“El
cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”
(Marcos
13: 31)
Lecturas
1.
Daniel 12: 1 – 3
2.
Salmo 15: 5 – 11
3.
Hebreos 10: 11 – 14 y 18
4.
Marcos 13: 24 – 32
La promesa de Dios para
la humanidad es plenitud, cielo nuevo y tierra nueva, sentido total de una vida
con significado, salvada, redimida, liberada, re-creada. Dios restaura al
hombre y a su historia desde la raíz, en El se superan la esclavitud del pecado
y de la muerte. Aquì reside la esperanza, la gran posibilidad de salir adelante
al absurdo y a la tragedia: “Luego vì un cielo nuevo y una tierra nueva,
porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe
ya. Vì también la ciudad santa, la nueva Jerusalèn, que bajaba del cielo, junto
a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo” (Apocalipsis
21: 1 – 2).
Estamos ante la màs
profunda y esperanzadora teología de la historia, en la que se combinan en feliz complementariedad el presente y el futuro. El
primero, porque Dios no espera a que nos suceda la muerte, y por eso
empieza en esta vida nuestra, en este mundo nuestro, su trabajo de
resignificaciòn, evidente en la gloriosa
plenitud del Señor Resucitado, salvación que ya se ha iniciado en nuestro
presente, las primicias de la novedad teologal que El quiere realizar para que
superemos el drama del vacío y nos situemos en el camino de la vida. A esto nos
llevan las lecturas de este domingo, ya en la perspectiva de la conclusión del
año litúrgico, y esto es lo segundo.
Desde luego, esta
claridad supone una revisión total de nuestra vida, una valoración de la misma
en términos de su realización en el amor, en la libertad compartida, en la
fraternidad, en la vida solidaria, en el servicio, en la sabiduría de lo
esencial: “Muchos de los que duermen en el polvo despertaràn; unos para vida
perpetua, otros para ignominia perpetua. Los sabios brillaràn como el fulgor
del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas,
por toda la eternidad” (Daniel 12: 2 – 3).
Los textos de este
domingo nos pueden resultar extraños en su lenguaje. Por eso, es conveniente
decir algo breve sobre el tipo de gènero literario y mentalidad teológica que
se expresan allì. Dos palabras, igualmente complejas pero susceptibles de una
sana comprensión y posterior aplicación, nos van a ayudar a esto: escatologìa
y apocalipsis.
Se trata de un modo de expresión que
corresponde a un modo mìtico de ver a Dios, al mundo, al ser humano. El que sea
mìtico no significa que sea falso, es el resultado de una cultura, de una
sensibilidades, con unas particularidades simbólicas que debemos estudiar.
Esto lo captamos mejor
si advertimos que estamos a punto de concluir el año litúrgico, y la catequesis
de la Iglesia con la asignación de estas lecturas nos pone en alerta sobre la
definitividad de la vida y sobre nuestra expectativa de futuro y plenitud. Los
textos bíblicos que la Iglesia señala cada dìa no están puestos al azar, tienen
un pretexto y un contexto, bien definidos. El de este domingo XXXIII nos
recuerda al pueblo de Israel y a las primeras comunidades de cristianos
volcadas al porvenir, en tensión hacia la salvación que ha de venir: “Seràn
tiempos difíciles, como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora.
Entonces se salvarà tu pueblo: todos los inscritos en el libro” (Daniel
12: 1).
Cuando escribimos estas
líneas tenemos presente que en estos días hacemos memoria de sucesos trágicos
en la historia de Colombia: treinta años de la masacre en el Palacio de
Justicia, acción criminal por parte de unos guerrilleros y unos militares;
treinta años de la avalancha de Armero, màs de veinticinco mil muertos; y hoy,
estremecidos con los crímenes sucedidos este viernes 13 de noviembre en Parìs.
Còmo hablar ahì de
salvación, de futuro esperanzador? Còmo conciliar los ideales humanos de
felicidad, de vida plena, la pasión creyente por el futuro con este dramatismo
doloroso , causado en su mayor parte por la perversidad de otros hombres?
Solemos decir: esperar
contra toda esperanza, y hacemos asì el recuerdo de la manera como muchas
personas y colectivos han reaccionado ante la adversidad. Nuestros desplazados
y víctimas que regresan a sus lugares de donde fueron desarraigados, para emprender
nuevas y felices maneras de vivir; los judíos, los mayores afectados por la II
guerra mundial, decididos a no sucumbir ante la monstruosidad de Hitler y de
los nazis; tantos y tantas en el mundo que, habiendo vivido situaciones lìmite
del mayor dramatismo, se convierten en lenguaje de vida y de dignidad.
Es esto ingenuo,
idealista en extremo, imposible de convertirse en realidad? Admirarlo y
preguntarlo no ignora en lo màs mínimo la crudeza y el realismo ante lo que
sucede, ni la responsabilidad ética y social que nos corresponde cuando estos
hechos nos interpelan y, para los creyentes en Dios, nos pone de frente a la
mayor responsabilidad en cuanto gentes de fe, y en cuanto humanos también.
