domingo, 22 de diciembre de 2013

COMUNITAS MATUTINA 22 DE DICIEMBRE DOMINGO IV DE ADVIENTO



Lecturas
1.      Isaías 7: 10-14
2.      Salmo 23: 1-6
3.      Romanos 1: 1-7
4.      Mateo 1: 18-24
Una vez más, es fundamental destacar el carácter coherente de toda la historia bíblica, esto en la perspectiva de la historia humana que es asumida por Dios como el escenario de su intervención salvadora y liberadora a favor de toda la humanidad. Por eso cada relato y cada contexto que allí se presenta hay que interpretarlo desde esta clave teologal determinante.
Así mismo, la fe de los israelitas y de las comunidades cristianas primitivas, desarrolla ese fino sentido de discernimiento para detectar las manifestaciones de Dios en su experiencia cotidiana y en la totalidad de su desarrollo histórico. Esta disposición es el paradigma para nuestra vida de creyentes: sabemos leer todos los hechos de nuestra vida desde esta óptica? Tenemos la mirada de fe requerida para detectar las señales de Dios en nuestro acontecer?
Los profetas del Antiguo Testamento fueron los grandes maestros que enseñaban a la comunidad esta dinámica del discernimiento, inculcando a los creyentes la capacidad de aprender a ver las manifestaciones del Señor en los acontecimientos concretos de su vida.
Uno de los desarrollos esenciales del Concilio Vaticano II y de la teología que ayudó a prepararlo y que después lo configuró, fue justamente esta mirada creyente para mirar los signos de los tiempos, y para leerlos en clave de salvación-liberación.
 De ahí nacen las tendencias teológicas y pastorales comprometidas con las realidades humanas, encarnadas en la historia, como la teología del desarrollo, la teología de las realidades terrenas, la teología de la liberación, la teología de lo político, la teología feminista, para sólo mencionar algunas de las más destacadas e influyentes. Unas teologías de claro corte histórico y antropológico-existencial.
 Aquí lo que se privilegia es que la Palabra de Dios se implica encarnatoriamente en el ser humano, en su existencia, en los hechos de su vida, y que la sensibilidad de la fe desarrolla en los sujetos creyentes esa capacidad de ver a Dios actuando a su favor en todo ese tejido de acontecimientos con las señales que lo manifiestan.
Adviento es precisamente  un tiempo de esperanza, un tiempo para leer los signos del Dios que viene para transformar todo lo nuestro, para liberarnos del desencanto, de los ídolos vanos que nos seducen y esclavizan, del vacío de sentido, del ser dominados por el pecado, el egoísmo, la injusticia.
La expectativa mesiánica en el Antiguo Testamento es el gran contenido de la fe y de la esperanza de los israelitas. Dios se manifiesta incluso a pesar de nuestra dureza de corazón y de nuestra ceguera, que no nos facilita ver sus señales. El se empeña a toda costa en dar un significado trascendente y definitivo a la humanidad, a cada ser humano en particular, aunque a menudo nuestra actitud no sea la mejor y la más saludable. Es el santo empecinamiento liberador de nuestro Dios!
A esto se refiere Isaías cuando dice: “Pues el Señor, por su cuenta, les dará una señal: Miren, que la joven está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel” (Isaías 7: 14). La gran evidencia que anuncia Isaías es frágil, pasa por la debilidad de una jovencita discreta y pobre, no se vale el Señor de lo espectacular y poderoso, sino de la sobriedad de un ser humano despojado de galas, humilde, de bajo perfil. Esta es una tendencia determinante en la revelación bíblica, y orienta nuestra fe con este criterio fundamental: Dios no sucede en el poder y en la grandeza sino en la vida simple, oculta,austera, silenciosa.
 Dios está con nosotros – eso es lo que significa el nombre Emanuel – en lo último del mundo! Y nos invita a asumir esta postura como elemento esencial de nuestra identidad cristiana y creyente. Asunto decisivo para la credibilidad de la Iglesia toda y de cada creyente en particular. Cuando recientemente el Papa Francisco llamó la atención con severidad al obispo de Limburg (Alemania) por estar construyendo una casa episcopal costosísima y lujosa, lo hizo inspirado por esta clave de austeridad, de alejamiento del vano honor del mundo, de sobriedad evangélica.
De ahí que un aspecto para considerar en este Adviento sea el de nuestro estilo de vida, sobre las motivaciones y los valores que lo modelan, si estamos seducidos por el consumismo y el despilfarro, si los pobres están ausentes de nuestras preocupaciones, si la justicia y la solidaridad no hacen parte de nuestro proyecto de vida. Y también si nuestras mentes y corazones endurecidos no son aptos para ver a Dios en las debilidades humanas, en la pobreza, en la precariedad.
Los grandes testigos de la fe – como Luther King, Teresa de Calcuta, Francisco de Asís, Monseñor Romero – han sido notables por esta sutileza evangélica de comprometerse con los hermanos más afligidos por la pobreza y el desconocimiento de su dignidad, por saber ver  en ellos el lugar privilegiado de la acción salvadora y liberadora que el Padre Dios nos revela plenamente en el Señor Jesucristo.
