domingo, 2 de octubre de 2016

COMUNITAS MATUTINA 2 DE OCTUBRE DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO



“Asì también ustedes, cuando ya hayan cumplido todo lo que Dios les manda, deberán decir: Somos servidores inútiles, porque no hemos hecho màs que cumplir con nuestra obligación”
(Lucas 17: 10)
Lecturas:
1.   Habacuc 1: 2 – 3 y 2: 2 – 4
2.   Salmo 94: 1 – 9
3.   2 Timoteo 1: 6 – 8 y 13 – 14
4.   Lucas 17: 5 – 10

Como es habitual en El, Jesùs nos manda a revisar en profundidad mentalidades y actitudes relativas a asuntos esenciales de la vida, y lo hace con lenguaje desafiante, para indicar la densidad de lo que està planteando. Asì,en las lecturas de hoy, la de Lucas, precedida por la de Habacuc, se nos remite a la realidad de la fe, cuestionando las comprensiones deficientes que tenemos de ella.
En la revelación bíblica la fe no consiste en el asentimiento a una serie de definiciones doctrinales, esta es  algo mucho màs radical y decisivo, se trata de la confianza en alguien, de depositar la garantía de la propia vida en una o en varias personas, comprometiendo la totalidad del ser y del quehacer en este acto, que también exige la fidelidad como actitud de permanente recreación de esa confianza.
Vamos por partes y entremos a comprender lo que se expresa en el texto del profeta Habacuc: “Hasta cuando, Yahvè, pedirè auxilio, sin que tù escuches, clamarè a tì: violencia! , sin que tù salves? Por què me haces ver la iniquidad, mientras tù miras la opresión?” (Habacuc 1: 2 – 3), angustioso clamor que nos pone frente a la gran pregunta que surge cuando en el mundo se dan tantos males e injusticias, principalmente en contra de inocentes, inquietud que està en la raíz de muchos desarrollos del pensamiento, algunos de ellos tomados por el sentimiento trágico de la vida.
De inmediato nuestra sensibilidad recorre los escenarios trágicos de la humanidad, como estos que hemos vivido en Colombia durante tantos años, propiciados por grupos de personas que recurren a la violencia para eliminar a quien piensa o cree distinto, para ejercer retaliación por otros crímenes, para presionar a las autoridades a tomar un determinado tipo de decisiones, para afianzar poder y demostrar superioridad, unas y otras autènticas encarnaciones del mal, hechas penosa realidad en comunidades donde la mayoría de sus integrantes son creyentes y buenas personas.
Vuelve a nosotros el drama existencial de Job, que simboliza el sufrimiento del inocente, la tentación de capitular y renunciar a la fe y a la esperanza, culpar a Dios de lo que es responsabilidad humana y caer en un permanente estado de desencanto y sin sentido. Este es uno de los grandes núcleos de realidad que nos presenta la revelación bíblica, haciendo eco a lo que es vivenciado por casi todos en la humanidad.
No es  la resignación de víctimas que sucumben ante estas tragedias , lo que propone la lógica de la fe genuina , sino la confianza en ese Dios único y personal, en quien se encuentra la capacidad para afrontar de modo transformador la adversidad, el fracaso, la enfermedad, la injusticia, el mal en sus múltiples concreciones, la muerte.
Esto último  es lo que hace decir al profeta: “Sucumbirà quien no tiene el alma recta, mas el justo por su fidelidad vivirà” (Habacuc 2: 4). Vamos aquí a hacer memoria de nuestras penurias, de los momentos de crisis y oscuridad, de las carencias que parecen no tener respuesta, de la conciencia y experiencia de la muerte, pero principalmente  de la forma como hemos encarado estas situaciones lìmite de la existencia.
La última palabra sobre la vida de los humanos no la tienen los señores de la muerte, ni los provocadores de injusticias y destrucciones, aunque en determinado momento su poder parezca avasallador y ganancioso. Lo decisivo para nosotros proviene de Dios, señor de la historia, quien gratuitamente nos dota de la capacidad creyente, del estilo fuerte para cambiar el significado de lo trágico y mortal en señales de vida y de esperanza, a partir de la confianza radical en El.
Estas consideraciones nos llevan directamente a lo que suscita el texto que nos trae hoy el relato de Lucas: “Dijeron los apóstoles al Señor: auméntanos la fe. El Señor respondió: si tuvieran una fe como un grano de mostaza, habrìan dicho a este sicomoro: arràncate y plántate en el mar, y les habrìa obedecido” (Lucas 17: 5 – 6). Con esto da pie a una amonestación que cuestiona el poner la seguridad en las buenas obras y en las pràcticas religiosas, en cuanto acumulación de mèritos y autojustificaciòn, para abrir la puerta a la confianza en Dios, tema reiterado en los exigentes retos que Jesùs pone a los fariseos y similares.
