domingo, 18 de marzo de 2012

Algo para pensar y orar en esta semana

Tengo una amiga, una joven que trabaja para niños en un Club de Tareas, luego que salen del colegio en las tardes. Ella es amable y cariñosa; una persona que nos alegra con su presencia. Es profesora y conoce el valor de una buena educación; pero sabe muy bien que hay distintas clases de educación. Hace poco me preguntó si podría ayudarla a mostrar a los niños como se preparan pasteles y dulces. Nos pusimos a trabajar! Los niños se arremangaron sus brazos, se lavaron las manos cuidadosamente, y se pusieron en una fila para ir pesando la harina, la mantequilla y el azúcar. Partir los huevos fue una labor importante! La matemática les ayudó para agregar las cantidades correctas a la mezcla final. Se descubrieron los aromas: el de la vainilla fue una revelación.
Los niños querían saber cual era la velocidad máxima a la que podía trabajar la batidora eléctrica. La mezcla final fue cuchareada cuidadosamente en los moldes para hornear y luego colocadas en el horno. Ahora vino la limpieza, la que no era muy divertida; sin embargo, entre limpiar y secar, los niños comenzaron a percibir el aroma del “happening” de los dulces en el horno, y uno de ellos musitó admirado: “entró ese revoltijo y están saliendo pasteles!” Luego comenzó la decoración de los dulces, y la orden del día, sin pronunciarla, fue: “Mientras más, mejor”. Los glaseados de colores, las bolitas plateadas, las pequeñas flores y los botones de chocolate, eran acumulados generosamente en cada pastel. Todos terminaron realmente increíbles: no muy clásicos en su diseño, pero definitivamente muy especiales! Los niños estaban tan orgullosos de su trabajo – la obra de sus propias manos, la que llevaron felices a sus hogares. El amor abundó a nuestro alrededor ese día. Me pregunto si es posible que la intención de Dios para nosotros sea ésta: no importa qué revoltijo “entre”, si algo maravilloso y único “sale”?

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