“Y la Palabra se hizo carne y habitó entre
nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como
Hijo único, lleno de gracia y de verdad”
(Juan 1: 14)
Lecturas:
1. Isaías 52: 7-10
2. Salmo 97
3. Hebreos 1: 1-6
4. Juan 1: 1-18
Una pausa en el camino:
días de trajín y afanes sin
cesar, la espectacularidad de la sociedad de consumo con su publicidad
invasiva, compras y más compras, regalos, fiestas, congestiones en el tráfico
de las grandes ciudades, este obsequio me falta, reviso la lista, de nuevo a
correr para adquirir y estar tranquilos porque quedaremos bien con los
destinatarios del regalo. Son días de verdadero ajetreo que no favorecen mucho
la meditación y contemplación del sublime misterio del Dios-con-nosotros, el
Emmanuel, según la significativa expresión hebrea. [1]
La solemnidad cristiana de Navidad coincide con los ciclos del equinoccio y también en su
momento se encontró con festividades de las religiones antiguas de Europa[2],
es así mismo el tiempo final del año en el que se celebra lo vivido y
se llora lo sufrido. Como el cristianismo se inculturó primero en el Asia Menor
y en Europa, también en el norte de Africa, el encuentro con esas culturas
favoreció interacciones en el ámbito
del lenguaje y de la interpretación de la fe, principalmente, pero también se
infiltraron modos y prácticas que no coinciden con la sustancia de la fe
cristiana. Una cosa en nuestro tiempo es la navidad comercial y otra, bien
distinta, la que se vive con hondura espiritual en el ámbito de la Iglesia y de
todas las comunidades cristianas.
Lo que queremos con este comentario inicial
no es presumir de “superioridad religiosa” ante los creyentes de otras
tradiciones ; simplemente es una alerta profética, una ayuda
pedagógico para ir a lo esencial: al
misterio conmovedor, apasionante, seductor, esperanzador, del Dios que entra hasta lo más profundo de nosotros y se
implica en la condición humana, su opción preferencial para disponernos a
la salvación y liberación de la injusticia, del
pecado, del egoísmo, de nuestras arrogancias, de todos los ídolos , de la
muerte. Ese es el llamado de atención para este alto en el camino, magnífica
oportunidad para discernir dónde está el fundamento de nuestra esperanza, para
no confundir esta memoria sacramental con el frenesí de la “mundanidad”
consumista. [3]
La primera lectura, del profeta
Isaías, contiene un canto de alabanza ante la
inminente liberación de Jerusalén. Dos imágenes enmarcan esta lectura: la de
los mensajeros que corren anunciando esta noticia de libertad, y la de los
centinelas que expresan su júbilo porque ven el retorno de Yahvé a Sión. Una
vez más, como en los domingos anteriores, el libro de Isaías registra la gozosa
expectativa por el retorno de los israelitas, luego del penoso cautiverio en
Babilonia. Miremos en este exilio forzoso, con su fuerte carga de dramatismo y
sufrimiento, un prototipo de todas las penurias que padece la humanidad en
muchos lugares del mundo. [4]
Y, siguiendo el espíritu de este profeta, gocemos también con aquellas
comunidades que recuperan su dignidad y su territorio.
El texto de este profeta es un feliz
anticipo de lo que celebramos : la concreción definitiva de las promesas de
Dios a su pueblo y a toda la humanidad, que busca infatigablemente un sentido pleno de
la vida. Dios trasciende hacia la humanidad, se hace carne e historia, toma
como propio todo lo que nos afecta, lo que nos hace felices y humanos, también
lo que nos frustra y esclaviza. El nacimiento del Mesías es, en primer lugar,
Buena Noticia de salvación, esperanza para toda la humanidad, la certeza de un
Dios amorosamente interesado en nosotros, [5]
pero también es profecía que confronta la
eterna tentación humana de la opulencia, de las pretensiones de poder, del vano
honor del mundo. La pequeñez y fragilidad del niño de
Belén es el germen de la nueva humanidad, en él se significa que Dios se
inserta en cada ser humano. [6]
y que lo hace sin aspavientos ni prepotencias. Las palabras de Isaías son precursoras de
estos acontecimientos: “Qué
hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del
que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la
salvación y dice a Sión: tu Dios reina!” [7].
