“Pon mis lágrimas en tu odre. ¿Acaso no los tienes anotados? (Salmo 56:8) ¡Qué petición más notable es ésta! Una traducción alternativa es igualmente sentida: “Mis lágrimas se guardan en tu petaca.”
Mientras lloramos la muerte de nuestros amigos, Dios nos observa con
compasión. Dios respeta nuestras lágrimas, y las guarda porque son
preciosas. La Biblia es el Libro de las Lágrimas. Jesús llora sobre
Jerusalén, y sobre Lázaro. Las lágrimas son la preocupación del Señor:
al final, “Él enjugará las lágrimas de sus ojos” (Apocalipsis 21:4).
Por lo tanto, si en verdad la muerte nos trae
lágrimas, creemos que no lloramos frente a un universo indiferente. San
Pablo le decía a sus primeros conversos: No deben afligirse “como hacen los demás que no tienen esperanza” (1 Tesalonicences 4:13)
Una última bendición relacionada con las lágrimas: “Benditos ustedes los que lloran, porque reirán” (Lucas 6:21)
Las lágrimas revelan nuestro amor por los que
han muerto. Pero nuestro amor no es un amor perdido. Los que parecen
haberse “ido”, nos serán devueltos. Jesús nos dice: “Y después de ir y prepararles un lugar, volveré para tomarlos conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes.”
(Juan 14:3). Él hace esta promesa en su reunión con sus discípulos, no
sólo a cada individuo, sino que a la comunidad de ellos. Todo el Cuerpo
de Cristo será finalmente reunido en uno, y todos, nosotros y nosotras,
nos llenaremos de júbilo.
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