“Asì también ustedes,
cuando ya hayan cumplido todo lo que Dios les manda, deberán decir: Somos
servidores inútiles, porque no hemos hecho màs que cumplir con nuestra
obligación”
(Lucas
17: 10)
Lecturas:
1.
Habacuc 1: 2 – 3 y 2: 2 – 4
2.
Salmo 94: 1 – 9
3.
2 Timoteo 1: 6 – 8 y 13 – 14
4.
Lucas 17: 5 – 10
Como es habitual en El,
Jesùs nos manda a revisar en profundidad mentalidades y actitudes relativas a
asuntos esenciales de la vida, y lo hace con lenguaje desafiante, para indicar
la densidad de lo que està planteando. Asì,en las lecturas de hoy, la de Lucas,
precedida por la de Habacuc, se nos remite a la realidad de la fe, cuestionando
las comprensiones deficientes que tenemos de ella.
En la revelación
bíblica la fe no consiste en el asentimiento a una serie de definiciones
doctrinales, esta es algo mucho màs
radical y decisivo, se trata de la confianza en alguien, de depositar la
garantía de la propia vida en una o en varias personas, comprometiendo la
totalidad del ser y del quehacer en este acto, que también exige la fidelidad
como actitud de permanente recreación de esa confianza.
Vamos por partes y
entremos a comprender lo que se expresa en el texto del profeta Habacuc: “Hasta
cuando, Yahvè, pedirè auxilio, sin que tù escuches, clamarè a tì: violencia! ,
sin que tù salves? Por què me haces ver la iniquidad, mientras tù miras la
opresión?” (Habacuc 1: 2 – 3), angustioso clamor que nos pone frente a
la gran pregunta que surge cuando en el mundo se dan tantos males e
injusticias, principalmente en contra de inocentes, inquietud que està en la
raíz de muchos desarrollos del pensamiento, algunos de ellos tomados por el
sentimiento trágico de la vida.
De inmediato nuestra
sensibilidad recorre los escenarios trágicos de la humanidad, como estos que
hemos vivido en Colombia durante tantos años, propiciados por grupos de
personas que recurren a la violencia para eliminar a quien piensa o cree
distinto, para ejercer retaliación por otros crímenes, para presionar a las
autoridades a tomar un determinado tipo de decisiones, para afianzar poder y
demostrar superioridad, unas y otras autènticas encarnaciones del mal, hechas
penosa realidad en comunidades donde la mayoría de sus integrantes son
creyentes y buenas personas.
Vuelve a nosotros el
drama existencial de Job, que simboliza el sufrimiento del inocente, la
tentación de capitular y renunciar a la fe y a la esperanza, culpar a Dios de
lo que es responsabilidad humana y caer en un permanente estado de desencanto y
sin sentido. Este es uno de los grandes núcleos de realidad que nos presenta la
revelación bíblica, haciendo eco a lo que es vivenciado por casi todos en la
humanidad.
No es la resignación de víctimas que sucumben ante
estas tragedias , lo que propone la lógica de la fe genuina , sino la confianza
en ese Dios único y personal, en quien se encuentra la capacidad para afrontar
de modo transformador la adversidad, el fracaso, la enfermedad, la injusticia,
el mal en sus múltiples concreciones, la muerte.
Esto último es lo que hace decir al profeta: “Sucumbirà
quien no tiene el alma recta, mas el justo por su fidelidad vivirà”
(Habacuc 2: 4). Vamos aquí a hacer memoria de nuestras penurias, de los
momentos de crisis y oscuridad, de las carencias que parecen no tener
respuesta, de la conciencia y experiencia de la muerte, pero principalmente de la forma como hemos encarado estas
situaciones lìmite de la existencia.
La última palabra sobre
la vida de los humanos no la tienen los señores de la muerte, ni los
provocadores de injusticias y destrucciones, aunque en determinado momento su
poder parezca avasallador y ganancioso. Lo decisivo para nosotros proviene de
Dios, señor de la historia, quien gratuitamente nos dota de la capacidad
creyente, del estilo fuerte para cambiar el significado de lo trágico y mortal
en señales de vida y de esperanza, a partir de la confianza radical en El.
Estas consideraciones
nos llevan directamente a lo que suscita el texto que nos trae hoy el relato de
Lucas: “Dijeron los apóstoles al Señor: auméntanos la fe. El Señor respondió:
si tuvieran una fe como un grano de mostaza, habrìan dicho a este sicomoro:
arràncate y plántate en el mar, y les habrìa obedecido” (Lucas 17: 5 –
6). Con esto da pie a una amonestación que cuestiona el poner la seguridad en
las buenas obras y en las pràcticas religiosas, en cuanto acumulación de
mèritos y autojustificaciòn, para abrir la puerta a la confianza en Dios, tema
reiterado en los exigentes retos que Jesùs pone a los fariseos y similares.