Cómo devolver la ilusión de vivir en tierra
propia a migrantes, desplazados, refugiados? Cómo rescatar el encanto
existencial para aquellas comunidades tradicionalmente vulneradas por la
pecaminosa injusticia de los depredadores de sus derechos y de su hábitat? Cómo
anunciar que Dios está totalmente de parte de los últimos del mundo? Cómo rescatar la esperanza de vivir en
quienes están abatidos por la depresión y el fracaso emocional? Cómo
reencantarnos todos para hacer de los escenarios de la historia narraciones de
esperanza? Cómo anunciar este mensaje de felicidad en las devastadas tierras de
Ucrania, de Palestina-Israel, de nuestras comunidades tan asediadas por los
señores de la muerte?
El salmo corresponde a un himno de alabanza
dirigido a Yahvé porque ha obrado maravillas y porque ha revelado su justicia a
las naciones: “Canten al Señor un canto nuevo, porque hizo maravillas: su mano
derecha y su santo brazo le obtuvieron la victoria. El Señor manifestó su
victoria, reveló su justicia a los ojos de las naciones; se acordó de su amor y
de su fidelidad a favor del pueblo de
Israel” [8].
La feliz noticia de Navidad es la de Dios
que se significa con eficacia en lo
humano, en su historia, en las experiencias concretas de la vida. Dicho con
palabras de mayor calado teológico: la humanidad es la sacramentalidad de Dios.
Por eso, el divino Jesús es al mismo tiempo el humano Jesús, elemento esencial
de nuestra fe que también nos permite dar un nuevo significado a nuestra
condición humana. Gracias a él tenemos vocación de divinidad y de eternidad.[9]
Cuando - siguiendo la definición cristológica del concilio de Calcedonia en el
año 451 – profesamos que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, estamos
afirmando que el Padre Dios decidió que su Palabra-Verbo se hiciese historia y
humanidad para que estas trascendieran hacia El y hacia el prójimo, haciéndose
plenas y definitivas. Lo divino se significa con eficacia en lo humano, y lo
humano se diviniza, es el gran giro
teologal y antropológico que se consuma en Jesús, el Cristo. Así entendemos la densidad teológica de lo que
dice la carta a los Hebreos: “Después de haber hablado antiguamente a
nuestros padres por medio de los profetas, en muchas ocasiones y de diversas
maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a
quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo” [10].
El Dios cristiano no transita por
abstracciones, es humano, demasiado humano, se encarna, se implica, asume, se
compromete, se hace todo con todos, sana, perdona, libera, reconfigura, rescata
lo perdido por la muerte y el pecado, sintoniza con todos los que esperan,
responde a sus demandas, no es indiferente a soledades y abandonos, es un Dios contagioso de vida y de dignidad. Este es a
quien celebramos en Navidad, este es Aquel en quien descubrimos la plenitud de
nuestra condición humana, [11]
en quien todo lo precario, egoísta, susceptible de muerte y de pecado, es
redimido y trascendido en divinidad.
Dios
con nosotros, para nosotros, por nosotros, desde nosotros. La divinidad sucede
plenamente en la humanidad: “Y la palabra se hizo carne y habitó entre
nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como
Hijo único, lleno de gracia y de verdad” [12]
Este himno del capítulo 1 de Juan posee una dinámica descendente. Esa palabra
preexistente, junto a Dios y antes de todos los tiempos, puso su morada entre
nosotros, se hace carne e historia, demostrando que lo prioritario en sus
intenciones es hacer nuevo al ser humano, redimirlo de todo límite y
precariedad, depositando en cada uno la señal de su divinidad. Dios se hace
hombre, asume nuestra limitación y temporalidad, para hacer infinito e
ilimitado al hombre.
Esto tiene claras consecuencias para
nuestra manera de vivir. Estamos llamados a encarnarnos en las realidades en
las que vivimos, mirar hacia abajo, estar con los que son vistos por la
“sociedad” como poca cosa, reconocer que en ellos la revelación acontece con
primerísima elocuencia. La novedad de la encarnación es abandonar la seguridad
del Padre para tomar como propia la inseguridad de la condición humana pobre.[13]
La Iglesia en salida misionera, despojada de vanidades y privilegios, se
descalza y se inserta en la realidad de las comunidades que la constituyen,
solidaria con la humanidad, entrega lo suyo propio, la Buena Noticia de este
Dios que viene para nuestra salvación, haciéndose carne de nuestra carne.
