martes, 25 de diciembre de 2012

BELEN POR CUMPLEAÑOS

El cielo rezumaba un diciembre de estrellas
extasiadas,
cuando El dijo volvièndose a los suyos:
Me voy solo. Ya la noche es espesa
y el descanso os rinde la mirada.
Se fue blanco, con la melena al viento,
por el camino chico que baja en la ladera
en busca del lugar,
y el aire hablaba tibio de un relato
que su madre, en la mesa de familia,
como un frasco de esencias, conservara.
Todo fue como un sueño en medio de la angustia
de no encontrar un sitio oara que vieras la luz,
le dijo ella,
aquella niña que dejara la cuna
en balanceo, a golpe de edicto,
y las gavetas limpias, perfumadas,
con pañales bordados de su mano.
Tu me dabas la fuerza desde dentro.
Pero el mundo era oscuro como la boca abierta
de un enorme animal. Venìas a los tuyos
y ellos no quisieron ofrecerte un abrigo
aquella noche.
Cuando Jesùs mirò desde la altura
la vieja cueva, tan pobre,
agazapada detràs del altozano,
sus ojos admiraron la grandeza
de un valle desplomado sobre el mundo
pintado de rebaños y pastores
bajo el gèlido beso de la luna.
Aquì es, se dijo, y cerrando sus ojos
se sentò en una piedra junto al hueco
secretamente oscuro
donde por vez primera despertara
al sabor de las làgrimas.
Què solo repicarìa en los ojos absortos
de su madre! Era aquel viento
el que sonò más tarde como un canto de àngeles?
O era que el alma de la linda muchacha
iba colmando el paisaje
con la voz en arrullo de su primera nana?
Belèn no era un idilio. Fue una joven pareja
de gente a la deriva, un sabor a destierro
al margen de los hombres, un miedo a no saber,
un abrirse las carnes en la tierra desnuda
cuando el calor es solo patrimonio de
amores instalados.
Puso su mano sobre la tosca piedra del pesebre
que habìa sido su cuna, y dentro de ella
sintiò que se rasgaba el universo
con todos los sollozos de los niños
que nacieron despuès
y los nìveos abrazos de las madres
que parieron la lumbre desde entonces.
Yo soy la luz, pensò. Y Belèn no es ese sueño
sino una campanada que suena en la pregunta
de quien nace, cualquiera sea su edad,
por lo secreto.
Tocò la paja de un oro desgastado,
le alcanzò a las pupilas el hedor de animal
y sintiò en su mejilla el beso recio,
el ralo cosquilleo de una barba:
Josè, su padre, que lloraba
tiempos de hombre al fondo de la cueva.
Cuando dejò el pesebre, el mundo habìa crecido.
Su gran figura se recortò en el fondo
de la tierra callada.
Una esquila a lo lejos punteaba el silencio,
mientras Jesùs abrìa sus brazos doloridos
por el peso de ser a manos llenas.
Treinta y dos años y el mundo era lo mismo?
Se llenò las pupilas con un fulgor de estrellas
que manaban de aquella boca oscura
y escucho una vez màs que dentro de su espìritu
sonaba el viejo canto, su divisa:
GLORIA A DIOS EN LO ALTO Y EN LA TIERRA PAZ A LOS HOMBRES !!
El mundo era lo mismo?
El mundo es cada hombre cuando nace, se crece, y muere y sueña.
De su entraña rebrota el agua viva.
Cuando volviò camino del poblado,
por el contorno sendero que la mula
en el càlido vientre de la madre
aquel primer diciembre lo llevara,
su propio corazòn le repetìa:
Cumple años lo pobre,
la gran algarabìa de abrirle los ojos a la tierra.;
Y una voz, como un eco, respondìa:
Cumple años un Dios. Què nochebuena!!
PEDRO MIGUEL LAMET,S.J.

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