domingo, 10 de julio de 2016

COMUNITAS MATUTINA 10 DE JULIO DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO

Cuàl de esos tres te parece que se hizo prójimo del hombre asaltado por los bandidos? El maestro de la ley contestò: el que tuvo compasión de èl. Jesùs le dijo: pues ve y haz tù lo mismo”
(Lucas 10: 36 – 37)
Lecturas:
1.   Deuteronomio 30: 10 – 14
2.   Salmo 18: 8 – 11
3.   Colosenses 1: 15 – 20
4.   Lucas 10: 25 – 37
Uno de los asuntos cruciales en la humanidad y particularmente en el ámbito de las convicciones religiosas es la relación entre las leyes que proceden de las mismas y la libertad para vivir en el amor de Dios y en el de los prójimos, vìnculo que a menudo se manifiesta como oposición en la medida en que muchos consideran que el cumplimiento de las normas visto escuetamente se puede convertir en impedimento para que florezca la libertad autèntica que Dios propicia en sus creyentes.
Este tema es núcleo del libro bíblico del Deuteronomio, del que procede la primera lectura de este domingo, integrante del conjunto llamado Pentateuco (Gènesis, Exodo, Levìtico, Nùmeros,Deuteronomio), que articula los relatos originales de la fe de Israel con el corpus legislativo de la misma, conocido entre ellos como la Torah.
La palabra Deuteronomio significa segunda ley, es un texto que se produce dentro de un gran esfuerzo de los profetas por renovar la vida espiritual de los israelitas, anquilosada por la cantidad de preceptos y observancias rituales vividas de modo exterior sin comprometer ni la conversión del corazón ni la apertura solidaria  a los requerimientos del prójimo necesitado e injustamente tratado por los mismos practicantes de esa normativa.
Central en el mensaje de este quinto libro del Pentateuco es la ley  que està inscrita  por Dios en nosotros, invitándonos a  un discernimiento juicioso que nos llevarà a descubrirla y a apropiarla para orientar nuestra conducta.
Esta sucinta contextualización nos ayuda a entender mejor el espíritu de la primera lectura: “Este mandamiento que hoy les doy no es demasiado difícil para ustedes, ni està fuera de su alcance…” (Deuteronomio 30: 11), y “Al contrario, el mandamiento està muy cerca de ustedes; està en sus labios y en su pensamiento, para que puedan cumplirlo” (Deuteronomio 30: 14).
Quiere decir el texto que la voluntad de Dios no es un reglamento  propuesto desde fuera, extraño al ser humano, determinado por una autoridad distante y – si se quiere – antipática y onerosa. Està grabada por el Espìritu en el corazón de las personas, y cuando estas se hacen conscientes de ella y la asumen con plena responsabilidad deviene en un despliegue del autèntico ser humano.
Queremos subrayar este último  aspecto, porque aquí reside la clave de un cambio sustancial de actitud ante las formulaciones legales, y  ante las determinaciones que nos comprometen como creyentes, y es, en síntesis, la gran posibilidad de asumirlas desde nuestra interioridad cambiándoles la pesadez del mandato exterior por la convicción vivida en amor y libertad.
Si vamos a los profetas de aquel  tiempo,  encontraremos plasmada esta mentalidad, a menudo revestida de una gran severidad por parte de ellos cuando confrontan las pràcticas religiosas de sus contemporáneos como vacias de contenido existencial, de sentido de justicia y de referencia al prójimo: “Cuando ustedes levantan las manos para orar, yo aparto mis ojos de ustedes; y aunque hacen muchas oraciones, yo no las escucho. Tienen las manos manchadas de sangre. Làvense, lìmpiense! Aparten de mi vista sus maldades! Dejen de hacer el mal! Aprendan a hacer el bien, esfuércense en hacer lo que es justo, ayuden al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan los derechos de la viuda” (Isaìas 1: 15 – 17).
Son palabras de una dureza fuera de lo común, en las que brilla la indignación de Dios mediada en sus profetas, y la invitación a referir  esa religiosidad al prójimo requerido de reconocimiento en su dignidad.
Una consideración asì  nos entronca con la cuestión  capciosa que plantea un maestro de la ley a Jesùs, con la que empieza el evangelio de Lucas, propuesto por la Iglesia para este domingo: “Un maestro de la ley fue a hablar con Jesùs, y para ponerlo a prueba le preguntò: Maestro, què debo hacer para alcanzar la vida eterna? Jesùs le contestò: Què està escrito en la ley? Què es lo que lees? El maestro de la ley contestò: Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y ama a tu prójimo como a tì mismo. Jesùs le dijo: has contestado bien. Si haces eso, tendràs la vida. Pero el maestro de la ley, queriendo justificar su pregunta, dijo a Jesùs: Y quièn es mi prójimo?” (Lucas 10: 25 – 29) . La respuesta certera de Jesùs es la parábola del Buen Samaritano,  núcleo de nuestra reflexión de hoy.
La projimidad incondicional es el criterio de religiosidad que Jesùs plantea en esta parábola, poniendo en tela de juicio el judaísmo milimétrico de aquellos tiempos, que disponía de 613 mandamientos, de los que 365 eran prohibiciones y  248 preceptos, dato que expresa con elocuencia los extremos legalistas a los que habían llegado, convirtiéndose en verdadera carga , reveladora de total estrechez y nula percepción del amor liberador de Dios.
