Lecturas (Para Inmaculada Concepción)
1.
Génesis
3: 9-15 y 20
2.
Salmo
97: 1-4
3.
Efesios
1: 3-6 y 11-12
4.
Lucas
1: 26-38
Para II Domingo de Adviento
1.
Isaías
11: 1-10
2.
Salmo
71: 2-17
3.
Romanos
15: 4-9
4.
Mateo
3: 1-12
Dice el teólogo Leonardo Boff, a propósito de la
Inmaculada Concepción de María: “Como ya hemos estudiado anteriormente, el
vaso constituye el arquetipo fundamental de lo femenino. En él está contenida la
vida. En María brota un germen de vida eterna y de una nueva humanidad. En ella
está simbólicamente encerrada toda la creación purificada y transparente de
Dios, receptáculo y templo del mismo Dios” (BOFF,Leonardo. El rostro materno de Dios.
Eds. Paulinas,Madrid.1984. Pag. 284).
El genuino sentido de María en la fe cristiana sólo se puede
captar en la clave de todo el proyecto salvador y liberador de Dios en
Jesucristo, la comprensión de Nuestra Señora es definitivamente cristocéntrica.
Con esto salimos al paso de muchos excesos en la devoción mariana, haciéndola
casi una diosa, y con bastante frecuencia en la religiosidad popular más
importante que el mismo Jesús, también asociando a ella un estilo de reina, de
super mujer, nada presente en el espíritu original del Evangelio.
Por esta razón, la segunda lectura de esta solemnidad nos
ayuda a captar el fundamento cristológico de la historia y, en ella, de María: “Bendito
sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que desde lo alto del cielo nos ha
bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales. El nos eligió en
Cristo antes de la creación del mundo para que fuéramos su pueblo y nos mantuviéramos
sin mancha en su presencia”(Efesios 1: 3-4).
Todo este himno paulino, con el que empieza la carta a los
Efesios, es una proclamación y definición de que, en nuestra fe, Jesucristo es
el eje articulador de la historia y el que le da pleno significado, esto quiere decir que toda
realidad que se da en el dinamismo histórico de la salvación-liberación de la
humanidad tiene su razón de ser en la medida en que esté inscrita en Jesucristo
y referida a El.
Justamente en esta perspectiva podemos asumir el verdadero
significado de María, despojarla del engalanamiento piadoso con que se la ha
rodeado y descubrir su auténtico sentido de mujer totalmente asumida por Dios,
dispuesta sin reservas a vivir en sus caminos, profundamente humana y
evangélica, prototipo del bienaventurado, persona que no cifra su valor en
criterios humanos de poder, riqueza, fama, éxito, sino en el servicio al reino
de Dios y su justicia, como esposa de José, madre de Jesús, animadora de la
comunidad apostólica, y máximo referente de disponibilidad para que Dios sea
todo en ella.
A la luz de estas consideraciones entendemos el muy conocido
y leído texto de Lucas, cuando ella responde al enviado del Padre:
“Aquí está la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra”
(Lucas 1: 38). Sencillísima formulación que manifiesta la grandeza espiritual
de Nuestra Señora, consciente de que entregarse totalmente a Dios es una
afirmación en la que el significado de la vida no reside en el ser humano sino
que proviene del amor del Padre, de quien tantas veces, conscientemente,
afirmamos que es el principio y fundamento del ser humano, de la creación, de
toda la historia.
No se trata de una sumisión humillante, es la donación
amorosa por excelencia, la certeza de que el proyecto de Dios revelado en Jesús
es para llevar a toda la humanidad a la genuina plenitud, al ejercicio máximo
de dignidad, destacando los valores programáticos del reino que Jesús propone
en las bienaventuranzas. María es la más evidente manifestación de este espíritu!
Esta importante celebración del año litúrgico también nos
remite a la consideración esencial de la libertad humana, uno de los grandes
dones con los que el creador nos ha distinguido.
En ejercicio de esta
posibilidad , los humanos podemos decidirnos a favor de la lógica de Dios, y
asumir como nuestro su proyecto de vida, pero también lo podemos rechazar e
introducir así la desarmonía del pecado, del egoísmo, de la injusticia, de la
violencia, del desconocimiento de la dignidad de las personas. Es el misterio
del mal y la constatación de sus efectos destructores: “Oyeron después los pasos del
Señor Dios que se paseaba por el huerto al fresco de la tarde, y el hombre y la
mujer se escondieron de su vista entre los árboles. Pero el Señor Dios llamó al
hombre diciendo: Dónde estás? El hombre respondió: Oí tus pasos en el huerto,
tuve miedo y me escondí porque estaba desnudo. El Señor dios le preguntó: Quién
te hizo saber que estabas desnudo? Acaso has comido del árbol del que te
prohibí comer? Respondió el hombre: la mujer que me diste por compañera me
ofreció del fruto del árbol, y comí” (Génesis 3: 8-12).
