domingo, 16 de agosto de 2015

COMUNITAS MATUTINA 16 DE AGOSTO DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO



“Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, asì quien me come vivirà por mì”
(Juan 6: 57)
Lecturas:
1.   Proverbios 9: 1 – 6
2.   Salmo 33: 2 – 3 y 10 – 16
3.   Efesios 5: 15 – 20
4.   Juan 6: 51 – 59

El ser humano es un eterno y constante buscador de sentido, de las mejores y màs definitivas razones para una existencia con significado, que “valga la pena”, como decimos con nuestra muy conocida expresión castellana. Cada uno puede remitirse a su propio relato vital para constatar esta afirmación, la sed y el hambre de trascendencia, de amor, de felicidad,  en permanente proceso de pregunta, expectativa y realización, junto con la inevitable y muy real fragilidad, contingencia, precariedad, que a cada momento se manifiesta, generando esa  contradicción, esa dialéctica de plenitud y carencia, de comunión y soledad, de logros y frustraciones, de salud y enfermedad, de vida y de muerte, de bien y de mal.
Esto no se da sòlo en el pensamiento de filósofos, humanistas, teólogos, analistas y observadores del devenir humano, es  - por supuesto - lo propio de la biografía de cada persona, el acucioso trabajo de la felicidad, las grandes inquietudes existenciales, la pasión que moviliza en pos de los grandes ideales, el trabajo desmedido por ser portadores de significado para los demás, todo lo contenido en los esfuerzos de la ciencia y de los desarrollos de la cultura, la cotidianidad  significante de la humanidad, junto con los desencantos y amarguras, los dramas individuales y colectivos, los gozos y las indignaciones, la maravilla del buen vivir y la tragedia de las pequeñas y grandes muertes.
Asì mismo  se impone advertir que hay muchísimas personas que se sienten satisfechas, llenas, sumergidas en la abundancia y oscurecidas en su ser trascendente ,  no con la hartura del sentido definitivo sino con la de la arrogancia, del culto al ego, de la vanidad que deriva del sentirse superiores a Dios y a toda otra realidad que no sea la de ellos mismos, despreciando todo aquello que les plantee un reto para salir de su mundo soberbio y egocéntrico, sintiéndose la medida de todo.
Junto a ellos, en esta variopinta humanidad, los que claman dignidad y justicia, los que no se conforman con la mediocridad de lo establecido, los que se hunden en el sentimiento trágico de la vida, los que desesperan, y los que trabajan infatigablemente para hacer de la historia un seductor relato de esperanza.
Dònde reside la respuesta? Dònde se calman esta sed y esta hambre? Hay respuestas definitivas y absolutas? Hay realidades o mediaciones que nos lleven a ellas con garantía?  Hay otras – o las mismas – capaces de poner en tela de juicio la opulenta y egoísta plenitud de quienes desbordan por su orgullo y por su reticencia a abrirse a algo superior y liberador de esa ceguera?
Este asunto del sentido es definitivamente apasionante y seductor, explorarlo siempre en la propia vida, acompañar humildemente a muchos en tal faena, reconocer la tarea de tantos prójimos en esta perspectiva, mirar con apertura las diversas alternativas de tipo humanista, religioso, espiritual, filosófico, científico, es un ejercicio en alta medida saludable, porque también nos reta a cualificar siempre la experiencia de encontrar un significado fundante y liberador a la existencia.
En la tradición de Israel, en el Antiguo Testamento, encontramos la tendencia sapiencial como un dinamismo relevante para hallar valor a la responsabilidad de vivir, respuesta que es definitivamente teologal. Ese hermoso conjunto de textos como Proverbios – del que hace parte la primera lectura de hoy-  Eclesiastès,  Eclesiàstico,  Sabidurìa, Job, son el condensado experiencial de la manera còmo los israelitas fueron encontrado en su realidad la evidencia de Dios como fuente de vida, alimento, que calma la ansiedad de esa hambre y de esa sed: “Vengan a comer de mis manjares y a beber el vino que he mezclado. Dejen la inexperiencia y vivirán, sigan derecho el camino de la inteligencia” (Proverbios  9: 5 – 6).
El texto hace un símil con el templo , con el significado del banquete ritual, las comidas sagradas de los judíos, y de allì toma pie para destacar  la gratuidad con la que la sabiduría se ofrece para calmar el desasosiego que causa el sin sentido: “La sabiduría se ha edificado una casa……ha matado los animales, mezclado el vino y puesto la mesa, ha despachado a sus criadas a proclamarlo en los puntos que dominan la ciudad. El que sea inexperto, venga acà; al falto de juicio le quiero hablar” (Proverbios 9: 1 -4).
En este contexto, miremos un camino de respuesta – apasionante en el máximo grado en que algo puede serlo – por este lado de Dios, entendido, vivido, asumido, justamente como VIDA que se da, que calma la sed, que se implica ella misma en el ser humano, que se constituye en alimento suficiente y satisfactorio. Esto es lo que ocupa la propuesta del capìtulo 6 de Juan, que venimos proclamando hace varios domingos: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitarè el último dìa” (Juan 6: 54).