Los que se pasan la
vida acumulando mèritos no confían en Dios sino en sì mismos, mentalidad que
también està presente en sus discípulos directos, a quienes se dirige en primer
tèrmino este desafío. Igualmente, la parábola del servidor cuya única
obligación es cumplir con lo mandado sin mèrito alguno, también es una crìtica
a este tipo de personas que sòlo confían en la observancia de la ley como única
alternativa de salvación. Es el eterno dilema entre la fe y las obras, asunto
clave que ocupò las reflexiones y la espiritualidad de aquel fraile alemán Martìn
Lutero (1483 – 1546), cuyas inquietudes finalmente derivaron en lo que
conocemos como la Reforma Protestante, en cuya base està el esfuerzo por
recuperar el sentido legìtimo de la fe como
confianza en Dios, de donde proviene la justicia gratuita y nunca recompensadora de
cumplimientos y observancias.
De esta manera, somos
conducidos a descubrir lo que realmente
somos, ir al fondo de nuestro ser como gran ejercicio de confianza, despojarnos
de màscaras y apariencias para entrar confiados en el misterio de nuestra
humanidad, experiencia que a su vez nos permite entrar en el espacio de Dios en
cuanto principio y fundamento de todo lo que somos y hacemos.
En la respuesta que da
Jesùs quiere dar a entender que la petición que le hacen los discípulos està
mal planteada. No se trata de cantidad sino de autenticidad. El no les podía
aumentar la fe porque no la tenìan ni en su màs mínima expresión, esta tiene
que crecer desde dentro, y para ello pone el ejemplo sencillísimo del grano de
mostaza, comparación que nos pone en contacto con las realidades germinales de
la vida, que son asì de simples y por lo mismo contenedoras potenciales de una
nueva manera ser en Dios.
Lo que Jesùs les dice
no està referido a una promesa de poderes mágicos para realizar portentos, que
es lo que ordinariamente se entiende y lo que moviliza a muchos en materia
religiosa, demandando milagros, sanaciones, sin comprometer la propia vida en
un nuevo proceso de mejor humanidad según el Evangelio. Para El, la fuerza de Dios ya està en cada uno de
nosotros, para quien tiene confianza esa energía se podrá desplegar en
servicio, en solidaridad, en fraternidad, en vida recta y justa.
Lo opuesto a la fe es
la idolatrìa, el poner las seguridades en realidades humanas absolutizadas, y
darles a estas un pretendido poder salvador y liberador, sacando del escenario
al verdadero Dios que se nos revela amorosamente para que seamos auténticamente
humanos. La fe es una actitud personal fundamental que imprime un rumbo
definitivo a la existencia.
Los testimonios de los
grandes creyentes son relatos de Dios que nos ayudan a comprender la respuesta
de Jesùs, que suena dura por escueta y contundente pero estimulante para
encontrar el sentido real de la fe. Esta constatación es una llamada a ejercer
con nosotros mismos una autocrìtica profunda en perspectiva de superación de
los miedos que nos paralizan, de las evasiones con las que queremos justificar
el no compromiso y el ejercicio de la responsabilidad de transformar esta
historia sin el recurso a la consabida y decadente mentalidad milagrera.
Tambièn en la vida
social se viven las consecuencias de esta pobre disposición, no se confía en
las personas, se cultiva con exceso el
ser lobos los unos para los otros, todo se reglamenta y se
cobra, se cosifica a la gente y se la instrumentaliza, las relaciones humanas
están mediadas por normas y coacciones y no por credibilidad, y se cuantifican los resultados como si el asunto fuera una demostración de
cantidad y acumulación. Un verdadero escàndalo: la humanidad sometida a las
leyes del mercado y de la ganancia egoísta!!
La fe – confianza
bíblica supone también la esperanza y el amor, las tres adquieren su pleno significado
cuando se entrelazan. Esto es lo que sucede en los buenos creyentes cuando
corren el riesgo de confiar ,feliz aventura en la que se juega el sentido de la
vida, tal como Abrahàn, Moisès, los profetas, Marìa, Pablo, los discípulos
después de la experiencia pascual.
Lo que dice Pablo a
Timoteo en la segunda lectura de hoy es una concreción de la fe ideal, la que
lo apuesta todo por Dios, por el ser humano, por la creación: “Por
tal motivo, te recomiendo que reavives el carisma de Dios que està en tì por la
imposición de mis manos. Piensa que el Señor no nos diò un espíritu de timidez
sino de fortaleza, de caridad y de templanza. No te avergüences, pues, ni del
testimonio que has de dar de Nuestro Señor, ni de mì, su prisionero. Al
contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la
fuerza de Dios” ( 2 Timoteo 1: 6 – 8).
Superada la idea de la
fe como creencia en conceptos o como dotación de poderes extraordinarios, y
aceptado que se trata de confianza radical en este Dios incondicional, estamos
llamados a transitar por senderos de una humanidad que se configura
teologalmente, sin providencialismos, con entera responsabilidad para gestar un
mundo de gratuidad humanizante, de trabajo hombro a hombro con el prójimo para
construir relaciones de confianza en la relación fundante con el Tù
constitutivo que es Dios y con el tù referido a los demás que se torna en nosotros – comunidad, al
estilo del Señor Jesùs.
No hay comentarios:
Publicar un comentario