domingo, 17 de julio de 2016

COMUNITAS MATUTINA 17 DE JULIO DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO


“Marta, te preocupas y agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. Marìa ha elegido la mejor parte que no le será quitada
(Lucas 10: 41 – 42)
Lecturas:
1.   Gènesis 18: 1 – 10
2.   Salmo 14: 2 – 5
3.   Colosenses 1: 24 – 28
4.   Lucas 10: 38 – 42
Comenzamos esta reflexión de hoy con la indignación y el inmenso dolor que nos causan los trágicos hechos de las últimas semanas: un joven campesino colombiano muerto por un proyectil “perdido” (?) durante las manifestaciones del paro de camioneros en el departamento de Boyacà, màs de 300 muertos en Bagdad, 49 en Orlando, 84 en Niza (Francia), la geografía del horror se esparce por todo el mundo, cruzada brutal de la intolerancia y del deseo perverso de ensañarse con la humanidad inocente.
Aspiramos a que la respuesta cristiana sea pertinente, liberadora, capaz de sanar tantos dolores y maltratos, y para ello hemos de acudir a aquellos elementos màs originales de  nuestra identidad que, por supuesto, son propios del proyecto de Jesùs.
Se trata de escuchar a Dios en las realidades de la historia, de contemplar su misterio salvador en los contextos de nuestra existencia, de cultivar en El el sentido sagrado de las creaturas, de la vida, y de comprometernos responsablemente en el cuidado y defensa de la misma.
Segùn la revelación bíblica, la escucha de Dios se practica en la historia, en la experiencia de individuos y comunidades. Desde los tiempos del Concilio Vaticano II y de las nuevas tendencias de la teología y de la pastoral, se acuñò la expresión “signos de los tiempos” para expresar aquellas evidencias màs constantes en las que se perciben las  tendencias  dominantes de la humanidad en determinados momentos de la historia.
Para señalar un ejemplo elocuente, este tèrmino hallò especial carta de ciudadanía en la II Asamblea General de los Obispos de Amèrica Latina, en Medellìn (agosto de 1968), inaugurada por el Papa Pablo VI, en la que se examinaron con òptica creyente las situaciones de pobreza, injusticia, marginalidad, como desafíos prioritarios para proponer un nuevo modo de pràctica eclesial en nuestro continente.
 Asì surge la  Teologìa de la Liberaciòn, con formulaciones conceptuales e implicaciones pastorales de opción preferencial por los pobres, fundamentándose en las raíces bíblicas de la liberación, acudiendo a la mediación de las ciencias sociales, y proponiendo una acción pastoral promotora de la dignidad humana y de la inclusión social en clave evangélica, sin desconocer en lo màs mínimo la trascendencia definitiva del ser humano en Dios.
Hoy les proponemos mirar en el relato de Genèsis 18 y en el de Lucas 10, una invitación a escuchar a Dios en estos clamores de vida, de justicia, de dignidad, que se manifiestan en estas continuas e inaceptables tragedias de la reiterada marginación de millones de seres humanos en el mundo, de migración forzada en búsqueda de mejores oportunidades, de brutales asesinatos como los que suceden a menudo en Amèrica Latina y en Africa, las dolorosas realidades de Bagdad, Orlando, Niza, Estambul, y demás lugares donde se atenta contra la vida de tantos hermanos nuestros.
Una explicación, que se puede asignar a todos los tiempos de la historia, es la del hondo vacío espiritual y humano que afecta a muchos sectores de la sociedad mundial. Consumismo desmedido, cultura del bienestar, afección desordenada al poder, fundamentalismo político – religioso, intolerencia y desconocimiento de lo diferente, absolutización perversa de algunas pretendidas “verdades”, son síntomas de lesiones gravísimas en el corazón humano, carente de interioridad, de sentido de la compasión y de la solidaridad, del respeto por la vida en todas sus formas.
Muchos de los ámbitos del mundo moderno tienen experiencia de intenso trabajo y productividad, de ganancia del dinero y consumo enloquecido como vano intento de una felicidad que no viene con esto, de vida fácil  temerosa de la abnegación y el sacrificio, de desconfianza de los grandes relatos constitutivos de los ideales de la humanidad , ausencia de Dios y del prójimo, sustituìdos por tantas y tan precarias idolatrìas.
El genuino sentido de la escucha de Dios no es, como se suele creer en tantos medios sociales, una renuncia a la libertad y a la dignidad, o el ingreso en un modo de vida timorato y retraìdo de la historia. Escuchar a Dios equivale a escuchar lo màs profundo y decisivo de la condición humana.
