domingo, 28 de octubre de 2012

COMUNITAS MATUTINA DOMINGO 28 DE OCTUBRE XXX DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.     Jeremìas 31: 7-9
2.     Salmo  125: 1-6
3.     Hebreos  5: 1-6
4.     Marcos 10: 46-52
Còmo se hace efectiva la esperanza en Dios? Còmo esta llena de sentido la vida de las personas y se traduce en un estilo realista, conectado con la historia y proyectado a la trascendencia?
Empezamos esta reflexión de hoy con tal pregunta porque constatamos que a menudo los mensajes religiosos en contextos de sufrimiento, en crisis y vacìos, en frustraciones y soledades, suelen ser ambiguos, acrìticos, inviables, verdaderos “paños de agua tibia” que no se convierten en alternativas para dar a estas situaciones un significado de transformación.
La primera lectura de hoy, del profeta Jeremìas, es un reconocimiento del acontecer salvador y liberador de Dios: “Digan: el Señor ha salvado a su pueblo, el resto de Israel” (Jeremìas 31:7b), el autor escribe esto en un contexto muy real, el del retorno de Israel a su tierra luego del exilio, en este hecho gozoso ellos ven la intervención de Dios, siempre favorable a la felicidad humana.
Al ver tantos y tan dramáticos dolores de multitudes de hombres y mujeres en el mundo: los desplazados por la violencia, los solitarios y rechazados, los que carecen de oportunidades, las víctimas de tantas guerras, los excluìdos a causa de la pobreza, còmo presentar a un Dios  que es verdadera experiencia de salvación y plenitud?
Este es un interrogante personal para cada creyente, comunitario para toda la Iglesia. Siguiendo aquel refrán que dice “obras son amores y no  buenas razones” estamos llamados a revisar nuestro estilo pastoral, el lenguaje, el modo còmo nos encontramos con las preguntas de sentido que hace la humanidad; es fundamental preguntarnos si tenemos autèntica experiencia de Dios, si superamos el plano del ritualismo religioso para vivir en el clima del Espìritu, donde surge la realidad de este Dios implicado en nuestra historia con el propósito de hacerla una narrativa de esperanza.
Aquellos israelitas retornados del exilio pudieron constatar que Dios dijo e hizo para ellos: “Yo los traerè del país del norte, los reunirè de los extremos de la tierra: entre ellos hay cojos, ciegos, mujeres embarazadas y a punto de dar a luz; retorna una gran multitud. Regresan entre llantos de alegría” (Jeremìas 31: 8-9a ).
Cuando se da el salto cualitativo de la pràctica religiosa hecha por inercia social a la experiencia del Dios vivo revelado en Jesùs se da la condición fundamental para la esperanza, porque deja de ser un “rollo muerto” para explicitarse como verdad dadora de vida, de dignidad, de sentido. Esto impone muchas rupturas y una apertura fundamental a la acción del Espìritu.
Que esta experiencia de nuestros lejanos antepasados de Israel nos estimule para reconocer a Dios en nuestra historia, y que también esto nos lleve a desarrollar una sensibilidad por encima de lo común ante los dramas humanos donde parecerìa que la esperanza se ha ausentado para siempre. Esto es propio de la lógica encarnatoria, del Dios que se hace humanidad entrando a lo màs profundo de nuestros vacìos y dolores para transformarlos en clave de la vitalidad que nunca se termina.
Este carácter lo capta el autor de la carta a los Hebreos cuando, refiriéndose a Jesùs como sumo sacerdote, lo presenta no como el constituìdo en jerarquía y poder, sino en donación salvífica de todo su ser , de toda su vida, tal es el autèntico sacerdocio. Esa mediación de Jesùs es la que hace posible nuestro reencuentro con el Padre, la que supera todo lo limitado y precario que hay en nosotros, la que nos abre a la plenitud definitiva, la que nos hace experimentar que nuestra historia no es una tragedia sino un relato de plenitud.
Para esto el sumo sacerdocio de Jesùs se ha vivido en la pobreza, en el anonadamiento, en el contacto ìntimo con el dolor, en el abandono de la cruz, tomando sobre sì todo pecado, y ofreciéndose como redención, como liberación, como salvación, como nueva creación. En El Dios se nos revela como el que nos retorna del exilio, suscitando en nosotros.
Esto lo podemos entender mejor si nos vemos en el ciego Bartimeo, del relato evangélico de hoy, este hombre clama: “Hijo de David, Jesùs, ten compasión de mì” (Marcos 10: 47). Hagamos aquí el elenco de todas nuestras búsquedas de sentido, de nuestros interrogantes, de nuestros deseos de realización.
La figura del ciego es de sencillísima metáfora, no ver en este sentido es carecer de la luminosidad del amor, de la trascendencia, de la sabiduría, de las razones para vivir, verificando que la respuesta no procede de sì mismo sino de alguien que procede de una realidad que es superior a èl y que se le aproxima portando la luz, la nueva manera de ser. Bartimeo confía sinceramente en Jesùs y sabe que El es la posibilidad de visión, por eso el Maestro le dice: “Vete, tu fe te ha salvado” (Marcos 10: 52).
Què nos impide ver? Cuàles son esas realidades que nos enceguecen? Còmo deshacernos de tantos imaginarios que obstaculizan nuestro acceso a la luz? Hay en nosotros confianza como la de Bartimeo para arriesgarnos a que Jesùs nos devuelva la vista de lo esencial, de Dios, de la vida digna, de la solidaridad, del amor, de la rectitud?
Antonio Josè Sarmiento Nova,S.J.
Alejandro Romero Sarmiento

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