domingo, 30 de agosto de 2015

COMUNITAS MATUTINA DOMINGO 30 DE AGOSTO DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO



“No hay nada afuera del hombre que , al entrar en èl , pueda contaminarlo. Lo que lo hace impuro es lo que sale de èl”
(Marcos 7: 15)

Lecturas:
1.   Deuteronomio 4: 1 – 2 y 5 – 8
2.   Salmo 15: 2 – 5
3.   Santiago 1: 16 – 27
4.   Marcos 7: 1 – 23
La legislación y cuerpo normativo de mayor perfección, de màs profunda inspiración humanista, deja de serlo si se queda como una simple formulación escrita, como un requisito que se cumple fríamente, sin convicción y sin espíritu.
 Para superar esta realidad, desafortunadamente muy frecuente, se impone interiorizar estas determinaciones, hacerlas propias con libertad y con sentido humanizante y generador de autonomía, esto mismo purifica nuestras motivaciones e intenciones y las libra del autoengaño de un cumplimiento exterior y farisaico. De lo que se trata es de evolucionar siempre hacia una rica y generosa interioridad, capaz de asumir y de vivir el sentido profundo y liberador de eso que llamamos la ley. A esto va la palabra de este domingo.
Lo expresa con singular densidad el salmo 15 (14): “Señor, quien se hospedarà en tu tienda? Quièn habitarà en tu monte santo? El que procede honradamente y practica la rectitud; el que dice de corazón la verdad y no calumnia con su lengua, no hace mal al prójimo ni difama al vecino…” (Salmo 15: 1 – 3).
Las lecturas de Deuteronomio, Santiago y Marcos se enmarcan en este contexto, que es definitivo. Aquì lo que està en juego es el nuevo tipo de ser humano que Dios quiere configurar, libre , de recta intención, recto y honesto, a esto se dedica toda la estrategia salvadora que El pretende con la humanidad, y que tiene su modo màs expresivo y definitivo en la persona de Jesùs.
Sucede que una constante tentación del ser humano es la de sustraer su significado original a las realidades de su vida, de su comunidad de fe, de sentido, de identidad y pertenencia. Entonces, lo que se pretende destinado a la libertad, al amor, a la trascendencia, se convierte , por esta pecaminosidad, en formalidades, en rituales externos, en cumplimientos sin conversión del corazón, en autojustificaciones y soberbias desmedidas, en exterioridades sin espíritu.
El libro del Deuteronomio – del grupo inicial de textos que llamamos Pentateuco – es contenedor de una tendencia liberadora y renovadora de la ley de Moisès, en momentos en que el pueblo de Israel había incurrido en esta religiosidad externa, esterotipada, manteniendo una dualidad: la coexistencia inaceptable de la pràctica religiosa con la vida injusta e incoherente.
 Todo este texto es una corriente de radical renovación, que encontramos formulada en palabras como estas, precedentes al ingreso a la tierra prometida, etapa final del largo y tortuoso tiempo del desierto: “Miren, yo les enseño los mandatos y decretos que me mandò el Señor, mi Dios, para que los cumplan en la tierra donde van a entrar para tomar posesión de ella. Pònganlos por obra, que ellos serán su prudencia y sabiduría ante los demás pueblos, que al oìr estos mandatos comentaràn : Què pueblo tan sabio y tan prudente es esa gran nación!” (Deuteronomio 4: 5 – 6) .
El pueblo que està escuchando a Moisès es un pueblo que ha infringido reiteradamente la ley del Señor, rompiendo deliberadamente el pacto de la alianza y generando un modo de humanidad de espaldas a Yavè y a su propia realización y plenitud. El guía Moisès es la voz de la conciencia, es el gran crìtico de su propio pueblo, en la medida de sus desvarìos en la idolatrìa, en la desconfianza en Dios, en la arrogancia de su pecado, en las pretensiones de su autosuficiencia y en la vaciedad de su pràctica religiosa.
Què nos dice esto hoy en medio de la crisis de corrupción y de delitos tan evidentes y tan negados al mismo tiempo  por sus responsables? Què en este estilo tan difundido del se obedece pero no se cumple? Es el tema del relativismo moral, favorecido por un mal entendido sentido de la autonomía, que desarrolla una extraordinaria capacidad de autojustificación y unos sofisticados razonamientos para negar la responsabilidad. Muchos “ciudadanos de bien” son destacados delincuentes y enemigos de la ley que dicen cumplir y defender.
Entrar libremente en el universo de Dios es, simultáneamente, entrar en la profundidad misma de lo humano, en la llamada a la autenticidad y a la limpieza del corazón. Santiago lo propone asì: “Pero no basta con oìr el mensaje, hay que ponerlo en pràctica; de lo contrario, se estarían engañando a ustedes mismos. Porque si uno es oyente del mensaje y no lo practica, se parece a aquel que se miraba la cara en el espejo. Se observò, se marchò y muy pronto se olvidò de còmo era. En cambio, el que se fija atentamente en la ley perfecta, que es la que nos hace libres, y se mantiene no como oyente olvidadizo, sino cumpliendo lo que ella manda, ese será dichoso en su actividad” (Santiago 1: 22 – 25).
