Lecturas
1. Baruc 5: 1-9
2. Salmo 125: 1-6
3. Filipenses 1: 4-6 y 8-11
4. Lucas 3: 1:6
Còmo eran las situaciones que
afectaban a los israelitas en los
tiempos bíblicos? Còmo son las que afectan a tantos pueblos del mundo en
nuestra época? Al responder la doble cuestión podremos percibir en ambas las
muchas maneras de fragilidad, de pobreza, de desencanto, de sufrimiento, pero
también de cultivo de la esperanza en una realidad desbordante en la que unos y
otros encuentran el pleno sentido de la vida.
El texto de Baruc nos conecta con
algo de esto. Fue escrito durante el exilio de Israel, desplazamiento forzado
muy similar al que maltrata a tantas comunidades en nuestros días. El mensaje
de este profeta invita a mantener una firme confianza en la bondad de Dios, a
pesar de las dificultades del mismo exilio y de la imposición cultural a la que
se querìa someter a los israelitas en Babilonia.
Lleguemos al siglo XX y preguntémonos
còmo ser consuelo, motivo de esperanza, garantía de dignidad a los desplazados
de ahora, en Colombia, en Africa, en los lugares azotados por la guerra y por
el ensañamiento de unos seres humanos contra otros. Còmo poder decir con propiedad: “Jerusalem,
deja tu vestido de luto y de miseria, y vístete de fiesta con la gloria que
Dios te concede” (Baruc 5: 1), o
: “Levàntate,
Jerusalem, colócate en lo alto y mira hacia oriente; ahì están tus hijos
convocados desde donde sale el sol hasta el ocaso, por la palabra del Santos,
alegres porque Dios se ha acordado de ellos. Salieron de tì a pie, conducidos
por el enemigo, pero Dios te los devuelve con honor, transportados como en un
trono de rey” (Baruc 5: 5-6).
La esperanza cristiana que tiene su
consumación màs allà de la historia, una vez pasemos la frontera de la muerte,
se anticipa en esta vida y el mismo Dios nos convoca a realizar ahora signos de
plenitud, manifestaciones de su justicia, avances en materia de dignidad para
todos estos hermanos. Parecerà fatigante la continua insistencia en estos
asuntos de equidad, inclusión, restauración de la dignidad humana, pero sucede
que son tan notorios, tan desafortunadamente frecuentes, que nuestro interés
por Dios de modo imperativo nos remite al interés por el ser humano. Que sea
este Adviento 2012 una temporada para considerar seriamente estos retos que el
Señor y la realidad nos proponen.
La invitación es a que seamos
trabajadores a favor de una mejor humanidad, construyendo condiciones de
sentido de la vida, ámbitos para el ejercicio de la esperanza, diciendo con el
salmo 125: “Cuando el Señor cambiò la suerte de Siòn, nos parecía un sueño; la
boca se nos llenaba de risas, la lengua de canciones” (Salmo 125: 1-2).
En nuestros proyectos de vida hemos incluìdo con seriedad esta pasión por
generar seres humanos felices, dignos, reivindicados? O es para nosotros
asignatura pendiente?
San Pablo, siempre preocupado e
interesado por las comunidades de cristianos que han surgido gracias a su
apostolado, dice a los filipenses y a nosotros: “Asì sabrán discernir lo que màs
convenga , y el dìa en que Dios se manifieste los encontrarà limpios y sin
culpa, colmados del fruto de la salvación que se logra por Jesucristo, para
gloria y alabanza de Dios” (Filipenses 1: 10-11).
Lo anterior tiene que ver con la
preparación que se nos inculca en Adviento, el ordenamiento de nuestro corazón,
la purificación con todo lo que mancha e intoxica nuestro ser, la ruptura con
los apegos que nos alejan de Dios y de los hermanos, los intereses egoístas,
una lectura libre de nuestra vida, a partir de Dios, para distinguir en ella lo
que es justo y digno para dejarlo, de lo que es pecaminoso, indebido, ajeno al
Evangelio, para prescindir libremente y dejar todo lo nuestro debidamente
dispuesto para que el amor de Dios nos
sature hasta lo màs ìntimo de nosotros mismos.
La preocupación debe ser que este
Adviento no pase como una temporada màs, llena de afanes y de urgencias, sin
espacio para lo esencial. Para esto dejémonos conmover por la palabra vigorosa,
severa, exigente, de Juan el Bautista, que confrontò a sus contemporáneos “por
toda la región del Jordàn predicando un
bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lucas 3:
3), y ejerció su ministerio “como
està escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaìas: voz del que grita
en el desierto: preparen el camino del Señor, nivelen sus senderos; todo
barranco será rellenado y toda montaña será rebajada; los caminos torcidos se
enderezaràn y los desnivelados se rectificaràn. Y todos verán la salvación de
Dios” (Lucas 3: 4-6).
Al Bautista le inquietaba muchísimo
la profunda inautenticidad de la religión de su contexto, y también de sus
dirigentes. El culto formal, los ritos externos, sin conversión del corazón a
Dios; la vida deshonesta, la poca o nula pràctica de la misericordia, la
soberbia de sacerdotes y maestros de la ley, y por eso, movido por el Espìritu
se marcha al desierto para iniciar un movimiento de cambio, un rumbo
genuinamente teologal, la apuesta por una vida limpia y sincera. Sus palabras y
su estilo son fuertes, retadores, y su invitación es a llevar una vida
responsable, empeñada en que sea Dios el fundamento de toda intención, de toda
motivación, de toda conducta.
Què nos dice este personaje a
nosotros hoy? Un fanático fuera de lugar? O un hombre de Dios apasionado por la
rectitud de la conciencia y del adoptar sin rodeos el talante de la coherencia?
Es nuestra pràctica religiosa una conducta estereotipada, convencional, sin
contenido existencial? O hay un movimiento en nosotros que nos lleve a la
autocrìtica exigente y a la limpieza de todo nuestro ser?
Sigamos trabajando en todo esto.
Antonio Josè Sarmiento Nova,S.J.
Alejandro Romero Sarmiento
No hay comentarios:
Publicar un comentario