domingo, 17 de noviembre de 2013

COMUNITAS MATUTINA 17 DE NOVIEMBRE DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Malaquías 3: 19-20
2.      Salmo 97: 5-9
3.      2 Tesalonicenses 3: 7-12
4.      Lucas  21: 5-19
Cómo se manifiesta la justicia de Dios? Cómo responde El a los clamores de los justos, de los que han vivido dignamente, de los que padecen contradicciones, pobreza, ignominia? Cómo es la confrontación decisiva de Dios para quienes se han dedicado al mal, a la violencia, a desconocerlo, a destruír la vida de los demás seres humanos? Estas son las preguntas que están implicadas en la Palabra de este domingo, hacen parte de las cuestiones vitales de la humanidad.
Tengamos en cuenta que estamos a punto de concluír el año litúrgico, un ciclo completo en el que la pretensión ha sido y es conectar nuestro relato vital con el de Dios para asumirlos como historia de salvación. Son, entonces, temas  profundos, claramente existenciales,  para valorar nuestra vida en esta clave teologal, para interpretar la historia, los desarrollos del ser humano en el año que termina, para intentar respuestas honestas a estos asuntos.
Cuando sentimos los dramas que aquejan a tantos seres humanos, cuando vemos de modo tan palpable las consecuencias del mal, cuando constatamos tantos crímenes, injusticias, decisiones destructivas, y todo esto sin castigo, nos viene inevitablemente la gran cuestión del sentido de la vida. Esto lo vivió a menudo el pueblo de Israel, también en la historia humana de todos los tiempos  tiene notable recurrencia. Podemos decir que es el dinamismo dramático propio de nuestro devenir.
En un contexto similar se da el ministerio del profeta Malaquías, hay una crisis general en la comunidad  israelita, que se expresa en desencanto y crisis. De ahí estas palabras que suenan fuertes: “Miren que llega el día, ardiente como un horno, cuando arrogantes y malvados serán la paja: ese día futuro los quemaré y no quedará de ellos rama ni raíz – dice el Señor Todopoderoso” (Malaquías 3: 19).
Estas son las preguntas fundamentales que en los años más crudos del siglo XX dieron pie a la tendencia filosófica llamada existencialismo, cuyos representantes más destacados como Jean Paul Sartre, Albert Camus, asumieron la formulación de la decepción causada por el ser humano “civilizado”, evidenciada en las dos guerras mundiales, en los totalitarismos comunista y nazi, en los desafueros del capitalismo salvaje. En definitiva, una conciencia  angustiada marcada por aquello de que “homo hominis lupus est”, el hombre es lobo para el hombre.
Surge, entonces, otra pregunta: cómo para nosotros, creyentes siempre en búsqueda, se hace posible establecer esta severa crítica profética con la esperanza radical en Dios que se vale de nosotros para generar las mejores y más definitivas razones para la esperanza? Cómo reivindicar la dignidad de los seres humanos maltratada por la barbarie de los de su misma especie? Cómo hacer efectivo el sentido trascendente de la vida, hasta el punto de que este sea el motor de la historia? Cómo superar una cierta ingenuidad religiosa para conciliar creativamente estas realidades? Cómo hacer brillar la justicia de Dios?
Nuevamente damos la palabra a Malaquías: “Pero a los que respetan mi nombre los alumbrará el sol de la justicia que sana con sus alas….” (Malaquías 3: 20). En el Antiguo Testamento se plantearon con gran seriedad la doctrina de la retribución, haciendo énfasis particularmente en que la manera de vivir más configuradora de sentido es la de la honestidad,  de la rectitud, de la justicia de quien se sabe siempre en disposición de agradar a Dios y a la humanidad en estos términos.  Dios responde favorablemente a quien vive en su principio y fundamento.
Así recordamos aquello de la experticia de Dios en construír seres humanos dignos, pulcros,intachables, destacando que este es el relato por excelencia de su capacidad creadora y constantemente restauradora de los hombres y mujeres que tienen la osadía de confiar en El. Dicho de otra forma, creer en Dios , sí “paga”!
La tendencia apocalíptica fue un énfasis teológico-espiritual de los creyentes judíos en tiempos de Jesús, y después de El. Es lo que leemos en el evangelio de Lucas, tipificado en la destrucción del templo de Jerusalem, el símbolo por excelencia de estos creyentes: “Llegará un día en que todo lo que ustedes contemplan será derribado sin dejar piedra sobre piedra” (Lucas 21: 6), clara alusión a la ruptura de la lógica religiosa del judaísmo para dar paso al proyecto de Jesús: el reino de Dios y su justicia.
El Maestro ha sido enfático en someter a una crítica radical este sistema de autojustificación, de acumulación de méritos, de presunción de superioridad moral, de observancia milimétrica de preceptos, sin conversión del corazón a Dios y al prójimo.
 A la superación de esta mentalidad y de este paradigma se refiere explícitamente, y añade el componente que viene enseñando desde las bienaventuranzas: vivir según este espíritu es ir a contracorriente de los “valores” (?) dominantes en muchos medios sociales y religiosos:”Pero antes de todo eso los detendrán , los perseguirán, los llevarán a las sinagogas y las cárceles, los conducirán ante reyes y magistrados a causa de mi nombre, y así tendrán oportunidad de dar testimonio de mí” (Lucas 21: 12-13).
Quiere esto decir con elocuencia que quienes son justos , solidarios,ajenos a las manipulaciones del poder, comprometidos con sus hermanos, negados a las seducciones de las riquezas, entregados a los designios de Dios, siempre apoyando las mejores causas de la dignidad humana, son los justos del Padre, los debidamente retribuídos, como lo expresara el profeta Malaquías, y como lo ratifica Lucas: “Sin embargo, no se perderá ni un pelo de su cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas” (Lucas 21: 19).
Esta garantía de Jesús nos remite a la historia, muy comentada siempre en COMUNITAS MATUTINA,  de los MARTIRES DE EL SALVADOR, de quienes celebramos este sábado 16 de noviembre el aniversario vigésimo cuarto de su Pascua, caso típico de los justos que son abatidos por la mano de los poderosos y de los que no soportan la vida intachable de quienes caminan en la presencia del Señor:
-          Ignacio Ellacuría Beascoechea (nacido en 1930)
-          Joaquín López y López (nacido en 1918)
-          Amando López Quintana (nacido en 1933)
-          Ignacio Martín-Baró (nacido en 1942)
-          Segundo Montes (nacido en 1933)
-          Juan Ramón Moreno (nacido en 1932)
-          Elba Julia Ramos (nacida en 1947)
-          Celina Mariset Ramos (nacida en 1973)
Su historia es netamente testimonial en esta perspectiva del reino, de la pasión por la justicia, del seguimiento de Jesús, del compromiso con la dignidad humana hasta la muerte y muerte de cruz. Como nosotros, ellos de carne y hueso, normales, con fragilidades, pero signados con este deseo de dar lo mejor de sí mismos para que aquella demencia vivida en El Salvador se terminara, para que las tradicionales injusticias de este país desaparecieran de la faz de la tierra, para decir a los criminales que ellos no son los dueños de la vida, para restaurar la dignidad mancillada de los pobres de este país hermano.
Podemos decir que los mártires representan lo más respetable de la tradición cristiana.
Un mártir es aquel que avala con su vida aquello en lo que ha depositado la totalidad de su confianza, convirtiéndose así en testigo de honor de las verdades y de las realidades que dan sentido a su vida. Estos seis sacerdotes jesuitas, la madre y su hija adolescente, son la transparencia que rescata el valor fundamental de lo humano, juntando a ello la protesta profética contra la perversidad de los injustos.
En sus relatos de vida se manifiesta con singular elocuencia la fuerza salvadora de Dios: “Por lo tanto, nosotros, rodeados de una nube tan densa de testigos, desprendámonos de cualquier carga y del pecado que nos acorrala; corramos con constancia la carrera que nos espera, fijos los ojos en el que inició y consumó la fe, en Jesús. El cual, por la dicha que le esperaba, sufrió la cruz, despreció la humillación y se ha sentado a la derecha del trono de Dios” (Hebreos 12: 1-2). Estas palabras definen cabalmente el ser y el quehacer de los justos y de los mártires.
En el cuidado pastoral de Pablo por la comunidad cristiana de Tesalónica expresa unas características que bien podemos expresar como parte integral del justo que sigue a Jesús, entre ellas la del espíritu laborioso, infatigable, comprometido, como señal de su alianza con Dios, de su respeto a los valores de la comunidad.
Pone en alerta a algunos que, bajo el pretexto de la inminencia de la intervención de Dios en la historia, han dejado de trabajar, se han despreocupado de sus deberes: “Ustedes saben cómo deben vivir para imitarnos: no hemos vivido entre ustedes sin trabajar; no pedimos a nadie un pan sin haberlo ganado, sino que trabajamos y nos fatigamos día y noche para no ser una carga para ninguno de ustedes “ (2 Tesalonicenses 3: 7-8).
De qué manera vivimos la creatividad evangélica en una vida justa, esforzada, trabajadora, respetuosa de lo humano? Cómo contraarrestamos los efectos disolventes del mal? Es nuestra justicia – la personal, la social, la institucional – lo suficientemente vigorosa como para transformar el curso de la historia, dando las mejores razones para la esperanza?
Porque debe quedarnos claro que el seguimiento de Jesús no se puede reducir a una colección de prácticas piadosas, ni a una religiosidad inocua, trivial, sino a asumir una nueva manera de ser humanos – la que El mismo nos propone – en la que la vida justa es  determinante .  Justicia  que es primero vivida en la lógica propia de Dios, que es la de la gratuidad, la del don,  asumiéndose luego como respuesta libre como respuesta libre de todos aquellos y aquellas que se quieran señalar y afectar en esta aventura profundamente de Dios y, por lo mismo, profundamente humana.

Antonio José Sarmiento Nova,SJ – Alejandro Romero Sarmiento

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