Lecturas
1.
Isaías
7: 10-14
2.
Salmo
23: 1-6
3.
Romanos
1: 1-7
4.
Mateo
1: 18-24
Una vez más, es fundamental destacar el carácter coherente de
toda la historia bíblica, esto en la perspectiva de la historia humana que es
asumida por Dios como el escenario de su intervención salvadora y liberadora a
favor de toda la humanidad. Por eso cada relato y cada contexto que allí se
presenta hay que interpretarlo desde esta clave teologal determinante.
Así mismo, la fe de los israelitas y de las comunidades
cristianas primitivas, desarrolla ese fino sentido de discernimiento para
detectar las manifestaciones de Dios en su experiencia cotidiana y en la
totalidad de su desarrollo histórico. Esta disposición es el paradigma para
nuestra vida de creyentes: sabemos leer todos los hechos de nuestra vida desde
esta óptica? Tenemos la mirada de fe requerida para detectar las señales de
Dios en nuestro acontecer?
Los profetas del Antiguo Testamento fueron los grandes maestros
que enseñaban a la comunidad esta dinámica del discernimiento, inculcando a los
creyentes la capacidad de aprender a ver las manifestaciones del Señor en los
acontecimientos concretos de su vida.
Uno de los desarrollos esenciales del Concilio Vaticano II y
de la teología que ayudó a prepararlo y que después lo configuró, fue
justamente esta mirada creyente para mirar los signos de los tiempos, y
para leerlos en clave de salvación-liberación.
De ahí nacen las
tendencias teológicas y pastorales comprometidas con las realidades humanas,
encarnadas en la historia, como la teología del desarrollo, la teología de las
realidades terrenas, la teología de la liberación, la teología de lo político,
la teología feminista, para sólo mencionar algunas de las más destacadas e
influyentes. Unas teologías de claro corte histórico y
antropológico-existencial.
Aquí lo que se
privilegia es que la Palabra de Dios se implica encarnatoriamente en el ser
humano, en su existencia, en los hechos de su vida, y que la sensibilidad de la
fe desarrolla en los sujetos creyentes esa capacidad de ver a Dios actuando a
su favor en todo ese tejido de acontecimientos con las señales que lo
manifiestan.
Adviento es precisamente un tiempo de esperanza, un tiempo para leer
los signos del Dios que viene para transformar todo lo nuestro, para liberarnos
del desencanto, de los ídolos vanos que nos seducen y esclavizan, del vacío de
sentido, del ser dominados por el pecado, el egoísmo, la injusticia.
La expectativa mesiánica en el Antiguo Testamento es el gran
contenido de la fe y de la esperanza de los israelitas. Dios se manifiesta
incluso a pesar de nuestra dureza de corazón y de nuestra ceguera, que no nos
facilita ver sus señales. El se empeña a toda costa en dar un significado
trascendente y definitivo a la humanidad, a cada ser humano en particular,
aunque a menudo nuestra actitud no sea la mejor y la más saludable. Es el santo
empecinamiento liberador de nuestro Dios!
A esto se refiere Isaías cuando dice: “Pues el Señor, por su cuenta, les
dará una señal: Miren, que la joven está encinta y dará a luz un hijo, y le
pondrá por nombre Emanuel” (Isaías 7: 14). La gran evidencia que
anuncia Isaías es frágil, pasa por la debilidad de una jovencita discreta y
pobre, no se vale el Señor de lo espectacular y poderoso, sino de la sobriedad
de un ser humano despojado de galas, humilde, de bajo perfil. Esta es una
tendencia determinante en la revelación bíblica, y orienta nuestra fe con este
criterio fundamental: Dios no sucede en el poder y en la grandeza sino en la
vida simple, oculta,austera, silenciosa.
Dios está con nosotros
– eso es lo que significa el nombre Emanuel – en lo último del mundo! Y nos
invita a asumir esta postura como elemento esencial de nuestra identidad
cristiana y creyente. Asunto decisivo para la credibilidad de la Iglesia toda y
de cada creyente en particular. Cuando recientemente el Papa Francisco llamó la
atención con severidad al obispo de Limburg (Alemania) por estar construyendo
una casa episcopal costosísima y lujosa, lo hizo inspirado por esta clave de
austeridad, de alejamiento del vano honor del mundo, de sobriedad evangélica.
De ahí que un aspecto para considerar en este Adviento sea el
de nuestro estilo de vida, sobre las motivaciones y los valores que lo modelan,
si estamos seducidos por el consumismo y el despilfarro, si los pobres están
ausentes de nuestras preocupaciones, si la justicia y la solidaridad no hacen
parte de nuestro proyecto de vida. Y también si nuestras mentes y corazones
endurecidos no son aptos para ver a Dios en las debilidades humanas, en la
pobreza, en la precariedad.
Los grandes testigos de la fe – como Luther King, Teresa de
Calcuta, Francisco de Asís, Monseñor Romero – han sido notables por esta
sutileza evangélica de comprometerse con los hermanos más afligidos por la
pobreza y el desconocimiento de su dignidad, por saber ver en ellos el lugar privilegiado de la acción
salvadora y liberadora que el Padre Dios nos revela plenamente en el Señor
Jesucristo.
