“Llenos de admiración decían: Todo lo hace bien.
Hasta puede hacer que los sordos oigan y que los mudos hablen”
(Marcos 7: 37)
Lecturas
1.
Isaìas 35: 4 – 7
2.
Salmo 145: 7 – 10
3.
Santiago 2: 1 – 5
4.
Marcos 7: 31 – 37
La
curación de ciegos , sordos y mudos es una señal que, en el contexto bíblico,
evidencia la llegada de los tiempos mesiánicos, de la salud y de la vida que
proceden como gratuidad de Dios: “Entonces los ciegos verán y los sordos oirán
; los lisiados saltaràn como venados y los mudos gritaràn. En el desierto,
tierra seca, brotarà el agua a torrentes. El desierto será un lago, la tierra
seca se llenarà de manantiales. Donde ahora viven los chacales, crecerán cañas
y juncos” (Isaìas 35: 5 – 7). Son tiempos definitivos, propicios para
la esperanza y para el gozo de vivir!
Còmo
es esto posible cuando en el mundo siempre constatamos tantas manifestaciones
de tragedia y de barbarie?
Los
seis millones de judíos asesinados por el terror nazi en la II guerra mundial,
el genocidio hutu – tutsi de hace veinte años en Ruanda y Burundi, las
decisiones de gobiernos que maltratan tan gravemente la dignidad de pobres y
excluìdos, como esta que ahora ha tomado el presidente venezolano en contra de
ciudadanos honestos y trabajadores de nuestro país, los miles de migrantes que
huyen de Siria en medio de la absurda guerra aùn vigente, el niño Aylan Kurdi cuyo
cadáver aparece en un playa turca? Indiscutible bofetada a la inconsciencia de muchos
en el mundo!
Còmo
hablar de mesianidad y de salvación
cuando tantos seres humanos deciden en contra de Dios y de sus congéneres?
Que
sea el ejercicio de discernimiento que responde a estas preguntas una
experiencia de sentido crìtico humano y cristiano, de tal densidad que nos
libre de la ingenuidad, de la evasión angelical, y nos haga conscientes de
estar insertos en estas realidades, con la mirada siempre puesta en el futuro
de Dios y conectada con compromiso total
a este mundo donde tantos humanos se debaten sin esperanza.
Recordemos
la rigurosa crìtica formulada a muchas expresiones religiosas vistas como “opio
del pueblo” por parte de Karl Marx, consuelos celestiales para los sufrimientos
y frustraciones, para las pobrezas y los absurdos padecimientos. Que nuestra
respuesta a esto no sea la de una
defensa fundamentalista sino la de una disposición para vivir como creyentes
este presente histórico en clave de futuro, con el “polo a tierra” bien puesto
para ser y hacer como Jesùs, implicado solidaria y misericordiosamente con
todos en esta búsqueda que clama justicia, dignidad, reconocimiento, razones
para vivir con sentido, salvación.
La
sencillez de las lecturas de este domingo no es reñida con su densidad
salvífica y liberadora. El sordo que es beneficiado con la curación en el
relato de Marcos 7 es un símbolo de todos aquellos que carecen de posibilidades
en la vida, y a èl dedica Jesùs su fuerza sanadora, indicando que este gesto
cubre a todos los que están en similares condiciones de carencia, de
marginalidad, de anonimato, de soledad. Es tan limitado este hombre que no
viene por sì mismo sino por otros: “Allì le llevaron un sordo y tartamudo, y le
pidieron que pusiera su mano sobre èl” (Marcos 7: 32).
Muchos
diràn: otra vez con el eterno asunto de los pobres!!! Sì, es indiscutible que sobre esto debemos volver
“otra vez y otra vez” porque es una realidad avasalladora en el mundo, siempre.
La pobreza material, la migración forzada, el vacío existencial y la soledad,
la imposibilidad de ser representado socialmente, la ceguera, la sordera, la
minusvalía humana, la condición de víctimas, son hechos penosamente constantes
y crecientes, productos del pecado de la humanidad, de las estructuras injustas
y violentas, de la economía sin alma, de los corazones endurecidos.
Para
esto se hace presente Jesùs en la historia humana, El expresa con definitivo
vigor sacramental e histórico a Dios Padre, resuelto a ejercer salud y
misericordia, liberación y plenitud, vida y resignificaciòn gozosa de cada
persona a quien El “abra sus oìdos”.
Tambièn
es muy importante descubrir otro aspecto de este relato y del contexto general
en el que està situado. Es la alusión a la “sordera” y a la “ceguera” de los
discípulos, presente en Marcos 8: 17 – 18: “Jesùs se diò cuenta y les dijo:
Por què dicen que no tienen pan? Todavìa no entienden ni se dan cuenta? Tienen
tan cerrado el entendimiento? Tienen ojos y no ven, y oìdos y no oyen? No se
acuerdan? Cuando repartì los cinco panes entre cinco mil hombres, cuàntas
canastas llenas de pedazos recogieron?” (Marcos 8: 17 – 19).
