“Marta,
te preocupas y agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de
una sola. Marìa ha elegido la mejor parte que no le será quitada”
(Lucas 10: 41 – 42)
Lecturas:
1.
Gènesis 18: 1 – 10
2.
Salmo 14: 2 – 5
3.
Colosenses 1: 24 – 28
4.
Lucas 10: 38 – 42
Comenzamos
esta reflexión de hoy con la indignación y el inmenso dolor que nos causan los
trágicos hechos de las últimas semanas: un joven campesino colombiano muerto
por un proyectil “perdido” (?) durante las manifestaciones del paro de
camioneros en el departamento de Boyacà, màs de 300 muertos en Bagdad, 49 en
Orlando, 84 en Niza (Francia), la geografía del horror se esparce por todo el
mundo, cruzada brutal de la intolerancia y del deseo perverso de ensañarse con
la humanidad inocente.
Aspiramos
a que la respuesta cristiana sea pertinente, liberadora, capaz de sanar tantos
dolores y maltratos, y para ello hemos de acudir a aquellos elementos màs
originales de nuestra identidad que, por
supuesto, son propios del proyecto de Jesùs.
Se
trata de escuchar a Dios en las realidades de la historia, de contemplar su
misterio salvador en los contextos de nuestra existencia, de cultivar en El el
sentido sagrado de las creaturas, de la vida, y de comprometernos
responsablemente en el cuidado y defensa de la misma.
Segùn
la revelación bíblica, la escucha de Dios se practica en la historia, en la
experiencia de individuos y comunidades. Desde los tiempos del Concilio
Vaticano II y de las nuevas tendencias de la teología y de la pastoral, se
acuñò la expresión “signos de los tiempos” para expresar aquellas evidencias màs
constantes en las que se perciben las tendencias dominantes de la humanidad en determinados
momentos de la historia.
Para
señalar un ejemplo elocuente, este tèrmino hallò especial carta de ciudadanía
en la II Asamblea General de los Obispos de Amèrica Latina, en Medellìn (agosto
de 1968), inaugurada por el Papa Pablo VI, en la que se examinaron con òptica
creyente las situaciones de pobreza, injusticia, marginalidad, como desafíos
prioritarios para proponer un nuevo modo de pràctica eclesial en nuestro
continente.
Asì surge la Teologìa de la Liberaciòn, con
formulaciones conceptuales e implicaciones pastorales de opción preferencial
por los pobres, fundamentándose en las raíces bíblicas de la liberación,
acudiendo a la mediación de las ciencias sociales, y proponiendo una acción
pastoral promotora de la dignidad humana y de la inclusión social en clave
evangélica, sin desconocer en lo màs mínimo la trascendencia definitiva del ser
humano en Dios.
Hoy
les proponemos mirar en el relato de Genèsis 18 y en el de Lucas 10, una
invitación a escuchar a Dios en estos clamores de vida, de justicia, de
dignidad, que se manifiestan en estas continuas e inaceptables tragedias de la
reiterada marginación de millones de seres humanos en el mundo, de migración
forzada en búsqueda de mejores oportunidades, de brutales asesinatos como los
que suceden a menudo en Amèrica Latina y en Africa, las dolorosas realidades de
Bagdad, Orlando, Niza, Estambul, y demás lugares donde se atenta contra la vida
de tantos hermanos nuestros.
Una
explicación, que se puede asignar a todos los tiempos de la historia, es la del
hondo vacío espiritual y humano que afecta a muchos sectores de la sociedad
mundial. Consumismo desmedido, cultura del bienestar, afección desordenada al
poder, fundamentalismo político – religioso, intolerencia y desconocimiento de
lo diferente, absolutización perversa de algunas pretendidas “verdades”, son
síntomas de lesiones gravísimas en el corazón humano, carente de interioridad,
de sentido de la compasión y de la solidaridad, del respeto por la vida en
todas sus formas.
Muchos
de los ámbitos del mundo moderno tienen experiencia de intenso trabajo y
productividad, de ganancia del dinero y consumo enloquecido como vano intento
de una felicidad que no viene con esto, de vida fácil temerosa de la abnegación y el sacrificio, de
desconfianza de los grandes relatos constitutivos de los ideales de la
humanidad , ausencia de Dios y del prójimo, sustituìdos por tantas y tan
precarias idolatrìas.
El
genuino sentido de la escucha de Dios no es, como se suele creer en tantos
medios sociales, una renuncia a la libertad y a la dignidad, o el ingreso en un
modo de vida timorato y retraìdo de la historia. Escuchar a Dios equivale a
escuchar lo màs profundo y decisivo de la condición humana.
