domingo, 9 de diciembre de 2012

COMUNITAS MATUTINA DOMINGO 9 DE DICIEMBRE II DE ADVIENTO



Lecturas
1.      Baruc  5: 1-9
2.      Salmo 125: 1-6
3.      Filipenses 1: 4-6 y 8-11
4.      Lucas 3: 1:6
Còmo eran las situaciones que afectaban a los israelitas  en los tiempos bíblicos? Còmo son las que afectan a tantos pueblos del mundo en nuestra época? Al responder la doble cuestión podremos percibir en ambas las muchas maneras de fragilidad, de pobreza, de desencanto, de sufrimiento, pero también de cultivo de la esperanza en una realidad desbordante en la que unos y otros encuentran el pleno sentido de la vida.
El texto de Baruc nos conecta con algo de esto. Fue escrito durante el exilio de Israel, desplazamiento forzado muy similar al que maltrata a tantas comunidades en nuestros días. El mensaje de este profeta invita a mantener una firme confianza en la bondad de Dios, a pesar de las dificultades del mismo exilio y de la imposición cultural a la que se querìa someter a los israelitas en Babilonia.
Lleguemos al siglo XX y preguntémonos còmo ser consuelo, motivo de esperanza, garantía de dignidad a los desplazados de ahora, en Colombia, en Africa, en los lugares azotados por la guerra y por el ensañamiento de unos seres humanos contra otros.  Còmo poder decir con propiedad: “Jerusalem, deja tu vestido de luto y de miseria, y vístete de fiesta con la gloria que Dios te concede”  (Baruc 5: 1), o : “Levàntate, Jerusalem, colócate en lo alto y mira hacia oriente; ahì están tus hijos convocados desde donde sale el sol hasta el ocaso, por la palabra del Santos, alegres porque Dios se ha acordado de ellos. Salieron de tì a pie, conducidos por el enemigo, pero Dios te los devuelve con honor, transportados como en un trono de rey” (Baruc 5: 5-6).
La esperanza cristiana que tiene su consumación màs allà de la historia, una vez pasemos la frontera de la muerte, se anticipa en esta vida y el mismo Dios nos convoca a realizar ahora signos de plenitud, manifestaciones de su justicia, avances en materia de dignidad para todos estos hermanos. Parecerà fatigante la continua insistencia en estos asuntos de equidad, inclusión, restauración de la dignidad humana, pero sucede que son tan notorios, tan desafortunadamente frecuentes, que nuestro interés por Dios de modo imperativo nos remite al interés por el ser humano. Que sea este Adviento 2012 una temporada para considerar seriamente estos retos que el Señor y la realidad nos proponen.
La invitación es a que seamos trabajadores a favor de una mejor humanidad, construyendo condiciones de sentido de la vida, ámbitos para el ejercicio de la esperanza, diciendo con el salmo 125: “Cuando el Señor cambiò la suerte de Siòn, nos parecía un sueño; la boca se nos llenaba de risas, la lengua de canciones” (Salmo 125: 1-2). En nuestros proyectos de vida hemos incluìdo con seriedad esta pasión por generar seres humanos felices, dignos, reivindicados? O es para nosotros asignatura pendiente?
San Pablo, siempre preocupado e interesado por las comunidades de cristianos que han surgido gracias a su apostolado, dice a los filipenses y a nosotros: “Asì sabrán discernir lo que màs convenga , y el dìa en que Dios se manifieste los encontrarà limpios y sin culpa, colmados del fruto de la salvación que se logra por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios” (Filipenses 1: 10-11).
Lo anterior tiene que ver con la preparación que se nos inculca en Adviento, el ordenamiento de nuestro corazón, la purificación con todo lo que mancha e intoxica nuestro ser, la ruptura con los apegos que nos alejan de Dios y de los hermanos, los intereses egoístas, una lectura libre de nuestra vida, a partir de Dios, para distinguir en ella lo que es justo y digno para dejarlo, de lo que es pecaminoso, indebido, ajeno al Evangelio, para prescindir libremente y dejar todo lo nuestro debidamente dispuesto  para que el amor de Dios nos sature hasta lo màs ìntimo de nosotros mismos.
La preocupación debe ser que este Adviento no pase como una temporada màs, llena de afanes y de urgencias, sin espacio para lo esencial. Para esto dejémonos conmover por la palabra vigorosa, severa, exigente, de Juan el Bautista, que confrontò a sus contemporáneos “por toda la región del Jordàn predicando un  bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lucas 3: 3),  y ejerció su ministerio “como està escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaìas: voz del que grita en el desierto: preparen el camino del Señor, nivelen sus senderos; todo barranco será rellenado y toda montaña será rebajada; los caminos torcidos se enderezaràn y los desnivelados se rectificaràn. Y todos verán la salvación de Dios” (Lucas 3: 4-6).
Al Bautista le inquietaba muchísimo la profunda inautenticidad de la religión de su contexto, y también de sus dirigentes. El culto formal, los ritos externos, sin conversión del corazón a Dios; la vida deshonesta, la poca o nula pràctica de la misericordia, la soberbia de sacerdotes y maestros de la ley, y por eso, movido por el Espìritu se marcha al desierto para iniciar un movimiento de cambio, un rumbo genuinamente teologal, la apuesta por una vida limpia y sincera. Sus palabras y su estilo son fuertes, retadores, y su invitación es a llevar una vida responsable, empeñada en que sea Dios el fundamento de toda intención, de toda motivación, de toda conducta.
Què nos dice este personaje a nosotros hoy? Un fanático fuera de lugar? O un hombre de Dios apasionado por la rectitud de la conciencia y del adoptar sin rodeos el talante de la coherencia? Es nuestra pràctica religiosa una conducta estereotipada, convencional, sin contenido existencial? O hay un movimiento en nosotros que nos lleve a la autocrìtica exigente y a la limpieza de todo nuestro ser?
Sigamos trabajando en todo esto.
Antonio Josè Sarmiento Nova,S.J.
Alejandro Romero Sarmiento

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