“Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y el servidor de
todos”
(Marcos 9: 35)
Lecturas:
1.
Sabiduría 2: 17 – 20
2.
Salmo 53: 3 – 8
3.
Santiago 3: 16 a 4:3
4.
Marcos 9: 30 – 37
En
el contexto que propone hoy el evangelio de Marcos Jesús atraviesa Galilea,
hacia Jerusalén, donde le espera la cruz. El relato dice expresamente que
quería pasar desapercibido, porque estaba dedicado a la instrucción de sus
discípulos, en ese esfuerzo permanente y – a menudo – de pocos resultados con
ellos, iniciándolos en la lógica del Reino de Dios y su justicia.
Es
evidente que esa nueva enseñanza tiene como centro la realidad de la cruz,
trata de convencerles de que no ha venido a realizar un mesianismo de poder
sino de servicio a todos. Qué costoso resultó para El cambiar la mentalidad de
quienes le seguían más de cerca!
A
los discípulos no les pasa por su mente la perspectiva crucificada, dolorosa,
dramática, desempoderada, que se vislumbra en el horizonte de Jesús; mientras
él les habla de entrega y de cruz ellos están embebidos en sus ambiciones: “ Llegaron
a Cafarnaúm, y una vez en casa, Jesús les preguntó: ¿ Sobre qué discutían por
el camino? Ellos se quedaron callados, porque habían discutido entre ellos cuál
era el más importante de todos” (Marcos 9: 33 – 34).
Esta
simple escena es reveladora de esa viejísima tentación de la humanidad, la de
buscar el brillo y el éxito individual, los aplausos, el poder, la cercanía de
quienes los detentan, el concebir la vida como carrera de ascensos, el mapa
mental de quienes imaginan la felicidad como un asunto de fama, riquezas
materiales, comodidades, cargos de importancia, con el agravante de que no se
integran los demás, los llamamientos de su dignidad, la solidaridad con los
humillados, la justicia, la pasión del amor y del servicio.
Abrimos
cualquier revista de famosos y poderosos, se registran paso a paso sus
banalidades, sus máscaras, sus costumbres, la escandalosa mediocridad de las
anécdotas con las que algunos periodistas quieren deslumbrar a su también banal
y decadente público lector. Dónde hay allí espacio para las grandes preguntas
del sentido de la vida, para dedicarse en serio a servir al prójimo, para
escrutar los signos de los tiempos en clave de entrega fraterna? No es
rentable, no da puntos, no interesa!!
Esto
es lo que algunos estudiosos de la cultura llaman la sociedad del espectáculo,
donde se juntan los interesados en el individualismo, en la religión del ego,
en la competencia desaforada y malsana, los enfermos de aparecer en páginas
sociales, los que usan a los pobres para su provecho y prestigio, los que no
saben de amor sino de enfermiza autosatisfacción.
Pues
Jesús reacciona al miedo de sus discípulos así: “Entonces se sentó, llamó a los
Doce y les dijo: si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de
todos y el servidor de todos, y tomando a un niño, lo puso entre ellos , lo
estrechó entre sus brazos y les dijo: El que recibe a un niño como este en mi
nombre, a mí me recibe; y el que me recibe no me recibe a mí, sino al que me
envió” (Marcos 9: 35 – 37).
A
propósito de esto dice el conocido teólogo José Antonio Pagola: “Una
Iglesia que acoge a los pequeños e indefensos está enseñando a acoger a Dios.
Una Iglesia que mira hacia los grandes y se asocia con los poderosos de la
tierra está pervirtiendo la Buena Noticia de Dios anunciada por Jesús”.
Jesús
no nos pide que no pretendamos ser más, al contrario, nos anima a ser los
primeros, pero a través de un camino muy
distinto al que ordinariamente nos apuntamos. La grandeza no la vamos a lograr dominando
a los demás, utilizándolos como pantalla o pretexto para la fama, sino
poniéndonos a su servicio.
Eso
es lo que quiere decir con la escena del niño. En esos tiempos, los chiquillos
no gozaban de consideración alguna, era instrumentos de los mayores que acudían
a ellos como pequeños esclavos, estos últimos estaban en la escala más baja de
los que se dedican a servir. El gesto es claro en la invitación que les está
haciendo a identificarse con El. El que prefiere ser como este niño me prefiere
a mí. El que no cuenta, el utilizado y minimizado por todos, pero sirve a los
demás, ese es el que ha entendido el mensaje de Jesús y le sigue de verdad.
Esto
se hace más radical con esta afirmación: el que se identifica con Jesús se
identifica con el Padre Dios, aquí está la esencia del mensaje. Se trata de
identificarnos con el más pequeño de los esclavos que sirven sin que se lo
reconozcan ni le paguen por ello.
