domingo, 22 de noviembre de 2015

COMUNITAS MATUTINA 22 DE NOVIEMBRE SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO



Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis soldados habrían peleado para que no me entregaran a los judíos. Pero mi reino no es de aquí”
(Juan 18: 36)
                         
Lecturas:
1.   Daniel 7: 13 – 14
2.   Salmo 92: 1 – 16
3.   Apocalipsis 1: 5 – 8
4.   Juan 18: 33 – 37

Es el último domingo del año litúrgico, tiempo de recapitulación, de discernimiento y confrontación evangélica de nuestra vida, de definiciones y rupturas, de mirar nuestra historia en  clave de la plenitud contenida en Jesucristo para toda la humanidad, para cada uno en particular, para tì, para mì, para nosotros.
Las palabras de Daniel, aùn en medio de su lenguaje apocalíptico que resulta extraño a nuestra cultura, nos ayudan a interpretar nuestros relatos vitales: “Seguì mirando, y en la visión nocturna vì venir en las nubes del cielo una figura humana, que se acercò al anciano y fue presentada ante èl. Le dieron poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetaràn. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin” (Daniel 7: 13 – 14).
Es una “figura humana”, lenguaje relevante para nosotros, con plena fuerza significativa, capaz de hacer inteligible lo que pretende decirnos porque es nuestro lenguaje nuestro estilo, pero, además, porque es un nuevo paradigma de humanidad, un referente modélico que viene a dar sentido pleno a todo lo que somos y hacemos, a la totalidad de la historia humana.
Recordamos el asunto de los modelos de identidad, que se nos proponen en la vida de familia, en la escuela, en los ámbitos donde nos formamos como personas. Se trata de gente que es referencia para  por encarnar en su ser valores y elementos configuradores de lo mejor de nosotros mismos, en términos de equilibrio emocional, de juicio y racionalidad, de eticidad y compromiso solidario, de transparencia y pulcritud, de creatividad y disposición para transformar constantemente el mundo.
Recordamos lo dicho tantas veces aquí: que Dios es un experto en vida, El la crea y la mantiene en su dinamismo, y que de todas esas creaturas el varòn y la mujer son los que tienen maravillosamente la primigenia  riqueza de la fuerza creadora de Dios: “Y dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gènesis 1: 26); “Y creò Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creò , varòn y mujer los creò” (Gènesis 1: 27).
Esta referencia bíblica es fundante para la concepción del ser humano en el cristianismo, somos partìcipes del mismo ser de Dios, que nos ha dado la vida, asì como nosotros participamos del ser de papà y mamà, porque ellos nos han engendrado. En la antropología teológica, que es la disciplina que estudia al ser humano en clave de Jesucristo, esta es la afirmación central de la dignidad humana. Dios, el especialista en vida, se manifiesta en su plenitud creadora en el varòn y en la mujer, somos la expresión culminante de esta experticia dadora de vida. Nuestra humanidad es de naturaleza teologal.
Por eso, toda la historia de Dios tal como se manifiesta en la historia bíblica, en Israel y en las comunidades cristianas, es un relato del empeño de El por mantenernos siempre en la línea de la vida, conscientes de la radical precariedad contenida en nuestro ser y en la posibilidad que tenemos de ejercer la libertad en contra de Dios.
Este apasionante Dios es, entonces, un especialista en construir seres humanos de primera categoría. Cuando leemos los relatos bíblicos: Abraham, Moisès, Esther, Rut, Jeremìas, Amòs, Ezequiel, Isaìas, los hechos colectivos, Marìa, Pedro,  Pablo, los discípulos, nos encontramos con seres humanos concretos, de carne y hueso decimos en lugar común, y percibimos en ellos grandezas y debilidades, exactamente igual a nosotros. Què se trae Dios con acontecer en ellos? Y en nosotros? Cual es su propósito? Pues generar con su gracia y con la respuesta de nuestra libertad gente de primera, de lo mejor en términos de amor, libertad, servicio, honestidad.
Es lo que describe el salmo 92: “El justo florecerà como palmera, crecerà como cedro del Lìbano, plantado en la casa del Señor, crecerà en los atrios de nuestro Dios. Aùn en la vejez darà fruto, estarà lozano y frondoso, para proclamar que el Señor es recto: Roca mìa en quien no hay falsedad” (Salmo 92: 13 – 16) .
Un ser humano asì es el màs excelente resultado de la experticia divina, es relato de Dios, llevado por El a su momento y proceso de máxima definición en la persona histórica de Jesùs de Nazareth, en quien los cristianos reconocemos al Señor Jesucristo, plenitud de la historia, consumación de todo el proyecto salvador del Padre.
