Lecturas
1.
2
Macabeos 7: 1-2 y 9-14
2.
Salmo
16:1;5-8 y 15
3.
2
Tesalonicenses 2: 16 a 3: 5
4.
Lucas
20:27-38
El Dios que se nos revela en Jesucristo es el Dios de la vida
en abundancia, desmedida, ilimitada, y en ese dinamismo se entiende y asume
todo lo que da plenitud de sentido al ser humano. Aquí podemos condensar lo que
nos comunican los textos bíblicos de este domingo.
Vale la pena iniciar nuestra reflexión haciendo un contraste,
y este consiste en verificar cómo se ha manipulado a Dios, a Jesús, y se los ha
convertido en guardianes, jueces, vigilantes, garantes máximos de un
establecimiento de normas “indispensables para la salvación” (? ) reglamentos,
prescripciones minuciosas, prohibiciones y un conjunto de doctrinas formuladas en
lenguajes a menudo distantes de nuestra cotidianidad. Todo ello con el
agravante de que el excesivo rigor propio de esta mentalidad excluye y condena a muchos, negando la
intención universal del amor salvador de Dios.
Recordamos un libro muy bien formulado, a nuestro modo de
ver, titulado “El Dios en quien no creo”, del español Juan Arias, en el que el
autor hace un elenco de muchas imágenes
distorsionadas de Dios que afectan tan destructivamente al ser humano,
negándole esperanza y sentido, y cargándolo de culpas y temores.
Muchas de las razones
que argumenta el ateísmo tienen como común denominador negarse a creer en un
Dios que niega la libertad y la dignidad humanas, por esto podemos hablar de
“ateísmos razonables” que, por supuesto, confrontan la calidad de las
convicciones creyentes en orden a un saneamiento de las mismas y a un rescate
de los elementos originales y liberadores del mensaje cristiano.
Abrámonos a la acción del Espíritu para que nos libere de
todos estos imaginarios, y de sus correspondientes sufrimientos y angustias,
para acceder al Dios de Jesús, al que está siempre enamorado del ser humano y
siempre incondicional para tendernos su mano salvadora, situándonos en el
dinamismo de la vitalidad que le es propia.
Mientras los saduceos del relato de Lucas se enredan en
milimetrías legalistas con el caso de los hermanos que sucesivamente murieron
sin dejar descendencia, casándose con la misma mujer, y preocupados : “Todos
murieron sin dejar hijos. Por fin murió también la mujer. Así pues, en la
resurrección, de quien de ellos será mujer? Porque los siete estuvieron casados
con ella” (Lucas 20: 31-33), Jesús
sale al paso de su miopía, volteándoles el argumento que supera y
desarma ese universo de minucias y estrecheces religioso-jurídicas: “Y
que los muertos resucitan , el mismo Moisés lo da a entender en el episodio de
la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham,Dios de Isaac, Dios de Jacob.
No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque todos viven por él”
(Lucas 20:37-38).
Toda la vida y el ministerio de Jesús están orientados a
alentar la esperanza verdadera, real, palpable; trabaja con ahinco teologal y
humano para liberar de los miedos y de los sufrimientos. Su proyecto es
erradicar del corazón humano el egoísmo, la injusticia, el sentimiento trágico,
la muerte irremediable, práctica que la aplica a cada persona en particular , pero
que también se dirige a instituciones, grupos, colectivos, sociedades, iglesias, para exorcizar todas aquellas
ideologías, imaginarios, creencias, que niegan el derecho a vivir con dignidad
y con razones definitivas para confiar en que la existencia del ser humano no
desemboca en el absurdo y en la tragedia.
Cómo contagiar de sentido en un mundo a menudo vacío de él,
desencantado, escéptico, entristecido, pesimista, inseguro y atemorizado? Esta
es una pregunta que toca de raíz nuestros proyectos de vida, actuaciones,
prioridades,motivos existenciales. Nos dejamos llevar por las corrientes del
desencanto? O , mejor, lo apostamos todo por este Dios cercano, solidario,
encarnado, implicadísimo en todo lo humano, para redimensionar estas crisis y
malestares?
La respuesta cristiana no es simplemente para “la otra vida”,
tiene necesariamente consecuencias históricas como manifestación del carácter
encarnatorio que se nos ha hecho evidente y definitivo en el Señor Jesús. El es
la Palabra inserta en toda realidad humana, asumiéndola, cargando con sus
ambigüedades y pecados, para transformar ese mundo de muerte en el universo
inagotable de la vida.
De qué maneras concretas nosotros, los creyentes, aportamos
para re-significar la historia en esta perspectiva de salvación-redención-liberación?
“Yo
he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10:10),
dice Jesús, frase contundente y programática para indicar que todos estamos
llamados a participar del ser mismo de Dios, y es el Señor el portador
sacramental de esa oferta, que no es otra cosa que la vida inagotable.
