domingo, 19 de julio de 2020

COMUNITAS MATUTINA 19 DE JULIO DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO


“Les propuso esta otra parábola: el reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña”
(Mateo 13: 24-26)

Lecturas:
1.   Sabiduría 12: 13-19
2.   Salmo 85: 5-16
3.   Romanos 8: 26-27
4.   Mateo 13: 24-30 y 36-43
En una cierta mentalidad muy frecuente en ambientes  de personas religiosas y observantes de la moral existe la tentación de hacer una interpretación maniquea-dualista de esta parábola que propone hoy el evangelio de Mateo 13: 24-43, la cizaña que fue sembrada junto con el trigo. Una primera postura que se manifiesta es la de sentir que nosotros – los “buenos” – somos trigo y que no tenemos nada que ver con la cizaña, porque esta reside siempre en los otros, en los “malos”, en los que no son cumplidores como nosotros, los de “buena conciencia”. La segunda postura consiste en ser implacables con la cizaña, acabar con ella cuanto antes, condenarla sin contemplaciones, sin captar que en el centro de eso estamos nosotros, totalmente involucrados.
Esta parábola tiene una sutileza pedagógica notable: el punto de inflexión en la lógica del relato lo encontramos en las palabras del dueño del campo: “dejen que ambos crezcan juntos hasta la siega”. [1] Lo obvio sería que se dejara arrancar  la cizaña apenas se descubriera en el sembrado, para que no disminuyera la cosecha ni se perdiera el trigo. Por eso , la orden del amo,  en principio,  resulta incomprensible para el sentido común. Este giro de la narración es el que debe hacernos pensar; no es que el dueño del campo haya perdido la sensatez, es que quien relata la parábola quiere hacernos ver la realidad de otra manera.
Una primera conclusión es que en el orden real de la vida espiritual no sólo no se debe arrancar la cizaña sino que no es posible separarla del trigo. He aquí la jugada maestra de esta enseñanza de Jesús. Con esto, queda desvirtuada la tentación maniquea de apartar malos y buenos, pues resulta que lo bueno y lo malo están en nosotros mismos, la frontera divisoria pasa por nuestro corazón. En el ser humano, en su uso de la libertad, reside esa capacidad que da cuenta de nuestros fallos. Esta es la mejor comprensión del pecado original y originante.[2]
Cómo hacernos conscientes de la presencia del mal en nosotros?[3] Cómo asumir que Dios es quien puede liberarnos de las tendencias desordenadas del egoísmo, la injusticia, el afán de lucro material, el deseo de dominar a los demás, la arrogancia, el apetito de poder?  Cómo ser realistas , advirtiendo críticamente que en nosotros coexisten la cizaña y la buena hierba?  Y cómo desarrollar, a partir de esta constatación, una visión siempre optimista de la condición humana, en la clave de un Dios que al mismo tiempo ejerce su misericordia con ilimitada generosidad pero que también confronta con severidad y nos propone altas exigencias desde la clave de las bienaventuranzas? : “Tu poder es el principio de la justicia y tu señorío sobre todos te hace ser compasivo con todos”. [4]
Confiemos en que la Palabra que se nos propone este domingo nos ayude a hacer claridad sobre estos interrogantes, cuyas respuestas atinadas contribuirán a cualificar nuestra humanidad, con sus correspondientes evidencias de una manera de vivir inspirada por el mejor humanismo trascendente, espiritual, ético, solidario.[5]
La primera lectura alude a la historia de pecado de los israelitas, a la idolatría y absolutizaciones en las que incurrieron, dando la espalda a Dios a sí mismos, a sus prójimos, desconociendo lo pactado con Yavé. Es, por supuesto, retrato de lo que acontece en muchos ámbitos del mundo contemporáneo. Qué hace Dios ante la  realidad del pecado? Hacer la vista gorda? Entrar en una ira desaforada y vengarse de este pueblo desleal? O – mejor – dar todo de sí mismo en el ejercicio de la misericordia,  propiciando una conciencia crítica de la deshumanización que trae consigo el pecado, y creando las condiciones más saludables para una vida libre en el amor y la justicia?
Propio de la fe cristiana  es la esperanza que tiene su aval en el mismo Dios que tiende permanentemente hacia nosotros su mano plena de vitalidad y de constantes señales para que replanteemos nuestros proyectos de vida, cuando estos dejan de lado el amor. Aquella marca original de valor y de optimismo, testimoniada en el Génesis, es esencial en las convicciones de nuestra fe: “Y dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza… Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y mujer los creó” ,[6] desde ella estamos animados por una visión saludable   del ser humano y de su historia, conciencia que no impide la autocrítica juiciosa cuando verificamos los efectos de una libertad que no se ajusta a la abundancia de esa  gratuidad amorosa del Padre.
Vemos en el devenir de la humanidad grandes realizaciones, desarrollos de humanismo y espiritualidad, de vida éticamente valiosa, de creaciones culturales extraordinarias, de búsqueda apasionante del conocimiento para desvelar los más hondos misterios de la realidad y de la naturaleza, de aplicaciones que contribuyen a mejorar la calidad de vida de los humanos y a proteger los recursos naturales, del sentido de justicia que favorece el reconocimiento de la dignidad humana.[7]
Pero también, cuántos hechos que van en contravía de esta bondad que Dios imprime en sus creaturas!  Guerra, violencia, muerte, destrucción irresponsable del hábitat, segregación racial, poblaciones enteras forzadas a migrar de sus tierras de origen, ofensas interminables a la dignidad humana, discriminaciones de todo tipo, homofobia, intolerancia, economía sin corazón, ejercicio arbitrario del poder, espacios dramáticos en los que se niega la creaturalidad y se desbarata el proyecto teologal de armonía y plenitud.[8] En este intenso tiempo de pandemia covid-19 y de cuarentena hemos visto con abundancia testimonios de trigo y de cizaña, no es necesario repetirlos aquí, todos los conocemos.
Cómo procede Dios ante esto?: El es dador de vida, creador  comprometido con su creatura,  con su pedagogía de garantizar que permanezcamos en el dinamismo de lo más sano y constructivo, articulando la denuncia del desorden contenido en el pecado con el anuncio de la misericordia que es noticia de esperanza para toda la humanidad que asume con libertad vivir en esta gratuidad.[9]
La cizaña que se junta a la buena hierba es la injusticia que el egoísmo exacerbado de algunos seres humanos siembra para impedir la vida y la dignidad, la economía que no se inspira en la lógica de la mesa compartida sino en la ambición de posesión y de dominio esclavizante, la brutalidad de las guerras , la indiferencia ante la suerte de los que sufren, el consumismo desaforado, la irresponsabilidad ante las demandas sanitarias de la pandemia, el rechazo a las poblaciones migrantes, el asesinato de los líderes sociales, el abuso sexual a la población infantil, el cómodo egoísmo del que todo lo tiene sin preocuparse por las mayorías sufrientes.
Y la buena hierba? Es la capacidad restauradora que procede de Dios para reordenar la interioridad humana y, sobre esta base, reestructurar la historia en clave de projimidad, de inclusión, de respeto a la diversidad étnica, religiosa, cultural, ideológica, de acogida de la nueva humanidad que el Padre Dios nos trae con Jesús.“El reino de Dios es como un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero mientras la gente dormía, vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo, y se fue. Cuando el tallo brotó y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña” ,[10] sencilla imagen en la que Jesús demuestra que en el centro mismo del ser humano coexisten la gratuidad de los dones de Dios con el uso egoísta  que hacemos de la libertad.
El trigo y la cizaña que crecen juntos nos invitan a un serio realismo teologal, humano, para advertir la convivencia de esas dos tendencias, y para emprender el camino de una espiritualidad seria, abierta a Dios, al prójimo, a la historia, en la que tengamos la osadía de dejarnos llevar por ese amor fundante y liberador que se nos revela en el Señor Jesús, sabiendo que : “El Espíritu viene también en ayuda de nuestra flaqueza. Como nosotros no sabemos pedir como conviene, el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indescriptibles” .[11]
Tal es la maestría de esta parábola : de jueces intransigentes de los demás, presumidos de buena conciencia, nos remite a confrontar nuestro trigo y cizaña, en la clave de la misericordia liberadora del Dios que se nos manifiesta en Jesús.