Conocemos
bien el esfuerzo de Jesùs por iniciar a sus discípulos en la novedad radical
del reino de Dios y su justicia, en el estilo de las bienaventuranzas, en la
definitiva vitalidad que irrumpìa con El, y de la deficiencia y limitación de
Pedro y de sus compañeros para captar esto, anclados en mentalidades de poder y
privilegios, de precaria comprensión de la gratuidad de Dios, de mezquindad y
cortedad de miras.
Igualmente,
el texto hay que leerlo en la clave de
la superación de la “sordera” que impide escuchar la Palabra, apropiarla,
vivirla, accediendo al nuevo estilo que propone el Evangelio. Buena sugerencia
para comprender màs cabalmente la lectura es complementarla con Marcos 8: 22 –
26, la curación del ciego en Betsaida.
El
hecho de que una persona fuera sorda o muda o ciega o coja no era visto como un
problema de salud física sino como un problema religioso. Esa limitación era
signo de que Dios había abandonado a quien padeciera tales lìmites. En
consecuencia, la institución religiosa estaba obligada a hacer lo mismo. Por
eso eran marginados de la comunidad de religión, la mayor desgracia que podía
recaer sobre alguien.
En
feliz contradicción a este nefasto orden de cosas, Jesùs manifiesta que Dios es
totalmente de los marginales, de los limitados, de los ofendidos. Al curar, los
està sacando de esta excomunión, demostrando con total elocuencia que Dios no
margina a nadie y que una entidad religiosa que procede asì NO actùa en su nombre.
Las
bienaventuranzas dejan claro que el reino de Dios està abierto a todos. Asì
entendemos este énfasis evangélico del Papa Francisco de hacer de la Iglesia
una comunidad en torno a Jesùs, un ámbito de acogida y comunión, no un tribunal
de inquisición y de condena. Recordemos para nunca olvidar que El Señor es
solidario con el pecador, no con el pecado.
Simultàneamente
confronta a los sordos e invidentes que no se arriesgan a acoger la Palabra,
entre los que se cuentan sus discípulos, y se inclina para liberar a este
hombre de su sordera.
Asì,
estamos llamados a mirar toda esta grave problemática que afecta a tantos humanos,
probablemente a nosotros mismos, cegueras, sorderas, impedimentos, y buscar,
bajo la asistencia del Espìritu, caminos de superación, de perdón, de
reconciliación, de justicia, sin minimizar la responsabilidad moral pero
también sin minimizar los extraordinarios alcances de la misericordia divina.
Por
eso, Jesùs se dedica con esmero a este sordo: “Se lo llevò a un lado, aparte de
la gente, le metió los dedos en los oìdos y con saliva le tocò la lengua.
Luego, mirando al cielo, suspirò y dijo al hombre: Efatà! (es decir: ábrete!” (Marcos
7: 32 – 33).
Tenemos
presente aquí esta seductora tendencia contemporànea de la ética del cuidado,
que promueve el compromiso efectivo y afectivo con la vida, indiscutible
reacción contraria a esta abominable cultura de la muerte y del descuido.
Jesùs es el maestro del cuidado en nombre de
la paternidad de Dios y de la dignidad humana, se explica asì su ministerio permanente de volcarse con
extrema misericordia hacia cada ser
humano afectado por el pecado y por la injusticia, por el egoísmo y por la
muerte, por los lìmites que le impiden vivir plenamente su humanidad,
significando con su quehacer milagroso que Dios ha irrumpido en la historia
para instalar el tiempo definitivo de la salvación: “Al momento, los oìdos del sordo
se abrieron , y se le desatò la lengua y pudo hablar bien” (Marcos 7:
35).
El
Reino consiste en que los que excluyen dejen de hacerlo y los excluìdos dejen
de sentirse como tales, construyendo històricamente el proyecto de la comunión
y de la participación, abriendo mentes y corazones, oìdos y ojos , para ver la
nueva realidad que se tiene que construir con realidad y eficacia liberadora en
este mundo nuestro, como señal que anticipa la consumación definitiva que nos
espera cuando crucemos la frontera hacia nuestra inserción plena en el misterio
del amor de Dios.
El
ejemplo de Santiago es esclarecedor: “Ustedes, hermanos mìos, que creen en nuestro
glorioso Señor Jesucristo, no deben hacer discriminaciones entre una persona y
otra. Supongamos que ustedes están reunidos, y llega un rico con anillos de oro
y ropa lujosa, y lo atienden bien y le dicen: siéntate aquí, en un buen lugar, y
al mismo tiempo llega un pobre vestido con ropa vieja, y a este le dicen: Tù,
quédate allà de pie, o siéntate en el suelo; entonces están haciendo
discriminaciones y juzgando con mala intención” (Santiago 2: 1 – 4).
Sin
palabras!
El
mensaje de Jesùs debe operar en nosotros el mismo efecto que en el sordomudo
tuvieron su saliva y su dedo. Escuchar es la clave para descubrir una
trayectoria de libertad y de liberación, de solidaridad y de servicio, de
sanación y comunicación de la vida para nosotros y para todos, como El, renunciando a todos esos
modelos mentales y prejuicios que obstaculizan la acción transformadora de la
Buena Noticia.
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