“Como
el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, asì quien me come vivirà por
mì”
(Juan
6: 57)
Lecturas:
1.
Proverbios 9: 1 – 6
2.
Salmo 33: 2 – 3 y 10 – 16
3.
Efesios 5: 15 – 20
4.
Juan 6: 51 – 59
El ser humano es un
eterno y constante buscador de sentido, de las mejores y màs definitivas
razones para una existencia con significado, que “valga la pena”, como
decimos con nuestra muy conocida expresión castellana. Cada uno puede remitirse
a su propio relato vital para constatar esta afirmación, la sed y el hambre de
trascendencia, de amor, de felicidad, en
permanente proceso de pregunta, expectativa y realización, junto con la
inevitable y muy real fragilidad, contingencia, precariedad, que a cada momento
se manifiesta, generando esa
contradicción, esa dialéctica de plenitud y carencia, de comunión y
soledad, de logros y frustraciones, de salud y enfermedad, de vida y de muerte,
de bien y de mal.
Esto no se da sòlo en
el pensamiento de filósofos, humanistas, teólogos, analistas y observadores del
devenir humano, es - por supuesto - lo
propio de la biografía de cada persona, el acucioso trabajo de la felicidad,
las grandes inquietudes existenciales, la pasión que moviliza en pos de los
grandes ideales, el trabajo desmedido por ser portadores de significado para
los demás, todo lo contenido en los esfuerzos de la ciencia y de los
desarrollos de la cultura, la cotidianidad
significante de la humanidad, junto con los desencantos y amarguras, los
dramas individuales y colectivos, los gozos y las indignaciones, la maravilla
del buen vivir y la tragedia de las pequeñas y grandes muertes.
Asì mismo se impone advertir que hay muchísimas personas
que se sienten satisfechas, llenas, sumergidas en la abundancia y oscurecidas
en su ser trascendente , no con la
hartura del sentido definitivo sino con la de la arrogancia, del culto al ego,
de la vanidad que deriva del sentirse superiores a Dios y a toda otra realidad
que no sea la de ellos mismos, despreciando todo aquello que les plantee un
reto para salir de su mundo soberbio y egocéntrico, sintiéndose la medida de
todo.
Junto a ellos, en esta
variopinta humanidad, los que claman dignidad y justicia, los que no se
conforman con la mediocridad de lo establecido, los que se hunden en el
sentimiento trágico de la vida, los que desesperan, y los que trabajan
infatigablemente para hacer de la historia un seductor relato de esperanza.
Dònde reside la
respuesta? Dònde se calman esta sed y esta hambre? Hay respuestas definitivas y
absolutas? Hay realidades o mediaciones que nos lleven a ellas con garantía? Hay otras – o las mismas – capaces de poner en
tela de juicio la opulenta y egoísta plenitud de quienes desbordan por su
orgullo y por su reticencia a abrirse a algo superior y liberador de esa
ceguera?
Este asunto del sentido
es definitivamente apasionante y seductor, explorarlo siempre en la propia
vida, acompañar humildemente a muchos en tal faena, reconocer la tarea de
tantos prójimos en esta perspectiva, mirar con apertura las diversas
alternativas de tipo humanista, religioso, espiritual, filosófico, científico,
es un ejercicio en alta medida saludable, porque también nos reta a cualificar
siempre la experiencia de encontrar un significado fundante y liberador a la
existencia.
En la tradición de
Israel, en el Antiguo Testamento, encontramos la tendencia sapiencial como un
dinamismo relevante para hallar valor a la responsabilidad de vivir, respuesta
que es definitivamente teologal. Ese hermoso conjunto de textos como Proverbios
– del que hace parte la primera lectura de hoy- Eclesiastès, Eclesiàstico, Sabidurìa, Job, son el condensado experiencial
de la manera còmo los israelitas fueron encontrado en su realidad la evidencia
de Dios como fuente de vida, alimento, que calma la ansiedad de esa hambre y de
esa sed: “Vengan a comer de mis manjares y a beber el vino que he mezclado. Dejen
la inexperiencia y vivirán, sigan derecho el camino de la inteligencia”
(Proverbios 9: 5 – 6).
El texto hace un símil
con el templo , con el significado del banquete ritual, las comidas sagradas de
los judíos, y de allì toma pie para destacar la gratuidad con la que la sabiduría se ofrece
para calmar el desasosiego que causa el sin sentido: “La sabiduría se ha edificado una
casa……ha matado los animales, mezclado el vino y puesto la mesa, ha despachado
a sus criadas a proclamarlo en los puntos que dominan la ciudad. El que sea
inexperto, venga acà; al falto de juicio le quiero hablar” (Proverbios
9: 1 -4).
En este contexto,
miremos un camino de respuesta – apasionante en el máximo grado en que algo
puede serlo – por este lado de Dios, entendido, vivido, asumido, justamente
como VIDA que se da, que calma la sed, que se implica ella misma en el ser
humano, que se constituye en alimento suficiente y satisfactorio. Esto es lo
que ocupa la propuesta del capìtulo 6 de Juan, que venimos proclamando hace
varios domingos: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo
resucitarè el último dìa” (Juan 6: 54).