Conocemos bien la interpretación teológica de este relato,
lenguaje en el que el autor nos presenta la ruptura voluntaria, por parte del
hombre y de la mujer, de la armonía original del paraíso. Esto es constante en
la historia de todo el género humano, y de cada persona en particular. Vivimos
en una tensión dialéctica, experimentamos el llamamiento de lo bueno y honesto,
de lo digno, pero nuestra libertad desarticulada de su fundamento nos lleva a
introducir el universo de los afectos desordenados, la idolatría de las
creaturas, los ímpetus de muerte y destrucción, la afirmación injusta de unos
sobre otros, la absolutización de los medios convirtiéndolos en fines.
Por eso Nuestra Señora, madre de Jesús, vaso del acontecer
amoroso del Padre, significa el triunfo de Dios sobre el mal. María es la nueva
Eva, totalmente asumida por Dios, que se integra a la historia de salvación
para hacer posible la inserción de la Palabra en la historia, en el fruto de su
vientre, Jesús. De acuerdo con esto, lo mariano en la fe cristiana tiene
sentido en la medida de su compromiso con esta misión de Jesucristo, erradicar
el mal del corazón humano, afirmar la soberanía de Dios como sustancia de una
vida graciosa y gratuita, amorosa, fraterna, de comunión y servicio a toda
mujer, a todo hombre.
María es el prototipo de ser humano que el Padre Dios quiere
hacer en nosotros, con el referente fundamental de su propio Hijo. La justicia
del reino es construír una humanidad inmaculada, limpia, en trance constante de
donar la propia vida, significando que si Dios es todo en nosotros, seremos
inevitablemente mejores seres humanos, gracias a la acción salvadora-liberadora
de Jesucristo, el hijo de María.
Cuando en nuestra oración cotidiana decimos “
Dios te salve,María, llena eres de gracia”, estamos afirmando la
convicción que tenemos en el mundo cristiano de que ella es referente esencial
para todo el que quiera vivir sin reservas el camino de Jesús, porque su vida
es inmaculada, porque ella sólo supo de amor a Dios, y de plasmarlo en su
hogar, con José y Jesús, captando la lógica redentora de ese Hijo , y esto de
forma incondicional, sin poner ningún obstáculo al Señor.
La constatación de los efectos del mal siempre es desoladora
y tiende a ser causa de escepticismos radicales, a perder la esperanza. Si nos
ponemos a considerar las innumerables violencias que hemos padecido en Colombia
y en el mundo, la fuerza mancomunada de los criminales, las gravísimas
injusticias sociales, las tiranías y dictaduras que han lesionado tan duramente
a individuos y países enteros, la inaceptable y permanente exclusión de tantos
seres humanos, el predominio de la economía sobre la dignidad de la gente, las
muchas soberbias y arrogancias de tanta gente, podemos quedar sumergidos en un
camino sin retorno, en un pesimismo sin posibilidades de redención.
Cómo ser testigos y trabajadores de la esperanza que se nos
ofrece a los creyentes, patrimonio esencial de nuestra fe? Cómo hacer efectivas
las palabras de Isaías: “Saldrá un brote del tronco de Jesé, un
retoño brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor….juzgará
con justicia a los indefensos, a los pobres del país con rectitud…. Será la
justicia el cinturón de su caderas; la fidelidad, la correa de su cintura…..
Aquel día, la raíz de Jesé será puesta como estandarte de los pueblos”
(Isaías 11:1.4.5.10).
Todo el texto del capítulo 11 de Isaías es de reconocido
optimismo teologal, está diseñando el perfil ideal del Mesías, de Aquel que
vendrá en nombre de Yahvé a rescatar la esperanza perdida, a reivindicar a los
humillados, a cambiar el orden de muerte por uno de vida y de plenitud Son
estas palabras afirmaciones ingenuas,
consuelos pasajeros, proclamaciones que lleva el viento, o están afincadas en
convicciones sólidas, en certezas creyentes, en conciencia clara del quehacer
liberador de Dios, con la capacidad de recuperar a la humanidad de su
desencanto? Cómo estamos nosotros en esta materia?
