Lecturas
1.
Isaías
35: 1-6 y 10
2.
Salmo
145: 7-10
3.
Santiago
5: 7-10
4.
Mateo
11: 2-11
En una de las ediciones del diario EL TIEMPO de la semana que concluye se publicó un reportaje sobre
una familia del municipio de Valencia (Departamento de Córdoba) a la que los
paramilitares y las BACRIM le han
asesinado once de sus miembros, el último de ellos el pasado 17 de noviembre.
La causa? Luchar por sus derechos, liderar el proceso de recuperación de sus
tierras despojadas por estos delincuentes, organizar a la comunidad para
retornar a sus lares, propiciar la autonomía y la vida digna de estas buenas
gentes.
Así como ellos, muchos en Colombia y en el mundo, que son
maltratados, desconocidos, humillados, desterrados de su hábitat, vilipendiados
por unos criminales sin Dios ni ley. Es de admirar el tesón de estos
campesinos, y el temple crecido en medio de la adversidad, lección del más genuino
humanismo y del mayor deseo de vivir con dignidad.
Qué nos dicen estos hechos a nosotros que somos creyentes en
el Dios revelado en Jesucristo y animados por esta común esperanza? Cómo leemos
en estos signos de los tiempos el querer de Dios y el de unos colectivos de
personas que se resisten a arrodillarse ante los violentos? Cómo ser testigos
comprometidos de esta razón definitiva de vida que nos viene del Padre de
Jesús?
Estas preguntas conectan perfectamente con el espíritu de
Adviento. No nos podemos limitar a un entusiasmo religioso pasajero, emocional,
ingenuo, de espaldas a la historia real de la gente y al aspecto dramático de su vida. Se impone
superar ese talante demasiado trivial que ostentan muchas de las
manifestaciones rituales de la fe, para acoger este sentido pleno de vida, que
es al mismo tiempo trascendente y profundamente encarnado en la historia.
La expectativa que generan las promesas mesiánicas en el
pueblo de Israel es de una gran densidad
material y existencial: “Se despegarán los ojos de los ciegos, los
oídos de los sordos se abrirán, saltará el cojo como un ciervo, la lengua del
mudo cantará. Brotarán aguas en el desierto y arroyos en la llanura”
(Isaías 35: 5-6). El profeta se apropia
de esta esperanza y señala la proximidad
del Mesías con unos signos claros de reconstrucción, de salud, de feliz
replanteamiento de una vida antes afectada por la enfermedad y por el mal.
Estos contenidos esenciales de nuestra fe y el consecuente
compromiso con tantos hermanos nuestros que ven su esperanza defraudada se
convierten en imperativo para la conciencia cristiana y humanista.
Estamos llamados por
Dios a construír señales eficaces, reales, que abran horizontes de una
existencia digna para la humanidad doliente : “…. Por ella volverán los
liberados del Señor. Llegarán a Sión
entre gritos de júbilo; una alegría eterna iluminará su rostro, gozo y alegría
los acompañarán, la tristeza y el llanto se alejarán” (Isaías 35: 10).
El actual proceso de paz con sus implicaciones de restitución
de tierras, ley de víctimas, hacer responsables a los victimarios de sus
conductas delictivas con sanciones ejemplarizantes, que den el mensaje de una
justicia recta, son retos de profundidad para el estado y para la sociedad de
Colombia.
Si muchos en este país
hacemos parte de la Iglesia Católica, de las Iglesias Reformadas, se impone una
coherencia esencial, transparente, con la opción del Señor Jesús por los
últimos del mundo. Esta convicción es fundante en el espíritu de COMUNITAS MATUTINA.
Recordemos lo que Pablo VI afirmaba en su encíclica de
1967, “El desarrollo de los pueblos” (Populorum Progressio): el desarrollo es
el nuevo nombre de la paz. Aquí reside un elemento clave para el compromiso de
los cristianos de Colombia con esta tarea de dejar atrás la guerra destructora
para acoger el sueño de la mayoría, una sociedad reconciliada.
Nelson Mandela, cuya memoria honramos especialmente en estos días de su
partida, fue un hombre que tomó en serio esta responsabilidad y esta misión;
ciudadano del mundo, cristiano metodista, se apasionó con la causa de la paz y
de la digna convivencia de todos sus compatriotas de Sudáfrica,
tradicionalmente afectados por la violencia del apartheid que durante
varios siglos excluyó a las comunidades negras de los beneficios de participar
activamente en la vida de ese país, segregación que fue propiciada por boers
y afrikaners,
descendientes de los inmigrantes europeos, llegando a determinar un
ordenamiento legal que favorecía esta exclusión, y al exabrupto de que algunas
iglesias protestantes lo veían como voluntad de Dios.
