domingo, 15 de septiembre de 2013

COMUNITAS MATUTINA 15 DE SEPTIEMBRE DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Exodo 32: 7-11 y 13-14
2.      Salmo 50: 3-4 y 12-17
3.      1 Timoteo 1: 12-17
4.      Lucas 15: 1-32
Cuando el autor del Génesis dice “hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Génesis 1: 26)  no está expresando una simple retórica piadosa sino formulando una verdad que es sustancial en la revelación bíblica: Dios nos crea haciéndonos partícipes de su propio ser, dotándonos de libertad y de capacidad de amar, y llamándonos a construír un mundo armónico, en el que cada ser humano posee igual dignidad, y en el que la referencia al Creador es el principio y fundamento de eso que llamamos paraíso, expresión esta que significa el estado de vinculación original y originante de las creaturas con respecto a la iniciativa amorosa de Dios.
Es componente esencial de esa semejanza el ser misericordiosos como es quien nos ha llamado a la vida. La misericordia es la solidaridad amorosa de Dios con cada ser humano, fuerza que restaura y reconfigura lo que el pecado pierde y desarticula. Tal es el mensaje dominante en las lecturas de este domingo: al egoísmo  y a la injusticia que resultan  de un ejercicio distorsionado de la libertad , Dios responde con el empeño infatigable de brindar siempre nuevas posibilidades para que los humanos retornemos a esa condición original de gratuidad y armonía.
Examinemos el diálogo de Moisés con Yavé que empieza con las palabras de este: “Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto” (Exodo 32: 7), es una expresión que si bien se refiere explícitamente a los desvaríos idolátricos de los israelitas, perfectamente se puede extender a la gran biografía de la humanidad, cuando esta se siente autosuficiente, arrogante, y rompe los vínculos que la fundan y la comprometen.
Es propio de muchos de los textos del Antiguo Testamento presentar a Dios descompuesto por lo  excesos de la pecaminosidad del pueblo con el que había establecido una alianza, lenguaje fuerte y exigente que está en los profetas y en otros escritos bíblicos, y con el que se quiere contrastar la inmensidad y generosidad del amor de Dios y la ingratitud del pueblo que hipoteca su dignidad en la idolatría.
Historia de siempre como esta que vemos – dolorosamente! – en las muchas injusticias, violencias, deshonestidades, corruptelas, que surgen de seres humanos amados y bendecidos por Dios y llamados – como todos nosotros – a un proyecto de vida digna.
Moisés acude a esta fidelidad original de Yavé y por eso se atreve a interceder por su pueblo: “Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta?” (Exodo 32: 11), es este un ejercicio de mediación en el que se remite a la sensibilidad teologal por el ser humano, especialmente por el que distorsiona su proyecto vital, con la esperanza puesta en la reintegración del corazón que sólo se puede resignificar con la intervención salvadora – liberadora – misericordiosa del mismísimo Dios.
Moisés osa – por amor a su pueblo, también por fidelidad a su Dios-  tocar esta fibra misericordiosa, en la que reside la esperanza de rehacer la interioridad de lo que se ha perdido por el efecto disolvente del pecado.
Mirar el aspecto pecaminoso de la condición humana no parte de una visión pesimista sobre la misma, es ejercicio del más radical realismo: la historia abunda en testimonios en los que el ser humano al volverse contra Dios se ha vuelto contra su prójimo. En esto tienen su raíz las injusticias y las exclusiones, las múltiples violencias, las innumerables manipulaciones, las economías que propician la desigualdad, el sin sentido de quienes viven expuestos a la tragedia, las abominables guerras que permanentemente empañan el amor creador de Dios.
Los crímenes del régimen nazi contra la comunidad judía en los desoladores años de la segunda guerra mundial, la guerra étnica en Ruanda y Burundi en la que los hutus acabaron con la vida de novecientos mil tutsis, los delitos abominables cometidos por paramilitares y guerrilleros, la violencia demente del narcotráfico, son testimonios que no hablan bien de los seres humanos que los decidieron y realizaron, para vergüenza y dolor de toda la humanidad.
Cómo nos sentimos ante esto? Descubrimos alguna interpelación vigorosa de Dios para nuestros relatos individuales y colectivos?  O esta palabra se nos diluye en la consideración de que el pecado y sus consecuencias son asuntos ajenos a nosotros que vivimos en la comodidad de la “buena conciencia”?
Es clave también afirmar que Dios es misericordioso y perdona pero también es  profundamente exigente: su poder reconciliador no es una contemporización benevolente con esta tendencia humana a hacer el mal. El correlato de la misericordia es la invitación para llevar una vida que lo tome en serio a El, a los demás seres humanos, a nosotros mismos.