Evocamos a los profetas
bíblicos que fueron los encargados de mantener viva esa expectativa de
salvación total. Eso es lo que significa lo escatológico, es la posibilidad de
que el mundo, la humanidad, la historia , serán consumados, no destruìdos: “En
aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la
luna no darà su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos
celestes temblaràn. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con
gran poder y majestad; enviarà a los àngeles para reunir a sus elegidos de los
cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo” (Marcos
13: 24 – 27).
Lo escatológico procede
de la palabra griega “esjaton”, que significa lo último, lo definitivo. Quiere
decir que el futuro està en manos de Dios, que llegarà como una progresión del
presente, y que es positivo, feliz, a pesar de estas muertes, de estos dolores,
de la hondura trágica de estos dramas. Dios reserva una plenitud de sentido
para toda la creación, y esta realidad ya se ha iniciado.
Por su parte, el
apocalipsis, la apocalíptica, se refiere a desvelar el significado decisivo de
la vida, de los hechos históricos, de nuestras biografías, de todo. Escudriña
el futuro partiendo de la palabra de Dios. En principio, nos da la impresión de
una visión pesimista de las cosas, de que nada tiene arreglo, pero lentamente,
eso sì con un estilo muy fuerte y de alta confrontación, nos va introduciendo
en la nueva creación, que sustituye a lo dramático. El objetivo es alentar al ser humano para que asuma con entereza
todo lo contenido en estos dolores de parto y en estos sufrimientos. La
salvación comienza aquí y ahora. Es Dios, dueño de la vida, señor de la vida,
dador de vida, en combate con el carácter trágico y mortal de la historia.
“El cielo y la tierra pasaràn ,
pero mis palabras no pasaràn” (Marcos 13: 31), dice Jesùs en el
evangelio, llamando a la confianza. Y se refiere a la caída del mundo viejo y
al surgimiento de la gran novedad que tiene sabor de
primavera, una actitud vital que aspira a arraigarse totalmente en los seres
humanos para superar el sentimiento trágico de la vida. La permanencia de Dios
en Jesucristo es la permanencia del ser humano en sus mejores y màs definitivas
razones de significado, de sentido, de
felicidad, de trascendencia.
Vale la pena advertir,
en beneficio de la claridad y salud del mensaje, que con mucha frecuencia se ha
hecho mal uso de este lenguaje, con el tema del juicio final, del Dios terrible
que juzga de modo implacable, del triunfalismo de Dios sobre los pecados y
corrupciones del mundo, y del cataclismo final que castigarà esta malignidad. Muchos predicadores,
contenidos, acciones pastorales, han estado marcadas por esta mentalidad,
acudir a la confrontación final para que la gente se porte como Dios manda. Es
la tentación del milenarismo, propia de los profetas de desgracias. Por eso,debemos
decir con toda nitidez: esa no es la interpretación propia de la originalidad
cristiana!
Al final del relato de
la creación dice que: “Viò Dios cuanto había hecho, y todo estaba
muy bien” (Gènesis 1: 31). Es absurdo pensar que la creación le salió
mal al Creador y que ahora tiene que recurrir a esta estrategia catastrófica y
castigadora para remediar el mal. Lo que se impone es asumir nuestra propia
responsabilidad gestora y emprendedora ante la historia, en la clave de la
liberación y de la salvación; Dios no es una figura paternalista que dispensa
al ser humano de este compromiso, considerándolo inferior e incapaz de
transformar la realidad.
En los tiempos de Jesùs
dominaba la idea de que esta intervención era inminente, y para eso se utilizò
un lenguaje como el del apocalipisis, que nos resulta sobrecogedor y generador
de gran temor. Poco a poco se dieron cuenta esas comunidades de cristianos que
esto no iba a ser asì, cambia de signo su actitud, descubriendo que siempre hay
que vivir una tensión dialéctica entre la esperanza de ese futuro pleno y la
condición de la vida presente, con el imperativo de que hay que preocuparse con
seriedad de esta vida. Aquí reside la sustancia de esta teología de la historia
que es, por supuesto, una antropología encarnada, existencial, histórica,
comprometida.
Quiere decir que
debemos prepararnos siempre para la permanencia y para la trascendencia. Los
seres humanos somos el producto de un pasado, construimos un presente y nos
proyectamos a un futuro. Entonces, la escatologìa – esperamos que se haya
destrabado la comprensión de esta palabra – resulta asequible porque nos pone
ante nosotros mismos, ante nuestros relatos vitales con todas las pretensiones
– legìtimas por cierto – de que todo tenga un sentido último y bienaventurado.
Estas convicciones se
resumen muy bien en la segunda lectura de hoy, de la carta a los Hebreos: “Tambièn
el Espìritu Santo nos lo atestigua. Porque, después de haber dicho: Esta es la
alianza que harè con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondrè mis
leyes en sus corazones, y en su mente las grabarè, y añade: Y de sus pecados e
iniquidades no me acordarè ya” (Hebreos 10: 15 – 17).
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