domingo, 15 de diciembre de 2013

COMUNITAS MATUTINA 15 DE DICIEMBRE III DOMINGO DE ADVIENTO



Lecturas
1.      Isaías 35: 1-6 y 10
2.      Salmo 145: 7-10
3.      Santiago 5: 7-10
4.      Mateo 11: 2-11
En una de las ediciones del diario EL TIEMPO de la semana que concluye se publicó un reportaje sobre una familia del municipio de Valencia (Departamento de Córdoba) a la que los paramilitares y las BACRIM le han asesinado once de sus miembros, el último de ellos el pasado 17 de noviembre. La causa? Luchar por sus derechos, liderar el proceso de recuperación de sus tierras despojadas por estos delincuentes, organizar a la comunidad para retornar a sus lares, propiciar la autonomía y la vida digna de estas buenas gentes.
Así como ellos, muchos en Colombia y en el mundo, que son maltratados, desconocidos, humillados, desterrados de su hábitat, vilipendiados por unos criminales sin Dios ni ley. Es de admirar el tesón de estos campesinos, y el temple crecido en medio de la adversidad, lección del más genuino humanismo y del mayor deseo de vivir con dignidad.
Qué nos dicen estos hechos a nosotros que somos creyentes en el Dios revelado en Jesucristo y animados por esta común esperanza? Cómo leemos en estos signos de los tiempos el querer de Dios y el de unos colectivos de personas que se resisten a arrodillarse ante los violentos? Cómo ser testigos comprometidos de esta razón definitiva de vida que nos viene del Padre de Jesús?
Estas preguntas conectan perfectamente con el espíritu de Adviento. No nos podemos limitar a un entusiasmo religioso pasajero, emocional, ingenuo, de espaldas a la historia real de la gente y  al aspecto dramático de su vida. Se impone superar ese talante demasiado trivial que ostentan muchas de las manifestaciones rituales de la fe, para acoger este sentido pleno de vida, que es al mismo tiempo trascendente y profundamente encarnado en la historia.
La expectativa que generan las promesas mesiánicas en el pueblo de Israel es  de una gran densidad material y existencial: “Se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán, saltará el cojo como un ciervo, la lengua del mudo cantará. Brotarán aguas en el desierto y arroyos en la llanura” (Isaías 35: 5-6).  El profeta se apropia de esta esperanza y señala la  proximidad del Mesías con unos signos claros de reconstrucción, de salud, de feliz replanteamiento de una vida antes afectada por la enfermedad y por el mal.
Estos contenidos esenciales de nuestra fe y el consecuente compromiso con tantos hermanos nuestros que ven su esperanza defraudada se convierten en imperativo para la conciencia cristiana y humanista.
 Estamos llamados por Dios a construír señales eficaces, reales, que abran horizontes de una existencia digna para la humanidad doliente : “…. Por ella volverán los liberados del  Señor. Llegarán a Sión entre gritos de júbilo; una alegría eterna iluminará su rostro, gozo y alegría los acompañarán, la tristeza y el llanto se alejarán” (Isaías 35: 10).
El actual proceso de paz con sus implicaciones de restitución de tierras, ley de víctimas, hacer responsables a los victimarios de sus conductas delictivas con sanciones ejemplarizantes, que den el mensaje de una justicia recta, son retos de profundidad para el estado y para la sociedad de Colombia.
 Si muchos en este país hacemos parte de la Iglesia Católica, de las Iglesias Reformadas, se impone una coherencia esencial, transparente, con la opción del Señor Jesús por los últimos del mundo. Esta convicción es fundante en el espíritu de COMUNITAS MATUTINA.
Recordemos lo que Pablo VI afirmaba en su encíclica de 1967, “El desarrollo de los pueblos” (Populorum Progressio): el desarrollo es el nuevo nombre de la paz. Aquí reside un elemento clave para el compromiso de los cristianos de Colombia con esta tarea de dejar atrás la guerra destructora para acoger el sueño de la mayoría, una sociedad reconciliada.
Nelson Mandela, cuya memoria honramos especialmente en estos días de su partida, fue un hombre que tomó en serio esta responsabilidad y esta misión; ciudadano del mundo, cristiano metodista, se apasionó con la causa de la paz y de la digna convivencia de todos sus compatriotas de Sudáfrica, tradicionalmente afectados por la violencia del apartheid que durante varios siglos excluyó a las comunidades negras de los beneficios de participar activamente en la vida de ese país, segregación que fue propiciada por boers y afrikaners, descendientes de los inmigrantes europeos, llegando a determinar un ordenamiento legal que favorecía esta exclusión, y al exabrupto de que algunas iglesias protestantes lo veían como voluntad de Dios.