Pero
para muchos este asunto esencial , después de más de veinte siglos, sigue sin
convocar, sin conmover, sin retar, sin interesar. Como los discípulos, muchos
seguimos sin enterarnos, mejor: sin querer enterarnos, porque intuimos que las
exigencias no responden a nuestras expectativas.
Muchos
siguen enfrascados en la lucha del poder: cargos, títulos, carrera dentro de la
iglesia y en la sociedad civil, encantados de ser llamados con denominaciones
de alcurnia, de nobleza, de dominio sobre los demás, fascinados con ser
“doctores”, “eminencias”, “señores”, “doñas”, “presidentes”, “comandantes”,
“generales”, “excelencias”, “monseñores”, cuando la genuina nobleza evangélica
es la de dar la vida sin reservas por amor a todos.
Esto
lo reflejan con claridad meridiana las palabras de Jesús: “El Hijo del Hombre va a ser
entregado en manos de los hombres. Lo van a matar; y a los tres días de muerto,
resucitará” (Marcos 9: 31), con la consabida actitud de los discípulos:
“Pero
ellos no entendían lo que les decía y tenían miedo de preguntarle” (Marcos
9: 32).
Vale
la pena esclarecer que este servicio, este estilo de vida en cruz y entrega no
es sometimiento servil, servidumbre indigna, aduladora, corte de elogios y
alabanzas vana, con la que contrasta la dinámica de la iglesia primitiva que
es la diaconía, expresión que en el uso
civil de la época significa servicio a la mesa, menester humilde, entrega a los
más necesitados, el que verdaderamente
humaniza y da sentido de salvación y de liberación.
En
la base de este amor se imponen sujetos saludables afectiva y espiritualmente,
nada de masoquistas ni de ascetas voluntaristas en plan de autocastigo, ni de
personas que se imaginan a un Dios antropomórfico, mezquino y humillante.
El que se perfila aquí es el Dios siempre
mayor de Ignacio de Loyola, el del señalamiento en el mayor amor del mundo, el
que ha movido y sigue moviendo a los grandes y pequeños generosos de la
historia, el que enamoró a Teresa de Jesús y a la de Calcuta,
el que inspira a las buenas mujeres mexicanas que salen al paso de las
caravanas de migrantes que van hacia Estados Unidos en búsqueda de mejores
horizontes para vivir, el que hizo caer redondo a Francisco Javier a los
pies del crucificado, el que sacó a Carlos de Foucauld de la vida vana y
ligera para hacerlo el servidor de los tuaregs en el desierto argelino.
Estamos
dispuestos a renunciar a ambiciones, rangos, honores y vanidades? Queremos
fijarnos amorosamente en los débiles, en los abandonados, en los pequeños, en
los escarnecidos, en los solitarios, en los olvidados, y descubrimos en el
camino de Jesús la gran alternativa de bienaventuranza y de significado
trascendente para nuestros proyectos de vida?
Tengamos
bien presente que al asumir este talante nos exponemos a la suerte del justo,
contra el que traman y conspiran los perversos: “Comprobemos si lo que dice es verdad y veamos lo que le sucederá al
final. Si el justo es hijo de Dios, El le ayudará y lo librará de sus enemigos.
Humillémoslo y atormentémoslo para conocer hasta qué punto se mantendrá firme y
probar su paciencia. Condenémoslo a una muerte humillante, ya que, según él, Dios
intervendrá en su favor” (Sabiduría 2: 17 – 20).
Justamente
quienes andan enamorados del poder, y de la muy frecuente injusticia que lo
acompaña, no soportan la rectitud de los justos e inocentes, de los que
encarnan un modelo de vida diametralmente opuesto al suyo, porque los
confronta, los desenmascara, y porque ponen en crisis su modelo egolátrico y
carente de solidaridad. Así ha sucedido “por los siglos de los siglos”.
Vamos
a poner cuidado en estos días siguientes al Papa Francisco, en su
viaje pastoral a Cuba y a Estados Unidos, para volver a escuchar la palabra
vibrante de su ministerio en estas materias evangélicas de servicio, de
abnegación, de cruz y entrega de la propia vida, en dos sociedades, una el
santuario del capitalismo neoliberal, y la otra el de un régimen que
pretendiéndose igualitario y justo, ha desconocido libertades y dignidades. Qué
brillen la profecía del Evangelio y la libertad de Jesús!
Recordemos
así a esos cristianos raizales que en diversos tiempos de la historia y en diversas
sociedades y contextos han dado testimonio supremo, cruento o incruento, de
este despojo de vanas pretensiones y deseos de poder para significar con sus
relatos vitales que Dios se hace Palabra cuando una persona se deja de sí misma
para entregar todo su ser y su quehacer en aras del amor, de la vida y de la
dignidad de los demás.
Como
aquel sacerdote franciscano, Maximiliano Kolbe, que en el campo
de concentración de Auschwitz, en medio de la ignominia de la II Guerra Mundial,
ofreció su vida a cambio de la de un prisionero que iba ser fusilado por los nazis!
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