El evangelista Juan
utiliza un lenguaje muy fuerte para insistir en la necesidad de alimentar la
comunión con Jesucristo, no tiene nada de piadoso como suelen tornarse cierto
tipo de expresiones cuando se refieren el pan de vida y a la bebida de
salvación. Vamos a decirlo asì : es un lenguaje que escandaliza y genera la
mayor resistencia, “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Quien
come mi carne y bebe mi sangre habita en mì y yo en èl” (Juan 6: 56 –
57). Son palabras mayores, rompen por completo los esquemas religiosos de los
judíos, y también los nuestros cuando incurrimos en la dulcificación y rebaja
de las intenciones de Jesùs. Aceptarlo a El en su modo original exige
demasiadas rupturas y demasiadas libertades!
Para un judío la idea
de comer la carne de otro era sencillamente repugnante, porque significaba que
se tenía que aniquilar a alguien para
hacer suya esa sustancia vital. Y, si ya era inaceptable comer esa carne, mucho
màs lo era la sola idea de beber la
sangre, que para ellos era la vida, propiedad exclusiva de Dios, con
prohibición absoluta de tomarla, incurriendo en impureza ritual y legal. Juan
insiste en que eso tan extremadamente repugnante es lo que deben hacer con
Jesùs: apropiarse de su energía, hacer suya su misma vida.
Recuerdan las personas
mayores cuando en 1972 un avión que hacìa la ruta Montevideo – Santiago de
Chile, transportando un equipo deportivo, cayò en la cordillera de los Andes?
Recuerdan el relato de los sobrevivientes cuando contaron que, pasados muchos
días, tuvieron que comer los cadáveres de sus compañeros y amigos muertos para
no morir en la soledad andina? Saben ustedes el significado de esa historia?
Casi todos los que llegaron a buen puerto aùn viven, y son testigos de esa
vida!
Para tener total
fidelidad al relato evangélico hay que traducir la expresión de Jesùs: “Yo
soy el pan vivo bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirà siempre. El pan
que yo doy para la vida del mundo es mi carne” (Juan 6: 51), como esto
es mi persona, esto soy yo en totalidad, carne en
cuanto corruptible como nosotros, y cuerpo en cuanto el ser personal, el que se
relaciona y se comunica. Asì las cosas, es todo Jesùs el que se da como
alimento y como bebida, su carne mortal, su cuerpo relacional, su sangre vital.
Pero es imposible
olvidarse de que no se trata de cualquier pan, es un pan tomado, eucaristizado,
partido, repartido, compartido, donación total de su ser y de su quehacer,
teniendo en cuenta de que , al hablar de carne, Juan quiere decirnos que lo
tenemos que hacer nuestro de Jesùs es su parte màs terrenal, la realidad màs
humilde de su ser, y esto gracias al Espìritu. Con esto es indiscutible
descubrir aquí todo el vigor de la encarnaciòn, a la que este evangelista
concede importancia prioritaria. Se hizo como uno de nosotros, semejante en
todo, menos en el pecado.
Cuando Jesùs dice que
tenemos que comer su cuerpo y beber su sangre nos està diciendo que tenemos que apropiarnos de su
persona y de su vida. Y aquí es Dios mismo es el que se hace alimento que sacia
el hambre de sentido.
Mucho màs que el momento puntual de tomar el
pan y el vino consagrados, es la totalidad de la existencia vivida desde el
sentido de este pan y de este vino, porque lo comemos y lo bebemos a El para que se haga
vida en nosotros, y para que nosotros nos hagamos vida en muchos, en todos,
para ser instrumentos de ese Dios que en Jesùs se revela como saciedad del
hambre y de la sed de vivir, y esto de modo permanente, genuino proyecto de
vida que totaliza todo lo que somos y hacemos.
El comer y el beber son
símbolos profundísimos de lo que tenemos que hacer con la persona de Jesùs.
Tenemos que identificarnos con El, hacer nuestra su vida, masticarlo,
digerirlo, asimilarlo, apropiarnos de su sustancia. Su Vida tiene que pasar a
ser nuestra propia vida. Sòlo de esta forma haremos nuestra la vida de Dios.
Esto es lo que hiere la sensibilidad de los judíos cuando se niegan a aceptar tal posibilidad, considerándola escandalosa e
inviable: “Còmo puede este darnos a comer su carne?” (Juan 6: 52)
La frase “Quien
come mi carne y bebe mi sangre habita en mì y yo en èl” (Juan 6: 56) es
decisiva, nos lleva a ver que
ordinariamente pensamos en que El se nos da como alimento, pero no en lo de
estar nosotros en El: la gran consecuencia es que nos hagamos pan partido para
dejar que nos coman, esto sì es total identificación con Jesùs y con la
vitalidad de Dios de la que El es portador. La gran tarea de la historia de un
ser humano que se deja implicar en este proyecto es que se convierte en un
comunicador de esa vida, este es el culmen de todas las posibilidades nuestras,
de las de todos los hombres y mujeres.
Esto es lo que quiere
decir Pablo cuando dice a los Efesios, también a nosotros: “No se
embriaguen con vino, que engendra lujuria, màs bien llénense de Espìritu”
(Efesios 5: 18) y “Somètanse los unos a los otros en atención a Cristo” (Efesios
5: 21). Llamado de atención que hace el apóstol para descubrir dònde està la
genuina respuesta a la sed de sentido.
En definitiva: es
esencial tener hambre de Jesùs, sed de Jesùs. Sin cristianos que se alimenten
de Jesùs, que se dejen calmar sus ansias de significado por El mismo, pan y
bebida, la Iglesia y la humanidad languidecen sin remedio, y no convencen!
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