domingo, 1 de septiembre de 2013

COMUNITAS MATUTINA 1 DE SEPTIEMBRE DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Eclesiástico 3: 17-21 y 30 - 31
2.      Salmo 67: 4-7 y 10-11
3.      Hebreos 12: 18-19 y 22-24
4.      Lucas 14: 1 y 7-14
El ser humano sólo es apto para abrirse a la manifestación de Dios cuando decide dejar a un lado todas sus vanidades y arrogancias, sus pretendidas grandezas, sus “importancias”  y asume que la precariedad y la limitación están siempre presentes. Este es el mensaje dominante en las lecturas de este domingo.
Podemos empezar nuestra consideración evocando a Francisco de Asís (1181-1226), cuyo carisma evangélico se fundamentó en la “minoridad”, en el empequeñecimiento, en el hacer del propio relato vital una narrativa de humildad, de sobriedad, de conciencia plena de la fragilidad. Debemos decir que esto es imperativo para quien se plantee con seriedad el seguimiento de Jesús y la vivencia cabal del talante cristiano.
En los tiempos en que vivió, y también en su contexto familiar y social, lo apropiado eran la grandeza y el reconocimiento social, la Iglesia se había dejado seducir por el poder temporal y muchos de los estilos de papas, cardenales y obispos estaban determinados por esta mentalidad, pareciéndose mucho más a la corte de un monarca temporal que al Evangelio de Jesús.
 Recordamos la bella y muy diciente película de Franco Zefirelli “Hermano sol, hermana luna”, en la que presenta magistralmente el contraste entre el “poverello de Asís”, de sus hermanos que le seguían, con el ambiente eclesial y el  propio de los padres del santo.
El buen Francisco estaba “programado” por sus progenitores para ser alguien muy importante, rico y destacado. Su padre, un ambicioso comerciante, lo tenía destinado a seguir su proyecto de éxito económico; su madre, aristócrata, veía en él a un joven “bien”, digno de la mejor sociedad. Pero – como suele suceder – Dios escribe derecho con letras torcidas;  la historia de este hombre es elocuente en este sentido.
Enviado a hacer parte de la cruzada que iba a tierra santa para recuperar del poder musulmán  esos dominios para la cristiandad, Francisco enferma y se ve en peligro de muerte, hecho que lo hace retornar a su ciudad y a su hogar, deshecho y deprimido. Es en esa experiencia límite de precariedad donde redimensiona su vida y se encuentra con otra alternativa – la de Dios – que lo dispone a la vida fraterna, a la pequeñez, a la comunión con la “hermana pobreza”, al disfrute de la naturaleza, dando un mensaje contundente y vigoroso a las empoderadas y arrogantes iglesia y sociedad de su época.
En él se cumplen plenamente estas palabras: “Hijo mío, en todo lo que hagas actúa con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Cuanto más importante seas, más humilde debes ser y alcanzarás el favor de Dios, porque es grande la compasión de Dios que revela sus secretos a los humildes” (Eclesiástico 3: 17-20).  Es una invitación a aquello que en lenguaje coloquial llamamos el bajo perfil, a la búsqueda permanente de la sabiduría genuina que no tiene sus raíces en el “vano honor del mundo”, siguiendo la muy conocida expresión de San Ignacio de Loyola.
El movimiento franciscano significó en esa edad media un recuerdo de la originalidad del proyecto de Jesús en términos de servicio, de comunión con los pobres, de vida fraterna, de existencia sobria, y sigue constituyéndose en una severa confrontación también para la iglesia que somos hoy, lo mismo que para nuestras historias individuales.
Muchos de los ambientes sociales son de alta competitividad, se da prelación a los sobresalientes por razón de poder, dinero, belleza física, títulos y prosapias, logros, y se subestima a los pequeños, a los pobres, a los que – según esta penosa mentalidad – “no son nadie”.
Percibir este contraste y optar – como Francisco – por el modo humilde y discreto es uno de los elementos claves de la vida según el Espíritu. Como hemos dicho frecuentemente en estos mensajes dominicales, el estilo de Jesús es contracultural, los valores que proceden de la revelación de Dios nos llevan por los caminos sabios de la discreción y se convierten en un interrogante profético para este mundo de vanidades y de aplausos a los famosos.
El relato evangélico lo refuerza con particular elocuencia: “Observando cómo elegían los puestos de honor, dijo a los invitados la siguiente parábola: Cuando alguien te invite a una boda, no ocupes el primer puesto; no sea que haya otro invitado más importante que tú y el que los invitó a los dos vaya a decirte que le cedas el puesto a otro” (Lucas 14: 7-9).
