Lecturas
1.
Isaías 50: 5 – 9
2.
Salmo 114: 1 – 9
3.
Santiago 2: 14 – 18
4.
Marcos 8: 27 – 35
Una de las grandes
manifestaciones del pecado es la de volvernos autorreferenciales, los seres humanos,
las instituciones, las ideologías, las religiones, los paradigmas de esto o de
aquello. Es la errada convicción de creer que somos la medida de todo, que
nuestras verdades tienen que ser las de los demás, que nuestra visión de la vida es la única válida,
que nuestras decisiones y modos de proceder son los que pueden salvar al mundo,
a la humanidad.
Así desfilan
emperadores, reyezuelos, dictadores, tiranos, egos desmedidos, mentalidades
exclusivas y excluyentes, fundamentalismos de todo tipo, arrogancias,
soberbias, vanidades y demás universos encerrados en su profundo egoísmo,
pretendiendo dominar sobre todo y sobre todos, realidades que al final resultan
como dice dramáticamente el salmo 135: “Los ídolos de los paganos son plata y oro,
hechura de manos humanas, tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen
nariz y no respiran. Sean como ellos los que los hacen, cuantos confían en
ellos” (Salmo 135: 15 – 18) .
También llamamos la
atención sobre el espíritu de competencia individualista, tan frecuente en muchos ambientes de la
sociedad, incluídos los religiosos; el culto al ego manifestado en tantas
evidencias de esta sociedad del espectáculo, el ámbito de los ricos y famosos,
los triunfadores, las gentes del poder, los artistas , las modelos y reinas de
belleza, la farándula, y tantos espacios en los que se magnifica a muchos
porque son ricos, exitosos, bellos, apuestos, ganadores.
Viendo las cosas con
sutileza podemos detectar que esto conlleva a definir que quienes no son así
son los perdedores, los sin oportunidades, los fracasados, los seres humanos
que no han logrado competir en esta atropellada carrera del éxito.
Constatación grave y
dolorosa es la de muchos poderosos que han llevado sus sociedades, sus países,
sus grupos, al fracaso y a la crisis. Adolfo Hitler que enalteció a los
alemanes haciéndoles creer el mito de su superioridad racial hizo sucumbir a su
país después de la hecatombe de la II Guerra Mundial, propiciada por él y por
sus fanáticos y dementes seguidores; el Imperio Romano, centro de poder y de
prestigio en la edad antigua también cayó, víctima de sus excesos y
absolutismos.
Para marcar un
contraste radicalmente revolucionario nos surge en la historia Jesús de
Nazareth, el mesías crucificado, humillado y ofendido por esos pretendidos
poderes salvadores, el religioso judío y el político romano. A esto va el
evangelio de hoy, en consonancia con la primera lectura, del profeta Isaías.
El texto de Isaías,
anticipo de este mesianismo crucificado transparenta esa ruptura que se hace
explícita en Jesús, y que lleva por los caminos de la negativa al poder y al
esplendor, exaltando algo que a la inmensa mayoría parece descabellado,
totalmente en contravía de lo que piensan y creen las personas “sensatas”: “El
Señor me abrió el oído: yo no me resistí ni me eché atrás, ofrecí la espalda a
los que me apaleaban, las mejillas a los que me mesaban la barba; no me tapé el
rostro ante ultrajes y salivazos” (Isaías 50: 5 – 6).
En Isaías hay cuatro
cánticos llamados del Siervo de Yahvé, en los que se delinea este servidor
doliente, humillado, maltratado, crucificado, que contrasta escandalosamente
con la expectativa de un Mesías victorioso y generador de “resultados” de éxito
para quienes confían en él. Eso, lo repetimos, es abiertamente provocador para
el habitual esquema de pensamiento y de conducta que cubre a muchísima gente en
todos los tiempos de la historia.
De dónde sale esta
lógica de muerte, de dolor, de cruz? Sigamos a Marcos: “Jesús emprendió el viaje con sus
discípulos hacia la aldea de Cesarea de Filipo. Por el camino preguntaba a los
discípulos: Quién dicen los hombres que soy yo? Le respondieron: unos que Juan
el Bautista, otros que Elías, otros que uno de los profetas. Y ustedes, quien
dicen que soy yo? Respondió Pedro: Tú eres el Mesías. Entonces los amonestó para que a nadie
hablasen de ello” (Marcos 8: 27 – 30).
La escena parte en dos
el evangelio de Marcos y pone de frente el gran asunto del “secreto
mesiánico” y del “mesianismo crucificado”, núcleo
esencial de este relato. Todo lo que sigue, hasta el capítulo 16 ratifica
contundentemente esta perspectiva.
