“Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados”
(Mateo
5: 6)
Lecturas
1.
Apocalipsis 7: 2 – 4 y 9 – 14
2.
Salmo 23: 1 – 6
3.
1 Juan 3: 1 – 3
4.
Mateo 5: 1 – 12
Còmo ser siempre amigos
de Dios, muy amigos? Còmo nuestra libertad lo acoge a El en el mayor nivel de
intimidad, hasta hacer que sea principio y fundamento de la totalidad de lo que
somos y hacemos? Còmo asumir que esta contundencia teologal es al mismo tiempo la mayor garantía de una total contundencia
humana en nuestro ser?
Esta solemnidad de
Todos los Santos, que en 2015 coincide con un domingo, nos abre a responder estas
primeras cuestiones, muchas de ellas con pretensión definitiva; nos abre
también a experiencias maravillosas, a testimonios de plenitud, cuando
abordamos la realidad de la santidad en la comunidad cristiana, condición que
implica a toda la Iglesia y que destaca peculiarmente en los relatos de muchos
hombres y mujeres que se han señalado en el seguimiento de Jesùs.
Esta celebración
podemos entenderla como invitación a la unidad de todos los humanos en Dios
porque no se trata de diferenciar
quiènes son mejores o peores, sino de tomar conciencia de lo que hay de Dios en
nosotros, estructurando nuestra humanidad, y con la certeza realista de que no existen personas perfectas, porque
justamente en lo humano reside la precariedad inevitable, propia nuestra y –
además como un además muy importante!! – porque Dios no necesita eliminar nuestras
imperfecciones , lo suyo es amarnos, ejercer la misericordia y propiciar
nuestra felicidad en todo sentido.
Fijèmonos muy bien que
el texto del evangelio que se propone para hoy es el de las bienaventuranzas de
Mateo, donde Jesùs no està planteando leyes y normas para ser observadas con
rigor y milimetrìa, sino que nos està presentando una alternativa de felicidad,
de bienaventuranza, de plenitud humana, y para ello señala unos “indicadores”,
como los grandes criterios que indican cuàl es ese programa:
-
“Bienaventurados los pobres de corazón”
(Mateo 5: 3)
-
“Bienaventurados los afligidos”
(Mateo 5: 4)
-
“Bienaventurados los desposeídos”
(Mateo 5: 5)
-
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed
de justicia” (Mateo 5: 6)
-
“Bienaventurados los misericordiosos”
(Mateo 5: 7)
-
“Bienaventurados los limpios de corazón”
(Mateo 5: 8)
-
“Bienaventurados los que trabajan por la paz”
(Mateo 5:9)
-
“Bienaventurados los perseguidos por causa
del bien” (Mateo 5: 10)
-
Y remata con esto: “Bienaventurados ustedes cuando
los injurien, los persigan y los calumnien de todo por mi causa” (Mateo
5: 11))
Todo esto es claramente
una propuesta de felicidad en la que
Dios se evidencia en cada persona que viva asì, que asuma estos lineamientos de
felicidad según Jesùs. Ese es el tipo de santidad que queremos reconocer en
este dìa y siempre, asunto no lejano, sacralizado, distante de nuestros
contextos de realidad, sino totalmente posible en la medida en que se hace
vida, verdad existencial, en nuestros relatos y acciones, y en los de
muchísimas personas que se han entregado, se entregan , y se seguirán
entregando, a este ideal.
Cada uno de nosotros es
perfecto en nuestro verdadero ser: lo que hay de Dios en nosotros, de El
sucediendo en nuestras vidas. Es el tesoro que llevamos en vasijas de barro,
como dice San Pablo.
Se nos ha inculcado un
ideal de ser buenos, perfectos, con un tono muy voluntarista y sicorrìgido, a
partir de minuciosos cumplimientos de leyes que se han de cumplir con todo
rigor, a menudo enfermizo; también con un modo de vida sumiso a autoridades,
especialmente religiosas, y bien sacralizadas estas, lo mismo que con un
talante en el que la alegría, el disfrute, el gozo de vivir, el placer, son
vistos como enemigos de carácter abiertamente pecaminoso.
Hay que decir que esta
no es la santidad de Jesùs ni la de quienes quieren tomar en serio su oferta de
sentido. Muchos desastres individuales y colectivos hemos visto en la historia
como consecuencia de este perfeccionismo neurótico. Vuelven al recuerdo las
fortísimas confrontaciones de Jesùs a fariseos, sacerdotes, escribas y maestros
de la ley, por imponer estas cargas tan pesadas y tan inhumanas a los creyentes.
Recordemos que Jesùs dijo:” Les
aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas entraràn antes que
ustedes en el reino de Dios” (Mateo 21: 31), respuesta que da El a los
sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo cuando le preguntan: “Con
què autoridad haces eso? Quièn te ha dado tal autoridad?” (Mateo 21:
23), todo en el contexto del permanente escàndalo judío ante las palabras y
acciones de Jesùs, en las que ellos veìan blasfemia, traición al rigor
religioso de Israel, heterodoxia, infidelidad a sus tradiciones de legalismo y
de ritualismo.
