domingo, 20 de septiembre de 2015

COMUNITAS MATUTINA 20 DE SEPTIEMBRE DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

“Si alguno quiere ser el primero, que se  haga el último de todos y el servidor de todos”
(Marcos 9: 35)

Lecturas:
1.   Sabiduría 2: 17 – 20
2.   Salmo 53: 3 – 8
3.   Santiago 3: 16 a 4:3
4.   Marcos 9: 30 – 37
En el contexto que propone hoy el evangelio de Marcos Jesús atraviesa Galilea, hacia Jerusalén, donde le espera la cruz. El relato dice expresamente que quería pasar desapercibido, porque estaba dedicado a la instrucción de sus discípulos, en ese esfuerzo permanente y – a menudo – de pocos resultados con ellos, iniciándolos en la lógica del Reino de Dios y su justicia.
Es evidente que esa nueva enseñanza tiene como centro la realidad de la cruz, trata de convencerles de que no ha venido a realizar un mesianismo de poder sino de servicio a todos. Qué costoso resultó para El cambiar la mentalidad de quienes le seguían más de cerca!
A los discípulos no les pasa por su mente la perspectiva crucificada, dolorosa, dramática, desempoderada, que se vislumbra en el horizonte de Jesús; mientras él les habla de entrega y de cruz ellos están embebidos en sus ambiciones: “ Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, Jesús les preguntó: ¿ Sobre qué discutían por el camino? Ellos se quedaron callados, porque habían discutido entre ellos cuál era el más importante de todos” (Marcos 9: 33 – 34).
Esta simple escena es reveladora de esa viejísima tentación de la humanidad, la de buscar el brillo y el éxito individual, los aplausos, el poder, la cercanía de quienes los detentan, el concebir la vida como carrera de ascensos, el mapa mental de quienes imaginan la felicidad como un asunto de fama, riquezas materiales, comodidades, cargos de importancia, con el agravante de que no se integran los demás, los llamamientos de su dignidad, la solidaridad con los humillados, la justicia, la pasión del amor y del servicio.
Abrimos cualquier revista de famosos y poderosos, se registran paso a paso sus banalidades, sus máscaras, sus costumbres, la escandalosa mediocridad de las anécdotas con las que algunos periodistas quieren deslumbrar a su también banal y decadente público lector. Dónde hay allí espacio para las grandes preguntas del sentido de la vida, para dedicarse en serio a servir al prójimo, para escrutar los signos de los tiempos en clave de entrega fraterna? No es rentable, no da puntos, no interesa!!
Esto es lo que algunos estudiosos de la cultura llaman la sociedad del espectáculo, donde se juntan los interesados en el individualismo, en la religión del ego, en la competencia desaforada y malsana, los enfermos de aparecer en páginas sociales, los que usan a los pobres para su provecho y prestigio, los que no saben de amor sino de enfermiza autosatisfacción.
Pues Jesús reacciona al miedo de sus discípulos así: “Entonces se sentó, llamó a los Doce y les dijo: si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y el servidor de todos, y tomando a un niño, lo puso entre ellos , lo estrechó entre sus brazos y les dijo: El que recibe a un niño como este en mi nombre, a mí me recibe; y el que me recibe no me recibe a mí, sino al que me envió” (Marcos 9: 35 – 37).
A propósito de esto dice el conocido teólogo José Antonio Pagola: “Una Iglesia que acoge a los pequeños e indefensos está enseñando a acoger a Dios. Una Iglesia que mira hacia los grandes y se asocia con los poderosos de la tierra está pervirtiendo la Buena Noticia de Dios anunciada por Jesús”.
Jesús no nos pide que no pretendamos ser más, al contrario, nos anima a ser los primeros, pero a través de  un camino muy distinto al que ordinariamente nos apuntamos. La grandeza no la vamos a lograr dominando a los demás, utilizándolos como pantalla o pretexto para la fama, sino poniéndonos a su servicio.
Eso es lo que quiere decir con la escena del niño. En esos tiempos, los chiquillos no gozaban de consideración alguna, era instrumentos de los mayores que acudían a ellos como pequeños esclavos, estos últimos estaban en la escala más baja de los que se dedican a servir. El gesto es claro en la invitación que les está haciendo a identificarse con El. El que prefiere ser como este niño me prefiere a mí. El que no cuenta, el utilizado y minimizado por todos, pero sirve a los demás, ese es el que ha entendido el mensaje de Jesús y le sigue de verdad.
Esto se hace más radical con esta afirmación: el que se identifica con Jesús se identifica con el Padre Dios, aquí está la esencia del mensaje. Se trata de identificarnos con el más pequeño de los esclavos que sirven sin que se lo reconozcan ni le paguen por ello.
Pero para muchos este asunto esencial , después de más de veinte siglos, sigue sin convocar, sin conmover, sin retar, sin interesar. Como los discípulos, muchos seguimos sin enterarnos, mejor: sin querer enterarnos, porque intuimos que las exigencias no responden a nuestras expectativas.
Muchos siguen enfrascados en la lucha del poder: cargos, títulos, carrera dentro de la iglesia y en la sociedad civil, encantados de ser llamados con denominaciones de alcurnia, de nobleza, de dominio sobre los demás, fascinados con ser “doctores”, “eminencias”, “señores”, “doñas”, “presidentes”, “comandantes”, “generales”, “excelencias”, “monseñores”, cuando la genuina nobleza evangélica es la de dar la vida sin reservas por amor a todos.
Esto lo reflejan con claridad meridiana las palabras de Jesús: “El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres. Lo van a matar; y a los tres días de muerto, resucitará” (Marcos 9: 31), con la consabida actitud de los discípulos: “Pero ellos no entendían lo que les decía y tenían miedo de preguntarle” (Marcos 9: 32).
Vale la pena esclarecer que este servicio, este estilo de vida en cruz y entrega no es sometimiento servil, servidumbre indigna, aduladora, corte de elogios y alabanzas vana, con la que contrasta la dinámica de la iglesia primitiva que es  la diaconía, expresión que en el uso civil de la época significa servicio a la mesa, menester humilde, entrega a los más necesitados,  el que verdaderamente humaniza y da sentido de salvación y de liberación.
En la base de este amor se imponen sujetos saludables afectiva y espiritualmente, nada de masoquistas ni de ascetas voluntaristas en plan de autocastigo, ni de personas que se imaginan a un Dios antropomórfico, mezquino y humillante.
 El que se perfila aquí es el Dios siempre mayor de Ignacio de Loyola, el del señalamiento en el mayor amor del mundo, el que ha movido y sigue moviendo a los grandes y pequeños generosos de la historia, el que enamoró a Teresa de Jesús y a la de Calcuta, el que inspira a las buenas mujeres mexicanas que salen al paso de las caravanas de migrantes que van hacia Estados Unidos en búsqueda de mejores horizontes para vivir, el que hizo caer redondo a Francisco Javier a los pies del crucificado, el que sacó a Carlos de Foucauld de la vida vana y ligera para hacerlo el servidor de los tuaregs en el desierto argelino.
Estamos dispuestos a renunciar a ambiciones, rangos, honores y vanidades? Queremos fijarnos amorosamente en los débiles, en los abandonados, en los pequeños, en los escarnecidos, en los solitarios, en los olvidados, y descubrimos en el camino de Jesús la gran alternativa de bienaventuranza y de significado trascendente para nuestros proyectos de vida?
Tengamos bien presente que al asumir este talante nos exponemos a la suerte del justo, contra el que traman y conspiran los perversos: “Comprobemos si lo que  dice es verdad y veamos lo que le sucederá al final. Si el justo es hijo de Dios, El le ayudará y lo librará de sus enemigos. Humillémoslo y atormentémoslo para conocer hasta qué punto se mantendrá firme y probar su paciencia. Condenémoslo a una muerte humillante, ya que, según él, Dios intervendrá en su favor” (Sabiduría 2: 17 – 20).