Este profeta y genio ético del más puro humanismo entendió que había que llevar a todos – negros y blancos – por el camino de un auténtica reconciliación, tarea bien exigente y difícil; superó el odio de clases, y después de 27 años de prisión volvió a la vida civil, ya anciano, para dedicar lo mejor de sí mismo a este esfuerzo de hacer viable la convivencia de los sudafricanos. En el libro de John Carlin – El factor humano – este periodista británico narra la peripecia reconciliadora de Mandela y su sagaz estrategia de valerse de la afición blanca al rugby para fomentar el encuentro entusiasmado de unos y otros en aras de una sociedad sana y perdonada.
La carta de Santiago contiene un énfasis de aliento y de ilusión para hacer de la espera del Señor un tiempo constructivo y denso: “Así pues, hermanos, esperen con paciencia la venida del Señor. Vean cómo el campesino espera el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia las lluvias tempranas y tardías. Así también ustedes: tengan paciencia y buen ánimo, porque la venida del Señor está próxima” (Santiago 5: 7-8).
El ser y el quehacer cristianos son radicalmente abiertos a este Dios que trasciende los límites humanos pero que los asume como propios en su encarnación, para redimensionarlos y abrirlos a la plenitud definitiva. Por eso, siempre estamos inmersos en esta historia real, comprometidos seriamente con ella, humanos demasiado humanos, y trabajadores del sentido pleno de la vida. Eso fue Mandela y, como él, tantos hombres y mujeres que dedicaron la totalidad de su existencia a ser faros en medio de la oscuridad de la injusticia.
Figura típica del Adviento y de esta mentalidad del Evangelio, es Juan el Bautista, profeta y precursor del reino de Dios y su justicia. Radicalmente inconforme con su tradición religiosa, a la que veía incoherente y sofocada por el ritualismo, este hombre es un apasionado de la causa de Dios y del hombre nuevo que emerge de allí. En nombre de esto confronta toda inautenticidad e impacta mentes y corazones para que se hagan sensibles a esta novedad del reino.
Preocupado e impaciente, envía a sus discípulos a preguntar a Jesús: “Eres tú quien tenía que venir, o debemos esperar a otro” (Mateo 11:3), lo que mueve la respuesta del Maestro: “Vayan y cuenten a Juan lo que están viendo y observando: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia” (Mateo 11: 4-6). Esto es lo que inspira el ministerio del papa Francisco y la provocación evangélica que quiere revivir en la Iglesia.
Cuando esta se hace una institución poderosa, invocando y protegiendo su status social, y deja que en ella predominen los elementos normativo-jurídicos y disciplinares sobre la libertad que viene del Espíritu, entonces se hace una realidad que no encanta ni seduce. Gran tentación e inmenso pecado, del que no debemos sentirnos exonerados los creyentes, pues con frecuencia estamos incriminando al papa y a los obispos, sin mirar que también nosotros tenemos responsabilidad en estas estrecheces.
La Iglesia debe estar siempre “de salida” hacia el mundo, hacia el ser humano, hacia la realidad, siguiendo el dinamismo encarnatorio de Jesucristo.
Este es uno de los elementos que Francisco presenta en su esperanzador texto “La alegría del Evangelio” (Evangelii Gaudium): “ La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que fructifican y festejan. Primerear: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (1 Juan 4:10); y , por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro , buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluídos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. Atrevámonos un poco más a primerear!” (Evangelii Gaudium,No. 24).
Juan Bautista primerea, anuncia, convoca, hace de su ministerio la comunicación de esta realidad teologal decisiva que ya empieza a germinar. Este prototipo es una clara incitación a los creyentes para salir de esa caparazón de cristianismo enclaustrado, frío, ritual, de escaso impacto en la dinámica individual y social, y dejarnos tocar por las señales del nuevo orden de vida y de sentido que trae Aquel a quien él prepara el terreno.
Esto es lo que nos corresponde, teniendo presentes tantos sufrimientos y tragedias que aquejan a los humanos, dejando que el Espíritu y la realidad nos transformen y hagan sensibles, de tal manera que la alternativa sea la de involucrarnos, salir, comprometernos, como lo propone Francisco. Una iglesia que camina hombro a hombro con la humanidad, poseída por la Buena Noticia, deseosa de que las bienaventuranzas de Jesús animen con nuevo impulso la historia y sean el germen de una nueva manera de ser humanos en el amor y la libertad que nos vienen del Padre a través de Jesús.
Qué estamos esperando para “primerear”?  Cuáles son esos signos de vitalidad con los que preparamos el camino del Señor? Con qué realidades egoístas debemos romper para propiciar las señales saludables de la presencia de Dios entre nosotros?

Antonio José Sarmiento Nova,SJ   -  Alejandro Romero Sarmiento

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