Este profeta y genio ético del más puro humanismo entendió
que había que llevar a todos – negros y blancos – por el camino de un auténtica
reconciliación, tarea bien exigente y difícil; superó el odio de clases, y
después de 27 años de prisión volvió a la vida civil, ya anciano, para dedicar
lo mejor de sí mismo a este esfuerzo de hacer viable la convivencia de los
sudafricanos. En el libro de John Carlin – El factor humano –
este periodista británico narra la peripecia reconciliadora de Mandela y su
sagaz estrategia de valerse de la afición blanca al rugby para fomentar el
encuentro entusiasmado de unos y otros en aras de una sociedad sana y
perdonada.
La carta de Santiago contiene un énfasis de aliento y de
ilusión para hacer de la espera del Señor un tiempo constructivo y denso: “Así
pues, hermanos, esperen con paciencia la venida del Señor. Vean cómo el
campesino espera el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia las
lluvias tempranas y tardías. Así también ustedes: tengan paciencia y buen
ánimo, porque la venida del Señor está próxima” (Santiago 5: 7-8).
El ser y el quehacer cristianos son radicalmente abiertos a
este Dios que trasciende los límites humanos pero que los asume como propios en
su encarnación, para redimensionarlos y abrirlos a la plenitud definitiva. Por
eso, siempre estamos inmersos en esta historia real, comprometidos seriamente
con ella, humanos demasiado humanos, y trabajadores del sentido pleno de la
vida. Eso fue Mandela y, como él, tantos hombres y mujeres que dedicaron la
totalidad de su existencia a ser faros en medio de la oscuridad de la
injusticia.
Figura típica del Adviento y de esta mentalidad del
Evangelio, es Juan el Bautista, profeta y precursor del reino de Dios y su justicia.
Radicalmente inconforme con su tradición religiosa, a la que veía incoherente y
sofocada por el ritualismo, este hombre es un apasionado de la causa de Dios y
del hombre nuevo que emerge de allí. En nombre de esto confronta toda
inautenticidad e impacta mentes y corazones para que se hagan sensibles a esta
novedad del reino.
Preocupado e impaciente, envía a sus discípulos a preguntar a
Jesús: “Eres tú quien tenía que venir, o debemos esperar a otro”
(Mateo 11:3), lo que mueve la respuesta del Maestro: “Vayan y cuenten a Juan lo que
están viendo y observando: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan
limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia
la buena noticia” (Mateo 11: 4-6). Esto es lo que inspira el ministerio
del papa Francisco y la provocación evangélica que quiere revivir en la Iglesia.
Cuando esta se hace una institución poderosa, invocando y
protegiendo su status social, y deja que en ella predominen los elementos
normativo-jurídicos y disciplinares sobre la libertad que viene del Espíritu,
entonces se hace una realidad que no encanta ni seduce. Gran tentación e
inmenso pecado, del que no debemos sentirnos exonerados los creyentes, pues con
frecuencia estamos incriminando al papa y a los obispos, sin mirar que también
nosotros tenemos responsabilidad en estas estrecheces.
La Iglesia debe estar siempre “de salida” hacia el mundo,
hacia el ser humano, hacia la realidad, siguiendo el dinamismo encarnatorio de
Jesucristo.
Este es uno de los elementos que Francisco presenta en su
esperanzador texto “La alegría del Evangelio” (Evangelii Gaudium): “ La
Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que
fructifican y festejan. Primerear: sepan disculpar este neologismo. La
comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha
primereado en el amor (1 Juan 4:10); y , por eso, ella sabe adelantarse, tomar
la iniciativa sin miedo, salir al encuentro , buscar a los lejanos y llegar a
los cruces de los caminos para invitar a los excluídos. Vive un deseo
inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita
misericordia del Padre y su fuerza difusiva. Atrevámonos un poco más a
primerear!” (Evangelii Gaudium,No. 24).
Juan Bautista primerea, anuncia, convoca, hace de su
ministerio la comunicación de esta realidad teologal decisiva que ya empieza a
germinar. Este prototipo es una clara incitación a los creyentes para salir de
esa caparazón de cristianismo enclaustrado, frío, ritual, de escaso impacto en
la dinámica individual y social, y dejarnos tocar por las señales del nuevo orden
de vida y de sentido que trae Aquel a quien él prepara el terreno.
Esto es lo que nos corresponde, teniendo presentes tantos
sufrimientos y tragedias que aquejan a los humanos, dejando que el Espíritu y
la realidad nos transformen y hagan sensibles, de tal manera que la alternativa
sea la de involucrarnos, salir, comprometernos, como lo propone Francisco. Una
iglesia que camina hombro a hombro con la humanidad, poseída por la Buena
Noticia, deseosa de que las bienaventuranzas de Jesús animen con nuevo impulso
la historia y sean el germen de una nueva manera de ser humanos en el amor y la
libertad que nos vienen del Padre a través de Jesús.
Qué estamos esperando para “primerear”? Cuáles son esos signos de vitalidad con los
que preparamos el camino del Señor? Con qué realidades egoístas debemos romper
para propiciar las señales saludables de la presencia de Dios entre nosotros?
Antonio José Sarmiento Nova,SJ -
Alejandro Romero Sarmiento
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