Lecturas
1.
Malaquías
3: 19-20
2.
Salmo
97: 5-9
3.
2
Tesalonicenses 3: 7-12
4.
Lucas
21: 5-19
Cómo se manifiesta la justicia de Dios? Cómo responde El a
los clamores de los justos, de los que han vivido dignamente, de los que
padecen contradicciones, pobreza, ignominia? Cómo es la confrontación decisiva
de Dios para quienes se han dedicado al mal, a la violencia, a desconocerlo, a
destruír la vida de los demás seres humanos? Estas son las preguntas que están
implicadas en la Palabra de este domingo, hacen parte de las cuestiones vitales
de la humanidad.
Tengamos en cuenta que estamos a punto de concluír el año
litúrgico, un ciclo completo en el que la pretensión ha sido y es conectar
nuestro relato vital con el de Dios para asumirlos como historia de salvación.
Son, entonces, temas profundos,
claramente existenciales, para valorar
nuestra vida en esta clave teologal, para interpretar la historia, los
desarrollos del ser humano en el año que termina, para intentar respuestas
honestas a estos asuntos.
Cuando sentimos los dramas que aquejan a tantos seres
humanos, cuando vemos de modo tan palpable las consecuencias del mal, cuando
constatamos tantos crímenes, injusticias, decisiones destructivas, y todo esto
sin castigo, nos viene inevitablemente la gran cuestión del sentido de la vida.
Esto lo vivió a menudo el pueblo de Israel, también en la historia humana de
todos los tiempos tiene notable
recurrencia. Podemos decir que es el dinamismo dramático propio de nuestro
devenir.
En un contexto similar se da el ministerio del profeta
Malaquías, hay una crisis general en la comunidad israelita, que se expresa en desencanto y
crisis. De ahí estas palabras que suenan fuertes: “Miren que llega el día, ardiente
como un horno, cuando arrogantes y malvados serán la paja: ese día futuro los
quemaré y no quedará de ellos rama ni raíz – dice el Señor Todopoderoso” (Malaquías
3: 19).
Estas son las preguntas fundamentales que en los años más
crudos del siglo XX dieron pie a la tendencia filosófica llamada
existencialismo, cuyos representantes más destacados como Jean Paul Sartre, Albert
Camus, asumieron la formulación de la decepción causada por el ser
humano “civilizado”, evidenciada en las dos guerras mundiales, en los
totalitarismos comunista y nazi, en los desafueros del capitalismo salvaje. En
definitiva, una conciencia angustiada
marcada por aquello de que “homo hominis lupus est”, el hombre
es lobo para el hombre.
Surge, entonces, otra pregunta: cómo para nosotros, creyentes
siempre en búsqueda, se hace posible establecer esta severa crítica profética
con la esperanza radical en Dios que se vale de nosotros para generar las
mejores y más definitivas razones para la esperanza? Cómo reivindicar la
dignidad de los seres humanos maltratada por la barbarie de los de su misma
especie? Cómo hacer efectivo el sentido trascendente de la vida, hasta el punto
de que este sea el motor de la historia? Cómo superar una cierta ingenuidad
religiosa para conciliar creativamente estas realidades? Cómo hacer brillar la
justicia de Dios?
Nuevamente damos la palabra a Malaquías: “Pero a los que respetan mi
nombre los alumbrará el sol de la justicia que sana con sus alas….” (Malaquías
3: 20). En el Antiguo Testamento se plantearon con gran seriedad la doctrina de
la retribución, haciendo énfasis particularmente en que la manera de vivir más
configuradora de sentido es la de la honestidad, de la rectitud, de la justicia de quien se
sabe siempre en disposición de agradar a Dios y a la humanidad en estos
términos. Dios responde favorablemente a
quien vive en su principio y fundamento.
Así recordamos aquello de la experticia de Dios en construír
seres humanos dignos, pulcros,intachables, destacando que este es el relato por
excelencia de su capacidad creadora y constantemente restauradora de los
hombres y mujeres que tienen la osadía de confiar en El. Dicho de otra forma,
creer en Dios , sí “paga”!
La tendencia apocalíptica fue un énfasis teológico-espiritual
de los creyentes judíos en tiempos de Jesús, y después de El. Es lo que leemos
en el evangelio de Lucas, tipificado en la destrucción del templo de Jerusalem,
el símbolo por excelencia de estos creyentes: “Llegará un día en que todo lo
que ustedes contemplan será derribado sin dejar piedra sobre piedra”
(Lucas 21: 6), clara alusión a la ruptura de la lógica religiosa del judaísmo
para dar paso al proyecto de Jesús: el reino de Dios y su justicia.
El Maestro ha sido enfático en someter a una crítica radical
este sistema de autojustificación, de acumulación de méritos, de presunción de
superioridad moral, de observancia milimétrica de preceptos, sin conversión del
corazón a Dios y al prójimo.