Quién es Jesús? La
respuesta no puede venir por los lados de un complejo razonamiento científico o
filosófico. El único modo atinado de responder a la cuestión que Jesús plantea
a sus discípulos se da a partir de la honda vivencia interior de la fe, lo que San
Ignacio de Loyola en sus ejercicios espirituales llama el “conocimiento
interno de Jesús”, el que se
vive en la experiencia espiritual, en su seguimiento, en la configuración
constante de nuestra vida con la de él, en la aceptación de su lógica de cruz y
de donación de la vida.
Esa pregunta hecha así
a los discípulos tiene “malicia”, consciente él de que al hacerla se está
enfrentando con la mentalidad de triunfo y de gloria propia de Pedro y
compañeros, y de todo el ámbito social y religioso en el que ellos vivían, y
por el que estaban modelados, justamente para resaltar la clave de su mensaje:
dejarse crucificar por amor, dejarse condenar hasta el extremo es más humano
que dañar a alguien, que matar, que humillar, que destruír. Esta es la locura
suprema de la cruz!
Debemos seguir siempre
en esta constante pregunta, de la
respuesta depende la comprensión que tengamos de nosotros mismos, de nuestras
opciones y determinaciones, de nuestras actuaciones, de todo nuestro ser y
quehacer. Captar y asumir la identidad de Jesús es decisivo para captar y
asumir la nuestra.
Somos buscadores de
gloria, aplausos, riqueza, triunfos egoístas, dominación sobre los demás,
honores del mundo? Estamos persuadidos de que lo nuestro es entrar a la galería de la fama? Nos
sentiríamos frustradísimos si estos “ideales” no se logran? Nuestra felicidad
depende de desempeñar cargos importantes, de tener gran capacidad adquisitiva y
comodidades materiales? Nos cuidamos de comprometernos de denunciar lo que es
deshonesto y malo? Por comodidad no nos involucramos en la solidaridad y en el
servicio? Nos cuidamos siempre de no exponer la vida por causas e ideales
nobles? Despreciamos a los “locos” y a los profetas que dan la vida, que no
transan con el poder? Esta es una identidad, y no es precisamente la de Jesús!
La contrapartida
evangélica está tipificada así: “Les
hablaba con franqueza. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él
se volvió y, viendo a los discípulos, dice a Pedro: retírate, Satanás! Piensas
al modo humano, no según Dios” (Marcos 8: 32 – 33). Jesús confronta con
gran severidad a Pedro, y en él a quienes participan de esta mentalidad, porque
sabe que la actitud de Pedro y de muchos es la de que no se exponga, la de que
se proteja, que no se enfrente al poder religioso judío y al poder político
romano, que sea “prudente”, que no se crucifique, porque es locura e
insensatez.
El lenguaje de Marcos
es fuerte y quiere dejar claro cuál es el proyecto de Jesús, en el que juega su
identidad y la de aquellos que se quieran implicar con él: “Quien
quiera seguirme , niéguese a sí, cargue con su cruz y sígame. Quien se empeñe
en salvar la vida, la perderá; quien la pierda por mí y por la buena noticia,
la salvará” (Marcos 8: 34 – 35).
Jesús, un simple
reformador religioso y moral? Un caudillo político, agitador de masas? El
creador de nuevas instituciones, leyes y rituales? Un hacedor de milagros sin
contenido? Alguien dulcificado por la piedad popular sin capacidad para el
conflicto profético y para la denuncia en nombre de Dios? Probablemente un ser
simpático y “chévere”, contemporizador con todo y con todos?
Hay muchas interpretaciones
de Jesús, en las tradiciones orales, en la religiosidad popular, en la
literatura y en las artes, en los mapas
mentales de los creyentes, en los énfasis de la multitud de denominaciones
cristianas y de iglesias, en la filosofía y en la teología. Todos estos quieren
tenerlo a su favor para que sea su gran legitimador, pero la mayoría se cuida
de comprometerse con el escándalo del crucificado.
A raíz de la respuesta
dada inicialmente por Pedro: “Tú eres el Mesías” (Marcos 8: 29), Jesús aclara con
vigor: “Y empezó a explicarles que aquel Hombre tenía que sufrir mucho, ser
reprobado por los senadores, los sumos sacerdotes y letrados, sufrir la muerte
y al cabo de tres días resucitar” (Marcos 8: 31). Pedro no soporta esto
y por eso , escandalizado, lo increpa.
Dónde quedamos
nosotros? Cuál es nuestra identidad? Cuál nuestra respuesta a la cuestión que
él nos demanda, siempre cargada de “malicia mesiánica”? Estamos por la lógica
del poder o por la del servicio? Por la del individualismo y la autorreferencialidad,
o por la del amor que no contempla riesgos para entregarse y dar vida?
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