“No temas, María, porque Dios te ha
favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él
será grande y será llamado Hijo del Altísimo”
(Lucas 1: 30-32)
Lecturas:
1. 2 Samuel 7: 1-16
2. Salmo 88
3. Romanos 16:25-27
4. Lucas 1: 26-38
Desde los comienzos de nuestra formación en
la fe cristiana escuchamos hablar de conceptos como historia de salvación,
proyecto y voluntad de Dios. Las lecturas de este cuarto domingo de Adviento se
sitúan en esa línea y nos ayudan a comprender y apropiar esas realidades:
felizmente ellas nos implican a todos. Tenemos suficientemente claro que Dios se
inserta en la historia real de la humanidad, en la vida cotidiana de todos, esa
salvación trabaja en lo normal de cada día, no es un espacio lejano, distante
de nuestras inquietudes existenciales, Dios siempre actúa entre nosotros, con
nosotros, para nosotros; es un Dios que
habla a través de lo humano, se significa eficazmente en lo humano, este es un
principio esencial de la encarnación.[1]
Es decir, nuestro Dios coincide salvíficamente con nuestra historia, y su
voluntad se orienta a hacernos plenamente felices, realizados, liberados y
salvados del pecado, de la muerte y de la injusticia. Este es el proyecto
divino. De nuevo, dejémonos sorprender por este apasionante Dios
implicado-encarnado-comprometido-solidariamente salvífico con nuestra condición
humana! [2]
Tal historia sucede a través de personas
concretas, es lo que queremos decir cuando afirmamos que los seres humanos
somos relato de Dios o llamados a serlo.[3]
La Palabra de este domingo se fija en dos personajes centrales de la historia
bíblica: el rey David y María, madre de Jesús. Ellos son relato de Dios,
históricos, reales. El primero, convertido después de un gravísimo pecado que
le fue enrostrado por el profeta Natán, es el rey de Israel por excelencia,
reconocido como cabeza de la descendencia del Mesías; la segunda, impecable, inmaculada, plenamente
dispuesta para dejar que Dios aconteciera en ella, mujer teologal en la
totalidad de su ser y de su quehacer. [4]
El relato que nos presenta hoy 2 Samuel es una
elaboración teológica en torno a la figura de David, que fue para los
israelitas el rey más grande de toda su historia, sólo comparable a Moisés y a
Elías. David viene a ser un nuevo patriarca, padre de la gran dinastía de
Israel, como Abrahán en los momentos iniciales fue el padre de todo el pueblo
elegido. Con esta promesa divina, David se carga de futuro, su nombre se
convierte en referente que atraviesa toda la historia de los israelitas, se le
constituye en principio de una descendencia que será bendita y favorecida por
Dios. De sus entrañas saldrá el Mesías de la nueva humanidad.[5]
No estamos ante narraciones históricas en
sentido estricto, sino ante interpretaciones que dan un significado teológico a
esa historia, es Dios interviniendo en los hechos que dan significado
trascendente a la vida de estos creyentes, configurando su identidad,
constituyéndose en principio y fundamento de todo su devenir. En el horizonte
permanece la promesa del Mesías, como garantía de que Yahvé se empeña en manifestarse dando salvación y liberación.
Esto es esencial para comprender la teología de la historia que se propone en
el Antiguo Testamento,[6]
en evolución hacia la plenitud de los tiempos en la persona de Jesús.
En ese contexto, los primeros seguidores de
Jesús, asumieron ese concepto para encauzar su comprensión de Jesús – siempre
en el salto cualitativo de lo histórico a la experiencia de la fe - . El sería
el Hijo de David, el Mesías enviado, en el que se cumple la promesa. Ahora,
esta primera comunidad de cristianos, lo asume como aquel cuyo reino no tendrá
fin, según profesamos en el credo. El mismísimo Dios es el aval de la historia
de Israel, en el que se tipifica la humanidad entera, él es la razón de nuestra
esperanza: “Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera
que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen”. [7]
Es esencial que nos sintamos insertos en
esa historia, no de modo anónimo ni ocasional, sino con plena identidad ante
El, porque cada ser humano es opción
preferencial de Dios, esta historia discurre para que nuestra vida llegue a su
plenitud de sentido, a la salvación: “A
Aquel que puede consolidarlos conforme a mi Evangelio y a la predicación de
Jesucristo: la revelación de un misterio mantenido en secreto durante siglos
eternos, pero manifestado ahora por las Escrituras que lo predicen, por
disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles para que
acojan la fe”. [8]
En el diario discurrir de nuestra vida nos
inmediatizamos, llenos de actividades y de compromisos, con vaivenes de diferente
signo, unos constructivos y saludables, y otros dolorosos y dramáticos,
sumergidos en ese maremágnum de cosas no captamos el horizonte de plenitud en
el que Dios se nos manifiesta articulando coherentemente todo nuestro proceso. Sean
estos días de Adviento estupenda oportunidad para considerar todo lo que somos
y hacemos en esta perspectiva teologal, salgamos adelante a la loca navidad del
consumismo y de las compras desenfrenadas para contemplar el misterio
apasionante de este Dios que se “toma” la humanidad para hacerla libre, digna y
trascendente, .[9]
La referencia a David en los términos en
que lo formula el texto de 2 Samuel es claramente una elaboración desde la fe.