Nuestra Señora, la virgen madre, es testigo privilegiado de
esta historia, personaje central del Adviento, de la feliz espera que ella sabe
respaldada por el mismísimo Dios, quien la ha querido hacer el medio que hace
posible la humanidad del Salvador: “María, estaba prometida a José, y antes del
matrimonio, resultó que estaba encinta, por obra del Espíritu Santo. José, su
esposo, que era honrado y no quería infamarla, decidió repudiarla en privado.
Ya lo tenía decidido, cuando un enviado del Señor se le apareció en sueños y le
dijo: José, hijo de David, no tengas reparo en acoger a María como esposa tuya,
pues lo que ha concebido es obra del Espíritu Santo” (Mateo 1: 18-20).
Esta joven mujer
hebrea, limpia e inmaculada en todo su
ser, y totalmente abierta a la acción de Dios, es el ámbito de la encarnación de la Palabra
definitiva que salva y libera a la humanidad de los falsos dioses e ídolos.
Ella, en su condición materna, también
en su humilde y generoso acatamiento del querer del Padre, es lenguaje
sacramental que ella misma ratifica
incondicionalmente: “Aquí tienes a la servidora del Señor, que se haga en mí según tu
palabra” (Lucas 1: 38).
Cómo la biografía de María puede ser también la nuestra? Porque
también nosotros, los humanos, estamos llamados ser “recipientes de Dios”. El
sucede en nosotros cuando nos hacemos libres del vano honor del mundo, de la
absolutización de las riquezas y del poder, de la competencia social, de la
autosuficiencia, y cuando dejamos que El mismo nos modele como nuevos seres humanos
según el Señor Jesús, y nos disponga para ejercer como prójimos de todos los
seres humanos, cuando la solidaridad y el servicio determinen todo nuestro ser
y nuestro quehacer, cuando todo en nosotros sea aceptación gozosa, sin
reservas, del querer de este Dios que se dice a sí mismo en la nueva humanidad.
Así como el FIAT - hágase en mí
según tu Palabra – de Nuestra Señora.
Pablo, el hombre que mejor captó la lógica de Dios en Jesús,
es en sí mismo un relato de esta manera de proceder. El, fariseo riguroso y
pagado de sí mismo con la vanidad religioso-moral propia de esta secta judía,
intransigente al perseguir a los primeros discípulos del crucificado, un buen
día es confrontado y toda su soberbia se desvanece al encontrarse personalmente
con Aquel a quien perseguía y rechazaba.
Y en adelante adopta vigorosamente el modo de ser de Jesús, se identifica con
El, y dedica toda su vida restante al ministerio de anunciar la Buena Noticia,
de enseñarla con la sabiduría de la cruz, y de inspirar a muchos hombres y
mujeres para que se conviertan en señales de este nuevo proyecto de humanidad.
Esto nos permite entenderlo mejor cuando dice: “Por
medio de El recibimos la gracia del apostolado, para que todos los pueblos
respondan con la fe en su nombre; entre los cuales se cuentan también Ustedes,
llamados por Jesús Mesías”
(Romanos 1: 5-6).
El ministerio paulino
es prototípico para toda comunidad cristiana, porque es plenamente consciente
de haber recibido el don gratuito de ser su apóstol, su divulgador, y de
referir todo su ser a la nueva identidad que le viene de Jesús, carisma de tal
intensidad que lo hace dejar todo lo precedente para entregarse de lleno a
esto, añadiendo la pasión de presentar la Buena Noticia para que muchos de sus
contemporáneos fueran también beneficiarios de ellas, como lo hizo
fundando y animando las comunidades
cristianas en Corinto, Galacia, Efeso, Tesalónica, Colosas, a las que dirige
sus cartas, y en las que se siembran los gérmenes de la Iglesia.
Un aspecto para subrayar es el de ser “llamados”, Pablo lo dice
de sí mismo y lo refiere a aquellos a quienes se hace el anuncio del reino.
Dios, en Jesús, se interesa plenamente por el ser humano y lo convoca a
participar en totalidad de sí mismo, de su reino y de su justicia, del nuevo
orden de vida que se llama Evangelio, del sentido definitivo que aquí se
contiene, de la superación de todo lo frustrante que es el pecado, el
desamor,la injusticia, de todas las razones de desencanto y pesimismo. Hay una
esperanza que nos convoca, que nos llama a ser hijos de Dios, prójimos todos
con todos, a reconocer en cada ser humano una señal de la vitalidad que no se
termina.
Adviento enfatiza esta llamada y nos hace preguntas de fondo,
si tomamos en serio el talante de todos los contenidos espirituales de esta
época. Somos nosotros señales de Dios? Nuestra manera de vivir persuade a otros
a seguir este camino? Estamos en proceso de despojarnos de vanidades y
materialidades? Desarrollamos el sentido de discernimiento para leer
evangélicamente los “signos de los tiempos”? Como María, dejamos que Dios sea todo
en nosotros? Como Pablo, nos sentimos llamados en esperanza a hacer parte de
este nuevo modo de vida que nos trae Jesús? Nuestra vida es testimonio de la
pasión del reino y de su justicia?
Antonio José Sarmiento Nova,SJ -
Alejandro Romero Sarmiento
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