El relato de 2 Macabeos es muy estimulante en este orden de
cosas: “Siete hermanos arrestados junto
con su madre fueron forzados por el rey a comer carne de cerdo prohibida por la
ley, y fueron azotados con látigos y nervios de toro. Uno de ellos dijo en
nombre de todos: qué quieres sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir
antes que quebrantar las leyes patrias” (2 Macabeos 7: 1-2). Se ve
claramente un temple espiritual que tiene su raíz en la convicción de este Dios
de vivos, garantía y legitimidad de tal solidez y reciedumbre: “Los
que mueren a manos de los hombres tienen la dicha de poder esperar en la
resurrección.Sin embargo , para ti no habrá resurrección a la vida” (2
Macabeos 7: 14), responde valientemente al rey uno de los hermanos Macabeos.
Muchas páginas de la historia cristiana – las coherentes, las
muy evangélicas y humanas! –han sido escritas y vividas por hombres y mujeres
con certeza pascual, como los mártires del cristianismo primitivo que se
negaron a reconocer el absoluto del emperador y se inclinaron adorando al Señor
de la vida, como los que por causa de la fe y de los valores de humanidad
contenidos en ella han sido confrontados por poderes violentos, por tiranías y
dictaduras, en campos de concentración, cárceles, salas de torturas, cámaras de
gas, perseguidos y vilipendiados, pero siempre seguros – como Pablo – de que “todo
lo puedo en Aquel que me conforta” (Filipenses 4: 13), así como estos
aguerridos hermanos Macabeos.
El texto se da en el ambiente de la feroz persecución del rey
Antíoco
Epifanes a los creyentes judíos, dándoles el ultimátum, si no abjuran
de su fe serán condenados a muerte. Todo el escrito destaca la malignidad del
perseguidor y lo contrasta con el carácter insobornable de la conciencia de los
justos, y con el sentido de la fidelidad a Dios que siempre responde con
justicia, avalando definitivamente la
vida de quienes se fundamentan en El.
Una sugerencia de oración es considerar igualmente los
“atentados” que ciertas dinámicas socioculturales hacen contra lo fundamental
humano: la idolatría del dinero y del consumo, la arrogancia de muchos hombres
y mujeres, el culto al poder y a los poderosos, el desprecio de los humildes y
de los que viven a “contracorriente”, el desconocimiento del servicio, de la
solidaridad, de la donación amorosa de la vida. En aquellas realidades están
presentes los gérmenes de la muerte – modernos Antíoco Epifanes – que
pretenden sofocar el dinamismo de la trascendencia, a lo que es preciso
responder con el talante esperanzado de los hermanos mártires y de su
consistente madre.
Pablo – testigo original de los hechos primigenios de la
Buena Noticia – ha vivido primero su condición de fariseo estricto, riguroso,
fundamentalista, perseguidor de los primeros discípulos de Jesús y , luego, El
mismo Señor ha deshecho estos esquemas de vanidad religioso-moral para darle a
entender y vivir la locura de la cruz :
“Porque mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría,
nosotros predicamos a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y
locura para los paganos…… Pues lo que en Dios parece locura, es más sabio que
los hombres; y lo que en Dios parece debilidad, es más fuerte que los hombres”
(1 Corintios 1: 22-23 y 25).
Este Pablo, de personalidad recia, ahora convertido, capta la
nueva lógica de vida que Dios le ofrece en Jesús, y se convierte en el testigo
primero, dispuesto a todo para hacer valer estas convicciones, consciente de
que en ellas reside la vida genuina, la que no se limita, la que abre
esperanzadamente a todo ser humano al misterio último y absoluto de la
existencia, la portadora de incorruptibilidad y la que habilita para vivir
humanamente, para ser libres, para no arrodillarse ante poderes alienantes, para
hacer vigente siempre la dignidad de cada ser humano. Por esto, el Apóstol
puede decir con propiedad: “El mismo Señor nuestro Jesucristo, y Dios
nuestro Padre que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y
una esperanza espléndida, los consuelen en lo más profundo de su ser y los
confirme en todo lo bueno que hagan o digan” (2 Tesalonicenses
2:16-17).
Esta confianza es la que hace decir al poeta Gerard
Manley HOPKINS,S.J. (1844-1889):
El Amor me fue mostrado junto al monte
y lucho por asirlo antes que caiga el día.
Mira, Amor, yo trepo, y Tú en tus alas vuelas:
Amor, es ya la tarde y Tú estás lejos:
Amor, llega la noche aquí y Tú estás en la altura.
Amor, baja hasta mí, pues es tu nombre Amor.
Oíd mi paradoja: Amor, si todo es dado,
para verte he de verte, y para amar, amarte;
yo tengo que alcanzarte al momento y bajo el cielo
si he de alcanzarte al fin a Ti en la altura.
Tú tienes lo que quieres; pasa estos muros, alguien dijo:
El está contigo en el partir del pan.
(La casa a medio camino, 1865)
Antonio José Sarmiento Nova,SJ – Alejandro Romero Sarmiento
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