El relato de la teofanìa (manifestación de Dios) de Mambrè – que nos trae la primera lectura de hoy  -  es elocuente en este sentido,  presentándonos  el saludable afán de Abrahàn y  de su esposa Sara por acoger con delicadeza a Yahvè y a sus enviados: “Señor mìo, si te he caìdo en gracia, no pases de largo cerca de tu servidor. Que traigan un poco de agua, se lavan los pies y se recuestan bajo este árbol. Yo irè a traer un bocado de pan; asì repondrán las fuerzas. Luego ya seguirán su camino, que para eso han acertado a pasar a la vera de este camino” (Gènesis 18: 3 – 5).
La gratuita retribución para esta hospitalidad se traduce en una bendición de Dios, que es la fecundidad para Abrahàn y Sara, expectantes de un hijo: “Volverè sin falta a tì, pasado el tiempo de un embarazo, y para entonces tu mujer Sara tendrá un hijo” (Gênesis 18: 10). En el Antiguo Testamento, señal privilegiada del favor de Dios era la llegada de los hijos, considerados las mayores bendiciones del Señor. Escuchar a Dios, hace acreedor a quien lo practica, de una vida digna, fértil, amorosa, feliz, libre, sana, fraternal, solidaria.
Por la anterior razón, encontramos tan bellamente pertinente lo que dice el salmo 14: “Yahvè, quièn vivirà en tu tienda? Quièn habitarà en tu monte santo? El de conducta ìntegra que actùa con rectitud, que es sincero cuando piensa y no calumnia con su lengua; que no daña a conocidos ni agravia a su vecino” (Salmo 14: 1 – 3).
El texto de Lucas, la escena de Jesùs con las hermanas Marta y Marìa, se ha tomado como argumento evangélico para contraponer la vida activa y la vida contemplativa, dando la prioridad a esta última. Esto es totalmente ajeno a la mente de Jesùs. El relato està enmarcado en el contexto del viaje a Jerusalèn, que intenta determinar el perfil de aquellos que deseaban seguir a Jesùs, y marca la  intención de còmo El quiere formar a sus discípulos y a todos los interesados en su mensaje.
En los primeros siglos de la historia cristiana,  una fuerte tendencia afirmó que la perfección del seguimiento de Jesùs se daba viviendo fuera del mundo, negando el mundo, la encarnaciòn en el mismo, ahì surgieron los anacoretas y los ermitaños. Debemos afirmar que, inspirados en el Evangelio, este no es el propòsito de Jesùs, desde El estamos llamados a insertarnos en la realidad, a tener un compromiso que  se traduzca en una transformación de lo injusto, egoísta y pecaminoso, para que brille el espíritu de projimidad, de vida justa, de bienaventuranza, de acogida de los unos por los otros, de convivencia dentro de un saludable pluralismo, de vida con espíritu.
Cuando Jesùs dice, viendo el trajín domèstico de Marta: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. Marìa ha elegido la mejor parte, que no le será quitada” (Lucas 10: 41 – 42), està queriendo decir que la vida activa, el ejercicio de la misión, el apostolado, el servicio, se alimentan en la màs densa contemplación, escuchar a Dios en el silencio de la oración y del discernimiento, pero no desprecia en lo màs mínimo el carácter generoso de Marta, que està evidenciado su sentido de la acogida, tan cercano a los afectos de Jesús.
No puede haber autèntica contemplación que no se implique en la acción y que no se alimente de esta, ni aquella que alimente toda la misionalidad y acción pastoral, la solidaridad en sus muchas expresiones, las pràcticas para hacer del mundo el mejor lugar para todos. Ni espiritualismo desencarnado, ni activismo desaforado!
Pablo vive con bastante plenitud esta experiencia de misión y existencia contemplativa, como nos lo comunica en la segunda lectura: “Ahora me alegro de los padecimientos que he soportado por ustedes, y completo en mi cuerpo lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia. De ella he llegado a ser ministro, conforme a la misión que Dios me concedió en favor de ustedes: dar cumplimiento a la palabra de Dios, al misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos” (Colosenses 1: 24 – 26).
En medio de este mundo tan pagado de sì mismo, vanidoso y arrogante, arrodillado indignamente ante el dinero y el poder, despectivo con la vida libre y justa, ignorante de los apremios de tantos hombres y mujeres que reclaman su legìtimo derecho a la dignidad, escuchar a Dios en la densidad del misterio contemplativo es capacitarse para las mejores y màs comprometidas acciones de justicia, de solidaridad, de misericordia y acogida, uniéndonos creyentes y no creyentes, con talante ecuménico, para significar que ni el oro ni el poder nos llenan, que nuestra vida tiene sed de Dios, que es – inevitablemente – sed de humanidad. 

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