[1] Mateo 13: 30
[2] Piet Schoonenberg SJ. El poder del pecado. Carlos Lohlé. Buenos Aires, 1978. Marciano Vidal. Cómo hablar del pecado hoy: hacia una moral crítica del pecado. PPC. Madrid, 1999. María Isabel Gil Espinosa. Conciencia de pecado y de culpa. Tesis de doctorado en teología. Facultad de Teología, Universidad Javeriana. Bogotá, 2015.
[3] Carlos Bravo Lazcano, SJ. El problema del mal. Ediciones Facultad de Teología Universidad Javeriana. Bogotá, 2006. Enrique Carpintero. El bien y el mal son inmanentes a nuestra condición humana. En https://www.topia.com.ar/articulos/mal-y-bien-son-inmanentes-nuestra-condicion-humana  Hannah Arendt. La condición humana. Paidós. Buenos Aires, 1993.
[4] Sabiduría 12: 16
[5] Ludwig Schmidt. El hombre como ser trascendente: una perspectiva judeocristiana. Publicado en Revista de Bioética Latinoamericana, año 2012, volumen X, páginas 53 a 99.
[6] Génesis 1: 26-27
[7] Matt Ridley. El optimista racional. Taurus. Madrid, 2010.
[8] Julia Shaw. Hacer el mal: un estudio sobre nuestra infinita capacidad para hacer daño. Ediciones Temas de Hoy. Madrid, 2017.
[9] Elizabeth A. Johnson. La búsqueda del Dios vivo. Sal Terrae. Santander (España), 2007.
[10] Mateo 13: 25-26
[11] Romanos 8: 26

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