Los israelitas vivieron muchas decepciones, las causadas por
los países extranjeros que los asediaron y dominaron, las de sus reyes y
sacerdotes olvidados de Dios, y las propias de un pueblo dado a un culto frío y
al desconocimiento de los compromisos adquiridos en la Alianza. Es lo mismo que
vivir en sociedades , como América Latina, donde la inmensa mayoría de la
población se dice cristiana, coexistiendo con el pecado estructural y personal,
con el desprecio de la vida, con las políticas económicas injustas y
excluyentes, con la escalada de violencia, con la cultura del dinero fácil, con
la corrupción que hace metástasis en muchos ámbitos sociales…….. Qué decir de
todo esto y como re-significar nuestra historia desde la esperanza en Aquel que
viene para nuestra salvación?
Este es un reto para la Iglesia y para cada cristiano en
particular. Porque se impone salir de una relación individualista y ahistórica con Dios (el negocio de “mi”
salvación eterna) para implicarnos significativamente, encarnatoriamente, en la
realidad, en la historia de la humanidad, en sus gozos y en sus esperanzas, en
sus dramas y sufrimientos.
Por eso los hechos
originales de nuestra fe no son los de un poderoso de este mundo, triunfador
espectacular, sino los de alguien inserto hasta la raíz en todo lo humano,
incluyendo lo más doloroso, lo más abyecto, lo más pecaminoso. Y asumir así,
desde el amor ilimitado del Padre, es lo que hace posible la redención, el
rescate, la recuperación plena. El Hijo ha introducido en la historia la
dimensión del amor desmedido que todo lo asume para reorientarlo hacia su consumación en Dios.
Un hombre como Nelson Mandela (1918-2013) es un
testigo de esperanza para la humanidad. Toda su vida es reconocida como un
trabajo apasionado por la superación del apartheid en su país, por la
reconciliación de negros y blancos, por la causa de la justicia. Su espíritu
tolerante, su capacidad de diálogo, su talante incluyente, todo su esfuerzo
político y humanista hacen de él un genio ético, un hombre que atinó con su
proyecto de vida. Por eso hoy, ante su tumba, honramos su memoria y agradecemos
su vida, legítimo relato de esperanza.
Así Luther King, Madre Teresa de Calcuta, Monseñor Romero, Gabriela
Mistral, Helder Cámara, Juan XXIII, Rigoberta Menchú, hombres y mujeres
convictos y confesos creyentes, sabedores de esa esperanza que no defrauda,
hondamente conscientes de las tragedias humanas, dispuestos a todo lo mejor
para recuperar los horizontes perdidos por tantas violencias e injusticias.
Que sea este Adviento de 2013 un tiempo para crecer en
nuestra capacidad de relatar a Dios dador de sentido con nuestra manera de
vivir, y que esto sea tan intenso y radical que mueva a muchos a reencontrarse
con la ilusión de una vida digna, feliz, realizada, digna. En su momento, este
fue el ministerio de Juan el Bautista, a quien se refiere el evangelio de este
domingo, un contestatario de Dios, un anunciador del mundo nuevo que El nos
trae, un preparador del reino: “En aquellos días apareció Juan el Bautista
predicando en el desierto de Judea. Decía: conviértanse, porque está llegando
el reino de los cielos. A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Voz del
que clama en el desierto, preparen el camino al Señor, nivelen sus senderos”
(Mateo 3: 1-3).
Cómo ser nosotros anunciadores y trabajadores de esta nueva
manera de ser y de vivir? Como tantas veces hemos preguntado: somos cristianos por inercia sociocultural o late
en nosotros la pasión del reino, la misma de Juan el Bautista? Con nuestro
estilo de vida facilitamos que otros se entusiasmen, salgan del dolor y de la
oscuridad, se sientan amados y reconocidos? Tomamos en serio los dramas de los
pobres y de sus grandes carencias para que esto replantee nuestros proyectos y
decisiones? O más bien pasamos por anodinos e indiferentes?
Como la de Mandela, que sea la nuestra una vida
portadora de las mejores razones de vivir, y que esto contagie a muchos. Es
imperativo trabajar con ahínco para que la vida de la humanidad valga la pena.
Estas son convicciones sustanciales en COMUNITAS MATUTINA.
Antonio José Sarmiento Nova,SJ -
Alejandro Romero Sarmiento
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