Si nos experimentamos perdonados y amados,  también nos sentimos comprometidos a hacer de nuestra  existencia algo muy sensato, muy generoso, muy honesto, expresión de nuestra respuesta agradecida a esa incansable iniciativa de reconciliación.
Es clásico en el mensaje de Jesús lo que El expresa en el capítulo 15 de Lucas. Al escándalo de fariseos y maestros de la ley ante la conducta de Jesús con los “malos”: “Este recibe a pecadores y come con ellos” (Lucas 15: 2), El responde con las tres parábolas de la misericordia, en las que destaca la conocidísima del padre compasivo y el hijo pródigo. La invitación que hacemos es a orar en profundidad sintiéndonos involucrados en el relato y haciendo un ejercicio de identificación con los personajes que allí se nos proponen:
-          Somos como el hijo menor, vanidosos, desaforados para ejercer una libertad mal entendida y profundamente ingratos con quien nos ha bendecido con su paternidad y con todos los dones que vienen de ella? : “A los pocos días, el hijo menor reunió todo  y emigró a un país lejano, donde derrochó su fortuna viviendo una vida desordenada” (Lucas 15: 13).
-          Somos como el hijo mayor, arrogantes porque nos sentimos observantes al pie de la letra de los mandatos de Dios, presuntuosos porque nos consideramos mejores que los demás, y envidiosos con el Padre porque perdona al hijo desordenado?: “Mira, tantos años llevo sirviéndote, sin desobedecer una orden tuya, y nunca me has dado un cabrito para comerlo con mis amigos. Pero, cuando ha llegado ese hijo tuyo, que ha gastado tu fortuna con prostitutas, has matado para él el ternero cebado” (Lucas 15: 29-30).
-          O – felizmente – somos como el Padre, cuyo amor incondicional, inagotable, no descansa hasta celebrar la fiesta de la reconciliación “porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrado”? (Lucas 15: 32)
Lo que quiere decir Jesús con esta parábola es que la misericordia es la personalidad del Padre, siempre comprometido con la plenitud y felicidad de cada ser humano, como que finalmente esta es su opción preferencial.
 Lo que verdaderamente interesa a Dios es el ser humano, su dignidad, su vida en gratuidad, su bienaventuranza, y por eso no ahorra esfuerzos para que cada hombre , cada mujer, descubra este elemento sustancial de su identidad.
Con esto marca el contraste bien conocido con la mentalidad religiosa, ritual y legalista, de los sacerdotes judíos, doctores de la ley, fariseos, siempre en plan de escandalizarse cuando algo salía de los límites estrechos de esa milimetría intransigente. El ministerio de Jesús es revelar la realidad de un Dios que se inserta misericordiosamente en la realidad de todos los humanos, santos y pecadores, justos e injusto, buenos y malos, Dios empeñado en que su obra creadora no se deshaga por el egoísmo y por el desatino del pecado.
Este estilo de Jesús – debemos decirlo – es profundamente escandaloso porque rompe los esquemas de esa justicia que practicaban con mezquindad aquellos hombres “religiosos” y afirma que Dios ama sin reservas a los condenados, a los pecadores, a los que han perdido la referencia teologal de su vida. Tener esto claro es asumir uno de los elementos esenciales del cristianismo!
Que sea este ejercicio de oración una mirada para ir a las profundidades de nuestra conciencia, desnudándonos ante Dios, sin apariencias ni mecanismos de defensa o justificación, dejando que El nos interrogue, desafíe, y estimule a una vida en justicia y rectitud. Y también que cultivemos  una conciencia sobre el  aspecto frágil y precario de nuestro ser.
Cómo compaginar la exquisitez de la misericordia con la exigencia y la responsabilidad? Asumamos que esta es una cuestión de base que el Espíritu nos propone para que nuestra historia no sea un desperdicio de oportunidades sino un constante y creciente camino de configuración con el proyecto de Jesús, en los términos en que lo expresa Pablo: “Doy gracias a Cristo Jesús Señor nuestro, quien me fortaleció, se fió de mí y me tomó a su servicio a pesar de mis blasfemias, persecuciones e insolencias anteriores” (1 Timoteo 1: 12).
Hemos experimentado el perdón? Hemos vivido todo el poder restaurador de la reconciliación? Nos sentimos movidos a participar de esta revolución con la que Jesús instaura una nueva lógica de vida, no inspirada en el cobro milimétrico de las deudas sino en la iniciativa del Padre que nos reconstruye desde dentro?
Los tiempos que vivimos en Colombia son una excelente coyuntura para estas consideraciones. Indudablemente deseamos que finalmente las negociaciones de paz entre el gobierno y las FARC concluyan satisfactoriamente, conscientes, por supuesto, de que se han dado crímenes de hondo calado y gravísimas violaciones del derecho a la vida.
Qué reto plantea esto a nuestras conciencias desde la óptica de la misericordia de Dios?

Antonio José Sarmiento Nova,S.J.  -  Alejandro Romero Sarmiento

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog