Lecturas:
1.
Isaías
49: 14 -15
2.
Salmo
61: 2-9
3.
1
Corintios 4: 1 – 5
4.
Mateo
6: 24 -34
Qué significa vivir teologalmente? Qué es tener la vida referida a Dios como
principio estructurante de nuestra existencia?
Cómo ser sinceros y comprometidos creyentes haciendo de esto la
inspiración decisiva de nuestra condición humana? Cómo superar con inteligencia
evangélica ese modelo de cristianos beatos, olorosos a sacristía, timoratos,
deshumanizados, llenos de miedos y de sentimientos de culpa? Cómo tener al
mismo tiempo estatura humana y teologal, tal como la vemos en Jesús?
Ayer, al atardecer, tuvimos en la Universidad Javeriana la
posesión del nuevo rector. En su
discurso – académicamente riguroso – lo mismo que en el del saliente,
escuchamos todos los asistentes, después de doctas disertaciones
universitarias, su profesión de fe, su
gratitud al Padre, su referencia a ese principio y fundamento constitutivo de
todo su ser y de su quehacer. Y esto impacta profundamente, aunque estemos en una universidad católica, en
la que se supone que esto hace parte de su normalidad existencial e
institucional.
Claro, ambos son
jesuitas, hombres de vida religiosa, consagrados. Lo que se quiere destacar es su convicción creyente y la
significación espiritual de su servicio universitario, la clarísima definición
trascendente de su actitud vital. Nos
referimos a esto, porque en muchos ambientes académicos no se estila profesar la fe, más bien se tiende
a lo contrario, en unos casos porque hay posturas honestas , personas que en ejercicio de una respetable
sinceridad se declaran no creyentes, y en otros, por pose intelectual, por estar
“in”. O porque también hay creyentes vergonzantes.
Sean estas consideraciones iniciales un modo de introducirnos
en la rica propuesta que nos trae hoy la Palabra, a partir del texto de Mateo: “Nadie
puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se
dedicará a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir a Dios y al
dinero” (Mateo 6: 24), y más adelante, refiriéndose a todas las
preocupaciones humanas, cuando ellas desdibujan el fin de nuestra vida y dejan
de ser saludables: “Su Padre celestial ya sabe que tienen necesidad de todo eso. Busquen
primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se les darán por
añadidura” (Mateo 6: 32 – 33).
Advertimos de entrada que no estamos propiciando un
providencialismo desencarnado, un olvido del compromiso por una vida proactiva,
implicada en la construcción de esta
historia en los mejores términos de humanismo y de dignidad, de esfuerzo
cotidiano por hacer de nuestra existencia un relato creativo y laborioso.
Ponemos en tela de juicio, y esto con criterios evangélicos,
todas esas tendencias de pretendido fundamento cristiano que evaden sus
responsabilidades relativas al trabajo, a la responsabilidad social, a la
búsqueda del sustento digno, del refugiarse en una religiosidad sumisa y
temerosa, como entregándole a Dios toda el aval de nuestra vida para deponer en
El lo que nos compete como humanos.
Lo que contiene el texto de Mateo es una advertencia severa
contra esas vidas que no tienen bases definidas , que se diluyen en difusas
“fidelidades” (?), cargando ladrillos a unas y a otras, esclavizados de
realidades que en sí mismas no tienen la posibilidad de liberar y de trascender
a quien las sirve . Vemos tanta gente entregada a cultos alienantes en las
religiones del poder y del dinero, del consumo y de los aplausos, con sus vidas
totalmente divididas!
Claro está que todos tenemos el afán por arraigarnos en una
materialidad cargada de sentido, legítima, porque somos “humanos, demasiado humanos”,
porque ese talante laborioso nos lleva a dar sentido a la historia, porque nos
sumerge en la transformación del mundo, porque nos brinda la satisfacción de
sentirnos útiles, y porque nos permite construír grata y gratuitamente nuestro territorio de humanidad y convivencia.
Justamente aquí es
donde entra la sabiduría de Dios a configurar bellamente todo este apasionante
proyecto.
Cuáles son nuestros “dos señores”? Dónde están esas
dualidades que nos fracturan y nos impiden vivir en libertad? Cuáles son los
criterios con los que asumimos nuestras fidelidades? Nos dejamos invadir por esta seudocultura que
nos somete al consumo, al afán desaforado de comodidades, poder, dinero,
figuración social, manteniendo a Dios arrinconado, como un recurso de urgencia
para situaciones extremas, sin que ello determine todo lo que somos y hacemos?
Cómo trabajar con raíces evangélicas en la superación de esta esquizofrenia?
Nos preocupan
inmensamente el retorno del fundamentalismo religioso, del pietismo sin
historia y encarnación, de ese tipo de cristianismo que se niega al dramatismo
de la realidad, de una pretendida ortodoxia en la que el Evangelio brilla por
su ausencia, como también nos cuestiona esta cultura banal, facilista,
indolente, baja en calorías espirituales
y humanas, efímera, definitivamente superficial.
Por aquí van las puntadas directas, certeras, que está dando
el papa Francisco, cuando cada día nos ilustra con sencillez y en feliz
simultaneidad de candidez y vigor, los alcances existenciales, transformadores,
realistas, liberadores, del Evangelio. El asunto clave es cómo Dios es de
verdad y en serio el principio y fundamento de una existencia auténticamente
humana, auténticamente divina, unificada y libre.
A COMUNITAS MATUTINA le gustan mucho esos creyentes prototípicos,
muy humanos y muy espirituales, sujetos juiciosos a la hora de sus opciones
fundamentales, muy insertos en las realidades del mundo con el respaldo de una
decidida vocación de eternidad, siempre fieles a Dios y a todo lo humano.
Les proponemos
que, con estas facilidades que nos
brinda la internet , exploremos vidas tan apasionantes como las de Dorothy
Day, Robert Schumann, Joan Chittister, Albertina Sisulu,Dietrich Bonhoeffer,
Karl Rahner, Enrique Angelelli, Gustavo Gutiérrez, Elba Julia y Celina Mariseth
Ramos (madre e hija), Juan XXIII Papa Roncalli, o la inmensa Teresa
de Jesús. En ellos y en ellas podemos hablar con propiedad “de la
cuestión del hombre a la cuestión de Dios”, como se titula un denso
libro del teólogo Juan Alfaro.
Algunos de estos y estas llevaron vidas más humildes y
discretas, otros, si se quiere, fueron famosos, pero a unos-as y a otros-as
siempre los animó la pasión de hacer de su humanidad una biografía de la
eternidad.
“Por tanto, que la gente nos tenga por servidores de Cristo y
administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se exige de los
administradores es que sean fieles” (1 Corintios 4: 1 – 2), dice Pablo a los Corintios. Aquí lo
que se nos está proponiendo es que seamos, al mismo tiempo y en perfecta
sinergia, narradores de lo humano desde el más genuino arraigo teologal. Ser
fieles a Dios y al ser humano se refiere a la misma esencia del Señor Jesús,
para nosotros el referente esencial de esta manera de ser y de vivir.
Los “misterios
de Dios”, a los que alude el Apóstol, no son contrarios a la humanidad,
ni desentendidos de la misma! Esos misterios están remitidos por definición a cada hombre, a cada mujer, y a su historia. He
aquí una alternativa de primera para dejar atrás esa fractura interior contra
la que nos previene el texto de Mateo.
El asunto más serio
para Dios es la plenitud de cada ser humano, tan radical es esto que el modo
como el Padre ha revelado esta seriedad se llama Jesús el Cristo, en quien
descubrimos la divinidad que se encarna,
que se hace humana: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que Cristo, el cual,
siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios, sino que se despojó
de sí mismo tomando condición de esclavo” (Filipenses 2: 5 – 7), y la humanidad
que por El, con El y en El, se proyecta a la divinidad, como plenitud de
sentido. En Jesús Dios se hace humano, para que todo lo humano se haga divino.
Viene bien, entonces, afirmar que el afán de cada día, el
esfuerzo que nos sugiere el texto de Mateo, tiene significado en la medida en
que esté inscrito en esta perspectiva de trascendencia: “Por eso les digo: no anden
preocupados por su vida, pensando qué comerán, ni por su cuerpo, discurriendo
con qué se vestirán. No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que
el vestido? Miren las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en
graneros, pero su Padre celestial las alimenta. No valen ustedes más que
ellas?” (Mateo 6: 25 – 26).
Claro que hay que trabajar con dedicación y buscar el digno
sustento, y favorecer que esto sea una posibilidad incluyente, disminuyendo
cada día más esa ofensiva brecha que hay entre ricos y pobres – tan escandalosa
e inhumana! -, claro que hay que dar un contenido a toda esta necesidad de
vivir con arraigos, pero – y aquí está la diferencia cualitativa – a sabiendas
de que hay un Dios raíz, un fundamento, que es la razón de ser de esta
laboriosidad.
Y aquí entran por la puerta grande todo ese universo que llamamos
las “realidades
terrenas”, las legítimas inquietudes por el pan de cada día, las
provisiones de la dignidad, la pasión por los derechos humanos y por la
justicia social, la reivindicación de los condenados de la tierra, el diálogo
entre la fe y la razón, las implicaciones del acto creyente con la ciencia y
con la cultura, cómo la trascendencia de Dios se embarca en la gran aventura de
nosotros, los caminantes del mundo.
Y tengamos por cierto, que nuestro maravilloso y estupendo
Dios jamás se olvida de nosotros: “Que los montes lo celebren con alegría,
pues Yahvé ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido. Decía
Sión: Me ha dejado Yahvé, el Señor se ha olvidado de mí. Acaso olvida una mujer
a su niño, sin dolerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque esas personas se
olvidasen, yo jamás te olvidaría” (Isaías 49: 13 – 15).
Con dolorosa frecuencia notamos que un mundo que se olvida de
Dios, se olvida también del prójimo. De ahí la locura del poder, de la guerra,
de los capitales desmesurados, de las tiranías, de los pecaminosos egoísmos,
del consumo desenfrenado, de la
indiferencia ante la suerte de los demás.
Que todas estas reflexiones sean un motivo para darnos cuenta
que en la agenda de Dios el asunto prioritario es la felicidad de cada hombre,
de cada mujer, su plena realización. Y
que una muy buena y contagiosa humanidad es la que toma en serio a Dios, con
esa seductora oferta que Jesús plantea en las bienaventuranzas.
Alejandro Romero Sarmiento
- Antonio José Sarmiento Nova,S.J.
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