madrid, 2017.
[9]
Elizabeth A. Johnson. La búsqueda
del Dios vivo. Sal Terrae. Santander (España), 2007.
[10] Mateo 13: 25-26
[11] Romanos 8: 26
No hay comentarios:
Publicar un comentario