Los que se pasan la vida acumulando mèritos no confían en Dios sino en sì mismos, mentalidad que también està presente en sus discípulos directos, a quienes se dirige en primer tèrmino este desafío. Igualmente, la parábola del servidor cuya única obligación es cumplir con lo mandado sin mèrito alguno, también es una crìtica a este tipo de personas que sòlo confían en la observancia de la ley como única alternativa de salvación. Es el eterno dilema entre la fe y las obras, asunto clave que ocupò las reflexiones y la espiritualidad de aquel fraile alemán Martìn Lutero (1483 – 1546), cuyas inquietudes finalmente derivaron en lo que conocemos como la Reforma Protestante, en cuya base està el esfuerzo por recuperar el sentido legìtimo de la fe como  confianza en Dios, de donde proviene la justicia  gratuita y nunca recompensadora de cumplimientos y observancias.
De esta manera, somos conducidos   a descubrir lo que realmente somos, ir al fondo de nuestro ser como gran ejercicio de confianza, despojarnos de màscaras y apariencias para entrar confiados en el misterio de nuestra humanidad, experiencia que a su vez nos permite entrar en el espacio de Dios en cuanto principio y fundamento de todo lo que somos y hacemos.
En la respuesta que da Jesùs quiere dar a entender que la petición que le hacen los discípulos està mal planteada. No se trata de cantidad sino de autenticidad. El no les podía aumentar la fe porque no la tenìan ni en su màs mínima expresión, esta tiene que crecer desde dentro, y para ello pone el ejemplo sencillísimo del grano de mostaza, comparación que nos pone en contacto con las realidades germinales de la vida, que son asì de simples y por lo mismo contenedoras potenciales de una nueva manera ser en Dios.
Lo que Jesùs les dice no està referido a una promesa de poderes mágicos para realizar portentos, que es lo que ordinariamente se entiende y lo que moviliza a muchos en materia religiosa, demandando milagros, sanaciones, sin comprometer la propia vida en un nuevo proceso de mejor humanidad según el Evangelio. Para El,  la fuerza de Dios ya està en cada uno de nosotros, para quien tiene confianza esa energía se podrá desplegar en servicio, en solidaridad, en fraternidad, en vida recta y justa.
Lo opuesto a la fe es la idolatrìa, el poner las seguridades en realidades humanas absolutizadas, y darles a estas un pretendido poder salvador y liberador, sacando del escenario al verdadero Dios que se nos revela amorosamente para que seamos auténticamente humanos. La fe es una actitud personal fundamental que imprime un rumbo definitivo a la existencia.
Los testimonios de los grandes creyentes son relatos de Dios que nos ayudan a comprender la respuesta de Jesùs, que suena dura por escueta y contundente pero estimulante para encontrar el sentido real de la fe. Esta constatación es una llamada a ejercer con nosotros mismos una autocrìtica profunda en perspectiva de superación de los miedos que nos paralizan, de las evasiones con las que queremos justificar el no compromiso y el ejercicio de la responsabilidad de transformar esta historia sin el recurso a la consabida y decadente mentalidad milagrera.
Tambièn en la vida social se viven las consecuencias de esta pobre disposición, no se confía en las personas, se cultiva  con exceso el ser lobos los unos para los otros, todo se reglamenta  y  se cobra, se cosifica a la gente y se la instrumentaliza, las relaciones humanas están mediadas por normas y coacciones y no por credibilidad,  y se cuantifican los resultados  como si el asunto fuera una demostración de cantidad y acumulación. Un verdadero escàndalo: la humanidad sometida a las leyes del mercado y de la ganancia egoísta!!
La fe – confianza bíblica supone también la esperanza y el amor, las tres adquieren su pleno significado cuando se entrelazan. Esto es lo que sucede en los buenos creyentes cuando corren el riesgo de confiar ,feliz aventura en la que se juega el sentido de la vida, tal como Abrahàn, Moisès, los profetas, Marìa, Pablo, los discípulos después de la experiencia pascual.
Lo que dice Pablo a Timoteo en la segunda lectura de hoy es una concreción de la fe ideal, la que lo apuesta todo por Dios, por el ser humano, por la creación: “Por tal motivo, te recomiendo que reavives el carisma de Dios que està en tì por la imposición de mis manos. Piensa que el Señor no nos diò un espíritu de timidez sino de fortaleza, de caridad y de templanza. No te avergüences, pues, ni del testimonio que has de dar de Nuestro Señor, ni de mì, su prisionero. Al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios” ( 2 Timoteo 1: 6 – 8).
Superada la idea de la fe como creencia en conceptos o como dotación de poderes extraordinarios, y aceptado que se trata de confianza radical en este Dios incondicional, estamos llamados a transitar por senderos de una humanidad que se configura teologalmente, sin providencialismos, con entera responsabilidad para gestar un mundo de gratuidad humanizante, de trabajo hombro a hombro con el prójimo para construir relaciones de confianza en la relación fundante con el Tù constitutivo que es Dios y con el tù referido a los demás  que se torna en nosotros – comunidad, al estilo del Señor Jesùs.

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