El
relato de la teofanìa (manifestación de Dios) de Mambrè – que nos trae la
primera lectura de hoy - es elocuente en este sentido, presentándonos el saludable afán de Abrahàn y de su esposa Sara por acoger con delicadeza a
Yahvè y a sus enviados: “Señor mìo, si te he caìdo en gracia, no
pases de largo cerca de tu servidor. Que traigan un poco de agua, se lavan los
pies y se recuestan bajo este árbol. Yo irè a traer un bocado de pan; asì
repondrán las fuerzas. Luego ya seguirán su camino, que para eso han acertado a
pasar a la vera de este camino” (Gènesis 18: 3 – 5).
La
gratuita retribución para esta hospitalidad se traduce en una bendición de
Dios, que es la fecundidad para Abrahàn y Sara, expectantes de un hijo: “Volverè
sin falta a tì, pasado el tiempo de un embarazo, y para entonces tu mujer Sara
tendrá un hijo” (Gênesis 18: 10). En el Antiguo Testamento, señal
privilegiada del favor de Dios era la llegada de los hijos, considerados las
mayores bendiciones del Señor. Escuchar a Dios, hace acreedor a quien lo
practica, de una vida digna, fértil, amorosa, feliz, libre, sana, fraternal,
solidaria.
Por
la anterior razón, encontramos tan bellamente pertinente lo que dice el salmo
14: “Yahvè,
quièn vivirà en tu tienda? Quièn habitarà en tu monte santo? El de conducta
ìntegra que actùa con rectitud, que es sincero cuando piensa y no calumnia con
su lengua; que no daña a conocidos ni agravia a su vecino” (Salmo 14: 1
– 3).
El
texto de Lucas, la escena de Jesùs con las hermanas Marta y Marìa, se ha tomado
como argumento evangélico para contraponer la vida activa y la vida
contemplativa, dando la prioridad a esta última. Esto es totalmente ajeno a la
mente de Jesùs. El relato està enmarcado en el contexto del viaje a Jerusalèn,
que intenta determinar el perfil de aquellos que deseaban seguir a Jesùs, y
marca la intención de còmo El quiere
formar a sus discípulos y a todos los interesados en su mensaje.
En
los primeros siglos de la historia cristiana, una fuerte tendencia afirmó que la perfección
del seguimiento de Jesùs se daba viviendo fuera del mundo, negando el mundo, la
encarnaciòn en el mismo, ahì surgieron los anacoretas y los ermitaños. Debemos
afirmar que, inspirados en el Evangelio, este no es el propòsito de Jesùs,
desde El estamos llamados a insertarnos en la realidad, a tener un compromiso
que se traduzca en una transformación de
lo injusto, egoísta y pecaminoso, para que brille el espíritu de projimidad, de
vida justa, de bienaventuranza, de acogida de los unos por los otros, de
convivencia dentro de un saludable pluralismo, de vida con espíritu.
Cuando
Jesùs dice, viendo el trajín domèstico de Marta: “Marta, Marta, te preocupas y te
agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. Marìa
ha elegido la mejor parte, que no le será quitada” (Lucas 10: 41 – 42),
està queriendo decir que la vida activa, el ejercicio de la misión, el
apostolado, el servicio, se alimentan en la màs densa contemplación, escuchar a
Dios en el silencio de la oración y del discernimiento, pero no desprecia en lo
màs mínimo el carácter generoso de Marta, que està evidenciado su sentido de la
acogida, tan cercano a los afectos de Jesús.
No
puede haber autèntica contemplación que no se implique en la acción y que no se
alimente de esta, ni aquella que alimente toda la misionalidad y acción
pastoral, la solidaridad en sus muchas expresiones, las pràcticas para hacer
del mundo el mejor lugar para todos. Ni espiritualismo desencarnado, ni
activismo desaforado!
Pablo
vive con bastante plenitud esta experiencia de misión y existencia
contemplativa, como nos lo comunica en la segunda lectura: “Ahora
me alegro de los padecimientos que he soportado por ustedes, y completo en mi
cuerpo lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su cuerpo, que
es la Iglesia. De ella he llegado a ser ministro, conforme a la misión que Dios
me concedió en favor de ustedes: dar cumplimiento a la palabra de Dios, al
misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus
santos” (Colosenses 1: 24 – 26).
En
medio de este mundo tan pagado de sì mismo, vanidoso y arrogante, arrodillado
indignamente ante el dinero y el poder, despectivo con la vida libre y justa,
ignorante de los apremios de tantos hombres y mujeres que reclaman su legìtimo
derecho a la dignidad, escuchar a Dios en la densidad del misterio
contemplativo es capacitarse para las mejores y màs comprometidas acciones de
justicia, de solidaridad, de misericordia y acogida, uniéndonos creyentes y no
creyentes, con talante ecuménico, para significar que ni el oro ni el poder nos
llenan, que nuestra vida tiene sed de Dios, que es – inevitablemente – sed de
humanidad.
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