Lecturas
1. Daniel 12: 1-3
2. Salmo 15: 5-10
3. Hebreos 10: 11-14
4. Marcos 13: 24-32
Como bien sabemos, el hilo conductor
de la historia de los creyentes israelitas es su experiencia de Dios en la
realidad de su vida, en sus experiencias, en los acontecimientos, tanto en los
felices y plenos como en los tristes y dolorosos. La visión israelita de la
historia humana es una visión teologal. Esto hace que todo su proyecto de vida
y sus decisiones lo mismo que la orientación final de todo su proceso esté
referida a esta fundamentación en Dios.
En esta perspectiva , podemos
apreciar una determinada tendencia surgida en Israel, especialmente en momentos
de crisis y desconcierto en el pueblo. Es la llamada apocalíptica: especie de
lenguaje profético que anuncia la intervención de Dios para reavivar la
esperanza, Dios que confronta las realidades injustas, pecaminosas,
desordenadas, y que asume todo ese alejamiento de El para provocar un desenlace
de sentido, de recuperación de la razón teologal para vivir con significado
trascendente.
El texto de Daniel nos lleva por este
camino: “serán tiempos difíciles como no los ha habido desde que hubo naciones
hasta ahora” (Daniel 12: 1). Miremos esto tanto en el plano de nuestras
vidas individuales como en el colectivo y social: cuáles son las señales de “lo
difícil” en esta historia nuestra? Rupturas afectivas, frustraciones profundas,
falta de oportunidades, las consabidas problemáticas de violencia y pobreza, los
desenfoques de la cultura, la seducción del poder y del dinero, la egolatría,
el desprecio de la dignidad humana, la ausencia de sentido trascendente, el
vacío ético.
Al constatar estos asuntos, que, por
supuesto, son críticos y plantean exigencias muy hondas a la humanidad, no se
trata de volver por los fueros de cruzadas fundamentalistas, de regímenes
verticales y autoritarios, de reformas disciplinarias a sangre y fuego, esta es
una tentación constante que propicia fanatismos e intolerancias.
Digamos más bien que se impone un
serísimo control de calidad a la vida del ser humano, a las dinámicas sociales,
a ciertos desvaríos que afectan negativamente nuestra existencia. Se trata de
tomar en serio la vida, nuestra humanidad, la convivencia social, los valores
inherentes a nuestra dignidad, y de tomar un rumbo con sentido trascendente.
Tengamos presente las grandes decadencias de la historia: el imperio romano,
las sociedades seducidas por el vano honor del mundo, y veamos que sus
respectivos proyectos fallaron en lo fundamental.
Qué hacer? La búsqueda serena,
discreta, del Espíritu; el rescate de la sabiduría, la ruptura con todo lo que
nos paraliza, la superación de los miedos y de las idolatrías, el empeño por
descubrir en cada ser humano una posibilidad de ideales compartidos y buscados
con denuedo, el coraje de una existencia con talante ético y estético, la
pasión por la justicia, el trabajo vivido como realización y servicio, la
libertad para relativizar ideas, cosas, haberes , sabiendo que son medios y no
fines, el respeto exquisito por cada ser humano y, en todo ello, el vislumbrar
con ilusión la realidad de Dios como origen de toda esta búsqueda de plenitud.
Dice también este texto de Daniel
que:
“los maestros brillarán como brilla el firmamento, y los que convierten a los
demás, como estrellas, perpetuamente” (Daniel 12: 3). Al identificarnos
con estas palabras, veámonos como trabajadores del sentido, como hombres y
mujeres empeñados en el significado último de la realidad, sin triunfalismo,
con la bienaventurada humildad de quien se sabe inscrito en la tarea de la
trascendencia.
Por esto, se impone seguir el
esfuerzo por una sociedad más justa, por un mejor ser humano, por generar una
cultura de convivencia, por hacer posible que el arte, la ciencia, el
pensamiento, la religión, todo lo que surge de nuestro espíritu, esté al
servicio de esta nueva humanidad de Dios.
Miremos con talante evangélico las
señales de nuestro tiempo: con esperanza constatamos todas las realizaciones
maravillosas y dignas de la humanidad, los logros en materia de libertad y
derechos humanos, la seriedad en los criterios de justicia, el reconocimiento
respetuoso de lo que es diferente de nosotros, el diálogo sensato entre
diversas tradiciones religiosas, la cultura, como noble traducción del
potencial de la humanidad; pero también con ojo avizor detectamos todo aquello
que niega la humanidad, y nos ponemos ahí de “frente” para erradicar todo lo
que es ajeno a la intencionalidad salvadora y liberadora de nuestro Dios.
Jesús es la gran evidencia de que
este Dios ha entrado en nuestra historia para re-orientarla y abrirla al
sentido pleno. En nuestro discernimiento estamos llamados a reconocer esta
presencia: “Aprendan el ejemplo de la higuera; cuando las ramas se ablandan y
brotan las hojas, sepan que está cerca la primavera. Lo mismo ustedes, cuando
vean suceder aquello, sepan que está cerca , a las puertas” (Marcos 13:
28-29).
Vivamos también hoy nuestra propia
experiencia apocalíptica, en el mejor y más saludable sentido de esta
expresión. Sí, hay realidades sombrías, problemas de grueso calado,
dificultades y sufrimientos, pero no estamos abandonados a nuestra suerte y a
una frustración definitiva, porque el Dios que decidió hacerse historia,
humanidad, en Jesús, lo ha hecho para que todo lo nuestro se redima, se
re-signifique, viva para siempre, es decir, para que la esperanza de una vida
apasionante, en constante proceso de trascender, sea la garantía de que somos
ciudadanos del futuro, empezando ya en esta historia nuestra a anticipar esa
plenitud del Padre en la realidad de Jesús, en la que El nos apropia para la
más gozosa consumación de nuestra humanidad.
Antonio José Sarmiento Nova,S.J.
Alejandro Romero Sarmiento
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