 El mundo en el que vivió Jesús estaba muy influído por los honores que se debían a los sacerdotes del templo, a los maestros de la ley, a los social y religiosamente importantes, mientras que El es un hombre del pueblo, pobre con los pobres, a quienes elige como el “lugar profético” para anunciar la Buena Noticia y para revelar la paternidad de Dios desbordante, misericordiosa, acogedora, incluyente de los humillados y ofendidos.  Verdaderamente escandaloso y provocador es el comportamiento del Señor!
Definitivamente es apasionante el talante de Jesús , porque quiebra en sus mismos fundamentos estas categorías humanas de  exaltación, de vanas pretensiones, y enaltece en perspectiva profundamente  evangélica, al que es humilde, discreto, austero, sobrio. En esto radica la genuina felicidad, “porque quien se engrandece será humillado, y quien se humilla será engrandecido” (Lucas 14: 11).
Que la conciencia de este aspecto esencial del reino de Dios y su justicia nos remita al más radical ejercicio de solidaridad con las protestas campesinas que por estos días hacen evidente gravísimas situaciones de injusticia en nuestro país. Independientemente de intereses políticos de unos y otros en la derecha y en la izquierda, lo que hay que ver es el clamor de estas gentes humildes, agricultores, afectados en su trabajo, en su sostenibilidad, en su digna cotidianidad, por políticas y decisiones que son abiertamente injustas y excluyentes.
Cómo nos habla Dios en estas realidades? Simplemente nos preocupamos porque se nos alteraron nuestras habituales comodidades? Nuestra hipótesis se reduce a afirmar que detrás del paro están los subversivos de siempre? Calificamos este movimiento agrario y campesino como una expresión de desacato al orden establecido? O dejamos que el Señor Dios y esta humanidad doliente nos interpelen en materia de solidaridad, de conciencia de los muchos padecimientos que afectan la dignidad y el bienestar de estos nobles trabajadores de la tierra? Porque hay que recordar siempre que estar con los últimos es la preferencia de Jesús! Es – escuetamente – la causa de la dignidad humana, sin matrícula ideológica, sin adscripción política.
“La significación de San Francisco adquiere aún mayor relevancia si consideramos los grandes desafíos que nos plantea la sociedad moderna, de entre los cuales vamos a detenernos en el más importante: el que procede de la brutal pobreza a la que están sometidos millones y millones de seres humanos. Un tremendo abismo ha sido abierto entre los hombres, las clases sociales y las naciones; por un lado, una gran mayoría se debate por sobrevivir en medio de la miseria, el hambre, el analfabetismo y el desprecio; por otro, una pequeña minoría disfruta de los beneficios de la prosperidad, rodeados de toda clase de bienes y servicios” (BOFF,Leonardo. San Francisco de Asís: ternura y vigor.Sal Terrae,Santander;página 76).
Esta afirmación del teólogo brasilero se refuerza con lo que dicen nuestros obispos latinoamericanos, en su III asamblea general en Puebla de Los Angeles (México, enero de 1979): “La Conferencia de Medellín apuntaba ya, hace poco más de diez años, la comprobación de este hecho: un sordo clamor brota de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte. El clamor pudo haber parecido sordo en ese entonces. Ahora es claro, creciente, impetuoso y, en ocasiones, amenazante” (III Asamblea General del Episcopado Latinoamericano , Puebla de Los Angeles,México, Nos. 88 y 89).
Esta reflexión densamente pastoral, no ideológica ni política, procede de la sensibilidad de nuestros obispos ante las penosas realidades que afectaban en aquellos años a tantas comunidades latinoamericanas, y que lamentablemente siguen vigentes debido a la intrínseca injusticia del  orden (orden? desorden?) económico internacional inscrito en el modelo neoliberal, frecuentemente calificado por el inolvidable Juan Pablo II como “capitalismo salvaje”.
De aquí, qué retos se derivan para nuestro empeño de ser fieles al proyecto de Jesús? Lo que está diciendo con diversos tonos e intensidades el papa Francisco, a propósito de opción preferencial por los pobres, de iglesia humilde y descalza, lo estamos integrando a nuestro discernimiento y a nuestro crecimiento en los caminos del Señor?
Llevemos al corazón y a una intención decidida de conversión lo que nos dice el salmo 67: “Padre de huérfanos, protector de viudas, ese es Dios desde su santa morada. Dios da un hogar a los que están solos, libera de la prisión a los cautivos….” (Salmo 67: 6-7). El necesita de nosotros como instrumentos para hacer viable esta intencionalidad de salvación y de liberación: estamos dispuestos a tomar el reto de Dios? O preferimos permanecer en un cómodo egoísmo?
Antonio José Sarmiento Nova,SJ – Alejandro Romero Sarmiento

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