domingo, 13 de septiembre de 2015

COMUNITAS MATUTINA 13 DE SEPTIEMBRE DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.   Isaías 50: 5 – 9
2.   Salmo 114: 1 – 9
3.   Santiago 2: 14 – 18
4.   Marcos 8: 27 – 35
Una de las grandes manifestaciones del pecado es la de volvernos autorreferenciales, los seres humanos, las instituciones, las ideologías, las religiones, los paradigmas de esto o de aquello. Es la errada convicción de creer que somos la medida de todo, que nuestras verdades tienen que ser las de los demás, que  nuestra visión de la vida es la única válida, que nuestras decisiones y modos de proceder son los que pueden salvar al mundo, a la humanidad.
Así desfilan emperadores, reyezuelos, dictadores, tiranos, egos desmedidos, mentalidades exclusivas y excluyentes, fundamentalismos de todo tipo, arrogancias, soberbias, vanidades y demás universos encerrados en su profundo egoísmo, pretendiendo dominar sobre todo y sobre todos, realidades que al final resultan como dice dramáticamente el salmo 135: “Los ídolos de los paganos son plata y oro, hechura de manos humanas, tienen boca y no hablan, tienen  ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen nariz y no respiran. Sean como ellos los que los hacen, cuantos confían en ellos” (Salmo 135: 15 – 18) .
También llamamos la atención sobre el espíritu de competencia individualista,  tan frecuente en muchos ambientes de la sociedad, incluídos los religiosos; el culto al ego manifestado en tantas evidencias de esta sociedad del espectáculo, el ámbito de los ricos y famosos, los triunfadores, las gentes del poder, los artistas , las modelos y reinas de belleza, la farándula, y tantos espacios en los que se magnifica a muchos porque son ricos, exitosos, bellos, apuestos, ganadores.
Viendo las cosas con sutileza podemos detectar que esto conlleva a definir que quienes no son así son los perdedores, los sin oportunidades, los fracasados, los seres humanos que no han logrado competir en esta atropellada carrera del éxito.
Constatación grave y dolorosa es la de muchos poderosos que han llevado sus sociedades, sus países, sus grupos, al fracaso y a la crisis. Adolfo Hitler que enalteció a los alemanes haciéndoles creer el mito de su superioridad racial hizo sucumbir a su país después de la hecatombe de la II Guerra Mundial, propiciada por él y por sus fanáticos y dementes seguidores; el Imperio Romano, centro de poder y de prestigio en la edad antigua también cayó, víctima de sus excesos y absolutismos.
Para marcar un contraste radicalmente revolucionario nos surge en la historia Jesús de Nazareth, el mesías crucificado, humillado y ofendido por esos pretendidos poderes salvadores, el religioso judío y el político romano. A esto va el evangelio de hoy, en consonancia con la primera lectura, del profeta Isaías.
El texto de Isaías, anticipo de este mesianismo crucificado transparenta esa ruptura que se hace explícita en Jesús, y que lleva por los caminos de la negativa al poder y al esplendor, exaltando algo que a la inmensa mayoría parece descabellado, totalmente en contravía de lo que piensan y creen las personas “sensatas”: “El Señor me abrió el oído: yo no me resistí ni me eché atrás, ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que me mesaban la barba; no me tapé el rostro ante ultrajes y salivazos” (Isaías 50: 5 – 6).
En Isaías hay cuatro cánticos llamados del Siervo de Yahvé, en los que se delinea este servidor doliente, humillado, maltratado, crucificado, que contrasta escandalosamente con la expectativa de un Mesías victorioso y generador de “resultados” de éxito para quienes confían en él. Eso, lo repetimos, es abiertamente provocador para el habitual esquema de pensamiento y de conducta que cubre a muchísima gente en todos los tiempos de la historia.
De dónde sale esta lógica de muerte, de dolor, de cruz? Sigamos a Marcos: “Jesús emprendió el viaje con sus discípulos hacia la aldea de Cesarea de Filipo. Por el camino preguntaba a los discípulos: Quién dicen los hombres que soy yo? Le respondieron: unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que uno de los profetas. Y ustedes, quien dicen que soy yo? Respondió Pedro: Tú eres el Mesías.  Entonces los amonestó para que a nadie hablasen de ello” (Marcos 8: 27 – 30).
La escena parte en dos el evangelio de Marcos y pone de frente el gran asunto del “secreto mesiánico” y del “mesianismo crucificado”, núcleo esencial de este relato. Todo lo que sigue, hasta el capítulo 16 ratifica contundentemente esta perspectiva.
Quién es Jesús? La respuesta no puede venir por los lados de un complejo razonamiento científico o filosófico. El único modo atinado de responder a la cuestión que Jesús plantea a sus discípulos se da a partir de la honda vivencia interior de la fe, lo que San Ignacio de Loyola en sus ejercicios espirituales llama el “conocimiento interno de Jesús”,  el que se vive en la experiencia espiritual, en su seguimiento, en la configuración constante de nuestra vida con la de él, en la aceptación de su lógica de cruz y de donación de la vida.
Esa pregunta hecha así a los discípulos tiene “malicia”, consciente él de que al hacerla se está enfrentando con la mentalidad de triunfo y de gloria propia de Pedro y compañeros, y de todo el ámbito social y religioso en el que ellos vivían, y por el que estaban modelados, justamente para resaltar la clave de su mensaje: dejarse crucificar por amor, dejarse condenar hasta el extremo es más humano que dañar a alguien, que matar, que humillar, que destruír. Esta es la locura suprema de la cruz!
Debemos seguir siempre en  esta constante pregunta, de la respuesta depende la comprensión que tengamos de nosotros mismos, de nuestras opciones y determinaciones, de nuestras actuaciones, de todo nuestro ser y quehacer. Captar y asumir la identidad de Jesús es decisivo para captar y asumir la nuestra.
Somos buscadores de gloria, aplausos, riqueza, triunfos egoístas, dominación sobre los demás, honores del mundo? Estamos persuadidos de  que lo  nuestro es entrar a la galería de la fama? Nos sentiríamos frustradísimos si estos “ideales” no se logran? Nuestra felicidad depende de desempeñar cargos importantes, de tener gran capacidad adquisitiva y comodidades materiales? Nos cuidamos de comprometernos de denunciar lo que es deshonesto y malo? Por comodidad no nos involucramos en la solidaridad y en el servicio? Nos cuidamos siempre de no exponer la vida por causas e ideales nobles? Despreciamos a los “locos” y a los profetas que dan la vida, que no transan con el poder? Esta es una identidad, y no es  precisamente la de Jesús!
La contrapartida evangélica  está tipificada así: “Les hablaba con franqueza. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, viendo a los discípulos, dice a Pedro: retírate, Satanás! Piensas al modo humano, no según Dios” (Marcos 8: 32 – 33). Jesús confronta con gran severidad a Pedro, y en él a quienes participan de esta mentalidad, porque sabe que la actitud de Pedro y de muchos es la de que no se exponga, la de que se proteja, que no se enfrente al poder religioso judío y al poder político romano, que sea “prudente”, que no se crucifique, porque es locura e insensatez.
El lenguaje de Marcos es fuerte y quiere dejar claro cuál es el proyecto de Jesús, en el que juega su identidad y la de aquellos que se quieran implicar con él: “Quien quiera seguirme , niéguese a sí, cargue con su cruz y sígame. Quien se empeñe en salvar la vida, la perderá; quien la pierda por mí y por la buena noticia, la salvará” (Marcos 8: 34 – 35).
Jesús, un simple reformador religioso y moral? Un caudillo político, agitador de masas? El creador de nuevas instituciones, leyes y rituales? Un hacedor de milagros sin contenido? Alguien dulcificado por la piedad popular sin capacidad para el conflicto profético y para la denuncia en nombre de Dios? Probablemente un ser simpático y “chévere”, contemporizador con todo y con todos?
Hay muchas interpretaciones de Jesús, en las tradiciones orales, en la religiosidad popular, en la literatura y  en las artes, en los mapas mentales de los creyentes, en los énfasis de la multitud de denominaciones cristianas y de iglesias, en la filosofía y en la teología. Todos estos quieren tenerlo a su favor para que sea su gran legitimador, pero la mayoría se cuida de comprometerse con el escándalo del crucificado.
A raíz de la respuesta dada inicialmente por Pedro: “Tú eres el Mesías” (Marcos 8: 29), Jesús aclara con vigor: “Y empezó a explicarles que aquel Hombre tenía que sufrir mucho, ser reprobado por los senadores, los sumos sacerdotes y letrados, sufrir la muerte y al cabo de tres días resucitar” (Marcos 8: 31). Pedro no soporta esto y por eso , escandalizado, lo increpa.
Dónde quedamos nosotros? Cuál es nuestra identidad? Cuál nuestra respuesta a la cuestión que él nos demanda, siempre cargada de “malicia mesiánica”? Estamos por la lógica del poder o por la del servicio? Por la del individualismo y la autorreferencialidad, o por la del amor que no contempla riesgos para entregarse y dar vida?

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