“Yo bautizo con agua, pero entre ustedes hay uno a quien no conocen, que viene detrás de mí, a quien no soy digno de desatarle la correa de su sandalia”
(Juan 1: 26-27)
Lecturas:
1. Isaías 61: 1-11
2. Interleccional Lucas 1: 46-54
3. 1 Tesalonicenses 5: 16-24
4. Juan 1: 6-8 y 19-28
En la memoria del pueblo
judío tradicional estaban grabadas las imágenes del Ungido, de Elías y del
Profeta, inscritas en su esperanza
mesiánica y en la correspondiente
certeza de la visita de Dios para
liberarlos de toda opresión e infortunio. La figura de Elías es la del gran restaurador
de la unidad de Israel; es, por tanto, un recuerdo que genera profundo sentido
para los creyentes, como cuando en el cristianismo surgen figuras como el Papa Francisco, San Romero de América, la Madre Laura o San
Francisco de Asís. Las lecturas de este domingo nos ponen en saludable
contacto con estos liderazgos que encarnan las mejores
expectativas de la humanidad, que nos
remiten a la libertad y a la vida digna, al sentido pleno de la existencia en
Dios. Esta expectativa tiene su cimiento en un Dios siempre dispuesto a lo
mejor para atender salvíficamente a su pueblo, un Dios al que podemos calificar
como el “Todo Bondadoso”, el “Todo Amoroso”, el “Todo Liberador”. [1] Es
propio del énfasis teológico-pastoral de este tiempo de Adviento el anuncio de
este Dios que viene portando estupendas noticias de vida y esperanza.
Estas evocaciones no se
hacen en plan de recordar simplemente historias de la antigüedad del pueblo
israelita. El propósito de la Palabra que se anuncia en las comunidades de fe
es el de establecer un vínculo significativo entre la experiencia de nuestros
antecesores en este camino creyente y los contextos de realidad de nuestros
tiempos, los que vivimos cada uno de nosotros en los diversos ambientes donde se realiza nuestra vida. En unos y otros encontramos siempre hondas insatisfacciones,
desencantos, también búsquedas
apasionadas de sentido, esfuerzos concretos de liberación y de configuración de
la dignidad individual y colectiva, denuncia profética de todo aquello que es
injusto, lesivo del ser humano, esclavitud. Vale decir, que estamos
constantemente en actitud de esperanza y de construcción de un presente y de un
futuro en el que nos queremos experimentar libres y liberadores. [2]
Esta expectativa tiene su
punto de partida en una conversión personal y también comunitaria. Si no existe
la primera no hay un compromiso responsable para replantear nuestra existencia.
La llegada de las realidades que nos liberan ha de iniciarse en nosotros
mismos, con un profundo examen de conciencia, ejercicio autocrítico
consistente, revisión de nuestra jerarquía de valores, confrontación exigente
que proviene del mismo Dios para configurar un creyente adulto, sólido y
comprometido con su reino y con su justicia. Adviento es tiempo de conversión! [3]
Juan el Bautista[4] es
un magnífico referente para iluminar estas realidades: “Hubo un hombre , enviado por Dios, se llamaba Juan. Este vino para un
testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No
era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz” .[5] Este
profeta vivió un radical desacuerdo con el “desorden establecido” en su país,
el mismo de Jesús: una religión formal y estereotipada sin conversión del
corazón a Dios y al prójimo, una aristocracia religiosa totalmente desconectada
del sentir popular, entregada a los intereses del imperio romano, este último
dominando y sometiendo, sin compasión
por el pueblo; pobreza, exclusión, olvido de Dios, olvido del hermano; por
estas razones se siente movido a llamar
la atención de todos a retornar a lo esencial de su fe y de su
sabiduría humanista y teologal, y va al desierto para invitar a la conversión,
cambio de prioridades, novedad de vida en Dios. Su pasión dominante es la justicia de Dios, su
deseo de una conversión radical a El, su indignación ante la perversión de los
sacerdotes del templo y de los maestros de la ley, dedicados a la religión
exterior sin transformación de la vida y plegados al poder imperial de Roma.[6]
Ante estas oscuridades el relato nos habla así: “Yo soy la voz del que clama en
el desierto, rectifiquen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”.[7]
Esto, en nuestro Adviento
contemporáneo, nos conecta con la realidad en la que vivimos: como seres humanos con vocación de dignidad y
de felicidad aspiramos a llevar una vida que haga honor a esta condición,
estructuramos proyectos existenciales que hagan viables estos deseos, nos
esforzamos por mantenernos en una esperanza activa, encontramos personas y
comunidades que trabajan a tiempo y a destiempo por hacer que esto sea posible,
pero también estamos ante los tropiezos