Còmo lo hace? Es muy saludable recordar de entrada que la realeza de Jesùs, su condición de rey, no tiene nada que ver con los criterios y determinaciones humanos de poder y de dominación: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis soldados habrìan peleado para que no me entregaran a los judíos. Pero mi reino no es de aquí” (Juan 18:36), es la respuesta de Jesùs a Poncio Pilato, cuando le llevan ante èl los judíos, acusándolo de subversivo, usurpador, blasfemo, hereje.
 Durante el tiempo histórico conocido como régimen de cristiandad la Iglesia entendió que su misión la llamaba a estar presente en todo con un estilo de autoridad mundana, en clara alianza del trono y del altar, haciendo alianzas políticas y militares, adquiriendo grandes privilegios, incluidos los económicos, influyendo en el nombramiento de reyes y poderosos, mandando en la conciencia de los individuos, disfrutando de posesiones temporales. Todo esto, gracias a Dios, se ha ido superando aunque todavía quedan permanencias de esa mentalidad, totalmente antievangélica, diametralmente opuesta al proyecto de Jesùs.
Jesùs anuncia el reino, y empieza a realizarlo. Este es un nuevo orden de vida fundamentado en Dios, inspirado por su gran proyecto que reside en el espíritu de las bienaventuranzas, exalta el servicio, la solidaridad, el trabajo por la paz, la dignidad de los pobres, la pasión por la justicia, la negativa al vano honor del mundo, la vida humilde y sencilla, la construcción de un mundo fraterno e incluyente, el sentido de las trascendencia de los seres humanos hacia el Padre, y de este hacia los humanos, encarnando este dinamismo en su persona, sin vanagloria, sin destellos de espectáculo pomposo, en cruz y en humillación.
Eso es lo que significa la expresión “mi reino no es de este mundo”,  programa que se deshace del prestigio entendido mundanamente, y adopta la pequeñez, el abajamiento (kenosis en San Pablo), la desposesión, la entrega total de la vida, el ser pobre con los últimos del mundo. Propuesta que para muchos resulta escandalosa, contrastante, y que muy a menudo en ámbitos de la iglesia misma ha sido rechazada y escarnecida.
En el crudo interrogatorio que hace Pilatos a Jesùs surge el asunto crucial de la verdad: “Le dijo Pilato: entonces, tù eres rey? Jesùs le contestò: tù lo dices. Yo soy rey: para eso he nacido, para eso he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Quien està de parte de la verdad escucha mi voz. Le dice Pilato: què es la verdad?” (Juan 18: 37 – 38).
Es la verdad de Dios en el ser humano, en su dignidad, en su condición de creatura necesitada de un significado definitivo, en la grandeza con la que Dios se expresa en cada persona. Asì , recordamos la encíclica programática de  Juan Pablo II, a los pocos meses de iniciado su ministerio de Obispo de Roma, “Redemptor Hominis”, en la que el papa Wojtyla formulò la antropología teológica y el humanismo  caracterìsticos del servicio evangelizador de la Iglesia y de su pastoreo, en los crudos contextos de la guerra fría, del capitalismo salvaje, de la carrera armamentista, de la demencia del mercantilismo y de la economía que supedita al hombre, de la barbarie de las interminables guerras en las que el mundo siempre se està implicando, en ejercicio de la pecaminosa demencia del poder.
 Esta es la verdad de la que Jesùs es el testigo mayor, la verdad de su realeza y de su reinado.
Tal es la plenitud de la historia en la revelación cristiana, hecho que no es algo que empieza después de la muerte física. Està inaugurado por Jesùs en este tiempo de salvación, que designamos con la palabra griega “kairòs”, con la que se designa la intervención salvadora y liberadora de Dios en la persona del Señor Jesucristo, y cuando muchos seres humanos libremente deciden acoger tal oferta como estructurante esencial de su vida.
Asì son los que viven evangélicamente, humanamente, los que luchan por la afirmación del ser humano digno y libre, los que trabajan por la paz y por la justicia, los que no se dejan seducir por los halagos del dinero y de la soberbia, los que construyen comunidad y fraternidad, los que se entregan misericordiosa y solidariamente al servicio de los hermanos, los que restituyen su valor a los humillados por los vanos ajetreos de poderes y poderosos.
Y, en ese dinamismo histórico, està contenida la gran proyección de eternidad que es reconocida por el autor del Apocalipsis: “Y de parte de Jesucristo, el testigo fidedigno, el primogénito de los muertos, el señor de los reyes del mundo. Al que nos ama y nos librò con su sangre de nuestros pecados, e hizo de nosotros un reino, sacerdotes de su padre Dios, a El la gloria y el poder por los siglos de los siglos.Amèn” (Apocalipsis 1: 5 – 6).
En este orden de cosas estamos llamados a vivir con esperanza, y a construir la historia con perspectiva de eternidad, siguiendo a Aquel que dice: “Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios” (Apocalipsis 1: 8).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog