Te damos gracias, Señor Dios nuestro,
por estas personas que nos fueron tan
cercanas,
a quienes has llamado al encuentro
definitivo contigo.
Te bendecimos por el afecto que ellos
y ellas nos regalaron,
por todas las cosas buenas que
ofrecieron a sus seres queridos.
Te damos gracias
porque en el sufrimiento de sus
enfermedades
se hicieron conscientes de la
caducidad
inherente a la condición humana,
y aceptaron con nobleza esta prueba
decisiva.
Te rogamos
que nada de estas vidas se pierda,
que todos sus logros e ideales
permanezcan vivos entre nosotros,
que quienes vengan después de ellos
asuman este legado
y lo enriquezcan con nuevas
realizaciones
rezumantes de espíritu y humanidad.
Que el testimonio de sus vidas sea
para nosotros
una invitación constante a la
dignidad,
y que en todo ello descubramos,
con fe y esperanza,
un relato de tu amor y de tu amorosa
capacidad
para depositar en cada hombre, en
cada mujer,
las semillas de tu reino,
este que se anticipa aquí en la historia,
haciendo de ella un escenario de
encuentros y de amores,
de respeto y de libertad,
y que se consuma al pasar la frontera
de la vida
hacia tu plenitud,
como ya lo han hecho estas personas
amadas
que ahora gozan de tu
bienaventuranza.
Gracias, Padre bueno,
porque en tu hijo Jesús Resucitado
encontramos la plena garantía de
nuestra esperanza
y del sentido cabal de nuestra existencia.
Así sea.
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