que provienen del egoísmo sistemático de muchos, convertidos en “situación de
pecado” , un pecado que se plasma en estructuras sociales y económicas marcadas
por el egoísmo de una economía desalmada y de unas categorías sociales
excluyentes y responsables de la desigualdad vigente. Esta pecaminosidad
estructural nace de posturas individuales igualmente marcadas por esta cerrazón
al amor de Dios y al amor del prójimo. Individuos y sociedad requeridos de
conversión. [8]
En la primera lectura, el
profeta Isaías invita a todo el pueblo que vuelve del exilio, y que se ve
desencantado porque les parece que las promesas iniciales no eran tan ciertas: “El
espíritu del Señor me acompaña, por cuanto me ha ungido Yahvé. Me ha enviado a
anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos, a pregonar
a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar año de
gracia de Yahvé….” .[9] El
trabajo del profeta es promover la esperanza y rescatar el sentido de vida de
estas comunidades en retorno a su tierra, su prioridad son los desheredados, a
ellos dirige su misión de aliento; es consciente de que las condiciones del
regreso no son las mejores, pero no se echa para atrás, en nombre de Dios hay
posibilidades de reconstruír todo lo que se había perdido: “Igual que una tierra produce
plantas y en un huerto germinan rebrotes, el Señor hace germinar la liberación
y la alabanza ante todas las naciones” .[10]
El interleccional recoge el testimonio de alabanza de María en la
clásica oración del Magnificat, los pobres y desvalidos son socorridos en
detrimento de los poderosos e Israel es objeto del favor de Dios desde la
promesa hecha a Abraham. Ella canta la grandeza de Dios que se ha fijado en los
humildes, invirtiendo así la habitual mentalidad de dominación y sometimiento:
“Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero. Derribó a
los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó
de bienes y despidió a los ricos con las
manos vacías”. [11]
Este himno expresa en preciosa síntesis la lógica del Evangelio de Jesús, un
mundo en el que la justicia, el reconocimiento de la dignidad de cada ser
humano, la reivindicación de los humillados, tienen carácter prioritario. [12] Este
es el mundo en el que irrumpe Dios para dar sustento a las esperanzas de la
humanidad, principalmente las de aquella que continuamente es sometida a los
embates de la pobreza, de la guerra y de la injusticia.
Tiene esto algo que ver
con el despilfarro de la navidad de la sociedad de consumo? Esta
sociedad se deja permear por la luz que
desvelan el Bautista y los humildes del mundo? La sobriedad humana y evangélica
de María nos dice algo de peso en estas navidades mundanas que no evocan a
Jesús ni dan un giro hacia la solidaridad? Los más frágiles interpelan siempre la prepotencia de los poderosos! [13]
Pablo, en la segunda
lectura, invita a sus cristianos de Tesalónica a la fidelidad y a la esperanza.
Esta comunidad procedía del paganismo, vivían algunas dificultades, les costaba
desprenderse totalmente de sus ídolos y de las tradiciones de su antigua vida para seguir con
libertad al Dios verdadero. Por esto , les llama la atención, para que decidan
definitivamente seguir el camino de Jesús, sin ambigüedades: “No
extingan el Espíritu, no desprecien las profecías, examínenlo todo y quédense
con lo bueno. Absténganse de todo género de mal” .[14]
Es reiterado en estas
reflexiones construír conciencia en torno a la autenticidad del camino
cristiano, lo hemos dicho repetidas veces, no se trata de una cómoda
pertenencia a una entidad prestadora de servicios religiosos, ni una membresía
institucional que nos protege de los males del mundo. Lo que Jesús plantea –así
lo prepara Juan el Bautista – es una comunidad de personas apasionadas por Dios
y por el prójimo, en la que la fraternidad y la comunión, la solidaridad y la
justicia, sean el testimonio calificado de ser genuinos hijos de la luz. Es
responsabilidad de la Iglesia y de cada comunidad cristiana ser voz de aliento,
significar en la coherencia de su conducta la experiencia del Dios amoroso y
salvador. Continuamente el mundo recibe noticias lamentables, guerras sin
término, prepotencia de no pocos gobernantes, escasez de recursos. Cómo marcar
un contraste, con rigurosidad evangélica, para que la humanidad reciba ánimo y
consuelo?
Somos precursores del
reino de Dios y su justicia, captando los alcances de la misión de Jesús?
Nuestro estilo de vida lo ratifica? Preparamos con audacia los caminos del
Señor? Estamos dispuestos a ser sal de la tierra y luz del mundo, como Juan el
Bautista y su movimiento?
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[14] 1 Tesalonicenses 5: 19-22
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