Esa frase de Mateo 21
es un golpe directo contra la idea de perfección que existía en ese tiempo y
contra la que se sigue manejando en muchos ambientes religiosos de nuestros
dìas. Para Dios lo valioso no es el cumplimiento de una programación sino un
corazón humilde, sincero y agradecido. Todo lo que somos lo hemos recibido
gratuitamente del Padre, no hay aquí el màs mínimo resquicio para presumir de
buenos. Si manifestamos bondad, rectitud, generosidad, limpieza de vida, es
porque hemos tomado conciencia de Dios que habita en nosotros.
Aquì reside el carácter
radical, liberador, revolucionario, de las bienaventuranzas, es un programa
para ser felices, no para cumplir reglamentos a rajatabla. Y ese es el
itinerario de la santidad según el Evangelio. Esta es en comunidad, en
participación, en vida solidaria y fraterna, en justicia e inclusión, en
servicio e igualdad.
Esto último lo avala el
texto de Apocalipsis, primera lectura de hoy:”Despuès vì una multitud enorme,
que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua: estaban delante
del trono y del cordero, vestidos con tùnicas blancas y con palmas en la mano.
Gritaban con voz potente: la victoria es de nuestro Dios, que està sentado en
el trono, y del Cordero” (Apocalipsis 7: 9 – 10), es la visión de una
realidad universal, incluyente , abarcante de toda la humanidad, equitativa, en
la que Dios brilla como causa determinante de esta santa bienaventuranza. En
Dios todos somos uno, lo que viene de El es beneficio para toda la humanidad.
Hemos ridiculizado a
Dios creando categorías de perfectos e imperfectos, de santos y pecadores, de
buenos y malos, de salvados y condenados, y con esto le hemos endilgado
atributos y acciones que riñen justamente con su santidad original y
originante, que es esta de darse todo a todos, para que resalte un gènero
humano digno, feliz, realizado, trascendente, haciendo evidente este nuevo
paradigma en la santidad excelente y prototípica de Jesùs.
El aval de vivir
“bienaventuradamente” lo dan las promesas correspondientes:
-
“porque el reino de los cielos les pertenece”
(Mateo 5: 3)
-
“porque serán consolados” (Mateo 5:
4)
-
“porque heredaràn la tierra” (Mateo
5: 5)
-
“porque serán saciados” (Mateo 5: 6)
-
“porque serán tratados con misericordia”
(Mateo 5: 7)
-
“porque verán a Dios” (Mateo 5: 8)
-
“porque se llamaràn hijos de Dios”
(Mateo 5: 9)
-
“porque el reino de los cielos les pertenece”
(Mateo 5: 10)
-
“Alègrense y estèn contentos pues la paga que
les espera en el cielo es abundante” (Mateo 5: 12).
Veamos que no hay en
estas promesas perspectiva de nada que se pueda parecer a poder, a títulos
de honor, a recompensas materiales, a subir de categorías, lo prometido es una
nueva humanidad teologal, y por lo mismo profundamente humana si vale la
redundancia, en la que Jesùs es el referente de ese camino hacia el Padre, y
hacia cada persona, reconocida como prójimo, próximo, el tù con el que nos
hacemos un nosotros. Esta es la genuina santidad!
Este paradigma de lo
santo nos lleva a desmontar ese imaginario de unos hombres y mujeres “semidioses”,
habilitados para hacer milagros, alejados de la normalidad de cada dìa, para
acceder a gentes de a pie, cotidianas, reales, fuertes y frágiles en la feliz
simultaneidad que nos acompaña a todos sin excepción, sensibles a todo lo
humano, y, por supuesto, conscientes del don ofrecido por Aquel que no se
limita en amor y en gracia, lo que los lleva también a ser don para todos, sin
limitantes jurídicos ni religiosos ni morales.
Las bienaventuranzas
nos dicen que es preferible ser pobre a ser un rico opresor e injusto, llorar a
ser causa de sufrimiento para el otro, pasar hambre a causa del amor a otros
que negarles el sustento, ser perseguidos y oprimidos por causa de la justicia
que llevar una vida cómoda y ajena a estos clamores, dejando con todo esto bien
claro el mensaje de que en el ámbito de lo divino hay amor y humanismo en sus
evidencias màs puras y gozosas.
Los tres versículos de
la segunda lectura, tomada de 1 Juan, son un denso tratado de gracia y
santidad, del que destacamos: “Queridos, ya somos hijos de Dios, pero
todavía no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando aparezca,
seremos semejantes a èl y lo veremos como èl es. Todo el que tiene puesta en
Jesucristo esta esperanza se purifica, asì como èl es puro” (1 Juan 3:
2 – 3).
Santidad fuerte y
frágil, santidad de los pequeños y humildes, vigoroso relato del Dios que se
empequeñece en el niño de Belèn y en el humillado profeta de la cruz, santidad
descalza, real, normal, feliz, humana, demasiado humana, cercana a todos, no
escandalizada ni escandalizable, tan humana como Jesùs, tan divina como Jesùs,
tan humana y tan divina como somos nosotros, por gracia de Dios.
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