El evangelista Juan utiliza un lenguaje muy fuerte para insistir en la necesidad de alimentar la comunión con Jesucristo, no tiene nada de piadoso como suelen tornarse cierto tipo de expresiones cuando se refieren el pan de vida y a la bebida de salvación. Vamos a decirlo asì : es un lenguaje que escandaliza y genera la mayor resistencia, “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mì y yo en èl” (Juan 6: 56 – 57). Son palabras mayores, rompen por completo los esquemas religiosos de los judíos, y también los nuestros cuando incurrimos en la dulcificación y rebaja de las intenciones de Jesùs. Aceptarlo a El en su modo original exige demasiadas rupturas y demasiadas libertades!
Para un judío la idea de comer la carne de otro era sencillamente repugnante, porque significaba que se tenía que aniquilar a alguien  para hacer suya esa sustancia vital. Y, si ya era inaceptable comer esa carne, mucho màs lo era  la sola idea de beber la sangre, que para ellos era la vida, propiedad exclusiva de Dios, con prohibición absoluta de tomarla, incurriendo en impureza ritual y legal. Juan insiste en que eso tan extremadamente repugnante es lo que deben hacer con Jesùs: apropiarse de su energía, hacer suya su misma vida.
Recuerdan las personas mayores cuando en 1972 un avión que hacìa la ruta Montevideo – Santiago de Chile, transportando un equipo deportivo, cayò en la cordillera de los Andes? Recuerdan el relato de los sobrevivientes cuando contaron que, pasados muchos días, tuvieron que comer los cadáveres de sus compañeros y amigos muertos para no morir en la soledad andina? Saben ustedes el significado de esa historia? Casi todos los que llegaron a buen puerto aùn viven, y son testigos de esa vida!
Para tener total fidelidad al relato evangélico hay que traducir la expresión de Jesùs: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirà siempre. El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne” (Juan 6: 51), como esto es mi persona, esto soy yo en totalidad, carne en cuanto corruptible como nosotros, y cuerpo en cuanto el ser personal, el que se relaciona y se comunica. Asì las cosas, es todo Jesùs el que se da como alimento y como bebida, su carne mortal, su cuerpo relacional, su sangre vital.
Pero es imposible olvidarse de que no se trata de cualquier pan, es un pan tomado, eucaristizado, partido, repartido, compartido, donación total de su ser y de su quehacer, teniendo en cuenta de que , al hablar de carne, Juan quiere decirnos que lo tenemos que hacer nuestro de Jesùs es su parte màs terrenal, la realidad màs humilde de su ser, y esto gracias al Espìritu. Con esto es indiscutible descubrir aquí todo el vigor de la encarnaciòn, a la que este evangelista concede importancia prioritaria. Se hizo como uno de nosotros, semejante en todo, menos en el pecado.
Cuando Jesùs dice que tenemos que comer su cuerpo y beber su sangre nos està  diciendo que tenemos que apropiarnos de su persona y de su vida. Y aquí es Dios mismo es el que se hace alimento que sacia el hambre de sentido.
 Mucho màs que el momento puntual de tomar el pan y el vino consagrados, es la totalidad de la existencia vivida desde el sentido de este pan y de este vino,  porque  lo comemos y lo bebemos a El para que se haga vida en nosotros, y para que nosotros nos hagamos vida en muchos, en todos, para ser instrumentos de ese Dios que en Jesùs se revela como saciedad del hambre y de la sed de vivir, y esto de modo permanente, genuino proyecto de vida que totaliza todo lo que somos y hacemos.
El comer y el beber son símbolos profundísimos de lo que tenemos que hacer con la persona de Jesùs. Tenemos que identificarnos con El, hacer nuestra su vida, masticarlo, digerirlo, asimilarlo, apropiarnos de su sustancia. Su Vida tiene que pasar a ser nuestra propia vida. Sòlo de esta forma haremos nuestra la vida de Dios. Esto es lo que hiere la sensibilidad de los judíos cuando se niegan a  aceptar tal  posibilidad, considerándola escandalosa e inviable: “Còmo puede este darnos a comer su carne?” (Juan 6: 52)
La frase “Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mì y yo en èl” (Juan 6: 56) es decisiva, nos lleva a ver  que ordinariamente pensamos en que El se nos da como alimento, pero no en lo de estar nosotros en El: la gran consecuencia es que nos hagamos pan partido para dejar que nos coman, esto sì es total identificación con Jesùs y con la vitalidad de Dios de la que El es portador. La gran tarea de la historia de un ser humano que se deja implicar en este proyecto es que se convierte en un comunicador de esa vida, este es el culmen de todas las posibilidades nuestras, de  las de todos los hombres y mujeres.
Esto es lo que quiere decir Pablo cuando dice a los Efesios, también a nosotros: “No se embriaguen con vino, que engendra lujuria, màs bien llénense de Espìritu” (Efesios 5: 18) y “Somètanse los unos a los otros en atención a Cristo” (Efesios 5: 21). Llamado de atención que hace el apóstol para descubrir dònde està la genuina respuesta a la sed de sentido.
En definitiva: es esencial tener hambre de Jesùs, sed de Jesùs. Sin cristianos que se alimenten de Jesùs, que se dejen calmar sus ansias de significado por El mismo, pan y bebida, la Iglesia y la humanidad languidecen sin remedio, y no convencen!

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