Justamente quienes andan enamorados del poder, y de la muy frecuente injusticia que lo acompaña, no soportan la rectitud de los justos e inocentes, de los que encarnan un modelo de vida diametralmente opuesto al suyo, porque los confronta, los desenmascara, y porque ponen en crisis su modelo egolátrico y carente de solidaridad. Así ha sucedido “por los siglos de los siglos”.
Vamos a poner cuidado en estos días siguientes al Papa Francisco, en su viaje pastoral a Cuba y a Estados Unidos, para volver a escuchar la palabra vibrante de su ministerio en estas materias evangélicas de servicio, de abnegación, de cruz y entrega de la propia vida, en dos sociedades, una el santuario del capitalismo neoliberal, y la otra el de un régimen que pretendiéndose igualitario y justo, ha desconocido libertades y dignidades. Qué brillen la profecía del Evangelio y la libertad de Jesús!
Recordemos así a esos cristianos raizales que en diversos tiempos de la historia y en diversas sociedades y contextos han dado testimonio supremo, cruento o incruento, de este despojo de vanas pretensiones y deseos de poder para significar con sus relatos vitales que Dios se hace Palabra cuando una persona se deja de sí misma para entregar todo su ser y su quehacer en aras del amor, de la vida y de la dignidad de los demás.

Como aquel sacerdote franciscano, Maximiliano Kolbe, que en el campo de concentración de Auschwitz, en medio de la ignominia de la II Guerra Mundial, ofreció su vida a cambio de la de un prisionero que iba  ser fusilado por los nazis!

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