Nuestra Señora, la virgen madre, es testigo privilegiado de esta historia, personaje central del Adviento, de la feliz espera que ella sabe respaldada por el mismísimo Dios, quien la ha querido hacer el medio que hace posible la humanidad del Salvador: “María, estaba prometida a José, y antes del matrimonio, resultó que estaba encinta, por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era honrado y no quería infamarla, decidió repudiarla en privado. Ya lo tenía decidido, cuando un enviado del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no tengas reparo en acoger a María como esposa tuya, pues lo que ha concebido es obra del Espíritu Santo” (Mateo 1: 18-20).
 Esta joven mujer hebrea, limpia e inmaculada en todo  su ser, y totalmente abierta a la acción de Dios, es  el ámbito de la encarnación de la Palabra definitiva que salva y libera a la humanidad de los falsos dioses e ídolos. Ella, en su condición materna,  también en su humilde y generoso acatamiento del querer del Padre, es lenguaje sacramental  que ella misma ratifica incondicionalmente: “Aquí tienes a la servidora del Señor, que se haga en mí según tu palabra” (Lucas 1: 38).
Cómo la biografía de María puede ser también la nuestra? Porque también nosotros, los humanos, estamos llamados ser “recipientes de Dios”. El sucede en nosotros cuando nos hacemos libres del vano honor del mundo, de la absolutización de las riquezas y del poder, de la competencia social, de la autosuficiencia, y cuando dejamos que El  mismo nos modele como nuevos seres humanos según el Señor Jesús, y nos disponga para ejercer como prójimos de todos los seres humanos, cuando la solidaridad y el servicio determinen todo nuestro ser y nuestro quehacer, cuando todo en nosotros sea aceptación gozosa, sin reservas, del querer de este Dios que se dice a sí mismo en la nueva humanidad. Así como el FIAT  - hágase en mí según tu Palabra – de Nuestra Señora.
Pablo, el hombre que mejor captó la lógica de Dios en Jesús, es en sí mismo un relato de esta manera de proceder. El, fariseo riguroso y pagado de sí mismo con la vanidad religioso-moral propia de esta secta judía, intransigente al perseguir a los primeros discípulos del crucificado, un buen día es confrontado y toda su soberbia se desvanece al encontrarse personalmente con Aquel a quien  perseguía y rechazaba. Y en adelante adopta vigorosamente el modo de ser de Jesús, se identifica con El, y dedica toda su vida restante al ministerio de anunciar la Buena Noticia, de enseñarla con la sabiduría de la cruz, y de inspirar a muchos hombres y mujeres para que se conviertan en señales de este nuevo proyecto de humanidad.
Esto nos permite entenderlo mejor cuando dice: “Por medio de El recibimos la gracia del apostolado, para que todos los pueblos respondan con la fe en su nombre; entre los cuales se cuentan también Ustedes, llamados por Jesús Mesías”  (Romanos 1: 5-6).
 El ministerio paulino es prototípico para toda comunidad cristiana, porque es plenamente consciente de haber recibido el don gratuito de ser su apóstol, su divulgador, y de referir todo su ser a la nueva identidad que le viene de Jesús, carisma de tal intensidad que lo hace dejar todo lo precedente para entregarse de lleno a esto, añadiendo la pasión de presentar la Buena Noticia para que muchos de sus contemporáneos fueran también beneficiarios de ellas, como lo hizo fundando  y animando las comunidades cristianas en Corinto, Galacia, Efeso, Tesalónica, Colosas, a las que dirige sus cartas, y en las que se siembran los gérmenes de la Iglesia.
Un aspecto para subrayar es el de ser “llamados”, Pablo lo dice de sí mismo y lo refiere a aquellos a quienes se hace el anuncio del reino. Dios, en Jesús, se interesa plenamente por el ser humano y lo convoca a participar en totalidad de sí mismo, de su reino y de su justicia, del nuevo orden de vida que se llama Evangelio, del sentido definitivo que aquí se contiene, de la superación de todo lo frustrante que es el pecado, el desamor,la injusticia, de todas las razones de desencanto y pesimismo. Hay una esperanza que nos convoca, que nos llama a ser hijos de Dios, prójimos todos con todos, a reconocer en cada ser humano una señal de la vitalidad que no se termina.
Adviento enfatiza esta llamada y nos hace preguntas de fondo, si tomamos en serio el talante de todos los contenidos espirituales de esta época. Somos nosotros señales de Dios? Nuestra manera de vivir persuade a otros a seguir este camino? Estamos en proceso de despojarnos de vanidades y materialidades? Desarrollamos el sentido de discernimiento para leer evangélicamente los “signos de los tiempos”? Como María, dejamos que Dios sea todo en nosotros? Como Pablo, nos sentimos llamados en esperanza a hacer parte de este nuevo modo de vida que nos trae Jesús? Nuestra vida es testimonio de la pasión del reino y de su justicia?

Antonio José Sarmiento Nova,SJ  -  Alejandro Romero Sarmiento

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