No basta con ser religioso, el autèntico contenido de esto es practicar el amor al prójimo hasta los últimos extremos que se nos pidan, incluyendo el de dar la vida de manera cruenta. Cabe recordar que en el Antiguo Testamento sòlo se tenìan como prójimos a los del propio pueblo, los demás eran o enemigos o simplemente extraños, y no merecían el beneficio de la solidaridad. La pregunta maliciosa del maestro de la ley està impregnada de esta pobre mentalidad!
Pero no hagamos de esto un asunto de arqueología bíblica, vayamos a nosotros, a nuestras realidades de hoy. Por ejemplo, cuando nos limitamos a la caridad asistencial, a dar cosas que ya no utilizamos, a menudo en muy mal estado, porque “como son para pobres” no importa.
Este asistencialismo elude la responsabilidad del compromiso con el prójimo. Cuàntas rifas, banquetes, donaciones, limosnas, que se realizan simplemente para lavar la conciencia, sin rostros reales de prójimos que esperan el reconocimiento de su dignidad y de sus derechos! Cuàntas misas y devociones vacìas de fraternidad! Cuànto fariseísmo en todo esto!
Jesùs rompe con tal esquema en su parábola del Buen Samaritano. Para el sacerdote y el levita que pasaron de largo la primacía de su vida està en el riguroso cumplimiento de sus leyes y de su culto, por eso dieron un rodeo y siguieron adelante, evadiendo por completo el ejercicio de la misericordia.
En feliz y comprometida oposición, el samaritano revela que su prioridad es el servicio al prójimo caìdo, sin reservas ni medidas de ninguna clase, es el amor hasta el extremo: “Pero un hombre de Samaria, que viajaba por el mismo camino, al verlo, sintió compasión. Se acercò a èl, le curò las heridas con  aceite y vino, y le puso vendas. Luego lo subió en su propia cabalgadura, lo llevò a un alojamiento y lo cuidò” (Lucas 10: 33 – 34).
Este samaritano lleva la ley escrita en su corazón, y la vive desmedidamente, pero sus contemporáneos judíos lo tienen por maldito y excomulgado del culto oficial de Israel, porque no cumple con las formalidades emanadas del templo de Jerusalèn y de las sinagogas. Escandaloso contraste: los religiosos “oficiales”, que están en regla con la ley y con el culto, evaden al prójimo malherido,  pero este hombre, que no es formalmente religioso según ellos, actuó como Dios: con compasión y con misericordia!
El prójimo se nos impone dramáticamente, es el que nos necesita, y tiene rostros y demandas muy concretos. Con èl se rompen las programaciones y los mandamientos legales, y se abre el camino del servicio, de la solidaridad como proyecto de vida, del inclinarse amorosamente para servirlo, reconstruìrlo, reconocerlo, brindarle esperanza, afecto, cercanìa, dignidad.
La creación y las creaturas son la sacramentalidad de Dios. El prójimo es presencia de Dios, genuino camino hacia El. Dejemos de lado las religiosidades verticales, sin amor ni conversión, para relacionarnos con tantos seres humanos humillados y ofendidos como producto de las injusticias de muchos hombres y mujeres, a menudo profundamente religiosos y precariamente fraternales.
 Como Jesùs, amamos al Padre  en la medida en que amamos a sus creaturas, viviendo la ética del cuidado, como lo hizo el samaritano, y como lo hacen en nuestros días tantas personas, unas creyentes, otras no, movidas por el màs exquisito humanismo, garantía de confianza en las posibilidades de la genuina humanidad, no la que se mueve en la abundancia egoísta, sino la que se despoja de su comodidad para hacerse próxima de los millones de gentes afectadas por las determinaciones políticas y económicas de gobiernos y empresas, àvidos de poder y de ganancia, perdedores en materia de solidaridad.
La ética de la projimidad define el comportamiento de Jesùs y es imperativa para quien se tome en serio su seguimiento. Ante esto,  damos rodeos ante el dolor ajeno? Con nuestra habitual sofisticación argumentativa, evadimos con justificaciones “bondadosas” el clamor de los pobres del mundo? Nos preciamos de buenos cristianos por unos donativos ocasionales que hacemos sin estar referidos a prójimos reales?
La herencia de la vida eterna no la vamos a lograr con el cumplimiento de intrincadas normas, de proliferación de piedades individuales, de rezos sin amor. Es el hermano doliente, en quien Dios nos reclama el culto y la ley verdaderas, y los inscribe en nuestro corazón, donde està la garantía de la trascendencia, del paso a la plenitud.

En Colombia, país donde la mayoría de sus habitantes son cristianos, viene un proceso de paz, de reconciliación, que tiene en el carácter esencial de la projimidad al estilo de Jesùs un reto en el que se va a jugar la legitimidad de nuestras convicciones, si somos hijos y hermanos simultáneamente, aptos para hacer viable una sociedad justa, incluyente, en la que seamos humildemente “sal de la tierra y luz del mundo”. 

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