domingo, 18 de marzo de 2012

El Mensaje del Domingo , por Gabriel Jaime Pérez, S.J., IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B - Marzo 18 de 2012

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también el hijo del hombre tiene que ser levantado, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquél que cree en él no muera sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en el Hijo de Dios no será condenado, pero el que no cree ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de Dios.
Los que no creen ya han sido condenados, pues como hacían cosas malas, cuando la luz vino al mundo prefirieron la oscuridad a la luz. Todos los que hacen lo malo odian la luz, y no se acercan a ella para que no se descubra lo que están haciendo. Pero los que viven de acuerdo con la verdad se acercan a la luz, para que se vea que todo lo hacen de acuerdo con la voluntad de Dios (Juan 3, 14-21).
La conversación de Jesús con Nicodemo, de la cual se nos presenta hoy la última parte, es relatada en el Evangelio según san Juan inmediatamente después de la expulsión de los mercaderes del templo. Este personaje pertenecía al partido religioso de los fariseos, quienes en tiempos de Jesús y de los inicios del cristianismo se identificaban como los cumplidores perfectos de la Ley y de los ritos judaicos. Buena parte de ellos se oponían a Jesús, cegados por la soberbia y la hipocresía. Pero también había entre los fariseos hombres sinceros que buscaban la verdad, como Nicodemo, quien pertenecía además al “Sanedrín”, un tribunal en el que se decidían los asuntos religiosos de los judíos, frecuentemente con repercusiones jurídicas y políticas.
Otras tres veces habla el Evangelio según san Juan de este personaje que llegaría a ser discípulo de Jesús. La primera, cuando va a buscarlo en la noche, tal vez por temor o por prudencia (Juan 3,2). La segunda, cuando sale en defensa de Jesús y dice: “según nuestra ley, no podemos condenar a un hombre sin antes haberlo oído” (Juan 7,50). Y la tercera, cuando él y otro personaje llamado José de Arimatea, también discípulo secreto de Jesús “por miedo a las autoridades judías”, amortajan y sepultan su cuerpo inerte después de bajarlo de la cruz (Juan 19,39). El evangelista recalca que el mismo que lo defendió y le dio sepultura es “el que una noche fue a hablar con Jesús”. Detengámonos en tres de las frases del Evangelio de este domingo, teniendo en cuenta además las otras lecturas bíblicas [2 Crónicas 36, 14-16.19-23; Salmo 137 (136); Efesios 2, 4-1].

1.- Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, el hijo del hombre tiene que ser levantado para que todo el que cree en él tenga vida eterna
Esta alusión era muy familiar para quienes conocían las sagradas escrituras, como Nicodemo. El libro de los Números, uno de los primeros cinco de la Biblia que en su conjunto componen la “Torá” o Ley divina, narra el episodio que evoca Jesús, cuando Moisés, siguiendo las instrucciones de Dios, colocó la imagen de una serpiente de bronce en el asta de una bandera para que quienes habían sido mordidos por las culebras del desierto, al mirarla quedaran curados (Núm. 21, 8-9).
Con esta imagen simbólica se estaba refiriendo Jesús a lo que sería su sacrificio redentor al morir crucificado, y sus palabras llegan hasta nosotros para que nos dirijamos con una mirada de fe al Señor levantado en la cruz y lo reconozcamos como el único que puede sanarnos de nuestras dolencias espirituales y darnos vida eterna. En el Evangelio según san Juan, la cruz es signo de padecimiento y de triunfo. Por eso, al santiguarnos con este signo que nos identifica como seguidores de Cristo, si lo hacemos a conciencia, estamos expresando nuestra fe en el acontecimiento pascual de la muerte y resurrección del Señor, y nos disponemos así a que Él nos comunique su propia vida, que es vida eterna.

2.- Dios no envió su Hijo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él
El mensaje central que nos trae la Palabra de Dios en las lecturas bíblicas de hoy es precisamente que el plan de Dios sobre la humanidad no es un plan de destrucción y condenación, sino de redención y salvación. Tal es el sentido de la primera lectura, en la cual se hace referencia a los profetas que había enviado constantemente a su pueblo como mensajeros para invitarlo una y otra vez a la conversión apartándose de la idolatría y la injusticia. Una invitación que se renueva al volver los judíos de Babilonia, donde habían padecido un destierro de 40 años que los llevó a añorar la ciudad de Jerusalén tal como lo expresa poéticamente el Salmo 137 (136).
También la segunda lectura nos presenta a Dios como aquél que es “rico en misericordia”, y es significativo que esta frase bíblica, que constituyó el título de la encíclica inaugural del pontificado del fallecido Juan Pablo II en el año 1978, corresponda a aquella otra con la cual se titula la primera encíclica del actual papa Benedicto XVI en el 2005: “Dios es amor”. Este mismo Dios ha querido salvarnos a los seres humanos no por nuestros méritos o en virtud de nuestras obras o prácticas rituales, sino “por pura gracia”, es decir, como un don suyo que se concreta en la entrega de su propio Hijo Jesucristo. Y este es precisamente el sentido de lo que le dice Jesús a Nicodemo en el Evangelio de hoy: “Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único para que todo aquél que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna”.

3.- Los que viven de acuerdo con la verdad se acercan a la luz, para que se vea que todo lo hacen de acuerdo con la voluntad de Dios
La oposición entre luz y oscuridad, característica del Evangelio según san Juan, cobra un sentido especial en este relato: en medio de la noche Nicodemo es invitado por Jesús a reconocerlo como la luz que ha venido al mundo. En el prólogo del mismo Evangelio se identifica a Jesús como la Palabra de Dios encarnada: La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre (1,9), y también el Evangelio de Juan nos cuenta que el propio Jesús dijo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue tendrá la luz que le da vida, y nunca andará en la oscuridad (8,12).
La luz es identificada con la verdad, y la oscuridad con la mentira o hipocresía. Por eso mismo culmina la conversación de Jesús con Nicodemo en una invitación que es también a cada uno de nosotros: la invitación a salir de todo cuanto haya de oscuro en nuestra existencia, dejándonos iluminar por Aquél que es “la luz verdadera que alumbra a toda la humanidad” (Juan 1, 9) para vivir sinceramente, sin mentira ni hipocresía, de acuerdo con su voluntad que es voluntad de amor y misericordia.-

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