El pueblo de Israel vió en él al rey y líder perfecto, aún a sabiendas del
gravísimo pecado que cometió, según se narra en 2 Samuel 11 y 12. Luego de ese
incidente, confrontado con extrema dureza por el profeta Natán, el relato
refiere que el rey emprendió una vida ciento por ciento identificada con Yahvé
y con el futuro del pueblo a él confiado. Al autor de este escrito le interesa
principalmente llamar la atención sobre el significado de una vida asumida en
clave teologal y cómo ella se perpetúa para siempre, convirtiéndose en la
estirpe de la que surgirá el Mesías definitivo. Plantear aquí el asunto de
David, su gravísimo pecado y posterior conversión, pretende ser un reflejo
biográfico del ser humano, nuestra eterna historia de amor y desamor, de
dejarnos tomar por Dios y apartarnos de El.
Estamos en el umbral de Navidad,
no nos podemos reducir a una celebración de algo puntual, a unos días de fiesta y de
regalos, a algo que se cumple como una parte
de la gran lista de quehaceres, para volver luego a la existencia gris, saturada de monotonía.
Es tiempo de plantearnos a fondo el sentido total de nuestra fe, de nuestro
proyecto de vida, de los valores y prioridades que la orientan, de las opciones
que hacemos sobre esas bases, de las consecuencias de lo que decidimos. Es el
Dios manifestado en la fragilidad del Niño de Belén el elemento constitutivo de
nuestras vidas? Nos sentimos herederos de la promesa hecha a David? Nos
identificamos con el sí de la joven María?
Cualquier día en la pequeñez de aquella
aldea llamada Belén una jovencita humilde, sincera mujer de fe,[10]
dispuesta con generosidad para estas aventuras del buen Dios, experimenta el
llamado que se nos relata en el evangelio de Lucas, también recordando que se
trata de un texto teológico que trasciende la puntualidad de lo simplemente
biográfico para ingresar en el horizonte de sentido definitivo de la vida: “El
Angel entró en su casa y la saludó diciendo: Alégrate, llena de gracia! El
Señor está contigo. Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y
se preguntaba qué podría significar aquel saludo. Pero el Angel le dijo: No
temas María, porque Dios te ha favorecido: Concebirás y darás a luz un hijo, y
le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo”
.[11]
Dios sucede en el reverso de la historia,
en lo discreto y silencioso, su modo de proceder es sorprendente . Esto del
Dios que acontece con tanta fuerza en el mundo de los pobres no es un lugar
común. El modo de proceder de Dios se
expresa así, en palabras de María: “Desplegó la fuerza de su brazo,
dispersó a los de corazón altanero. Derribó a los potentados de sus tronos y
exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos
con las manos vacías”. [12]
El estilo de Dios es de pequeñez y
abajamiento, también su denuncia del
vano honor de los poderosos y de todas las soberbias que nos envuelven. Se fija
en los desposeídos y escoge así a esta mujer para que sea ella el medio humano
en el que acontece el misterio de la encarnación. María, una mujer sin
arrogancia, con total sentido de las
cosas de Dios, discreta y sabia, es la cuna humana del adorable misterio de la
encarnación, en el que El toma definitivamente el camino de lo humano para
hacerse relevante en nuestra historia, asumiéndola para salvarla del pecado y
de la muerte.
La sorprendida María pregunta al mensajero,
y se lanza a la aventura de Dios, su disposición contiene el sí más salvífico
de la historia humana: “Yo soy la servidora del Señor, que se
cumpla en mí lo que has dicho” .[13]
David, consciente de su pecado y abierto al
don de Dios, es referente para nuestros relatos de vida cuando, en similares
circunstancias , descubrimos que no es la afirmación vanidosa de nuestro ego la
que nos llena de sentido sino la apertura radical al don de Dios, que nos hace
libres y nos dignifica. María, la madre de la feliz esperanza, identifica todas
nuestras expectativas de felicidad y de salvación, y las resume en su Hijo, definitiva presencia liberadora de Dios en
nuestra historia. [14]
Antonio
José Sarmiento Nova, S.J.
[1] SANCHEZ
HERNANDEZ, Olvani. Qué significa
afirmar que Dios habla? Del acontecer
de la revelación a la elaboración teológica. Bonaventuriana. Bogotá, 2007. ELLACURÍA,
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de Mateo 18 y de 1-3 a partir de su instancia comunicativa. Verbo Divino.
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[2] PRONZATO,
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[3] SCHYLLEEBECKX,
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[4] FORERO BUITRAGO,
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[7] 1 Pedro 3:
15
[8] Romanos 16:
25-26.
[9] SEGURA,
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transforma. Lupa Protestante. San José de Costa Rica, 2014. RATZINGER,
Joseph (Benedicto XVI). Ser cristiano.
Desclée de Brower. Bilbao, 2007. En este libro del Papa Ratzinger recomendamos
la lectura atenta del capítulo 1 Estamos salvados? Y dentro del mismo el
parágrafo titulado “El cristianismo como adviento”, páginas 15-33.
ACCION CATOLICA ARGENTINA. Reflexiones de
Adviento. En https://www.accioncatolica.org.ar/wp-content/uploads/2016/11/Textos-para-profundir.pdf
[10] FORTE,
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En ELLACURÏA, Ignacio & SOBRINO, Jon. Mysterium
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[11] Lucas 1:
28-32
[12] Lucas 1:
51-53
[13] Lucas 1: 38
[14] GONZÁLEZ
DORADO, Antonio. De María conquistadora a María liberadora: mariología
popular latinoamericana. Sal Terrae. Santander, 1988. BOFF, Leonardo. El rostro materno de Dios: ensayo
interdisciplinar sobre lo femenino y sus formas religiosas. Paulinas.
Madrid, 1984. BARRADO BARQUILLA, José. Las
“pobrezas de María”. En Albertus
Magnus volumen 4, número 2, páginas 73-92. Universidad de Santo Tomás.
Bogotá, julio-diciembre 2012. ESPEJA, Jesús. María, símbolo del pueblo. San Esteban. Salamanca, 1990.
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