A la superación de esta
mentalidad y de este paradigma se refiere explícitamente, y añade el componente
que viene enseñando desde las bienaventuranzas: vivir según este espíritu es ir
a contracorriente de los “valores” (?) dominantes en muchos medios sociales y
religiosos:”Pero antes de todo eso los detendrán , los perseguirán, los llevarán
a las sinagogas y las cárceles, los conducirán ante reyes y magistrados a causa
de mi nombre, y así tendrán oportunidad de dar testimonio de mí” (Lucas
21: 12-13).
Quiere esto decir con elocuencia que quienes son justos ,
solidarios,ajenos a las manipulaciones del poder, comprometidos con sus
hermanos, negados a las seducciones de las riquezas, entregados a los designios
de Dios, siempre apoyando las mejores causas de la dignidad humana, son los
justos del Padre, los debidamente retribuídos, como lo expresara el profeta
Malaquías, y como lo ratifica Lucas: “Sin embargo, no se perderá ni un pelo de su
cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas” (Lucas 21: 19).
Esta garantía de Jesús nos remite a la historia, muy
comentada siempre en COMUNITAS MATUTINA, de los MARTIRES DE EL SALVADOR, de quienes
celebramos este sábado 16 de noviembre el aniversario vigésimo cuarto de su
Pascua, caso típico de los justos que son abatidos por la mano de los poderosos
y de los que no soportan la vida intachable de quienes caminan en la presencia del
Señor:
-
Ignacio Ellacuría Beascoechea (nacido en 1930)
-
Joaquín López y López (nacido en 1918)
-
Amando López Quintana (nacido en 1933)
-
Ignacio Martín-Baró (nacido en 1942)
-
Segundo Montes (nacido en 1933)
-
Juan Ramón Moreno (nacido en 1932)
-
Elba Julia Ramos (nacida en 1947)
-
Celina Mariset Ramos (nacida en 1973)
Su historia es netamente testimonial en esta perspectiva del
reino, de la pasión por la justicia, del seguimiento de Jesús, del compromiso
con la dignidad humana hasta la muerte y muerte de cruz. Como nosotros, ellos
de carne y hueso, normales, con fragilidades, pero signados con este deseo de
dar lo mejor de sí mismos para que aquella demencia vivida en El Salvador se
terminara, para que las tradicionales injusticias de este país desaparecieran
de la faz de la tierra, para decir a los criminales que ellos no son los dueños
de la vida, para restaurar la dignidad mancillada de los pobres de este país
hermano.
Podemos decir que los mártires representan lo más respetable
de la tradición cristiana.
Un mártir es aquel que avala con su vida aquello en lo que ha
depositado la totalidad de su confianza, convirtiéndose así en testigo de honor
de las verdades y de las realidades que dan sentido a su vida. Estos seis
sacerdotes jesuitas, la madre y su hija adolescente, son la transparencia que
rescata el valor fundamental de lo humano, juntando a ello la protesta
profética contra la perversidad de los injustos.
En sus relatos de vida se manifiesta con singular elocuencia
la fuerza salvadora de Dios: “Por lo tanto, nosotros, rodeados de una
nube tan densa de testigos, desprendámonos de cualquier carga y del pecado que
nos acorrala; corramos con constancia la carrera que nos espera, fijos los ojos
en el que inició y consumó la fe, en Jesús. El cual, por la dicha que le
esperaba, sufrió la cruz, despreció la humillación y se ha sentado a la derecha
del trono de Dios” (Hebreos 12: 1-2). Estas palabras definen cabalmente
el ser y el quehacer de los justos y de los mártires.
En el cuidado pastoral de Pablo por la comunidad cristiana de
Tesalónica expresa unas características que bien podemos expresar como parte
integral del justo que sigue a Jesús, entre ellas la del espíritu laborioso,
infatigable, comprometido, como señal de su alianza con Dios, de su respeto a
los valores de la comunidad.
Pone en alerta a algunos que, bajo el pretexto de la
inminencia de la intervención de Dios en la historia, han dejado de trabajar,
se han despreocupado de sus deberes: “Ustedes saben cómo deben vivir para
imitarnos: no hemos vivido entre ustedes sin trabajar; no pedimos a nadie un
pan sin haberlo ganado, sino que trabajamos y nos fatigamos día y noche para no
ser una carga para ninguno de ustedes “ (2 Tesalonicenses 3: 7-8).
De qué manera vivimos la creatividad evangélica en una vida
justa, esforzada, trabajadora, respetuosa de lo humano? Cómo contraarrestamos
los efectos disolventes del mal? Es nuestra justicia – la personal, la social,
la institucional – lo suficientemente vigorosa como para transformar el curso
de la historia, dando las mejores razones para la esperanza?
Porque debe quedarnos claro que el seguimiento de Jesús no se
puede reducir a una colección de prácticas piadosas, ni a una religiosidad
inocua, trivial, sino a asumir una nueva manera de ser humanos – la que El
mismo nos propone – en la que la vida justa es
determinante . Justicia que es primero vivida en la lógica propia de
Dios, que es la de la gratuidad, la del don,
asumiéndose luego como respuesta libre como respuesta libre de todos
aquellos y aquellas que se quieran señalar y afectar en esta aventura
profundamente de Dios y, por lo mismo, profundamente humana.
Antonio José Sarmiento Nova,SJ – Alejandro Romero Sarmiento
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