La coherencia entre la Palabra y la vida es la gran preocupación de Santiago. Oìr la Palabra y no vivir de acuerdo con ella es como el que necesita siempre del espejo para saber quien es, porque sin èl pierde su identidad, pero està sumergido en el engaño. Entonces,  lo que aparece en ese reflejo es una màscara, una ficción, una mentira de sì mismo. La verdadera religión està ligada con la rectitud de vida y de conducta, con la rica interioridad que se apropia de la ley y de su espìrìtu, haciéndola código rector de su existencia.
 Por supuesto, cabe advertir que,  en este contexto , ley es mucho màs que un cuerpo legislativo de imperiosa obligación, aquí se trata de la voluntad misma de Dios que desea la plenitud del ser humano promoviendo un estilo como el que señala el bellísimo salmo 15, ya referido, la nueva humanidad que se realiza en Jesùs: “No se engañen, hermanos mìos queridos, todo lo que es bueno y perfecto baja del cielo, del Padre de los astros, en quien no hay cambio ni sombra de declinación. Porque quiso, nos diò vida mediante el mensaje de la verdad, para que fuèramos los primeros frutos de la creación” (Santiago 1: 16 – 18).
Sea esto motivo para un juicioso examen de nuestras conciencias, dejándonos confrontar por Dios y por la realidad, explicitando nuestras motivaciones, prioridades, actitudes, intenciones y actuaciones: què las inspira? Estamos movidos por una inercia religioso – moral que no advertimos y que nos sumerge en el  sopor y  en la mediocridad? O, conscientes de lo anterior, no hacemos nada para modificar este proceder? O incurrimos en la frecuente conducta farisea del cumplimiento externo, del pretender ser de buena conciencia porque se observa una ley no interiorizada?
Què sentir y pensar ante tantas inconsecuencias del medio en el que vivimos? Las injusticias “legales”? Las negativas de tantos delincuentes para aceptar sus graves responsabilidades? Jueces que absuelven a grandes infractores por “vencimiento de términos”, por “falta de pruebas”, por colaboración con lo justicia? Y todo esto en la cara de las víctimas, de los afectados y vulnerados en sus derechos, en su dignidad y en justicia?
Cuàl es aquí  el aporte  especìfico de la fe en Jesucristo? Marcos nos introduce en esto contraponiendo la pràctica de sus discípulos con la enseñanza de los maestros de la ley y de los fariseos. Jesùs se pone de parte de los discípulos, pero va mucho màs lejos y nos advierte que toda norma religiosa, tiene siempre un valor relativo. Esto puede resultar escandaloso, pero es la contundente verdad evangélica.
Cuando Jesùs  dice : “Lo que sale del hombre es lo que contamina al hombre. De dentro del corazón del hombre salen los malos pensamientos, fornicación, robos, asesinatos , adulterios, codicia, malicia, fraude, desenfreno, envidia, blasfemia, arrogancia, desatino. Todas estas maldades salen de dentro y contaminan al hombre” ( Marcos 7: 21 – 23) està dejando muy claro que la voluntad de Dios no viene de fuera, sòlo se puede descubrir en el interior y està màs allà de toda ley.
Podemos seguir manteniendo la ley y la tradición como norma, pero no debemos olvidar que Jesùs desbaratò el sentido absoluto que le daban los fariseos. Dios no ha dado directamente ninguna norma, estas son preceptos humanos y, en consecuencia, no pueden tener valor absoluto. Un precepto que puede ser relevante para una época, pierde su sentido en otra. Algunas cosas que eran importantes para el ser humano en el pasado, han perdido ahora todo interés en orden a dar plenitud humana.
Que no se vea esto como un facilismo moral o un relativismo de corte subjetivo, lo que se quiere dejar en claro es que lo que prima es la voluntad de Dios como referente  de realización para el ser humano que libremente se acoge a su proyecto de vida, aceptándolo como principio y fundamento, tal como es manifestado en el Señor Jesucristo. Los códigos, las normas, tienen valor y sentido si se inscriben en esta perspectiva y si son asumidas y vividas en la clave de la libertad teologal que procede del Espìritu,  que hace posible la interiorización.
El escàndalo de los fariseos porque los discípulos de Jesùs no cumplìan con las prescripciones rituales : “Por què no siguen tus discípulos la tradición de los mayores, sino que comen con manos impuras”? (Marcos 7: 5),  deja clara la pobreza mental y espiritual y la estrechez de miras de estas personas, y de quienes se parecen a ellas. No han captado el alcance de la libertad que Dios propone como dinamismo de sentido y de plenitud .
Lo que el Maestro critica no es la ley en sì misma sino la interpretación que se hace de ella. En nombre de esta, oprimìan a la gente y se imponían verdaderas torturas con la promesa o la amenaza de que sòlo asì Dios estaría de su parte. Daban a la ley valor absoluto.
En cambio, la frase de Jesùs es contundente: “Ustedes descuidan el mandato de Dios y mantienen la tradición de los hombres” (Marcos 7: 8). Lo que Dios quiere de nosotros està inscrito en nuestro mismo ser y en nosotros debemos descubrir su proyecto liberador. La ley se cumple – dice Jesùs – cuando nos lleva a la plenitud humana, mientras que para los fariseos la ley se cumple por ser precepto, no por propiciar esa plenitud!

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