“Del débil auxilio, del doliente amparo,
consuelo del triste, luz del desterrado. Vida de mi vida, mi dueño adorado, mi
constante amigo, mi divino hermano”, [14]se
dice con amorosa belleza en la tradicional novena navideña, sencilla expresión de fe que hace patente la plenitud que Dios nos
comunica en su palabra hecha historia y condición humana.
Navidad es fiesta de humanización plena,
celebra lo más propio de nuestra condición: el amor, la búsqueda esperanzada del sentido de la vida, las felicidades y las
plenitudes, los seres humanos concretos con quienes hacemos nuestros territorios de afectos y comunión, la
comunidad eclesial, la pasión por la
justicia y por la dignidad, la gran faena de ser libres, la denuncia profética
de las esclavitudes, la erradicación del pecado que frustra nuestra
realización. Esta narrativa liberadora sucede definitivamente en la adorable
persona de Jesús, Palabra plena de Dios: “Y la Palabra se hizo carne y puso su morada
entre nosotros”. [15]
Escuchemos al Papa Francisco en su mensaje
de Navidad de 2022: “Hermanos y hermanas, Belén nos muestra la sencillez de Dios, que no
revela a los sabios y a los doctos, sino a los pequeños, a quienes tienen el
corazón puro y abierto. Como los pastores, vayamos también nosotros sin demora
y dejémonos maravillar por el acontecimiento impensable de Dios que se hace
hombre para nuestra salvación. Aquel que es fuente de todo bien se hace pobre y
pide como limosna nuestra pobre humanidad. Dejémonos conmover por el amor de
Dios y sigamos a Jesús, que se despojó de su gloria para hacernos partícipes de
su plenitud”. [16]
Feliz Navidad 2023 para todos los lectores
de Comunitas Matutina.
Antonio
José Sarmiento Nova, S.J.
[1] CRUZ ARAUZ, Edgar
J. Jesús: Emmanuel, Dios con nosotros.
PPC. Ciudad de México, 2022. BORG, Marcus & CROSSAN, John Dominic. La primera navidad: lo que los evangelios
enseñan realmente sobre el nacimiento de Jesús. Verbo Divino. Estella,
2009. BROWN, Raymond. El nacimiento del
Mesías: Comentario a los relatos de la infancia. Cristiandad. Madrid, 1982.
MOINGT, Joseph. Dios que viene al hombre
(3 volúmenes). Sígueme. Salamanca, 2007.
[2] AUTORES VARIOS. Historia de las religiones antiguas,
Oriente, Grecia y Roma. Taurus. Madrid, 1964. FRAZER, J.G. La rama dorada: magia y religión. Fondo
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En https://www.summitenespanol.com/wp-content/uploads/2015/12/El-debate-sobre-Navidad.pdf RICHARD, Pablo. Orígenes del cristianismo: memoria para una reforma de la Iglesia.
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[3] PAPA FRANCISCO. No mundanizar la Navidad. Catequesis del 19
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[4] PIKAZA, Xabier. Cautividades
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[5] NAVARRO, Rosana. De lo
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redescubramos la pequeñez de Dios. Catequesis diciembre 3 2022. En https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2022-12/papa-francisco-dicurso-arbol-navidad-pesebre-san-pedro.html
[6] BOFF, Leonardo. Encarnación:
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PÉREZ TAMAYO, Matilde Eugenia. El
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GÓMEZ FERNÁNDEZ, Francisco José. Breve
historia de la Navidad. Nowtilus. Madrid, 2019. RAHNER, Karl. El significado de la Navidad. Herder.
Barcelona, 2015.
[7] Isaías 52: 7
[8] Salmo 98 (97): 1-2
[9] GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Olegario. Cristología. Biblioteca de Autores
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[10] Hebreos 1: 1-2
[11] MAGNIN, Lucas Luciano. Misterio
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[12] Juan 1: 14.
[13] SOBRINO, Jon. Fuera de los pobres no hay salvación. UCA
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[14] Novena tradicional de Navidad.
[15] Juan 1: 14.
[16] PAPA FRANCISCO. Mensaje
Urbi et Orbi del Santo Padre Francisco; 25 de diciembre de 2022.
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