domingo, 2 de marzo de 2014

COMUNITAS MATUTINA 2 DE MARZO VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas:
1.      Isaías 49: 14 -15
2.      Salmo 61: 2-9
3.      1 Corintios 4: 1 – 5
4.      Mateo 6: 24 -34
Qué significa vivir teologalmente?  Qué es tener la vida referida a Dios como principio estructurante de nuestra existencia?  Cómo ser sinceros y comprometidos creyentes haciendo de esto la inspiración decisiva de nuestra condición humana? Cómo superar con inteligencia evangélica ese modelo de cristianos beatos, olorosos a sacristía, timoratos, deshumanizados, llenos de miedos y de sentimientos de culpa? Cómo tener al mismo tiempo estatura humana y teologal, tal como la vemos en Jesús?
Ayer, al atardecer, tuvimos en la Universidad Javeriana la posesión del nuevo rector.  En su discurso – académicamente riguroso – lo mismo que en el del saliente, escuchamos todos los asistentes, después de doctas disertaciones universitarias,  su profesión de fe, su gratitud al Padre, su referencia a ese principio y fundamento constitutivo de todo su ser y de su quehacer. Y esto impacta profundamente,  aunque estemos en una universidad católica, en la que se supone que esto hace parte de su normalidad existencial e institucional.
 Claro, ambos son jesuitas, hombres de vida religiosa, consagrados.  Lo que se quiere  destacar es su convicción creyente y la significación espiritual de su servicio universitario, la clarísima definición trascendente de su actitud vital.  Nos referimos a esto, porque en muchos ambientes académicos no   se estila profesar la fe, más bien se tiende a lo contrario, en unos casos porque hay posturas honestas  , personas que en ejercicio de una respetable sinceridad se declaran no creyentes, y  en otros, por pose intelectual, por estar “in”. O porque también hay creyentes vergonzantes.
Sean estas consideraciones iniciales un modo de introducirnos en la rica propuesta que nos trae hoy la Palabra, a partir del texto de Mateo: “Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se dedicará a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir a Dios y al dinero” (Mateo 6: 24), y más adelante, refiriéndose a todas las preocupaciones humanas, cuando ellas desdibujan el fin de nuestra vida y dejan de ser saludables: “Su Padre celestial ya sabe que tienen necesidad de todo eso. Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se les darán por añadidura” (Mateo 6: 32 – 33).
Advertimos de entrada que no estamos propiciando un providencialismo desencarnado, un olvido  del compromiso por una vida proactiva, implicada en  la construcción de esta historia en los mejores términos de humanismo y de dignidad, de esfuerzo cotidiano por hacer de nuestra existencia un relato creativo y laborioso.
Ponemos en tela de juicio, y esto con criterios evangélicos, todas esas tendencias de pretendido fundamento cristiano que evaden sus responsabilidades relativas al trabajo, a la responsabilidad social, a la búsqueda del sustento digno, del refugiarse en una religiosidad sumisa y temerosa, como entregándole a Dios toda el aval de nuestra vida para deponer en El lo que nos compete como humanos.
Lo que contiene el texto de Mateo es una advertencia severa contra esas vidas que no tienen bases definidas , que se diluyen en difusas “fidelidades” (?), cargando ladrillos a unas y a otras, esclavizados de realidades que en sí mismas no tienen la posibilidad de liberar y de trascender a quien las sirve . Vemos tanta gente entregada a cultos alienantes en las religiones del poder y del dinero, del consumo y de los aplausos, con sus vidas totalmente divididas!        
Claro está que todos  tenemos el afán por arraigarnos en una materialidad cargada de sentido, legítima, porque somos “humanos, demasiado humanos”, porque ese talante laborioso nos lleva a dar sentido a la historia, porque nos sumerge en la transformación del mundo, porque nos brinda la satisfacción de sentirnos útiles, y porque nos permite construír grata y gratuitamente  nuestro territorio de humanidad y convivencia.
 Justamente aquí es donde entra la sabiduría de Dios a configurar bellamente todo este apasionante proyecto.
Cuáles son nuestros “dos señores”? Dónde están esas dualidades que nos fracturan y nos impiden vivir en libertad? Cuáles son los criterios con los que asumimos nuestras fidelidades?  Nos dejamos invadir por esta seudocultura que nos somete al consumo, al afán desaforado de comodidades, poder, dinero, figuración social, manteniendo a Dios arrinconado, como un recurso de urgencia para situaciones extremas, sin que ello determine todo lo que somos y hacemos? Cómo trabajar con raíces evangélicas en la superación de esta esquizofrenia?
Nos preocupan  inmensamente el retorno del fundamentalismo religioso, del pietismo sin historia y encarnación, de ese tipo de cristianismo que se niega al dramatismo de la realidad, de una pretendida ortodoxia en la que el Evangelio brilla por su ausencia, como también nos cuestiona esta cultura banal, facilista, indolente,  baja en calorías espirituales y humanas, efímera, definitivamente superficial.
Por aquí van las puntadas directas, certeras, que está dando el papa Francisco, cuando cada día nos ilustra con sencillez y en feliz simultaneidad de candidez y vigor, los alcances existenciales, transformadores, realistas, liberadores, del Evangelio. El asunto clave es cómo Dios es de verdad y en serio el principio y fundamento de una existencia auténticamente humana, auténticamente divina, unificada y libre.
A COMUNITAS MATUTINA le gustan mucho esos creyentes prototípicos, muy humanos y muy espirituales, sujetos juiciosos a la hora de sus opciones fundamentales, muy insertos en las realidades del mundo con el respaldo de una decidida vocación de eternidad, siempre fieles a Dios y a todo lo humano.
 Les proponemos que,  con estas facilidades que nos brinda la internet , exploremos vidas tan apasionantes como las de Dorothy Day, Robert Schumann, Joan Chittister, Albertina Sisulu,Dietrich Bonhoeffer, Karl Rahner, Enrique Angelelli, Gustavo Gutiérrez, Elba Julia y Celina Mariseth Ramos (madre e hija), Juan XXIII Papa Roncalli, o la inmensa Teresa de Jesús. En ellos y en ellas podemos hablar con propiedad “de la cuestión del hombre a la cuestión de Dios”, como se titula un denso libro del teólogo Juan Alfaro.
Algunos de estos y estas llevaron vidas más humildes y discretas, otros, si se quiere, fueron famosos, pero a unos-as y a otros-as siempre los animó la pasión de hacer de su humanidad una biografía de la eternidad.
“Por tanto, que la gente nos tenga por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se exige de los administradores es que sean fieles” (1 Corintios 4: 1 – 2), dice Pablo a los Corintios. Aquí lo que se nos está proponiendo es que seamos, al mismo tiempo y en perfecta sinergia, narradores de lo humano desde el más genuino arraigo teologal. Ser fieles a Dios y al ser humano se refiere a la misma esencia del Señor Jesús, para nosotros el referente esencial de esta manera de ser y de vivir.
 Los “misterios de Dios”, a los que alude el Apóstol, no son contrarios a la humanidad, ni desentendidos de la misma! Esos misterios están remitidos por definición  a cada hombre, a cada mujer, y a su historia. He aquí una alternativa de primera para dejar atrás esa fractura interior contra la que nos previene el texto de Mateo.
 El asunto más serio para Dios es la plenitud de cada ser humano, tan radical es esto que el modo como el Padre ha revelado esta seriedad se llama Jesús el Cristo, en quien descubrimos la divinidad  que se encarna, que se hace humana: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que Cristo, el cual, siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo” (Filipenses 2: 5 – 7), y la humanidad que por El, con El y en El, se proyecta a la divinidad, como plenitud de sentido. En Jesús Dios se hace humano, para que todo lo humano  se haga divino.
Viene bien, entonces, afirmar que el afán de cada día, el esfuerzo que nos sugiere el texto de Mateo, tiene significado en la medida en que esté inscrito en esta perspectiva de trascendencia: “Por eso les digo: no anden preocupados por su vida, pensando qué comerán, ni por su cuerpo, discurriendo con qué se vestirán. No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros, pero su Padre celestial las alimenta. No valen ustedes más que ellas?” (Mateo 6: 25 – 26).
Claro que hay que trabajar con dedicación y buscar el digno sustento, y favorecer que esto sea una posibilidad incluyente, disminuyendo cada día más esa ofensiva brecha que hay entre ricos y pobres – tan escandalosa e inhumana! -, claro que hay que dar un contenido a toda esta necesidad de vivir con arraigos, pero – y aquí está la diferencia cualitativa – a sabiendas de que hay un Dios raíz, un fundamento, que es la razón de ser de esta laboriosidad.
Y aquí entran por la puerta grande todo ese universo que llamamos las “realidades terrenas”, las legítimas inquietudes por el pan de cada día, las provisiones de la dignidad, la pasión por los derechos humanos y por la justicia social, la reivindicación de los condenados de la tierra, el diálogo entre la fe y la razón, las implicaciones del acto creyente con la ciencia y con la cultura, cómo la trascendencia de Dios se embarca en la gran aventura de nosotros, los caminantes del mundo.
Y tengamos por cierto, que nuestro maravilloso y estupendo Dios jamás se olvida de nosotros: “Que los montes lo celebren con alegría, pues Yahvé ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido. Decía Sión: Me ha dejado Yahvé, el Señor se ha olvidado de mí. Acaso olvida una mujer a su niño, sin dolerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque esas personas se olvidasen, yo jamás te olvidaría” (Isaías 49: 13 – 15).
Con dolorosa frecuencia notamos que un mundo que se olvida de Dios, se olvida también del prójimo. De ahí la locura del poder, de la guerra, de los capitales desmesurados, de las tiranías, de los pecaminosos egoísmos, del consumo desenfrenado,  de la indiferencia ante la suerte de los demás.
Que todas estas reflexiones sean un motivo para darnos cuenta que en la agenda de Dios el asunto prioritario es la felicidad de cada hombre, de cada mujer, su plena realización.  Y que una muy buena y contagiosa humanidad es la que toma en serio a Dios, con esa seductora oferta que Jesús plantea en las bienaventuranzas.

Alejandro Romero Sarmiento  -  Antonio José Sarmiento Nova,S.J.

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